Nota de edición: Tal día como hoy [21.10] de 1961 moría Karl Korsch, uno de los tres teóricos principales del marxismo en la generación siguiente a Lenin, junto a Gramsci y Lukács. Para él la teoría y la práctica revolucionaria constituyeron siempre una totalidad indivisible. En lugar de discutir el marxismo en general, yo propongo […]
Nota de edición: Tal día como hoy [21.10] de 1961 moría Karl Korsch, uno de los tres teóricos principales del marxismo en la generación siguiente a Lenin, junto a Gramsci y Lukács. Para él la teoría y la práctica revolucionaria constituyeron siempre una totalidad indivisible.
En lugar de discutir el marxismo en general, yo propongo tratar a la vez algunos de los puntos más efectivos de la teoría y práctica marxistas. Sólo ese enfoque se adecua al principio del pensamiento marxiano. Para el marxista, no hay tal cosa como un «marxismo» en general, más de lo que hay una «democracia» en general, una «dictadura» en general o un «Estado» en general. Hay sólo un Estado burgués, una dictadura proletaria o una dictadura fascista, etc. E incluso éstos sólo existen en determinadas fases del desarrollo histórico, con las correspondientes características históricas, principalmente económicas, pero condicionadas también en parte por factores geográficos, tradicionales y otros. Con los diferentes niveles de desarrollo histórico, con los diferentes entornos de distribución geográfica, con las bien conocidas diferencias de credo y tendencia entre las diversas escuelas marxistas, existen, tanto nacional como internacionalmente, sistemas teóricos y movimientos prácticos muy diferentes que pasan por el nombre de marxismo.
En lugar de discutir el cuerpo entero de principios teóricos, puntos de vista analíticos, métodos de procedimiento, conocimiento histórico y reglas de práctica que Marx y los marxistas durante más de ochenta años han derivado de la experiencia de las luchas de la clase proletaria y fundido en una teoría y movimiento revolucionario unidos, debo, por consiguiente, intentar distinguir aquellas actitudes, proposiciones y tendencias que pueden adoptarse de forma útil como guía de nuestros pensamientos y acción hoy, aquí y ahora, bajo las condiciones dadas que prevalecen en el año 1935 en Europa, en los EE.UU. y en China, Japón, India, y en el nuevo mundo de la URSS. Es de este modo como la cuestión «Por qué soy marxista» surge, primariamente, para el proletariado, o más bien para las secciones más desarrolladas y enérgicas de la clase proletaria. Puede formularse, también, para las secciones de la población que, como los estratos decadentes de las clases medias, el grupo recién emergente de empleados de gestión, los campesinos y granjeros, etc. no pertenecen a la clase capitalista dominante ni a la llamada clase proletaria, pero que pueden asociarse con el proletariado para el propósito de una lucha común.
La cuestión puede incluso plantearse para aquellas partes de la propia burguesía cuya vida está amenazada por el «capitalismo monopolista» o el «fascismo», y ciertamente surge para los burgueses ideológicos que, bajo la presión de las tensiones calculadoras de la sociedad capitalista en declive, están individualmente aproximándose hacia el proletariado (estudiosos, artistas, ingenieros, etc.)
Enumeraré ahora los que me parecen los puntos más esenciales del marxismo de forma condensada:
- Todas las proposiciones del marxismo, incluyendo aquéllas que son aparentemente generales, son específicas.
- El marxismo no es positivo, sino crítico.
- Su objeto no es la sociedad capitalista existente en su estado afirmativo, sino la sociedad capitalista en declive tal como es revelada por las demostrables tendencias operativas de su disolución y decadencia.
- Su propósito primario no es el goce contemplativo del mundo existente, sino su transformación práctica.
