Conversamos con Nadia Poblete, activista, militante social y feminista, participe de diversas experiencias de organización desde hace más de 20 años.
Ha participado en organizaciones tales como La red chilena contra la violencia hacia las mujeres (2009-2010), Colectiva “La Huacha” de Valparaíso (2010-2017), Colectiva “Nosotras decidimos” de Valparaíso (2015-2020), participante de la “Campaña MISO pa´ Todas” (2016-2017) y actualmente integrante de las Asambleas territoriales de la zona poniente de Maipú, y por esa vía, del Referente Político Social, RPS, recientemente constituido en el mes de febrero de este año en Concepción. La conversación se realizó en Santiago en dos jornadas los días 16 y 17 de abril del año en curso, y su transcripción fue realizada por compañerxs de la red de medios populares a quienes agradecemos enormemente su trabajo. Ofrecemos ahora la primera de tres partes de dicha entrevista.
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CT: Buenas tardes compañera, un gusto conversar con usted. Agradecemos su disposición a esta entrevista sobre las perspectivas y luchas el feminismo. Como le señalamos, nuestro interés es precisar, por una parte, el debate teórico dentro del feminismo, y por otra, las implicancias que tales debates tienen sobre las opciones políticas, especialmente respecto de las luchas políticas en el Chile actual.
Partamos por lo primero. El arco feminista en la teoría.
¿Podría usted hacernos una breve descripción de las corrientes feministas desde un punto de vista teórico/programático, es decir, más allá de las representaciones político–sociales inmediatas en que se agrupa el feminismo?
Nadia P.: Lo primero que habría que señalar, ratificando lo que se enuncia en la pregunta, es que existen diversas corrientes feministas que hacen referencia a distintos aspectos teóricos que operan como determinantes de las corrientes más relevantes que conviven en el movimiento feminista en general. Para abordar esa diversidad existen distintas entradas. Se puede hablar de corrientes feministas vinculadas a ciertas teorías troncales en la historia del pensamiento político filosófico. En rigor, existe un feminismo liberal, un feminismo materialista y uno anarquista, como principales corrientes en esta línea. Estos feminismos buscan bajo un marco político-filosófico determinado, comprender la experiencia de dominación específica que vivimos las mujeres utilizando un paragua conceptual, de categorías que facilitan esa comprensión. Un ejemplo de aquello, son el grupo de feministas francesas, rescatado por Jules Falquet y Ochy Curiel, que plantean conceptos importantes como el de clase de sexo, apropiación de las mujeres y relaciones de sexaje. A través de esos conceptos se buscó desnaturalizar el sexo develando sus implicancias estructurales. En rigor, lo estructural en el caso de las relaciones de sexo no puede comprenderse solo a partir de la noción de explotación de fuerza de trabajo. En las relaciones estructurales de sexo perviven elementos asociados a la esclavitud colonial, a la servidumbre medieval y a la apropiación de los cuerpos que promueve el capitalismo, todo ello, compone lo que Colette Guillaumin llamó relaciones de sexaje. Me parecen relevantes estos planteamientos, en este momento, porque complejizan lo que se ha difundido en el último tiempo como trabajo doméstico y la función que éste cumpliría en el mantenimiento del capitalismo en tanto trabajo no pago. Claramente, Guillaumin y las feministas materialistas, nos obligan a pensar esa relación de manera mucho más compleja.
