El antropólogo Michael Tomasello fue entrevistado el pasado 22 de octubre por Daniel Mediavilla para El País[1]. Esa semana, en la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid, se reunieron investigadores de todo el mundo para hablar de la cognición y cultura en el contexto evolutivo. Mediavilla habló a Tomasello sobre estos temas. […]
El antropólogo Michael Tomasello fue entrevistado el pasado 22 de octubre por Daniel Mediavilla para El País[1]. Esa semana, en la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid, se reunieron investigadores de todo el mundo para hablar de la cognición y cultura en el contexto evolutivo. Mediavilla habló a Tomasello sobre estos temas. Vale la pena recordar algunas de sus respuestas.
Antes un breve apunte sobre el entrevistado: Michael Tomasello (1950, Bartow, Florida, EE UU), codirector del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Leipzig, Alemania, «ha trabajando con chimpancés […] y bebés, en busca de algunos rasgos que hacen especiales a los sapiens y ha llegado a la conclusión de que es nuestra capacidad para cooperar y conectar nuestras mentes lo que nos separa de otros animales». En opinión del entrevistador, algo «que, en último término, nos permite confiar en el valor de un dinero impreso en papel a miles de kilómetros de nuestra casa o compartir valores». Será eso… o será algo distinto.
Se le pregunta, en primer lugar, por la capacidad para cooperar poniendo juntas nuestras cabezas: cuándo sucedió y por qué:
«Nuestra hipótesis es que, hace alrededor de medio millón de años, hubo una gran explosión de poblaciones de monos que les estaban robando la comida a los humanos. En esa situación, tuvieron que encontrar otras formas de conseguir comida y acabaron colaborando para conseguir alimentos, como los antílopes, fuera del alcance de los monos». En esa situación, si no podías colaborar, «no podías sobrevivir, así que había presión para colaborar».
Es el paso uno. «Después se acaban formando grupos en los que todos los individuos dependen del resto. Así aparece la división del trabajo: tú haces una actividad y yo hago otra, y ahora dependemos mutuamente, especialmente cuando hay competición con otros grupos o guerras. A partir de ahí necesario que unamos nuestras cabezas para sobrevivir».
El proceso, señala MT, comienza hace medio millón de años y avanza hasta la aparición de la cultura. Hace 150 mil.
La pregunta del millón se formula a continuación: ¿somos altruistas o egoístas por naturaleza? En la respuesta hay elementos que merecen destacarse; lo hago en cursiva:
«A veces somos generosos y a veces egoístas, dependiendo de la situación. Pero hemos visto que cuando se colabora, la gente tiende a repartir con justicia lo que se obtiene. Cuanto más podamos construir situaciones en las que la gente colabore, y hagan cosas juntos de forma interdependiente, se facilitará un tratamiento más justo para todo el mundo. Incluso si es gente a la que no conoces, si trabajas con ellos sientes que lo adecuado es compartir con igualdad.»
Esto se puede ver, señala MT, en las relaciones europeas después de la Segunda Guerra Mundial.
Luego se le nubla la mente, da una cabezada, todo el mundo podemos caer en ello, y señala: «Algunas herramientas como el euro han hecho interdependientes a diferentes naciones y eso lleva a que se traten entre ellas con mayor justicia». Lo contrario, desde luego, es más verdadero. El evidente e ingenuo error no genera falsedad para el resto de sus afirmaciones.
Muchas de las personas con más éxito de la sociedad, se le pregunta, son muy buenas organizando a los demás para que cooperen en su propio beneficio, pero, este es el punto, «no se preocupan demasiado por tratarlos con justicia».
«Eso puede suceder, sí, pero creo que otra forma de pensar sobre ello es fijarte en como tratan a sus amigos y su familia. Incluso gente que es muy competitiva en otros contextos, como en los negocios o donde sea, son muy generosos en su entorno de amigos y familia. Lo que pasa es que estas personas juzgan de manera distinta qué condiciones aplican a las personas que pertenecen a su grupo y a las que no».
Una nueva pregunta se impone: «¿por qué hay gente encantadora con su familia o incluso con la gente de su país, pero despiadada con los que están fuera de ese círculo?»
Puedes considerarlo un hecho desafortunado, señala MT, «pero nuestra capacidad de cooperar, evolucionó dentro del grupo. Hace 100.000 años éramos interdependientes con nuestro grupo cultural, pero luchábamos con otros grupos, y no confiábamos en otros grupos, no podíamos entender su idioma… Es uno de los hallazgos más sólidos de la psicología, las diferencias de trato a los miembros del grupo y a los que no lo son. Favorecemos a los de nuestro grupo y desconfiamos de los de fuera». Esto es parte, afirma, «de nuestra herencia evolutiva, puede que no nos guste, pero lo es, y no tienes que ir muy lejos para encontrar pruebas de que es así».
Empero, incluso desde esta óptica tan biologista, sin olvidar el marco al que hacía antes referencia, añade a continuación: «Si es algo que quieres cambiar, es posible que no puedas cambiar la biología, pero podemos crear instituciones sociales que reúnan a gente de distintas culturas en entornos colaborativos.» Las normas sociales, además, pueden cambiar muy rápido.
Su ejemplo:
«Yo crecí en el sur de EE UU, en lo que básicamente era una situación de apartheid, donde los afroamericanos tenían peores casas o peores escuelas. Todo el mundo vivía con ello, pero de repente, los negros empezaron a protestar y a decir que no iban a aceptar más esa situación. Los blancos que no habían sido racistas, pero sí complacientes, aceptando la situación como si fuese normal, vieron que no estaba bien. Y las normas sociales cambiaron muy rápido».
