Concertado el acuerdo entre los bloques del poder para introducir a la Constitución legada por la dictadura los cambios «aceptables» y funcionales a su convivencia, no faltaron quienes aseguraran, con ademanes y voces pontificias, que se había llegado al final del camino hacia la democracia. La «democracia representativa», la «occidental», la que defienden con ahínco […]
Concertado el acuerdo entre los bloques del poder para introducir a la Constitución legada por la dictadura los cambios «aceptables» y funcionales a su convivencia, no faltaron quienes aseguraran, con ademanes y voces pontificias, que se había llegado al final del camino hacia la democracia.
La «democracia representativa», la «occidental», la que defienden con ahínco quienes se arrogan, además de todo, el derecho de juzgar a otros distribuyendo patentes de demócratas a los que cumplen el encargo de cautelar los intereses de las minorías privilegiadas y, medida suprema, del imperialismo de turno; esa democracia que se basa en el principio de «un hombre, un voto», está lejos de haberse instalado en Chile.
Para el gobierno, desde el Presidente de la República para abajo, el sistema electoral binominal es «aberrante» en tanto nivela a la mayoría con la minoría y hace que un 65% de los votos sea en la práctica igual al 35%. Hasta allí la causa de la indignación, y escasos son sus efectos.
Para la derecha pinochetista, el binominalismo es el gran garante, junto a otros enclaves dictatoriales no eliminados del todo en el reciente acuerdo derecha-Concertación, de las «conquistas» obtenidas bajo la dictadura. Entre esas conquistas están el sometimiento de los trabajadores al esquema trazado por el Plan Laboral y su consiguiente reflejo en la legislación del trabajo. Están las empresas mal habidas, con los nuevos multimillonarios cuya fortuna se construyó sobre el saqueo del patrimonio público y de los ahorros de la masa trabajadora.
Para mantener tales regalías, productos de peculados y de un ejercicio inmoral e ilegal del poder, la derecha necesita la mantención del status quo. Y la Concertación se aviene a ello, en nombre de «el realismo de lo posible» y porque aprecia como un bien supremo no la justicia social sino un estado de conciencia popular, ciudadano, que le conviene mantener en un nivel acrítico, de adormecimiento y resignación.
Alega la Concertación porque su mayoría, que es cada vez más relativa, no se impone sobre «su» minoría y le reprocha a ésta el no darle el paso para la eliminación del sistema binominal. Pero replica la minoría que los proyectos más importantes para los gobiernos de la Concertación han recibido su apoyo en las cámaras de diputados y de senadores. Es decir, que «sin drama», en armonía y sobre la base de una búsqueda decidida de «los consensos» se puede alcanzar una gobernabilidad «ejemplar». Y si no lo creen, miren para el barrio…
La única conclusión es que a ambos, derecha y bloque en el gobierno, les interesa y conviene la mantención del sistema binominal y, por eso, no está dispuesta la Concertación a «tirar el mantel» para suprimirlo.
Y, sin embargo y pese a todo lo que digan y lo que callen los medios de prensa monopolizados, el «tema» del binominalismo no se reduce a las aritméticas del Jefe de Estado.
Efectivamente, es aberrante que mediante el sistema binominal se produzca un «empate» entre bloques que pueden estar distanciados en la votación hasta los extremos del 65 y el 35%. Aunque, mentira implícita: no son el 65 más el 35%; jamás lo han sido, por mucho que traten de minimizar las voces y votos disidentes.
Pero tal aberración sería inaceptable para quienes detentan la mayoría, si realmente necesitaran, por imperativos éticos y políticos, de políticas sociales y de pertenencias a grandes conglomerados sociales de signo progresista, imponer en la discusión y aprobación de las leyes así como en las prácticas de gobierno sus posiciones antagónicas a las de la minoría. Todos sabemos que no es ése el caso en el Chile de hoy.
Pero hay más, porque el binominalismo no es sólo la imposibilidad para quienes no comparten el poder -en nuestro caso, los bloques liderados por Lagos y por Lavín- de alcanzar una representación acorde con su presencia real en la sociedad chilena. No hay que olvidar que la «ingeniería» de la dictadura consultó además una nueva división administrativa y electoral que favoreciera las posibilidades de la derecha pinochetista, y que todo ello fue aceptado en el «paquete» acordado con la dictadura. Y que en tal «paquete», la exclusión de los sectores más avanzados de la sociedad -y especialmente uno con nombre y apellido: el Partido Comunista- debían quedar excluidos.
La mantención del binominalismo, cuya esencia discriminatoria y marginante es absolutamente contraria a cualquiera concepción de la democracia, está vinculada de manera directa al estado de cosas injusto que se da en nuestro país. Y es por eso que la demanda de una Asamblea Constituyente que restablezca la soberanía popular y el respeto a quienes pueden ser hoy minoría pero que tienen el derecho a disputar en democracia las adhesiones y preferencias ciudadanas hasta volverse mayoría, como es su legítima vocación en tanto alternativa, empezará a tomar cuerpo y se convertirá en un factor de la política que terminará por romper los consensos basados en el inmovilismo y el engaño como forma de hacer política y de co-gobernar el país.