Estas reflexiones tienen por objeto contribuir a una discusión sobre los límites y potencialidades que tiene la acción política desde los territorios, buscando aportar a la elaboración y despliegue de una táctica para el actual escenario de conflictividad en Chile, formulada desde una perspectiva revolucionaria. A menudo, las discusiones sobre táctica política tienden a revestir […]
Estas reflexiones tienen por objeto contribuir a una discusión sobre los límites y potencialidades que tiene la acción política desde los territorios, buscando aportar a la elaboración y despliegue de una táctica para el actual escenario de conflictividad en Chile, formulada desde una perspectiva revolucionaria.
A menudo, las discusiones sobre táctica política tienden a revestir cierta ansiedad, sobre todo en lo que concierne a las «alternativas» en el mediano plazo. Demasiado a menudo, la izquierda se apresura a dar respuestas elaboradas a partir de sus abstractos y bienintencionados deseos, y la franja revolucionaria se ve arrastrada, muy a su pesar, hacia una discusión moralizante sobre qué «ideales», «principios» y «valores» debiesen guiar dichas «alternativas», tengan el nombre que tengan. Pero, si en nuestra perspectiva el socialismo y el comunismo no son «un estado que debe implantarse, un ideal al que haya de sujetarse la realidad» sino el «movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual», y cuyas condiciones surgen y se desarrollan a partir de la forma de sociedad «actualmente existente» (Marx) ¿Por qué retroceder al idealismo y concebirlo como un mero acto de voluntad «revolucionaria», «transformadora» o «autónoma», moralmente superior? Volveremos sobre este asunto.
Es un hecho que vivimos y habitamos un espacio territorial que no ha sido concebido, diseñado ni construido de acuerdo a nuestras necesidades sociales, sino desde los requerimientos de acumulación y expansión del capital. En una sociedad donde no se produce para satisfacer necesidades sociales sino para valorizar capital, el territorio –como espacio social – no es más que una de las formas concretas en que se realiza la necesidad del capital total de la sociedad. ¿Qué es entonces lo que constituye políticamente la especificidad de «lo territorial» en el capitalismo? ¿Qué se entiende actualmente en la izquierda por «trabajo territorial» y «organización territorial»? ¿Cómo se está organizando la lucha política en los territorios?
Partimos de una premisa general: Desde la década de 1960 aproximadamente, el territorio -entendido como el espacio que la sociedad produce transformando la naturaleza, organizándolo de determinadas formas y en función de determinados objetivos- se ha tornado un aspecto central de las luchas políticas a nivel mundial ¿Por qué? porque en el curso del desarrollo mundial del capitalismo se ha forjado una verdadera revolución tecnológica en la fuerzas productivas de la sociedad: la automatización del trabajo está en vías de generalizarse y esto ha aumentado radicalmente la capacidad técnico-científica que tenemos para actuar sobre las fuerzas naturales y transformarlas según los requerimientos de la acumulación mundial.
Este salto cualitativo, desde la producción industrial clásica de mercancías en el territorio, hacia la producción del espacio territorial mismo como una vasta mercancía a escala mundial, se ha desarrollado bajos dos tendencias contradictorias. Por un lado, expulsando a sectores completos de la población obrera hacia las periferias continentales y urbanas -a través de una urbanización acelerada, al ritmo del aumento creciente en la productividad del trabajo-; despojando a los pequeños productores rurales de sus fuentes de trabajo y sus lugares históricos de residencia; interviniendo masivamente el territorio con proyectos de gran escala como megacentrales eléctricas, plantas mineras y agroindustriales, megaproyectos inmobiliarios, infraestructuras de transporte y autopistas cada vez más vastas e interconectadas -que abaratan y aseguran la circulación de mercancías y capital-; y además privatizando el espacio con nuevas áreas de ocio y turismo de lujo. Por otro lado, se ha fragmentado el territorio de acuerdo a los intereses que tienen los capitales individuales por transar en el mercado las ubicaciones más ventajosas. Se impone así una contradicción del espacio territorial: hacia la homogeneización e integración de toda particularidad geográfica, y hacia una absoluta fragmentación del territorio de acuerdo a la propiedad privada y a los imperativos de la acumulación de capital mediante la renta del suelo. El territorio producido por la sociedad capitalista es la forma concreta en que se manifiestan esta y otras contradicciones. [1]
Territorio, capital y clase trabajadora
No es posible comprender el alcance político de lo que se denomina como «territorio», «trabajo territorial» y «organización territorial», sin comprender primero su lugar y función específicos en la unidad del proceso de producción capitalista del espacio social -sea este urbano o rural. No es posible, por tanto, organizar conscientemente el llamado «trabajo territorial» sin antes comprender que en la sociedad capitalista el territorio es tanto un producto como una condición del proceso de producción y consumo sociales.