Por otro lado, se podría abordar esa diversidad teórico-programática a partir de divisiones temporales, que sin embargo son limitadas toda vez que se basan en el desarrollo del feminismo principalmente en Europa. Esto no quiere decir que las luchas que hayan emprendido las mujeres en Europa o en el primer mundo, tengan una importancia secundaria para el feminismo desarrollado en otras latitudes. Más bien se trata de dimensionar y comprender la relevancia de ese feminismo de manera contextualizada. En esta línea, se ha clasificado los cambios del feminismo a partir de “olas”. Se habla de la primera ola que se asocia a un feminismo que busca el reconocimiento de las mujeres en el mundo, se trata de esa lucha por el reconocimiento que se emprende desde la revolución francesa; una segunda ola, asociada a la lucha sufragista que busca la integración de las mujeres al orden socio político imperante y que en su momento fue sin duda radical, en muchas ocasiones se ligó fuertemente a la lucha obrera, desarrollando la acción directa y el sabotaje como forma de lucha. No obstante, es importante plantear que extender esa lucha hoy reivindicando el voto como herramienta de lucha porque se lo debemos a las antiguas, cae en la lógica liberal y reformista; lo que implica el abandono de lecturas, posicionamientos y acciones que hoy sean radical en pos de la transformación de la situación de las mujeres y de toda la sociedad. La tercera ola, está fuertemente relacionada con aquel feminismo que surge en EE. UU y que busca destacar la diferencia que implica ser mujer. Con ello, pasan a ser relevantes las demandas reproductivas y sexuales, como el aborto. Hoy se ha tendido a hablar de una cuarta ola, con el surgimiento de movimientos contra la violencia hacia las mujeres, particularmente contra la violencia sexual.
Avanzando en ese arco feminista, es innegable que mientras en occidente se desarrollaban algunas de estas olas durante el siglo XX, en América Latina -por ejemplo- se construían también otras formas de comprender y de activar en el movimiento. Si bien en un primer momento, podríamos fácilmente ligar el feminismo que surge en estas tierras – en Chile por ejemplo- con alguna de las olas occidentales, es cierto también, que el aporte del feminismo negro norteamericano, chicano, indígena, comunitario, va solidificando particularidades socio políticas en estos territorios. Otro punto, sería mencionar la lucha de las mujeres trabajadoras que en Chile se da a través de las mutuales y mancomunales, a través de periódicos obreros femeninos, los que recibieron un tremendo impulso con la visita de Belén de Sárraga, invitada por Luis Emilio Recabarren. Con todo, quiero poner en tensión aquella superficial afirmación de que el feminismo tiene un origen burgués, tratando de deslegitimar el inmenso aporte que ha hecho en la historia de la lucha por la emancipación.
Una de las corrientes políticas más importantes a mi juicio del feminismo en América Latina, es el feminismo autónomo que surge en los noventa, y qué si bien no presenta un cuerpo desarrollado de categorías teóricas, se posiciona políticamente frente a los avances de las políticas de financiamiento a los movimientos sociales impulsadas por el Banco Mundial, y por tanto, frente a los falsos procesos de transición política post dictatoriales, particularmente en Chile. Con todo ese bagaje va planteando una mirada crítica frente al orden político institucional.
CT: Esta es la corriente que se liga con Margarita Pisano o Sandra Lidid, la que desechó participar en los gobiernos de la transición, tal como lo hicieron otras las llamadas feministas institucionales….
Nadia P.: Efectivamente. Y se puede observar que esa división de alguna manera se mantiene hasta hoy, aunque con un débil feminismo autónomo. Ese debilitamiento de la opción autónoma, tiene relación con diversos aspectos, entre ellas las tensiones internas que se manifiestan de manera muy temprana y que incidieron en el desarrollo de su fuerza, pero por sobre todo, planteo que hubo y hay una invisibilización de esta historia, de esta memoria del feminismo. El feminismo autónomo ha estado bastante ausente en las discusiones y planteamientos frente al avance de un feminismo hegemónico que pasó desde la ruptura cultural y simbólica a un conformismo con el aparato institucional.
Entonces no está demás darle unos minutos en esta conversación. Me parece relevante el feminismo autónomo porque desde su posicionamiento radical, contrario a la lucha legalista e institucional, puede otorgar un contenido y postura radical al movimiento; de hecho, muchas feministas autónomas han sido relevante en el movimiento antirracista y lésbico. Es por ello que la autonomía en tanto crítica radical a las prácticas de cooptación del Banco Mundial (esto se observa con claridad en la discusión que se da en el Encuentro Feminista Latinoamericano del año 1996 en Cartagena, Chile), y a toda aquella institucionalidad que busca domesticar las acciones de protesta social y los planteamientos que ponen en riesgo su orden, tiene la potencia de posicionarnos en una vereda del camino que va apuntalando un horizonte de transformación mayor. En otras palabras, la autonomía nos obliga a pensar y actuar por fuera del aparataje institucional y con ello, a desarrollar formas de vida, proyectos políticos de por si subversivos.