I
Ninguno de estos rasgos del marxismo ha sido adecuadamente reconocido o aplicado por la mayoría de marxistas. Una y otra vez los llamados marxistas «ortodoxos» han recaído en el modo de pensamiento «abstracto» y «metafísico», que Marx mismo -después de Hegel- había negado más enfáticamente y que, de hecho, ha sido absolutamente refutado por toda la evolución del pensamiento moderno durante los últimos cien años. Así, por ejemplo, un reciente marxista inglés ha intentado una vez más «salvar» el marxismo de las acusaciones hechas por Bernstein y otros, de que el curso de la historia moderna se desvía del esquema de desarrollo esbozado por Marx, con la miserable evasiva de que Marx intentó descubrir «las leyes generales del cambio social no sólo a partir del estudio de la sociedad en el siglo XIX, sino también a partir del estudio del desarrollo social desde los inicios de la sociedad humana», y que es, por consiguiente, «bastante posible» que sus conclusiones sean «tan ciertas para el siglo XX como lo fueron en el período en que él llegó a ellas». Es evidente que tal defensa destruye el verdadero contenido de la teoría marxiana más efectivamente que los ataques realizados por cualquier revisionista. No obstante, ésta fue la única respuesta dada en los últimos treinta años por la «ortodoxia» marxista tradicional a las acusaciones planteadas por los reformistas de que una u otra parte del marxismo estaba caduca.
Por otras razones, hay una tendencia del carácter específico del marxismo que se olvida por parte de los ciudadanos del Estado soviético marxista hoy, quienes enfatizan la validez general y universal de las proposiciones marxistas fundamentales para canonizar las doctrinas que subyacen a la presente conformación de su Estado. Así, uno de los peones ideológicos del estalinismo actual, L. Rudas, está intentando poner en cuestión, en nombre del marxismo, el progreso histórico conseguido por Marx hace noventa años, cuando acometió la inversión (Umstuelpung) de la dialéctica hegeliana a su dialéctica materialista. Sobre la base de una cita de Lenin, que fuera usada en un contexto enteramente distinto contra el materialismo mecanicista de Bujarin y que significa algo totalmente distinto de lo que Rudas dice que significa, éste último transforma la contradicción histórica entre «fuerzas productivas» y «relaciones de producción» en un principio «suprahistórico» que todavía se aplicará en el futuro remoto de la sociedad sin clases plenamente desarrollada.
En la teoría de Marx se captan tres oposiciones fundamentales como aspectos de la unidad histórica concreta del movimiento revolucionario práctico. Éstas son, en la economía, la contradicción entre «fuerzas productivas» y «relaciones de producción»; en la historia, la lucha entre clases sociales; en el pensamiento lógico, la oposición entre tesis y antítesis. De estos tres aspectos, igualmente históricos, del principio revolucionario revelado por Marx en la misma naturaleza de la sociedad capitalista, Rudas, en su transfiguración suprahistórica de la concepción totalmente histórica de Marx, abandona el término medio, considera el conflicto vivo de las clases en lucha como una mera «expresión» o resultado de una forma histórica transitoria de la contradicción esencial subyacente, y retiene como único fundamento de la «dialéctica materialista», ahora inflado como una ley eterna del desarrollo cósmico, la oposición entre «fuerzas productivas» y «relaciones de producción». Al hacerlo, llega a la conclusión absurda de que, en la actual economía soviética, la contradicción fundamental de la sociedad capitalista existe en forma «inversa». En Rusia, dice, las fuerzas productivas ya no se rebelan contra las relaciones productivas que las traban, sino que en su lugar es el atraso relativo de las fuerzas productivas en relación a las relaciones de producción establecidas lo que empuja hacia delante a la Unión Soviética a un ritmo de desarrollo tan rápido que no tiene precedentes».