En consecuencia, la realidad social que designamos con la categoría «territorio» corresponde a un espacio social y político complejo, heterogéneo y articulado de tal manera que se convierte en un instrumento estratégico para asegurar y reforzar las condiciones de reproducción de la sociedad capitalista. Un ámbito clave, por tanto, de disputa social y política para la clase trabajadora.
Pero si el territorio expresa contradicciones inherentes al desarrollo capitalista, ya no basta con afirmar que es un espacio «socialmente producido», o que es «por naturaleza político». Ni siquiera basta con decir que el territorio es el «escenario de los conflictos», de la lucha de clases, y de las guerras capitalistas. Estas definiciones se quedan cortas al detenerse en los aspectos particulares de la organización geográfica y espacial de la sociedad capitalista. Se pierde de vista el hecho esencial: la dimensión territorial no es simplemente «un ámbito más» de lucha, no es un mero soporte pasivo e indiferente sobre el que se despliegan los conflictos y las clases o fracciones de clase que se enfrentan en ellos. Su particularidad reside precisamente en que atraviesa y subsume todo ámbito. No hay acción política que no sea, al mismo tiempo, una acción territorial. Se sigue que las organizaciones que asuman este hecho deben superar las formas tradicionales de pensar y hacer política, aquéllas que consideran los problemas espaciales, territoriales, ambientales o urbanos, como meros «ámbitos secundarios» -o de retaguardia- en el desarrollo de una lucha de clases que acontecería sobre un trasfondo indiferente que, en el mejor de los casos, se asume como «controlado y dominado por la burguesía».
Lo que entendamos y practiquemos por «política territorial» surge, querámoslo o no, de la dinámica territorial ya establecida por el movimiento del capital en todas sus formas, incluyendo a la clase trabajadora y su espacio vital, como uno más de sus atributos. La política del territorio se expresa concretamente en el desenvolvimiento y desarrollo real de la lucha de clases en un determinado ámbito geográfico, que es ya el producto de la acumulación capitalista o de su proceso de expansión. Por lo tanto, debemos comenzar por caracterizar qué es lo que implica para la clase trabajadora pensar todos sus ámbitos de lucha territorialmente, para así organizar su acción política de manera consciente.
En lo que concierne al actual desarrollo político de los sectores organizados de la izquierda en Chile, se nos ofrecen, al menos, tres maneras de abordar estos asuntos:
· Si vamos más allá de lo meramente declarativo, gran parte del sector revolucionario, en los hechos, reduce e identifica «trabajo territorial» con «trabajo poblacional». Según esta tesis -que define al territorio de manera absoluta, como una especie de «continente mayor» dentro del cual se ubicaría «la población»- lo territorial sería meramente un «enfoque» de lucha, una perspectiva de retaguardia y reducto moral desde donde acumular fuerza y así «preparar ideológicamente» a los/as pobladores/as para el «paso a la ofensiva» en el momento de agudización de la lucha de clases. Esta concepción se deriva principalmente de las experiencias históricas de control territorial y poder popular asociados a la reforma agraria, los cordones industriales, las tomas de terreno y la lucha poblacional contra la dictadura; referentes que se superponen mecánica y nostálgicamente sobre la situación actual. El problema es que no se parte de la conciencia real y concreta de nuestra clase, sino de una conciencia imaginada -correspondiente a situaciones históricas precedentes- que un grupo de «emancipadores profesionales» facilitarían prefabricada a nuestra clase, reduciendo el problema político a una suerte de «evangelización de las masas». Pero el ser social, es decir, la conciencia que la clase trabajadora adquiera de sí misma y de su situación histórica objetiva, solo puede ser producto de sus propias experiencias de lucha y organización, nunca de su sustitución por una supuesta «conciencia revolucionaria» elaborada de antemano y de una vez y para siempre.
· Una segunda posición -en algunos casos de intención revolucionaria- se plantea desde la perspectiva de la llamada «política de las autonomías» levantada por algunos movimientos de pobladores/as. El territorio se entiende aquí como una «trinchera» de lucha, como un espacio donde la clase trabajadora puede desarrollarse de manera autónoma en «comunidades», que generarían «espacios liberados» de la influencia del capital y del estado capitalista. Pero ¿cómo podría nuestra clase sustraerse a las formas reales de subsunción, explotación y dominación del capital si ella misma está constituida por éstas? ¿Es el territorio un espacio en disputa que se vuelve «autónomo» y «prefigurativo» con respecto al proceso de acumulación tan solo con declararlo? No. Pretenderlo es negar las propias determinaciones del territorio como forma de organización espacial que viabiliza la reproducción social del capital y de todos sus atributos, incluyendo a la propia clase trabajadora en tanto fuerza de trabajo. No hay verdadera autonomía si solo se limita a la defensa un territorio en particular. No hay autonomía sin el poder propio de la clase trabajadora.
