El estupor inicial y el rechazo global posterior expresado a los actos de terrorismo provocados por los militantes de Estado Islámico en contra de quienes han caído bajo su yugo no tienen contrapeso. Y es que las imágenes que nos llegan de las atrocidades y crímenes de guerra generados por este grupo merecen todo nuestro […]
El estupor inicial y el rechazo global posterior expresado a los actos de terrorismo provocados por los militantes de Estado Islámico en contra de quienes han caído bajo su yugo no tienen contrapeso. Y es que las imágenes que nos llegan de las atrocidades y crímenes de guerra generados por este grupo merecen todo nuestro repudio, pues por donde se les mire no tienen justificación ni perdón alguno. Sin embargo, cada uno de estos cruentos crímenes, para quienes no hemos olvidado la historia reciente de nuestro país, lamentablemente nos vuelve a recordar experiencias trágicas vividas por nuestro propio pueblo en épocas no tan pasadas.
Y es lamentable sin lugar a dudas que, al observar cada uno de los crímenes mas despiadados perpetrados por estos grupos, se nos vengan a la memoria aquellos otros crímenes perpetrados por otros engendros en nuestro país, y que marcarían a todo un pueblo desde entonces hasta el presente.
Resulta trágicamente sorprendente la similitud que podemos encontrar -por ejemplo- en los actos de decapitación de los prisioneros de guerra publicitados por EI, con el cruel asesinato por degollamiento de los profesores y dirigentes comunistas Santiago Nattino, José Manuel Parada y Manuel Guerrero, a manos de un comando de Carabineros ocurrido en Chile hace casi exactamente tres décadas atrás. ¿O acaso no es similar el efecto de pánico provocado por la transmisión de dichas ejecuciones, con el pánico generado en nuestro pueblo tras la aparición de estos tres compatriotas secuestrados, y vilmente asesinados?
O en el caso de la ejecución más reciente del piloto jordano quemado vivo, ¿no encontramos una macabra similitud con el asesinato del fotógrafo Rodrigo Rojas, quien fuera capturado durante las protestas de 1986 junto a su compañera Carmen Quintana por una patrulla de militares chilenos, para luego ser quemados vivos, resultando el muerto y ella con lesiones de por vida?
En ambos casos la motivación de los ejecutores es exactamente la misma; generar terror, infundir terror en todos aquellos que no estén de acuerdo con su voluntad, perpetrando estas atrocidades desde los espacios de poder y en forma totalitaria.
Hoy son muchos los que se indignan ante las atrocidades cometidas por este grupo fundamentalista en medio oriente, al punto de justificar toda acción militar en su contra, aun cuando dichas acciones se realicen afectando seriamente a otros países como Siria o Irak.
Y entre ellos encontramos al propio Estados Unidos, quien paradójicamente sería uno de los principales responsables de la existencia de este grupo islámico radical. Pues sería el Pentágono tal cómo en otras épocas, quien habría fomentado la creación de este nuevo leviatán, para que cumpliese un rol bien específico en su siniestro plan de dominación mundial.
Pues así como ellos son responsables del surgimiento de EI, también ellos crearon a los monstruos que practicaron la tortura, el exilio, la desaparición forzada y el terrorismo de Estado en Chile, a través de la Escuela de las Américas y el intervencionismo descarado en todo el continente.
Sin embargo, estos monstruos no habrían podido actuar en Chile impunemente durante 17 años, si no hubieran contado con el manto de legitimidad y encubrimiento perpetrado por la derecha chilena. La misma derecha que hoy intenta perseguir a quienes se rebelaron por la fuerza en contra de esos engendros, fue la que aplaudió sus crímenes hasta el hastío y que incluso hoy continúa justificando.
En Chile tuvimos nuestro propio Estado Islámico, se mantuvo en el poder durante 17 largos y oscuros años, sus principales terroristas gozaron de una indignante impunidad durante mas de tres décadas, y sus actos dejaron huellas difíciles de borrar en todo un pueblo.
Que los pentaudi, o cualquiera en nuestro país, juzgue como un crimen las supuestas acciones cometidas por Rolando Jiménez en contra del tirano, y junto a él busquen condenar a toda una generación de compatriotas, por haber tenido la osadía de rebelarse en armas frente a la dictadura de Pinochet, es una actitud tan aberrante y repudiable, como si ellos mismos juzgasen como criminales, a los estados y a los pueblos de Jordania, Egipto, Siria o Irak, por emprender acciones militares en contra de las posiciones donde se encuentran atrincherados los miembros de Estado Islámico asesinando y sometiendo a muchos pueblos bajo el yugo del terror.
A estos señores debemos enseñarles que las violaciones a los derechos humanos son perpetradas por Estados en contra de sus ciudadanos, y que frente a ellos existe desde tiempos inmemoriales el derecho natural (ius naturalis) a rebelarse.
Por último, frente a quienes rechazan la violencia «venga de donde venga», solo habría que colocarlos en la situación de las víctimas del terrorismo de Estado para ver cómo se desmoronan todos sus «argumentos». Basta ver la reacción del padre del piloto jordano para comprender y aceptar que es preciso rechazar todo tipo de violencia en las relaciones humanas, pero que en determinadas circunstancias, la vida misma nos exige emprender acciones reales y no ideales para combatir a aquellos engendros que ponen en peligro la existencia de la vida misma y el sentido real y profundo de ser humanos.
Porque a estos animales vestidos de humanos no se les frena ni con rezos ni con rosas, yo estoy con Rolando Jiménez y con toda su tropa.
Paulo César Valdés M. es Profesor de Historia
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