La convicción expuesta en mi edición de El Capital de Marx, de que todas las proposiciones contenidas en esta obra, y especialmente las concernientes a la «acumulación primitiva» tal como es tratada en el último capítulo del libro, representan sólo un esbozo histórico del ascenso y desarrollo del capitalismo en Europa occidental y tienen validez universal más allá de ello sólo en el mismo sentido en que todo conocimiento empírico de las formas naturales e históricas se aplica a más que los casos individuales considerados, fue unánimemente rechazada por los portavoces de ambas fracciones del marxismo ortodoxo ruso y alemán. De hecho, esta disputa conmigo sólo repite y enfatiza un principio que Marx mismo había expresado explícitamente hace cincuenta años, al corregir al sociólogo ruso idealista Mikhailovsky sobre su malinterpretación del método de El Capital. Es, de hecho, una implicación necesaria del principio fundamental de la investigación empírica, que en nuestros tiempos actuales sólo es negado por algunos metafísicos inveterados. Comparado con el renacimiento de esta dialéctica pseudo-filosófica en los escritos de marxistas «modernos» -como queda ejemplificado en Rudas-, cómo de sobrio, claro y definido era el punto de vista adoptado por los viejos marxistas revolucionarios, Rosa Luxemburg y Franz Mehring, que vieron que el principio de la dialéctica materialista, incorporado a la economía marxiana, no significa nada más que la relación específica de todos los términos y proposiciones económicas con objetos históricamente determinados.
Todas las cuestiones ardorosamente disputadas en el campo del materialismo histórico -cuestiones que, cuando se formulan en su forma general, son justamente tan insolubles y carentes de sentido como las conocidas disputas escolásticas sobre qué fue primero, si la gallina o el huevo- pierden su carácter misterioso y estéril cuando se expresan de una manera concreta, histórica y específica. Por ejemplo, Friedrich Engels, en sus conocidas cartas sobre el materialismo histórico, escritas después de la muerte de Marx, al partir de consideraciones indebidas para la crítica de la unilateralidad que sostenían críticos burgueses y supuestos marxistas contra la proposición de Marx de que «la estructura económica de la sociedad constituye el fundamento real sobre el que se levantan las superestructuras legales y políticas y a las que corresponden formas definidas de conciencia social», modificó efectivamente la doctrina de Marx. Concedió, imprudentemente, que en gran medida las llamadas «reacciones» podrían tener lugar entre la superestructura y la base, entre el desarrollo ideológico y el desarrollo económico y político, introduciendo así una confusión completamente innecesaria en las fundamentaciones del nuevo principio revolucionario. Pues, sin una determinación cuantitativamente exacta de «cuanta» acción y reacción tiene lugar, sin una indicación exacta de las condiciones bajo las que lo uno o lo otro tiene lugar, toda la teoría marxiana del desarrollo histórico de la sociedad, tal como es interpretada por Engels, se vuelve inútil incluso como hipótesis de trabajo.
Como he dicho, no se ofrece la más ligera pista acerca de si se va a buscar la causa de cualquier cambio en la vida social en la acción de la base sobre la superestructura o en la reacción de la superestructura sobre la base. Y la lógica del asunto no se altera por evasivas verbales como factores «primarios» o «secundarios», o por la clasificación de las causas en «inmediatas», «mediatas» y «últimas» -es decir, las que se demuestran decisivas en último análisis. El problema entero desaparece tan pronto sustituimos la cuestión general del efecto de «la economía como tal» sobre «la política como tal», o «la ley, el arte y la cultura como tales», y viceversa, por una descripción detallada de las relaciones dadas que existen entre los fenómenos económicos definidos sobre un nivel de desarrollo histórico dado y los fenómenos dados que aparecen simultáneamente o subsecuentemente sobre cualquier otro campo de desarrollo político, jurídico e intelectual.
Según Marx, éste es el modo en que el problema ha de plantearse. Su bosquejo, publicado póstumamente, de una introducción general a su Crítica de la Economía Política -a pesar de su carácter de esbozo- es una declaración clara y muy significativa del complejo entero de problemas. La mayoría de las objeciones levantadas después contra su principio materialista son anticipadas y respondidas. Esto es particularmente cierto para el problema tan sutil de la relación oscura entre el desarrollo de la producción material y la creación artística, que se evidencia en el conocido hecho de que «ciertos períodos del desarrollo más elevado del arte no están en relación directa alguna con el desarrollo general de la sociedad ni con la base material de su organización». Marx muestra el doble aspecto en el que este desarrollo desigual adquiere una forma histórica dada -«la relación entre las distintas formas de arte dentro de los dominios del arte mismo» y las «relaciones entre el conjunto del campo del arte y el conjunto del desarrollo social». La dificultad sólo consiste en la manera general en que estas contradicciones se expresan. Tan pronto como son hechas específicas y concretas, son así clarificadas.
