Al final resultó que los buses eran los mismos de antes, uno que otro nuevo, pero principalmente, simples chaquetas nuevas de pinturas sobre cuerpos metálicos colapsados, y carroñosas carrocerías de siempre. Los buses nuevos, redomado ejército de antiguos camellos empolvados, enterrados, incómodos, prosaicos de mosaicos aceitados de grasa fosilizada a las puertas, ventanas y pasamanos. […]
Al final resultó que los buses eran los mismos de antes, uno que otro nuevo, pero principalmente, simples chaquetas nuevas de pinturas sobre cuerpos metálicos colapsados, y carroñosas carrocerías de siempre. Los buses nuevos, redomado ejército de antiguos camellos empolvados, enterrados, incómodos, prosaicos de mosaicos aceitados de grasa fosilizada a las puertas, ventanas y pasamanos. Caravana itinerante de conductores descontentos y vinagres.
Ambiguo y turbio esquema tribal, aún con el sistema del cordelito y la campanita para anunciar las paradas, sin embargo, tremendamente claro, preclaro y moderno a la hora de cobrar.
En los barrios el sol se afinca en los márgenes limítrofes de la incertidumbre y va desempollando las garrapatas que buscan perros, gatos y niños. Ácaros que son primos sanguíneos de ciertos avaros hermosos de jardines siempre verdes, lozanos y rasurados.
Florecen por todas las calles y pasajes los almacenes de provisiones, bazares, locales, fritangas, proveedores de completos, papas fritas, humas, sopaipillas, hielo, ceviches, jugos, cubos de agua, reparaciones de bicicletas, de zapatos, pescado frito, cigarros sueltos, cervecerías ilegales y hasta lo más inconcebible.
Pequeño peldaño comercial es un puesto donde poder vender algo y obtener la ganancia que no se obtiene en los respectivos trabajos asalariados. Que mejor que ser uno mismo el dueño de los dineros y pagos.
Pequeños empresarios edificando su propio dorado en las poblaciones marginales y rurales.
No existe, ni en broma el sentimiento de ofrecer algo sin algún interés pecuniario.
Que de aprendices que el sistema ostenta por ahí, la gran masa cree entender que no existen comerciantes pobres o necesitados. Entonces todo es comprar y vender, y qué mejor que ser uno el vendedor, el eterno ganador.
Solidaridad es sinónimo de soledad en estos parajes y pasajes.
La gente saca cuentas, todo está en venta.
Las máquinas tragamonedas se tragan los sueños de dueñas de casa, que primero apuestan el vuelto del pan, y al final el mismísimo pan, el dinero de las cuentas y bien tarde se dan cuenta que han sido engañadas por otro bribón moderno en su inútil búsqueda de riquezas momentáneas adosadas por la televisión y los medios, en sus cabezas anhelantes.
Pero las penas y los propios problemas pasan a segundo plano observando telenovelas baratas interpretadas por actores mediocres que tienen su minuto de fama embruteciendo a los televidentes con sus artificiales tramas.
El bombardeo de series es constante, se puede observar fácilmente la ruina cultural en la cual se encuentran los afectados.
Las demandas sociales se resuelven a palos, chorros de agua y de sangre. Los conflictos poblacionales, territoriales se resuelven a balazos y sablazos. Recorren calles concretamente polvorosas hordas de soldados menores de edad, a razón de las ventajas que la juventud les brinda frente a la ley, esto, por lo general, frente a las nulas posibilidades de alcanzar algo mejor.
Unos, narco mayordomos, ladronzuelos, sicarios, asaltantes, otros, simplemente buscando la fama o hacerse un nombre, al asesinar a algún vecino o rival de amores o de pichangas que terminan en matanzas.
No hay respeto por la vida, la vida es un detalle accidental de una vida accidentada.
Entre duelos de egos moreteados o plagados de psiquiatrices, no hay conciencia del hermoso don que es la vida, no hay conciencia o lucidez para entender que uno mismo puede ser el próximo fiambre tirado en una esquina el día de mañana y ser el engorde natural de una morgue que recibe aburrida y monótona a la misma clase de clientes. Y es que, ¿Y si me matan, qué pierdo? ¿Si muero tal vez se acabarán mis problemas?