En rigor, las feministas autónomas en Chile fueron críticas acérrimas del capitalismo, del Estado neoliberal y su democracia; fueron comprendiendo, entre otros aspectos, que la lucha electoral no era una herramienta útil en una apuesta política que busca la transformación.
CT: Habrá entonces que reimpulsar el feminismo autónomo, especialmente ahora que necesitamos superar la capitulación de las corrientes institucionalistas como el caso de la dirección de la Coordinadora 8M… Pero volvamos ahora a otras dimensiones del debate teórico-programático. ¿Cómo se establece el vínculo entre las posturas anti patriarcales, anticoloniales – incluida la racialización de la que habla Quijano- y anticapitalista que los sectores más radicales del feminismo proclaman? ¿Tiene algún sentido hablar de un feminismo anti patriarcal pero no anticapitalista?
Nadia P.: En la respuesta anterior solo enuncié que las distintas corrientes del feminismo tenían relación con la visibilización de la experiencia de dominación y opresión que tienen las mujeres, y es evidente que esa experiencia es diversa y está relacionada no sólo con el patriarcado, sino también con el racismo y con la condición de clase. En este sentido, la interseccionalidad que comenzaron a plantear las feministas negras en los 70 o el entronque patriarcal como relevan las feministas en América Latina, son conceptos políticos importantes. El concepto de interseccionalidad trata de visibilizar las diferencias que va produciendo la articulación de las formas de opresión, de explotación y dominación, en la vida de las mujeres y cómo su no consideración implicaba una concepción de un sujeto-mujer homogéneo. Desde esa perspectiva, a pesar de que esta categoría – la interseccionalidad- ha sido tomada por las instituciones internacionales y por la academia, vaciándola de su peso político y más bien confundiendo su comprensión, el uso que ha tenido tanto por el feminismo negro como por el feminismo en AL ha sido relevante. Quisiera precisar de todas maneras, que esto no implica idealizar o levantar en el feminismo una suerte de victimización, o de “ranking” en torno a qué mujeres son las más violentadas por este sistema; éste uso es una reducción de la categoría que sólo sirve para fragmentar el movimiento. Lo potente de la interseccionalidad es que nos permite comprender la opresión y la dominación como una totalidad donde se potencian el patriarcado, el racismo y el capitalismo y por lo tanto, nos evidencia la complejidad que deben abordar los procesos de emancipación y cómo las relaciones sociales, la construcción subjetiva y la materialidad misma de nuestra existencia, está impregnada de todos esas dominaciones.
En este sentido, entrelazar interseccionalidad con entronque patriarcal es fundamental porque en el fondo va mostrando que si bien el patriarcado es un orden social cultural presente a lo largo de la historia, como muy bien dice Lorena Cabnal y otras feministas, en América Latina hay que comprenderlo justamente a partir de ese entronque: cómo se articulan y encajan el patriarcado pre invasivo con el patriarcado colonial, dejando como resultado una agudización de las lógicas dominación patriarcales a partir del desarrollo del capitalismo y de la racialización de la cual habla Quijano. Es decir, con la invasión se construye un entramado de poder, de jerarquías que ordenan las sociedades latinoamericanas a partir de la deshumanización, explotación y apropiación de cuerpos y vidas, de ahí el ejercicio de violencia genocida, femicida del colonialismo.
Si bien hay otros planteamientos como el de María Lugones que señalan la inexistencia de jerarquías de género en las sociedades pre invasivas y por tanto, la no existencia de orden patriarcal, lo que se podría consensuar a lo menos es que las relaciones de los cuerpos, de los sujetos, las relaciones sociales pos invasión, implican la imbricación de las jerarquías a partir de la dominación de raza, clase y género. Las diferencias jerarquizadas en las sociedades coloniales, por tanto, estarán impregnadas de racialización, misoginia y clasismo. Y esto en la actualidad pareciera ser más agudo, más violento. Por tanto, desde el feminismo, desde la lucha indígena, desde la izquierda rebelde, debemos comprender y aprehender esta dinámica de la dominación para su desmantelamiento.