· Desde los intentos de «recomposición socialdemócrata» de corte populista y «anti-neoliberal» -particularmente el Frente Amplio, pero sin agotarse en éste- se apuesta por «territorializar» y «basificar» sus apuestas políticas en «la ciudadanía». Esta sería una de las tácticas para ir más allá del «electoralismo» y «elitismo» que se les ha imputado desde diversos flancos. Se ha hecho hincapié, por ejemplo, en los beneficios que tendría descentralizar el aparataje político del Frente, sumado a aclaraciones respecto de posibles instrumentalizaciones y prácticas clientelares -posición, no obstante, aun anclada en una concepción en que la fuerza política se desarrolla «por fuera» o «por arriba» de la fuerza social-territorial, por lo que se trataría de «reconstruir» dicha relación. [2] A pesar de estas buenas intenciones, en los hechos, todo este discurso se ha traducido en un apresurado intento por vincularse con movimientos y organizaciones de base que han sido construidos tras décadas de lucha en los territorios. Aquí se demuestran los límites del idealismo socialdemócrata y el nuevo reformismo: a pesar de lo deseable que pueda parecer una estrategia de superación o salida del neoliberalismo, mientras se condenen y ataquen únicamente las apariencias y efectos del desarrollo capitalista y se sobrevalore la llamada «autonomía relativa de lo político», el peligro de tal horizonte es terminar degradándose en una mera «democratización del capitalismo» vía la recomposición del bloque en el poder. [3] Por otra parte, la idea de «territorializar la política» [4] es errónea, puesto que como explicamos, la política es siempre territorial en tanto es parte de la unidad del proceso social de producción del territorio. La verdadera pregunta entonces es qué tipo de política territorial se está haciendo, una que se implanta apresuradamente sobre los territorios y la clase trabajadora -importándole una conciencia prefabricada (sea «revolucionaria», «autónoma», o «ciudadana») y usufructuando de sus experiencias y luchas históricas- o una que surge a partir de sus propios segmentos auto-organizados y movilizados.
Partiendo de estas definiciones, pareciera que lo más apropiado sería identificar el ámbito territorial exclusivamente con la acción política local o, por lo menos, con un tipo de acción que tiende a operar en un espacio geográfico circunscrito, sin pretensión de ampliarse más allá de esos límites. [5] Esto se debe a que -pese a sus diferencias en lo ideológico- las tres tendencias descritas poseen un núcleo común que se expresa en tres premisas centrales: el idealismo ético-político; la pretensión de exterioridad del territorio respecto del capital; la pretensión de autonomía de la clase trabajadora frente a las determinaciones del movimiento del capital. La idea general de que es una necesidad «fortalecer los territorios» -con la cual concordamos- concebida desde dichas premisas y, por tanto, desde una perspectiva exclusivamente localista, conduce a la idea de que es suficiente con «resistir» los embates de la acumulación y el estado capitalista, descartando de antemano cualquier posibilidad de articulación mayor que adquiera el poder y la capacidad efectiva de hacer frente a semejante fuerza material, tanto económica como política.
Si dejamos de lado las fantasías de una «fuerza moral» y un «exterior autónomo» al desarrollo del capitalismo, desde donde provendrían todas las «fuerzas transformadoras» de la sociedad, no queda más que reconocer que la potencia revolucionaria de la clase trabajadora no surge de su abstracta oposición moral a la acumulación del capital, sino de su capacidad para reconducirla hacia la realización de su necesidad histórica, es decir, su propia negación y superación. Querámoslo o no, los procesos revolucionarios son una necesidad, son el desarrollo de potencias históricas ya contenidas en la sociedad capitalista, y son también expresión del ser social de la clase trabajadora y su relación con otras clases. Por tanto, no son el simple producto de la «voluntad revolucionaria», de la «conciencia de clase» o de la «alternativa contra-hegemónica». No hay ninguna identidad ni subjetividad que preceda y sea ajena a la experiencia de las clases sociales en lucha en tanto forma concreta en la cual se realiza la unidad del proceso de acumulación del capital.
Territorio y acción política revolucionaria
Acorde con las críticas y consideraciones precedentes, no podemos partir nuestras apuestas de forma idealista, guiando nuestra acción política a partir de prefiguraciones acerca de cómo nos gustaría que fuese el «territorio ideal» o «liberado», contraponiéndolo abstractamente a la realidad territorial concreta en la que habitamos actualmente. No podemos basar nuestra acción en «ofertones» de buenas intenciones irrealizables en las actuales condiciones. [6] Nuestro punto de partida corresponde entonces a la necesidad política del trabajo territorial, y de sus organizaciones, de responder a las actuales dinámicas del capital, independiente de si estas rebasan o no la concepción de «trabajo poblacional».
