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¿Por quién votarán hoy los torturadores?

Fuentes: Rebelion

El 11 de septiembre de 1973 en Chile, el general Augusto Pinochet jefe de las fuerzas de tierra, José Toribio Merino de las fuerzas navales, Gustavo Leigh Guzmán de las fuerzas aéreas y Cesar Mendoza Durán jefe del cuerpo de carabineros, declaraban el Estado de sitio, la censura total contra los medios de información y el fusilamiento: “Cualquier acto de sabotaje será sancionado en la forma más drástica posible en el lugar de los hechos”, notificaban los fascistas.

Así se daba inicio a la ejecución del plan ordenado por la Casa Blanca, delineado por la CIA, la burguesía chilena, influyentes miembros del partido Demócrata Cristiano, el diario Mercurio, transnacionales estadounidenses y las fuerzas militares, para dañar la economía chilena en ascenso, y ejecutar el golpe de Estado contra la Unidad Popular liderada por Salvador Allende.

A las 6:30 a.m., el presidente Allende recibió la llamada telefónica en su residencia, que le informaba del golpe militar en desarrollo e inmediatamente puso en alerta a su guardia y tomó la incontrovertible decisión de dirigirse al Palacio de la Moneda, a defender el mandato que le había otorgado la inmensa mayoría del pueblo en 1970. A las 8:15, la junta militar conminó a Allende a rendirse y a renunciar a su cargo, ofreciéndole todas las dádivas posibles, su respuesta fue concluyente: “como generales traidores que son, no conocen a los hombres de honor”. A las 9:15 se realizan las primeras descargas contra Palacio. Allende ordena abrir fuego y responder, los atacantes tienen numerosas bajas. A las 12:00 inicia el ataque de la aviación, el presidente Allende es herido levemente por los vidrios y con un impacto de bazuca destruye un tanque situado en la calle Morandé. A la 1:00 de la tarde la resistencia continúa, varios defensores ya han caído por el fuego de las ametralladoras de los golpistas. A la 1:30 los fascistas se apoderan de la planta baja de Palacio, a las 2:00 p.m. ocupan la parte alta, Allende recibe un balazo en el vientre, pero no cesa de combatir, y apoyándose en el sillón continúa disparando, hasta que un segundo impacto en el pecho lo derriba y moribundo es acribillado a balazos. Miembros de su guardia contraatacan y hacen retroceder a los fascistas y tomando el cuerpo inerte de Salvador Allende, lo conducen hasta el gabinete, lo sientan en la silla presidencial, le colocan la banda presidencial y lo envuelven en la bandera chilena. A las 4:00 pm se apaga la última resistencia, siete horas de entereza finalizan, mientras en los medios de comunicación serviles o tomados por la Junta Fascista, se advierte que todo aquel que resista en las fábricas y en las calles y que sea tomado prisionero, será fusilado en el acto.

La resistencia de Allende llevó a afirmar a Fidel Castro en aquel entonces “(…) ahora puede decirse que nunca la fuerza bruta conoció semejante resistencia, realizada en el terreno militar por un hombre de ideas, cuyas armas fueron siempre la palabra y la pluma”.

Salvador Allende fue portador de un proyecto popular de socialismo revolucionario que accedió al poder del Estado por medio de una revolución por vía pacífica. Fueron muchas las transformaciones sociales, para tan corto tiempo; aumento de los salarios, gran cobertura en servicios alimentarios para la población, congelación de los precios de las mercancías, nacionalización del cobre, cuando emporios como Anaconda Copper y Kennecott no recibieron ni un centavo, lo que motivó a Richard Nixon a ordenar la negación de créditos a Chile, mientras donaba millones de dólares al ejército chileno. La reforma agraria que expropió más de 2.000.000 de hectáreas para ser devueltas al pueblo, entre otras.

Pero el fascismo es el espíritu de la “democracia” capitalista, velado por medio de las urnas, y la propaganda, presto a revelarse en caso de urgencia. El dictador Pinochet en declaraciones publicadas en la revista TIME, en octubre de 1973 afirmó: “La democracia lleva en sí el germen de su propia destrucción. Dicen que hay que bañar en sangre a la democracia de vez en cuando para que continúe siendo democracia. Por suerte, esto no tiene nada que ver con lo ocurrido en Chile. Hemos vertido tan solo algunas gotas de sangre”, por su parte el cardenal Benelli, segundo del Vaticano en aquel entonces, aseguró: “Como es natural tras un golpe de Estado, hay que admitir que ha habido algún derramamiento de sangre en las operaciones de limpieza en Chile”.

28 años después, el 11 de septiembre del 2001, mientras se sucedían los ataques a las torres del World Trade Center y contra ‎el Pentágono, se ponía en marcha la llamada por la administración Bush «Guerra sin Fin», que, con el objetivo de retomar el control de los recursos energéticos de Oriente Medio, organizó invasiones militares en Afganistán 2002 e Irak 2003, al tiempo que profundizó su intervención en Colombia. El saldo, millones de seres humanos muertos, la mayoría de ellos civiles. Ese mismo 11 de septiembre del 2001, Richard Clarke jefe de la lucha antiterrorista, activaba el ‎protocolo de «Continuidad del Gobierno», procedimiento contemplado durante la guerra fría- que suspende la Carta de ‎Derechos, (10 primeras enmiendas de la Constitución de los EE. UU) siendo reemplazada por la llamada Acta Patriótica que privó a los estadounidenses de sus derechos y coartó sus libertades.

El golpe militar del 11 de septiembre del 1973, el régimen impuesto al interior de los EE. UU después del 2001, el golpe de Estado contra Evo Morales en Bolivia, los planes contra Venezuela, los golpes contra Manuel Zelaya en Honduras en el 2009, Lugo en Paraguay, Moïse en Haití, y el paramilitarismo y terror de Estado en Colombia, han sido concebidos, financiados, organizados e incluso ejecutados por los EE. UU. No importa que hoy las dictaduras luzcan como democracias, ni que los dictadores sean tecnócratas y no militares, o que los tiranos se presenten como los nuevos pontífices de la lucha por la democracia, y la “legalidad” en el hemisferio; el cinismo de Pinochet continúa transmigrando en ascensos y alabanzas a los genocidas.

Por eso, en un país como Colombia que ha vivido una dictadura civil eufemísticamente llamada “democracia continuada” con tomas parciales del Estado por la fuerza militar en varios periodos de su historia reciente, y que cuenta con un saldo de 60.630 personas desaparecidas forzosamente, entre 1970 y 2015, lo que supera las cifras de dictaduras como las de Chile, Argentina y Uruguay juntas;  habría que preguntarse también como lo hizo una sobreviviente de la dictadura militar en el caso de Chile: “¿Por quién votarán hoy los torturadores?”.