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Por una Asamblea Constituyente

Fuentes: Rebelión

Es fácil en Europa, continente adormecido, escuchar comentarios como «Chile está bien», «A Chile le va bien». Sin embargo, viviendo en largo y estrecho país del cono sur, se empiezan a descubrir muchas de las incongruencias típicas de otros países latinoamericanos, comenzando por una enorme desigualdad económica, política y social. En julio de este año […]

Es fácil en Europa, continente adormecido, escuchar comentarios como «Chile está bien», «A Chile le va bien». Sin embargo, viviendo en largo y estrecho país del cono sur, se empiezan a descubrir muchas de las incongruencias típicas de otros países latinoamericanos, comenzando por una enorme desigualdad económica, política y social.

En julio de este año regresé a Santiago. Encontré una habitación en el centro de la ciudad, la estaba dejando un chico estadounidense. Casualmente era de Chicago. Me dijo que vino a Chile para aprender español, y porque entre todas las opciones disponibles en el «mercado latinoamericano», Chile era el país más estable y que más confianza le daba a un «Business Man» como él.

Entonce empecé a contarle lo que yo había conocido de este país: los «chiquillos» en riesgo social y sus inexistentes familias, los sin techo de la vega central, las victimas de Antuco, los conscriptos que supuestamente se suicidan en los cuarteles militares, los objetores de conciencia, las marchas por la diversidad sexual al lado de los cafés con piernas, los estudiantes secundarios exigiendo educación pública de calidad y el fin del lucro en la educación, las enormes desigualdades y las distintas Santiago que podemos encontrar entre Puente Alto (extremo sur de la capital) y La Dehesa (ahí vivía Pinocho), las tomas de terreno, La Victoria (la toma de terreno más antigua de Latinoamérica), las agrupaciones de derechos humanos, las luchas ambientalistas, las reivindicaciones mapuche, las huelgas de los mineros, de los pescadores y muchos más.

Muchas más luchas, muchos más movimientos que cotidianamente son silenciadas por un sistema de partidos que naturalmente no podría jugar en su contra, y por los grandes medios de comunicaciones que defienden los mismos intereses de siempre. Sin embargo, en los últimos años está cambiando algo. Regresando aquí después de 4 años, noto que se mueven nuevas ideas, nuevas experiencias, nuevos movimientos.

Uno de estos nuevos movimientos, es el Movimiento para la Asamblea Constituyente. Sí, has leído bien, Asamblea Constituyente. No estamos en Venezuela, no estamos en Bolivia, ni en Ecuador. Estamos en Chile, sin embargo aquí también hay quien exige una nueva Constitución. Y nos son pocos. Si lo pensamos bien, ¿Quién más de los chilenos la necesita? Los chilenos que todavía están obligados a vivir debajo de un paraguas legal que decretó la Junta Militar en el lejano, mental y psicológicamente, 1980. Una constitución que, entre otros, no reconoce a los pueblos originarios y vende el país y sus recursos al mejor oferente, casi siempre internacional.

«Una Constitución que no importe quien gobierne porque nadie podría hacer algo distinto a lo que haríamos nosotros«, palabras de Jaime Guzmán, ideólogo de esta constitución, retomadas por Roberto Garretón durante la presentación del libro «Asamblea Constituyente. Nueva Constitución» el 14 de noviembre de 2009, en la feria del Libro de Santiago de Chile. Me recuerdan las palabras de Augusto Pinochet: «Yo los estoy viendo desde arriba porque Dios me puso ahí, la providencia, el destino, como quieran llamarlo, me ha puesto ahí«… quizás la Corte Suprema tenía razón. «Demencia Incurable».

Pero las palabras de Jaime Guzmán tienen algo de muy acertado: esta constitución nadie la podrá cambiar, porque según los esquemas de las democracias liberales y las condiciones impuestas por la junta en el mismo texto constitucional («las más influyentes son seguramente el sistema binominal y los altísimos quórum para reformar la Constitución«, sigue Garretón) es prácticamente imposible cambiarla. Como es imposible cambiar las Leyes Orgánicas de rango constitucional, siempre que no se llegue a un acuerdo entre las dos coaliciones, que de hecho no cambia nada: como fue el caso del pacto político sobre la Ley General de Educación. La mayor parte de estas leyes orgánicas fueron firmadas en los últimos días de la dictadura: seis, ocho o diez de marzo de 1990. Ese fue el verdadero testamento de Pinochet y de aquellos chilenos que siempre lo apoyaron y siguen apoyándolo ahora. ¿Pueden imaginarse Usted que durante la actual campaña electoral un candidato local reproponga, al lado de su foto, la imagen del dictador? Pues, en Chile, en noviembre de 2009, todavía sucede.

Sin embargo, el Movimiento para la Asamblea Constituyente en Chile tiene las ideas claras: si no se lucha para eso nunca se logrará, si los ciudadanos no la exigen nunca se convocará, si los ciudadanos no expresan su opinión, una Asamblea nunca llegará. «¿No nos quieren escuchar? Obliguémosles a escuchar!«, exhorta clara y contundentemente Roberto Garretón. La consigna es simple: en tu papeleta, en el espacio blanco, ¡escribe la palabra Asamblea Constituyente! Ese voto es válido porque, como dice la Ley 18.700 (Ley Orgánica Constitucional sobre Votaciones Populares y Escrutinios), «Serán nulas y no se escrutarán las cédulas en que aparezca marcada más de una preferencia […] Las cédulas que la Mesa considere marcadas deberán escrutarse, pero se dejará testimonio en el acta de los accidentes estimados como marcas y de las preferencias que contengan» (Art. 71, n. 5).

Resumiendo: en la papeleta electoral se puede escribir Asamblea Constituyente, sin que el voto resulte nulo; además, este tipo de votación se pondrá en el sobre caratulado «votos escrutados objetados», quedando constancia de que tal persona ha votado de esta forma en el registro electoral. Al final se sabrá cuantas personas han escrito Asamblea Constituyente en sus papeletas. Estos números serán fundamentales para presionar poco a poco a «la clase política chilena, unas doscientos personas que no nos escuchan. Estamos ninguneados«. Garretón explica una cosa muy interesante: antes del golpe, casi nadie hablaba de «clase política», todo el mundo era llamado a participar de alguna manera de lo público y de la vida política. La dictadura impuso esta nueva visión, que arrincona a los ciudadanos que no hacen parte de la casta. Ay, cuanto me recuerda Italia…

Naturalmente, en el momento del escrutinio, tiene que haber algún ciudadano presente en la sala de la mesa electoral para velar que estos tipos de votos no se consideren como nulos. Pero ésta es otra de las tareas, concretas y a corto plazo, que el Movimiento tendrá que llevar a cabo: talleres, presentaciones, asambleas y debates son otras. «Los jóvenes ya se han sumado«… y entonces, ¿por qué no? Esta lucha va a ir más allá de estas elecciones, y además no necesita «otra urna», con todo lo que esto supone.