MT no vive en Júpiter desde luego: «Por supuesto aún hay vestigios de racismo, pero no puedes utilizar determinadas palabras en público, no puedes discriminar a la hora de ofrecer oportunidades de alojamiento o trabajos…». Vestigios tal vez no sea palabra ajustada… pero se entiende su idea.
En síntesis y la conjetura es más que importante: «Creo que incluso en casos en los que tenemos un sesgo evolutivo, trabajando en otra dirección se pueden cambiar las normas sociales relativamente rápido».
Se le pregunta ahora por la forma de relacionarse con los otros desde la aparición de la agricultura y de la civilización. Su respuesta: «Lo que sucede es que antes de la agricultura solo existían grupos de cazadores recolectores. Eran bastante igualitarios, no había muchas posesiones privadas, se compartía todo». Con la agricultura (¡miren a quien cita a continuación, lástima que se haya olvidado de Engels!), «y Marx fue el gran analista de esta situación, se produce una acumulación de recursos que no existía antes».
En un grupo de cazadores recolectores, «una de las razones por las que todo el mundo comparte es porque no puedes guardar, no hay frigoríficos». Un animal muerto tienes que comerlo en 48 horas o se echará a perder. «Cuando llega la agricultura, puedes acumular grano y lo tienes que proteger con armas». En el análisis de Marx, está simplificando por supuesto, no es ninguna crítica, es una entrevista, «se dice que si tengo mucho grano, ese grano va a estar ahí durante un largo periodo de tiempo, y tú que no tienes grano, lo único que tienes es tu trabajo, así que digo, bueno, abrillanta mis zapatos y te daré algo de grano». Su afirmación de timbre marxista (a pesar de que Marx siga siendo un perro muerto en sectores de la Academia usamericana y en otras direcciones): «Se construyen estas relaciones de poder sobre el hecho de que algunas personas controlan los recursos que aparecen con la agricultura y se complica la situación». La tesis puede extenderse por supuesto.
¿Cómo podemos mejorar la cooperación después de esos cambios?, se le pregunta. La respuesta también apunta al corazón de las prácticas imperiales:
«Nuestras capacidades de cooperación evolucionaron para una vida en pequeños grupos. Con la agricultura, mucha gente llegó a por comida a las ciudades y se crearon entornos multiculturales. Adaptarse a la nueva situación es duro. Podría decir que todos los conflictos serios en el mundo se dan entre gente que dice: nosotros frente a ellos. Muchos de los grandes problemas en el mundo hoy son fruto del colonialismo, en el que los europeos dibujaron círculos en los que introdujeron a gente dentro de un mismo país que tenían un gran historial de odio mutuo«. Más claro no es posible. Política de tierra quemada se le llama a eso.
La última cuestión es sobre si los políticos les preguntan sobre cómo resolver estos conflictos. «No hacemos eso en mi instituto, pero si hemos averiguado cosas que pueden ayudar. Sabemos que si trabajamos juntos para producir los recursos, tenemos la tendencia a repartirlos con justicia. Esto es algo que incluso los niños de tres años lo tienen muy integrado.»
Por si hubiera necesidad, un realismo que no paraliza sino que señala situaciones en el nudo de la reflexión: «Que biológicamente seamos de una forma no significa que no podamos cambiar, solo que tenemos que trabajar duro para cambiarlo y que es necesario cambiar normas sociales y percepciones. Si vas a construir una sociedad mejor, tienes que tener en cuenta que hay mucha gente que no confía en los extranjeros o los de fuera del grupo, y no puedes descartar sin más ese hecho.»
Es un fenómeno real, en su opinión, y lo tienes que tener en cuenta no para abonar disputas sino «poniendo un esfuerzo extra para que la gente se conozca mejor, que trabajen juntos…»
MT creció, señala, en los años sesenta en EE UU, donde entonces había muchas comunas de hipis que eran «una gran idea. Yo no participé en ellas durante mucho tiempo, pero las conocí de cerca». La mayor parte de ellas fracasaron, y lo mismo se puede afirmar del comunismo en general, «porque tenían una visión demasiado optimista de la naturaleza humana, sobre la posibilidad de que todos trabajemos duro y compartamos nuestros recursos». No entremos en esto último; es obvio que MT está simplificando una cuestión más que compleja.
Cuando el tipo de al lado no hace nada y tiene lo mismo que nosotros, nos molesta. «Es un hecho sobre la naturaleza humana que muchas comunas no tuvieron en cuenta: que hay que hacer algo sobre los aprovechados. Ellos tienen que sufrir alguna desventaja o la gente no seguirá trabajando». Hay diferencias individuales, admite. También tenemos santos y los santos no piensan así, «pero la gente normal sí, y lo vemos desde un momento muy temprano de la infancia». Para MT «cualquier planificación social que hagamos tiene que tomar eso en cuenta». Para superarla, no para decir que es una quimera todo tipo de mejoría.
En resumen: mejorar la sociedad, una posición en absoluto quimérica o estúpida en opinión de MT, «implica no obviar los aspectos negativos de nuestra biología». Aspectos negativos, que no hay que obviar desde luego, que no anulan los positivos y no comportan la parálisis transformadora -¡nada es posible!- y el conformismo social: ¡el capitalismo está en nuestros genes, estamos determinados -TINA: Thatcher- a ser insolidarios y avariciosos! Ser realistas es una cosa; ser conservadores y reacios a todo cambio, otra muy distinta.
TM lo explica y defiende desde un punto de vista científico, crítico y no cegado poliéticamente.
Nota:
[1] http://elpais.com/elpais/2015/10/20/ciencia/1445363532_639418.html
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