II
Tan ardorosamente disputada como mi posición concerniente al carácter específico, histórico y concreto de todas las proposiciones, leyes y principios de la teoría marxiana, incluyendo aquellos aparentemente universales, es mi segunda posición de que el marxismo es esencialmente crítico, no positivo. La teoría marxiana no constituye ni una filosofía materialista positiva ni una ciencia positiva. Del principio al final, es una crítica, tanto teórica como práctica, de la sociedad existente. Por supuesto, la palabra «crítica» (Kritik) debe entenderse en el sentido comprehensivo y todavía preciso en que era usada en los prerrevolucionarios años cuarenta del pasado siglo [XIX] por todos los hegelianos de izquierda, incluidos Marx y Engels. No debe confundirse con la connotación del término contemporáneo «crítica» (criticism). La «crítica» ha de entenderse no en un sentido meramente idealista, sino como crítica materialista. Incluye, desde el punto de vista del objeto, una investigación empírica, «dirigida con la precisión de la ciencia natural», de todas sus relaciones y desarrollo, y desde el punto de vista del sujeto dar cuenta de cómo los deseos, intuiciones y demandas impotentes de los sujetos individuales se convierten en un poder de clase históricamente efectivo que lleva a la «praxis revolucionaria».
Esta tendencia crítica, que juega un papel tan preeminente en todos los escritos de Marx y Engels hasta 1848, está todavía viva en las fases más tardías del desarrollo de la teoría marxiana. La obra económica de su período más tardío está mucho más estrechamente relacionada con sus escritos previos, filosóficos y sociológicos, de lo que los economistas marxistas ortodoxos están dispuestos a admitir. Esto aparece en los mismos títulos de sus libros más tardíos y más tempranos. La primera obra importante que fue emprendida por ambos amigos en común, ya en 1846, para presentar la oposición de sus visiones política y filosófica a las del idealismo hegeliano de izquierda contemporáneo, llevaba el título de Crítica de la Ideología Alemana. Y en 1859, cuando Marx publicó la primera parte de su planeada obra económica comprehensiva, como para dar énfasis a su carácter crítico, la tituló Crítica de la Economía Política. Esto se mantuvo en el subtítulo de su obra principal, El Capital – Crítica de la Economía Política. Los marxistas «ortodoxos» recién llegados olvidan, o niegan, la supremacía de la tendencia crítica en el marxismo. Todo lo más, la consideran de importancia puramente extrínseca y completamente irrelevante para el carácter «científico» de las proposiciones marxistas, especialmente en el campo que -de acuerdo con ellos- era la ciencia básica del marxismo, a saber, la economía.
La formulación más crasa que adquiere esta revisión se encontrará en el conocido libro El capital financiero, del marxista austriaco Rudolf Hilferding, donde se trata la teoría económica del marxismo como una mera fase en la continuidad intacta de la teoría económica, enteramente separada de los objetivos socialistas y, de hecho, sin implicaciones para la práctica. Tras haber declarado formalmente que la teoría económica, así como la teoría política del marxismo, están «libres de juicios de valor», el autor señala que
Es, por lo tanto, falso concebir, como se hace ampliamente, intra et extra muros, que el marxismo y el socialismo son idénticos. Pues lógicamente, considerado como un sistema científico y aparte de su efecto histórico, el marxismo es sólo una teoría de las leyes de movimiento de la sociedad formulada en términos generales en la concepción marxiana de la historia, aplicándose en particular la economía marxiana al período de la producción de mercancías. Pero la comprensión de la validez del marxismo, que incluye la comprensión de la necesidad del socialismo, no es de ningún modo un asunto de juicios de valor y tampoco una indicación para el procedimiento práctico. Pues una cosa es reconocer una necesidad, y otra cosa es trabajar por esta necesidad. Es totalmente posible para alguien convencido de la victoria final del socialismo luchar contra él.
