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Diálogo con Teresa Oñate y Simón Royo

Postmodernidad y política

Fuentes:

(Esta entrevista forma parte del libro «Etica de las verdades hoy. Homenaje a Gianni Vattimo», publicado por la UNED, Madrid, enero 2006. Del mismo se puede leer una reseña en Rebelión: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=26449) LA PRIMERA CUESTIÓN SERIA SI PUEDEN OFRECERNOS UNA DEFINICIÓN DE POSTMODERNIDAD. Simón Royo: la postmodernidad es una forma de hacer y trabajar la […]

(Esta entrevista forma parte del libro «Etica de las verdades hoy. Homenaje a Gianni Vattimo», publicado por la UNED, Madrid, enero 2006. Del mismo se puede leer una reseña en Rebelión: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=26449)

LA PRIMERA CUESTIÓN SERIA SI PUEDEN OFRECERNOS UNA DEFINICIÓN DE POSTMODERNIDAD.

Simón Royo: la postmodernidad es una forma de hacer y trabajar la filosofía vinculándola al arte y a la literatura, en contraposición a la Modernidad, para la cual estaría vinculada sobre todo a la ciencia. Esto nos daría una dicotomía: por un lado, lo que Rorty califica de filosofía «sistemática», enmarcada en una tradición próxima al modelo científico y positivista, y por otro, la filosofía enmarcada en una tradición filosófica «edificante», alejada del cientificismo y del positivismo y entrando en conexión interdisciplinar con otros saberes como la literatura, el arte, la música, etc. Las barreras que la tradición racionalista estableció entre dicotomías dialécticas como sujeto-objeto o naturaleza-cultura, así como las esferas de sistematización por áreas que separaban lo ético, lo estético y lo epistemológico (esto es, lo bueno, lo bello y lo verdadero) quedan disueltas por el trabajo de los pensadores de la postmodernidad; dispuestos a rechazar las fronteras arbitrarias y la lógica dialéctica. Los saberes aparecen hibridados, el sujeto no tanto desaparecido como disuelto en una multiplicidad, la idea de progreso lineal de la Historia y el infinitismo que retrasaría para un lugar futuro nunca alcanzado y siempre dilatando hacia delante las propuestas de toda revolución o reforma, quedarían rechazadas por un carpe diem que atendería a la pervivencia en el aquí y ahora de los pasados y comunidades. Una nueva noción de temporalidad se unirá entonces a la insistencia en no rechazar lo cualitativo en aras de la pretensión de cientificidad, ya que, por ejemplo, al analizar filológicamente un poema se destruye su magia y su efectividad.

Teresa Oñate: insistiendo en lo que dice Simón Royo, que comparto, diría que para la propia postmodernidad la caracterización crítica de la Modernidad es que ésta es positivista e historicista. Tal es la crítica que a partir de Nietzsche repiten todos sus «hijos», de diferentes maneras: todos los postmodernos. Pienso en el pensamiento trágico español, el post-estructuralismo francés, la neopragmática anglosajona, el debolismo italiano, o la hermeneútica europea y latinoamericana en general.

Ahora bien ¿qué es el positivismo críticamente para la postmodernidad como caracterización distanciante de la Modernidad? Es tomar una realidad como si pudiera ser comprendida independientemente de la interpretación. Al contrario, los postmodernos afirman que toda realidad que no sea entendida como inserta en su contexto cultural, político, simbólico, histórico y lingüístico, es sencillamente tomada de manera dogmática. El cientificismo y el positivismo propios de la Modernidad a los postmodernos les parece dogmatismo.

Sin embargo, la postmodernidad no es relativista, todo lo contrario. Y por eso la recusación del historicismo le es esencial. En efecto, el modo de relativismo característico de la Modernidad es el de la metafísica ilusoria y supersticiosa del progreso. Basta recordar aquí La Segunda Intempestiva de Nietzsche. Su denuncia del historicismo moderno nihilista para el cual si cada una de las realidades tiene un valor histórico éste sólo es tenido como efímero, ilusorio, fugaz y pasajero, mientras que -por otro lado y no se sabe cómo mágicamente–, todas esas épocas tomadas en conjunto, y sumadas las unas a las otras coadyuvan a un supuesto progreso moral y tecnológico en el que se deposita una fe irracional. La postmodernidad denuncia todo esto como pura mitología, una mitología muy agresiva que es la característica del colonialismo y del etnocentrismo de la sociedad mitológica vencedora, triunfante, que es la occidental. Notar que la postmodernidad no es historicista, que declara por ejemplo con Walter Benjamín que La historia la escriben los vencedores o con Jean François Lyotard que ya no creemos en su legitimidad porque se ha producido El fin de los Metarrelatos, entraña una compleja dimensión que no puede ser banalizada y es cómo para la Postmodernidad la Filosofía de La Historia está en el centro de mira crítico. Por eso para Gianni Vattimo, por ejemplo, comprender que el Progreso de La Historia no es sino la versión secularizada con que la Ilustración continúa la Historia de la Salvación cristiana, es una exigencia de punto de partida, contra su pretensión de haber roto con todos los prejuicios del pasado…

Pero por el momento lo que quiero subrayar es que cuando los modernos suelen reprochar a la Postmodernidad que sea «relativista» comienzan por desconocerla y desvirtuarla de raíz. «Lo contrario es lo cierto» -como solían decir los lógicos- pues, en efecto, la insistencia de la Postmodernidad se pone en que «hay que tener conocimiento del contexto, y el que no conozca su contexto propio ni conozca sus prejuicios originarios no sólo es sencillamente un ignorante, sino también un dogmático que establece la universalización de sus costumbres colonialmente, imperialistamente sobre otros pueblos, colectivos, sociedades, opiniones, etc.».