Finalmente, quizás reiterar que el capitalismo supone el ejercicio de la explotación, que el orden racial supone la asignación de lo que es humano y lo que no lo es, mientras que el patriarcado se centra en la apropiación del cuerpo y de la vida de las mujeres. Por tanto, hablamos de una dominación que anuda explotación, deshumanización y apropiación de los cuerpos y las vidas. Un cóctel de violencia y de muerte.
CT: ¡Qué frase! Y que desafió, pues el cóctel que menciona usted deja fuera cualquier fundamentalismo sea de izquierda, feminista o indigenista, pues obliga a elaborar y poner en práctica una política que no puede abstraerse a esa interseccionalidad y a ese entronque patriarcal… Y teniendo a la vista esta compleja imbricación que nos plantea, una pregunta que surge para la trayectoria de feminismo en las últimas décadas: ¿Cuáles son las continuidades y rupturas entre el feminismo emergente actual y el de los años cincuenta-sesenta y/o el feminismo y las luchas de las mujeres en los años de la dictadura cívico militar?
Nadia P.: El hilo conductor, transgeneracional es el reconocimiento de nuestra condición de opresión lo que potencialmente, abre la puerta a una crítica más profunda que pone en cuestión la naturalización de un orden sexual. Ese reconocimiento entonces, en la medida en que permite avanzar la crítica, señala que la lucha por la emancipación de las mujeres tiene que relacionarse con el derrocamiento del patriarcado. Pero no se trata de un patriarcado ahistórico, sino comprendiendo la forma en que éste opera y se ‘actualiza’, sus ajustes, acordes o en sintonía con los cambios sociales, económicos y políticos.
En consecuencia, en ese reconocimiento de la opresión hay una continuidad que entrelaza la lucha feminista pero que, vale la pena relevarlo, no la hace homogénea, sino que es diversa tanto como lo es la realidad de las mujeres en cada tiempo. Como ya lo señalaba, la lucha por el voto de las sufragistas fue radical, pero hoy ya sabemos en lo que se ha transformado el sistema político, y además, tal como dice Rita Segato, podemos ver hoy con claridad que la historia del Estado es la historia del Patriarcado.
En ese sentido, la lucha feminista va adquiriendo particularidades y radicalidades de acuerdo a las condiciones históricas y a las formas que va asumiendo la dominación y la imbricación de la que hablamos anteriormente. Si bien existe continuidad en la lucha de ayer y hoy, soy bastante crítica con las características que en Chile, ha ido asumiendo una parte importante del movimiento. Pienso que hay una ruptura con la radicalidad que portaron luchas anteriores. Por ejemplo, luchar por ingresar al mercado del trabajo, por la igualdad en los salarios y por el reconocimiento mercantil del trabajo doméstico, a mi juicio es bastante limitado, de corto aliento.
En la conmemoración de este 1° de mayo, día de los y las trabajadoras, la demanda y denuncia en torno al no pago del trabajo doméstico fue bastante difundida como consigna y en ello veo el siguiente problema: la lucha por el reconocimiento de las labores domésticas en tanto trabajo implica someterlas a la lógica del capital, en otras palabras, poner el acento en el no pago tiene como lectura que su única forma de valorización sería justamente asalariarlo, entonces lo transformamos en un trabajo de corte productivo y mercantil. Ya Silvia Federici, quien fue una activa militante en los ‘70s de la “Campaña internacional salario para el trabajo doméstico”, abrió una crítica a esa demanda reflexionando en torno a sus limitaciones, crítica que por lo demás, comienza a elaborar cuando vive en Nigeria y conoce realidad de las mujeres nigerianas, esto la obliga a replantearse el concepto de trabajo doméstico y la demanda por salario. Efectivamente, al pensar el trabajo doméstico como parte del trabajo reproductivo no sólo tenemos que observar a las mujeres urbanas, sino también en particular en América Latina, a las mapuches, a las compañeras de otras comunidades indígenas, y probablemente con ello, nos daremos cuenta que su relación con esas labores cotidianas, con esas labores de cuidado, son distintas a la que nosotras hemos vivido. En rigor, el capitalismo ha desvalorizado en términos económicos, sociales y culturales todas esas actividades, pero hay pueblos que históricamente le han otorgado otro valor, un valor social y ético, por fuera de las lógicas mercantiles. Una mirada atenta, crítica y revolucionaria, entonces, mira las diversas realidades en las cuales están insertas las mujeres. Considerando entonces esas experiencias, un proyecto de vida transformador debiera comprender la relevancia sustantiva de las tareas domésticas y de cuidado, no exigiendo una valorización capitalista del mismo sino un valor ético y social por fuera de las lógicas mercantiles y propiciar con ello, su colectivización.