Es verdad que esta interpretación pseudo-científica y superficial del marxismo ortodoxo ha sido confrontada más o menos efectivamente por las teorías marxianas contemporáneas. Mientras en Alemania el principio crítico, es decir, revolucionario, del marxismo fue atacado abiertamente por los revisionistas de Bernstein y sólo defendido a desgana por «ortodoxos» como Kautsky y Hilferding, en Francia el efímero movimiento de «sindicalismo revolucionario», tal como ha expuesto Georges Sorel, se esforzó mucho por revivir precisamente este aspecto del pensamiento marxiano, como uno de los elementos básicos de la nueva teoría revolucionaria de la guerra de clases proletaria. Y un paso más efectivo en la misma dirección fue dado por Lenin, que aplicó el principio revolucionario del marxismo a la práctica de la revolución rusa, y al mismo tiempo logró un resultado no menos importante dentro del campo teórico, restaurando algunas de las enseñanzas revolucionarias más poderosas de Marx.
Pero ni Sorel, el sindicalista revolucionario, ni Lenin, el comunista, utilizaron toda la fuerza e impacto de la «crítica» marxiana original. La disposición a la irracionalidad de Sorel, por la que transformó varias doctrinas marxianas importantes en «mitos», a pesar de sus intenciones, condujo a un tipo de «desbaratamiento» de estas doctrinas en lo que se refiere a su traslación práctica a la lucha de clases proletaria revolucionaria, e ideológicamente preparó el camino para el fascismo de Mussolini. La división un tanto cruda de las proposiciones de filosofía, economía, etc., hecha por Lenin, entre las que son «útiles» o «dañinas» para el proletariado (un resultado de su preocupación demasiado exclusiva por los efectos presentes inmediatos de aceptarlas o negarlas, y su excesivamente poca consideración acerca de su posible futuro y sus efectos últimos), introdujo esa coagulación de la teoría marxista, esa declinación y, en parte, distorsión del marxismo revolucionario, que hace al marxismo soviético actual muy difícil realizar cualquier progreso fuera de los límites de su propio dominio autoritario.
Evidentemente, el proletariado revolucionario no puede, en su lucha práctica, prescindir de la distinción entre proposiciones científicas verdaderas y falsas. Igual que el capitalista en tanto hombre práctico, «aunque no siempre piensa lo que dice fuera de su negocio, con todo en su negocio sabe de lo que habla» (Marx), y al igual que el técnico, para construir un artefacto debe tener un conocimiento exacto de al menos ciertas leyes físicas, así el proletariado debe poseer un conocimiento verdadero suficiente en economía, política y otros asuntos objetivos para llevar la lucha de clase revolucionaria a una consumación exitosa. En este sentido, y dentro de estos límites, el principio crítico del marxismo materialista, revolucionario, incluye el conocimiento estricto, empíricamente verificable, «acuñado con toda la precisión de la ciencia natural», de las leyes económicas del movimiento y desarrollo de la sociedad capitalista y de la lucha de clases proletaria.
III
La «teoría» marxista no se esfuerza por lograr un conocimiento objetivo de la realidad a partir de un interés teórico e independiente. Está impulsada a adquirir este conocimiento por las necesidades prácticas de la lucha y puede negarse sólo corriendo el enorme riesgo de fracasar en la consecución de su meta, al precio de la derrota y eclipse del movimiento proletario que representa. Y justamente porque nunca pierde de vista su propósito práctico, evita cualquier intento de imponer a la experiencia el diseño de una construcción monista del universo para edificar un sistema unificado de conocimiento. La teoría marxista no está interesada en todo, ni está interesada en el mismo grado en todos los objetos de sus intereses. Su única preocupación se refiere a aquellas cosas que ejercen cierta presión sobre sus objetivos, y a todas las cosas y a cada aspecto de las mismas en función de que tal cosa particular, o tal aspecto particular de una cosa, esté relacionado con sus propósitos prácticos.