Con una naturalidad espantosa emergen los cuchillos ante alguna discrepancia humana. También los palos, los garrotes, azotes, patadas, ofensas, garabatos y malos tratos.
Todo esto observado en primer plano por ciertos niños víctimas de detalles insignificantes como daños colaterales económicos intrínsecos del sistema.
Acostumbrados, observan, escuchan y asimilan. Copian y plagian ciertos gestos y palabras, hasta realizar actuaciones mucho mejores que sus primeros modelos que abundan a granel por todos lados.
Terminan en la cárcel, firmando semanal en algún juzgado, derrotados por alguna droga, absorbidos por el alcohol, muertos, locos o menos inicuos que los demás y por ello encerrados de por vida en sus casas, por temor a ser lastimados por el entorno, o sus propios vecinos.
Sin derecho a ingresar a las aulas, pero empujados sin misericordia a las jaulas.
Aquello de que el músculo descansa, la ambición duerme en la noche, no corre para los zombies nocturnos que se pasean angustiados pensando en cómo obtener la ansiada pasta que adereza y apacigua sus miserables vidas. Una camisa olvidada en el tendedero puede ser reducida a dinero en este largo local comercial en que se ha convertido el país. El bolso de un transeúnte, su reloj, sus zapatos, su chaqueta, sus aros, su cartera, su cadena. Todo puede ser reducido.
De día la gran mayoría son buitres aburridos que observan a los paseantes encaramados en lo alto de sus pensamientos, esperando pacientes a que alguno ande sólo o sin manada, o los enfermos o los más débiles. También aceran sus uñas envueltas en armas de fuego, que se han puesto tan de moda y ahí son valientes contra el que sea.
También durante el día, el silencio duerme en las alcantarillas o en las oficinas de reclamos. El preludio amoroso ha sido musicalizado con tal magnitud, de tal forma, que es un solo gemido con letras denigrantes, sexistas, machistas y absurdamente repetitivas que son la delicia de los que buscan el oscurantismo colectivo. Estridente tridente de estupidez, vulgaridad y superficialidad que emerge al unísono desde todas las ranchas, fondas, mediaguas y rucas.
El argot usado por una gran parte de la población pobre, sirve como aduana muralla contra los extraños. El hablar con la boca llena de modismos permite saber quién es quién o de dónde se es. Permite separar a los vivos de los longuis.
Se destaca la proporcionalidad del cochitril, casas ridículamente pequeñas, diminutas y estrechas. Casas anti-familia, a mayor número de miembros en un espacio reducido, mayor es el número de integrantes en la calle. De noche, no hay remedio, amontonados, desparramados por el suelo y los largueros, pero de día, no hay excusas, a ganarse la vida como sea.
Ulcerosas son las calles, llenas de llagas profundas por doquier. Afortunadamente, aún, la oscura clorofila hecha sombra protege contra el sol inclemente, que hace rato viene trazando quemaduras más profundas que antaño.
Las rejas crecen más altas que las propias casas. Filosas lanzas detenidas esperando castigar a algún intruso. Empalizada de puntas amenazantes contra algún futuro atacante.
Casas hechas y fabricadas con lo que hay, con lo que se puede, con lo que se invente. Infinitos retazos, pedazos de baldosas, palos o ladrillos que representan año tras año.
Y los hay de aquellos que se levantan de entre las ruinas.
Compran su primer carro y reemplazan el barro del piso por azulejos que son reflejo espejo de su éxito.
Unos trabajando de sol a sol, privándose de un cuanto hay, sólo por lograr, de acuerdo a los cánones del medio, ser superiores a los demás, no en lo emocional o interno, sino simplemente con algo material. Otros, se convierten en traficantes de mujeres o de clorhidrato, convirtiendo a sus vecinos y amigos en despojos humanos. Comparten sus ganancias con la policía que todo lo sabe, que todo lo vigila.
Por lo general, entre más miserable han sido sus orígenes, se vuelven arribistas, clasistas y soberbios. Son demasiado finos o elegantes para mezclarse con la chusma. Olvidadizos Peñilais que no soportan las expresiones populares o autóctonas.