Volviendo a la pregunta. Me parece necesario remarcar que en muchos momentos de nuestra historia de lucha -como mujeres y feminista- se ha desplegado una acción política radical basada en la comprensión profunda de la opresión a la que somos sometidas y en cómo opera la apropiación de nuestros cuerpos y vidas, y hoy lamentablemente, veo un déficit comprensivo que anula esa radicalidad. Por ejemplo, recordar esa consigna emblemática del tiempo de dictadura “democracia en el país y en la casa”, me parece de una tremenda profundidad toda vez que comprende que la democracia no es simplemente una cuestión de electoral sino una forma de participación que debe estar impregnando toda nuestra vida; la idea de politizar los espacios donde circula la vida estaba contenido en esa consigna y desde esa perspectiva me parece radical, rebelde, desafiante para el momento que se estaba viviendo. En las últimas movilizaciones irrumpió la estética como herramienta de ruptura con el orden: intervención de monumentos, rebautizo de calles, irrupción de un cuerpo desnudo de mujer que es tabú por la hipocresía patriarcal, etc., sin embargo, éstas acciones de quiebre caen en el vació o tienen poco aliento cuando no van acompañadas de una comprensión profunda de los entramados de la dominación y cuando no son parte de un proceso de emancipación entendido éste como un proceso de construcción de un proyecto político alternativo. Claro que necesitamos una estética rebelde, es parte de la lucha simbólica, de la disputa por los sentidos, pero esa lucha debe estar inserta en un proyecto de transformación de todos los planos de la vida y para toda la sociedad. Lo anterior pasa también con la performace de “las tesis”, que fue sumamente relevante porque puso la experiencia de violencia sexual como una experiencia común del grupo de mujeres, de esa clase sexual, responsabilizando a toda la institucionalidad estatal: “El Estado violador…”, ¿pero qué pasa con esa profundidad denunciada cuando las mismas compañeras que reproducían y/o celebraban esa acción terminan participando en un proceso constituyente generado desde esa misma institucionalidad patriarcal? ¿Dónde queda la radicalidad de la acción cultural, de la estética? ¿se comprende realmente lo que implica un Estado violador?
Otra experiencia de lucha que se relaciona con lo anterior. En la actualidad existe una serie de cuerpos legales nacionales e internacionales que castigan la violencia hacia las mujeres, que pueden entenderse por cierto sector del feminismo como un logro de la movilización, y por cierto que leyes contra la violencia son logros del movimiento, pero es evidente que nada de eso ha implicado una disminución de los femicidios, de la violencia machista. Por tanto, en todo este recorrido se nos hace evidente que las luchas legalistas, por vía institucional, son limitadas y hoy se nos impone el desafío de levantar un movimiento radical justamente por el mismo fracaso de esas vías.
CT: Compañera el problema que usted señala se verifica también en otros sectores. Por ejemplo, las luchas por mejoras salariales o condiciones de trabajo, en manos del sindicalismo reformista, terminan reducidas a una pura reivindicación económica que no se plantea saltar a una lucha por la abolición de las relaciones salariales mismas. Por ello, en variados momentos históricos se han levantado organizaciones autónomas que buscan romper con este “tradeunionismo” y que engarzan las luchas económicas parciales con luchas políticas de alcance mayor: la emancipación del trabajo capitalista. Retomando entonces su análisis sobre el patriarcado y su crítica al legalismo ¿hay intentos o experiencias de ruptura con este ilusionismo institucional que profesa dicho feminismo institucional?