El marxismo, a pesar de su aceptación incuestionada de la prioridad genética (priorität) de la naturaleza externa a todos los eventos históricos y humanos, está primariamente interesado sólo en los fenómenos e interrelaciones de la vida histórica y social. Es decir, está primariamente interesado sólo en lo que, en relación a las dimensiones del desarrollo cósmico, ocurre dentro de un breve período de tiempo y en cuyo desarrollo puede entrar como fuerza práctica, influyente. El fracaso en ver esto, por parte de ciertos marxistas ortodoxos del Partido Comunista, da cuenta de sus vigorosos esfuerzos por reclamar la misma superioridad indudablemente poseída por la teoría marxiana en el campo de la sociología, para esas opiniones completamente primitivas y atrasadas que, hasta este mismo día, son mantenidas por teóricos marxistas en el campo de la ciencia natural. Por estas intrusiones innecesarias, la teoría marxiana se expone a ese conocido desprecio que es dispensado a su carácter «científico» incluso por aquellos científicos naturales contemporáneos que, en conjunto, no son hostiles al socialismo.
Sin embargo, una interpretación científica menos «filosófica» y más progresiva del concepto mismo de la «síntesis de las ciencias» marxiana, ha empezado justamente a manifestarse entre los representantes más inteligentes y responsables de la teoría marxista-leninista contemporánea de las ciencias, cuyos pronunciamientos son tan diferentes de los de Rudas y compañía como los pronunciamientos del gobierno soviético ruso lo son de aquellas de las secciones no rusas de la Internacional Comunista. Así, por ejemplo, el profesor V. Asmus, en su artículo programático enfatiza que, además de la «comunidad objetiva y metodológica» de la historia y las ciencias naturales, existe al mismo tiempo la «peculiaridad de las ciencias socio-históricas que no permite, en principio, la identificación de sus problemas y métodos con los de las ciencias naturales».
Incluso dentro de la esfera de actividad histórico-social, la investigación marxista está principalmente interesada sólo en el modo particular de producción que subyace a la «formación socio-económica» de la época presente, o sea, el sistema capitalista de producción de mercancías como base de la moderna «sociedad burguesa» considerada en el proceso de su desarrollo histórico efectivo. En su indagación sobre este sistema social específico procede, por un lado, más ampliamente que cualquier otra teoría sociológica, en cuanto se interesa preferentemente por las fundamentaciones económicas. Por otro lado, no se interesa por todos los aspectos económicos y sociológicos de la sociedad burguesa por igual. Presta particular atención a las discrepancias, fallas, limitaciones y desajustes en su estructura. No es el denominado funcionamiento normal de la sociedad burguesa lo que interesa al marxismo, sino lo que aparece a sus ojos como la verdadera situación normal de este sistema social particular, o sea la crisis. La crítica marxiana de la economía burguesa y del sistema social basado en ella culmina en un análisis crítico de su tendencia a la crisis (Krisenhaftigkeit), es decir de la tendencia siempre creciente del modo de producción capitalista a asumir todas las características de la crisis efectiva, incluso dentro de las fases ascendentes o de recuperación -de hecho, a través de todas las fases del ciclo periódico por las que pasa la industria moderna, y cuyo punto álgido es la crisis universal-. Una ceguera asombrosa acerca de esta orientación básica de la economía marxista, que está tan claramente expresada en todas partes en los escritos de Marx, ha llevado a algunos marxistas ingleses recientes a descubrir una «laguna de cierta importancia» en la obra de Marx, en su fallo en establecer la necesidad económica de recuperación de las crisis, una vez que había demostrado la necesidad de su emergencia.
Incluso en las esferas no económicas de la superestructura política y la ideología general de la sociedad moderna, la teoría marxista se interesa primariamente por las hendiduras y fallas, los puntos tensionales de escisión que revelan al proletariado revolucionario esos lugares cruciales en la estructura social donde su propia actividad práctica puede aplicarse con mayor efectividad.