En la gran ciudad, en la gran avenida de la patria, se puede observar a hombres, mujeres, niños y perros escudriñando restos de comida en las bolsas de basura. Las mismas bolsas de basura que se cuelgan en los árboles en las barriadas y arrabales pobres y que los perros destrozan dando saltos desesperados cuando olfatean algún rastrojo olvidado.
Comerciantes itinerantes de calle en calle, de feria en feria, de bus en bus, de parque, en parque. Deambulan los ambulantes con la vida metida en un bolso y un mantel como estandarte de sus necesidades insatisfechas.
Así, de un modo infame, recorren decenas de infantes los restaurantes, plazas y montes pidiendo una moneda a cambio de un rosa, un calendario, un lápiz, un llavero, una caricia.
Malabaristas, payasos, bufones, vendedores, asaltantes (piedra en mano) y limpiaparabrisas en las esquinas con semáforos. Y vendedores en los buses, vendedores en los pasajes y destinos recurridos. Vendedores de peajes y paisajes artificiales por doquier.
Y el paño amarillo heredado del padre para limpiar los autos y el acento preciso para pronunciar patrón, patroncito, como sólo los pobres declaman.
Promotores y promotoras de casas comerciales intentando atrapar a los incautos.
La oferta de favores sexuales por gentes de todas las edades en plazas, avisos comerciales y carreteras que son canteras de aquellos que no tienen nada más que vender, sino sus propios cuerpos.
El café entibiado con la entrepierna o enriquecido con los pechos de alguna universitaria, intentando obtener los privilegios de otras clases.
Ríos de brazos tormentosos avanzan raudos por entre lóbregas avenidas luminosas, no hay tiempo para quietud de lagos, detenerse a observar las hojas de los árboles puede ser un error que se pague caro.
No todo el mundo es malo, o no todo el mundo está al acecho para estafar o robar o perjudicar a los demás. No todos son esferas de naftalina, también hay perlas escondidas y enterradas. Pero la idea central es esa. A mayor temor, menor comunicación. Entre más uno teme, menos se atreve a relacionarse con los demás. Pequeño inmenso truco del individualismo. El miedo levanta murallas bien altas y cava profundo las zanjas que nos dividen y apartan de los demás.
Mientras tanto el mercado ofrece productos alternativos. No tenemos el original, pero si un aditivo, cargador, pieza, modelo, utensilio, perfume, lente, reloj alternativo. El original resulta más oneroso y cuesta pagar por lo realmente auténtico.
El producto Alternativo es aquel que no es el fruto original, pero es casi idéntico, clonicamente parecido, cercano, ofrece casi la misma función que el producto original proporcionaría, sólo que no lo es.
Entonces adquirimos una democracia alternativa, una educación alternativa, una vivienda y salud alternativa.
En verano la pobreza se nota menos …
El Grifo es un ser mitológico de origen popular que aparece de vez en cuando en alguna calle cualquiera, sin aviso previo, ni anuncios de su presencia.
Es pequeño y delgado, amarillo como coronta de maíz. Tiene una boca ancha como esgrimiendo una eterna sorpresa, la mollera es como la chasquilla de una codorniz, sólo que acerada y cuadrada.
Duerme casi todo el año. En caso de incendio los humanos claman y ruegan por su ayuda, esto porque entre sus costillas duerme el agua de los lagos, las napas y la cordillera. De ahí lo hermoso de su existencia.
Los más viejos, cuando pasan por su lado, acarician su frente y se persignan respetuosamente deseando no tener que pedirle ayuda y despertarlo de su letargo en ningún momento.
Es un ser muy lindo con los humanos, pero su mayor alegría llega en Verano.
Los niños pobres que no tienen donde ir a refrescarse, se acercan a él con un tubo cualquiera y frotan su cresta cromada, si los niños han sido buenos, éste les regala un chorro de agua espumante.
Los niños gritan de alegría, juegan, se bañan y danzan a su alrededor. Se sientan al borde de las calles, pasan bailando, saltando, corriendo, juntan el agua que corre en las cunetas y suavizan sus pies y sus manos con el líquido que corre tan alegre como ellos por los costados.
Se les unen a los niños, los jóvenes y también, algunas veces los adultos. En ese instante todos son buenos, el agua ablanda las durezas que han adquirido en ciertos caminos, en esos instantes son buenos, en esos momentos se olvidan de las penas, las condenas y las eternas peleas contra el mundo…