Nadia P.: Han existido y existen tantas experiencias que han generado estrategias de autonomía para hacer frente a las limitaciones, imposiciones y mandatos patriarcales, yo participé en la lucha por el aborto y eso no implica solamente agitación, sino que también implementar cadenas de apoyo concreto a las mujeres que quisieran abortar y eso se desarrolla gracias a la apuesta de muchas feministas que son capaces y fueron capaces de generar condiciones que funcionan a contrapelo de toda legalidad y que permiten a muchas mujeres decidir. Son esas experiencias de autogestión y autonomía que se pueden poner también al servicio de un proyecto mayor, porque son necesarias en una construcción que busque la emancipación de todas y todos.
Foto: Nadia Poblete y compañeras de la colectiva Nosotras Decidimos en acción por la despenalización social del aborto fuera del Hospital Van Buren, Valparaíso, mayo 2017.
En ese sentido, remarco que la lucha feminista autónoma -como ya lo señalaba- nos pone en una vereda de lucha donde es necesario ir avanzando en propuestas de recuperación de la soberanía de nuestras vidas, es decir, implica generar nuestros caminos, nuestras respuestas a los problemas que vivimos. Para ello, creo que hoy es fundamental potenciar ese feminismo autónomo, pero de la mano con las luchas populares; hoy me parece que debemos avanzar en unidad y en esa línea, un separatismo que no es capaz de relacionarse con otras luchas me parece cae en una ortodoxia sin sentido. Si bien las mujeres necesitamos espacios propios para reconocer cómo actúa el patriarcado y reconocerlo en nuestra propia construcción en tanto mujeres, nuestro proyecto político debe tener como estrategia sustantiva el anudamiento con las luchas populares, porque nuestro horizonte rebelde es la transformación de la sociedad toda y esto es urgente. No debemos estar ancladas a fundamentalismos, tenemos que poner en acción esa autocrítica permanente que el feminismo ha desarrollado de tal manera de comprender que hoy nos jugamos la posibilidad de la mantención de las vidas. El feminismo es un componente más del proyecto revolucionario, no es el único y tampoco el central, así como tampoco lo son la lucha anticapitalista o la antirracista por sí solas, son todas ellas a la vez.
Y en este sentido, creo que hay un olvido, una invisibilización de la lucha feminista autónoma desarrolla en los noventa. Las feministas que hoy tienen tribuna en los medios de comunicación, por lo menos en el caso chileno, no hablan, no se refieren a esa parte de nuestra historia, las compañeras universitarias me parece que no conocen esa historia. Entiendo que esa no referencia, esa omisión, que hace por ejemplo, la coordinadora feminista 8M, es porque su opción hoy, después del 18 de octubre, es institucional, de defensa del modelo político liberal y de la lógica de lo posible -denunciada ya en los noventa por Ximena Bedregal feminista chilena y precursora del feminismo autónomo-, sean conscientes o no de ello.
Por otra parte, es verdad que hoy no existe un movimiento autónomo como tal en el feminismo, que existen compañeras feministas sueltas que por ahí se definen a partir de la autonomía. No obstante, volver a esa parte de nuestra historia y rescatar esa postura me parece sustantivo, porque justamente, creo que la apuesta en la que hay que poner todas nuestras energías, es aquella que avanza por abajo y a contrapelo de la institucionalidad y desde ahí dialogar y articular esfuerzos con los sectores que apuestan a la construcción de lo que en la izquierda se ha llamado poder popular. Hay una relación, sin duda, entre los planteamientos del feminismo autónomo y el desarrollo de poder popular.
Haciendo practica lo dicho, durante este último tiempo he estado involucrada y comprometida con el proceso que diversas asambleas y organizaciones populares comenzaron a levantar desde febrero de este año en Concepción. Lo que hasta el momento se denomina Nuevo Referente Político Social, RPS. Desde esta experiencia se está planteando un tipo de construcción autónoma. Sería muy importante, lograr articular a un movimiento popular con esas características, es decir que rechace tajantemente los caminos institucionales y que se sienta capaz de construir desde el pueblo un proyecto realmente transformador, y en ello, sin duda, las feministas comprometidas con la lucha popular tenemos un importante papel que jugar.
Fuente: https://cctt.cl/2021/05/09/chile-profundo-por-un-feminismo-anclado-en-las-luchas-populares/