En nuestros días, todo parece estar preñado de su opuesto. Maquinaria dotada de los poderes más notables para abreviar el trabajo humano y hacerlo más productivo, ha producido en su lugar hambre y plustrabajo. Las nuevas primaveras de la riqueza se han transformado, por una peculiar fórmula mágica del destino, en las fuentes de la pobreza. Las conquistas de las artes parecen ganarse al precio de la pérdida de carácter. En la medida en que el hombre controla la naturaleza, parece ser controlado él por otros hombres, o por su propia mezquindad. Incluso parece que la pura luz de la ciencia sólo puede resplandecer contra el fondo oscuro de la ignorancia. Todos nuestros descubrimientos y progresos parecen no haber tenido ninguna otra consecuencia que dotar a las fuerzas materiales de vida espiritual y embrutecer la vida humana como una fuerza material. Esta oposición, entre la industria moderna y la ciencia por una parte, y la pobreza y decadencia modernas por la otra, esta oposición entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de nuestra época, es un hecho evidente, aplastante, innegable. Algunos partidos pueden lamentarlo, otros pueden desear librarse de la pericia moderna y, por tanto, de sus conflictos. O pueden creer que tal progreso notable en la industria demanda, para su complementación, un retroceso igual de notable en la política.[1]
IV
Los rasgos específicos del marxismo tratados hasta ahora, junto con el principio práctico, implícito en todos ellos, que ordena a los marxistas subordinar todo conocimiento teórico al fin de la acción revolucionaria, proporciona los rasgos fundamentales de la dialéctica materialista marxiana, sobre cuya base se distingue de la dialéctica idealista de Hegel. La dialéctica de Hegel, el filósofo burgués de la restauración, que fue elaborada por él hasta en sus detalles más finos como un instrumento de justificación del orden existente, con una permisividad moderada para un posible progreso «racional», fue transformada de modo materialista por Marx, tras análisis crítico cuidadoso, en una teoría revolucionaria no sólo en el contenido, sino también en el método. Tal como fue transformada y aplicada por Marx, la dialéctica probó que la «racionalidad» de la realidad existente afirmada por Hegel sobre fundamentos idealistas era sólo una racionalidad transitoria, que en el curso de su desarrollo necesariamente desembocaba en la «irracionalidad». Este estado irracional de la sociedad será, en el curso debido, completamente destruido por la nueva clase proletaria que, al apropiarse de la teoría y usarla como arma de su «práctica revolucionaria», ataca a la «sinrazón capitalista» en su raíz.
Debido a este cambio fundamental en su carácter y aplicación, la dialéctica marxiana, que como Marx justamente señala, en su forma «mistificada» hegeliana se había puesto de moda entre los filósofos burgueses, «se ha convertido ahora en un escándalo y una abominación para la burguesía y sus profesores doctrinarios, pues incluye en su comprensión y reconocimiento afirmativo del existente estado de cosas, también al mismo tiempo el reconocimiento de la negación de ese estado, de su disolución inevitable; considera toda forma social históricamente desarrollada su movimiento y por consiguiente tiene en cuenta su naturaleza transitoria no menos que su existencia momentánea; no deja que nada se le imponga y en su esencia es crítica y revolucionaria»[2].
Así como todos los aspectos críticos, activistas y revolucionarios del marxismo ha sido pasados por alto por la mayoría de los marxistas, igual ha ocurrido con el carácter de conjunto de la dialéctica materialista marxiana. Incluso los mejores de entre ellos sólo han restaurado parcialmente su orientación crítica y revolucionaria. Ante la universalidad y amplitud de la presente crisis mundial y de las luchas proletarias cada vez más agudizadas que sobrepasan en intensidad y extensión todos los conflictos de las fases más tempranas del desarrollo capitalista, nuestra tarea hoy es dar a nuestra teoría marxiana revolucionaria su correspondiente forma y expresión, y por tanto extender y actualizar la lucha revolucionaria proletaria.
Londres, 10 de octubre de 1934.
Notas:
[1] K. Marx, Discurso en la cuarta celebración anual del People’s Paper cartista, abril de 1856.
[2] Epílogo a la 2ª edición de El Capital, 1873.
Fuente: http://www.elviejotopo.com/topoexpress/por-que-soy-marxista/