Entendemos, por tanto, el trabajo territorial como el proceso de organización y movilización concreta de nuestra clase en el espacio social en que habita y se desenvuelve, es decir, donde reproduce sus condiciones de vida y se desarrolla como sector social; un espacio que además es el resultado de su propio trabajo, aunque dirigido por la clase capitalista, y por tanto, un espacio alienado, que reproduce las relaciones sociales que estructuran la sociedad en su conjunto. Así, el trabajo político territorial se realiza en la constitución y consolidación de organizaciones de base y sus articulaciones, movilizadas en torno a luchas sociales contra enemigos específicos en el territorio (sean éstos empresas, administraciones locales, políticas del gobierno central, etc.).
En este sentido, el principal rol que deben cumplir las organizaciones políticas territoriales, es la de unir, organizar y movilizar a nuestra clase en función de la lucha que ella va articulando, a partir de sus conflictividades y experiencias concretas. En este proceso, las formas de organización siempre deben adaptarse al desarrollo concreto de dichos conflictos y experiencias de lucha, y no subordinarse dogmáticamente a formas ideales prefabricadas de una vez y para siempre. La organización debe ser capaz de mutar en función de las tareas que le imponen la coyuntura y la propia dinámica de la lucha. No es su objetivo esencial preservar una u otra estructura orgánica por sí misma.
En síntesis, apostamos por una concepción ampliada de territorio y de trabajo territorial que supere la marginalidad, el idealismo, el excesivo localismo y el autonomismo. ¿Cuáles son, a nuestro juicio, las tareas políticas prioritarias para las organizaciones políticas territoriales que se plantean en perspectiva revolucionaria?
1. Densificación política de base: Que la organización territorial aporte y contribuya a la densificación política del pueblo trabajador a partir de sus propias necesidades, aumentando su capacidad organizativa y de disputa política. Se trata de impulsar su propio desarrollo político en cada territorio, profundizando la conflictividad donde esta se manifieste, avanzando desde lo reivindicativo y puntual hacia alternativas programáticas emanadas de las propias contradicciones materiales de la acumulación y las luchas sociales.
2. Despliegue territorial: Que se proponga situar las problemáticas y conflictos locales en función de perspectivas mayores, ya sean regionales, interregionales o nacionales, que ataquen los problemas estructurales o transversales que se manifiestan en cada conflicto.
3. Órganos de lucha y de poder: Avanzar desde la creación y consolidación de órganos de lucha territorial hacia órganos de poder del pueblo trabajador, con claridad programática y capacidad de dirección política y social, independientes del bloque en el poder.
4. Convergencia política: Propiciar constantemente la convergencia proyectual y programática entre las organizaciones territoriales y los diversos espacios de articulación en los que éstas se desarrollan, apostando así a fortalecer el entramado político-social del movimiento popular.
¿Cómo avanzar concretamente en estas tareas? En primer lugar, construyendo fuerza social propia donde esta sea incipiente o no exista. Segundo, fortalecer dicha fuerza desarrollando instrumentos políticos con capacidad de sostenerse en el tiempo y lograr ganadas concretas, tales como organizaciones sociales de base, zonales No+AFP y Salud para todos/as, sindicatos, asambleas populares o territoriales, coordinadoras por la defensa territorial-ambiental, frentes o movimientos sectoriales de alcance nacional, etc.
¿Qué es, finalmente, lo que está en juego en la política territorial? Nada menos que el porvenir de nuestros pueblos y nuestra clase. Ninguna «fuerza política emergente» hará mecánicamente el trabajo por nosotros/as, ninguna «fuerza transformadora» hará madurar apresuradamente al pueblo trabajador imponiéndose desde su exterior. Sin fuerza social y política propia, sin vocación de poder surgida desde la lucha día a día en cada territorio, difícilmente podremos avanzar.
[1] Esta contradicción constituye una de las tesis centrales del filósofo marxista Henri Lefebvre, desarrollada a mediados de la década de 1970 en libros como Espacio y política: El derecho a la ciudad II (1972), La producción del espacio (1974) y La supervivencia del capitalismo: Reproducción de las relaciones de producción (1976).
[2] Ver subsección «Territorio y Estrategia», tercer punto: Territorios con filo: de hegemonías y emergencias
[5] Se debe puntualizar, sin embargo, que una variante de este «localismo» puede coexistir perfectamente con la idea de una «estrategia nacional» (estatal), ya que es más una perspectiva que consiste en idealizar los territorios, paradójicamente, desde una posición paternalista; que una que se limite estrictamente a la acción local, es decir, marginal (ver nota 2).
[6] 3 ideas para la política post neoliberal y del buen vivir del Frente Amplio en Vivienda, Territorio y Ciudad
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