¿CUÁLES SON LOS RASGOS QUE CARACTERIZAN AL HOMBRE POSTMODERNO?

Simón Royo: en la postmodernidad, tras la muerte de Dios viene la muerte del hombre. Ya Foucault en Las palabras y las cosas termina subrayando esta vinculación entre el humanismo moderno y la tradición teológica que primero puso a Dios en los altares y luego al hombre en el lugar de Dios, pero con la misma posición omniabarcante y totalizante. Kant realiza semejante cosa en La Crítica del Juicio al hablar de lo sublime de la Naturaleza pero pretender que el hombre es superior a todo lo que le rodea en virtud de su interiorización de Dios mediante la Ley moral. El sujeto moderno se desmorona con la crítica posthumanista, surgida tras el debate dialéctico entre humanistas y antihumanistas que enfrentó a Heidegger y Levy-Strauss con Sartre, a Michel Foucault con Noam Chomsky, a Althusser con Garaudy; que vino a promover la consideración de un sujeto múltiple teniendo en cuenta todos sus aspectos y toda su complejidad.

Teresa Oñate: abundando una vez más en lo que dice Simón, Derrida lo dice mejor que nosotros. Dice que el sujeto moderno es el «sujeto blanco, macho, rubio, anglosajón y normalmente protestante». Hay un sujeto hegemónico, que la Postmodernidad desautoriza… pero lo discutido en profundidad por ella es la propia noción de sujeto, de fundamento, de hypokeímenon, que en griego dice literalmente substrato o substancia y traduce desde Boecio la complejidad del ser que se dice de plurales maneras de Aristóteles, reduciéndolo a su modo de decirse material y lógico: sujeto-fundamento que sostiene, y sujeto lógico de atribución… ¡a expensas de las Diferencias plurales! Deleuze lo dice muy bien también. Dice que lo más profundo es la superficie, lo más profundo es la piel. La realidad no tiene fundamento, no se apoya en nada, es una red de tejidos que se agencian por determinación significante a lo que son repertorios en los lenguajes, de manera que para la Postmodernidad la crítica del sujeto humano, secularizado, que ocupa el lugar del Dios todopoderoso y la crítica de la propia noción de fundamento como una noción desplazada e irracionalmente convertida en primer principio límite cuando significa precisamente lo indeterminado, universal, genérico, sin forma o límite…y entonces incapaz de ofrecer nunca el límite donde debería parar el análisis causal. Ése es precisamente el objeto de la crítica nietzscheana a la metafísica del fundamento en la genealogía y el núcleo de la crítica aristotélica al platonismo logicista de la Academia a medida que se pitagoriza. Es decir la crítica a la noción de un Absoluto Género Universal, un Uno-Todo o un macrofundamento que se sub-pone para que englobe o sostenga las determinaciones diferenciales, invirtiendo los valores. Pues esa noción la de Sujeto-Fundamento es una noción que ocupa falsamente en la tradición metafísica el papel de los primeros principios, las diferencias intensivas límites, siendo así que es infinitamente divisible y máximamente general como un Sujeto lógico al que se pudieran atribuir todas las formas porque no tiene diferencia alguna: la máxima extensión y la mínima intensión, la Nada ocupando el lugar de las diferencias del ser…

De manera que para la Postmodernidad el sujeto identitario, además de violento y peligroso, es eso que decía Nietzsche que hacía reír tanto a los dioses olímpicos: «el dios fundamento, la Cosa-en sí que haría morir de risa a los dioses de la alegría». Una gran carcajada homérica contra los alucinados del transmundo… Porque si ese dios-fundamento efectivamente ha muerto, la pregunta de todos modos no puede esquivarse: ¿Era verdaderamente divino?, y sobre todo ¿Estuvo vivo alguna vez? Pero probablemente es que nunca había sido Dios, por mucho que la sombra de su cadáver sea el desierto que crece….

¿DÓNDE SITUARÍAN CRONOLÓGICAMENTE EL ORIGEN DE LA POSTMODERNIDAD?

Simón Royo: el origen de la postmodernidad lo vincularía a una generación que ha sido de algún modo ocultada, y que sería la generación del 68. De alguna manera, tanto Deleuze, Foucault, como Lyotard o Vattimo son unos pensadores que comienzan a hacer sus mejores obras en aquella época, al final la década de los sesenta hasta llegar a los ochenta, y que permanecen de alguna manera como una generación perdida que es necesario recuperar. Claro que situar cronológicamente en el espacio y el tiempo a la Postmodernidad no puede hacerse desde ella misma, sino que constituye un agenciamiento o forma de clasificación moderna de un movimiento que no se deja atrapar en la línea del tiempo histórico; motivo de que no se pueda responder a esa pregunta desde la propia Postmodernidad excepto indicando que en el espacio de lo trágico, Esquilo, Shakespeare o Racine son contemporáneos, motivo de que en el espacio filosófico, Heidegger pueda pensar con Heráclito.

Teresa Oñate: es una cuestión muy interesante, porque en el 86, cuando yo le hacía esta misma pregunta a Lyotard en una entrevista, decía él que la postmodernidad es la crítica al pensamiento hegemónico, al pensamiento oficial, luego no ha tenido nunca origen. Afirmaba Lyotard que «Pascal y Aristóteles son los grandes postmodernos». Con esto se refería, y yo estoy de acuerdo, a un asunto muy complejo, es lo que un compañero nuestro, Pepe Vidal, denomina «Manierismo cultural»: cuando se dan suficientes vectores de quiebra en el poder y de renacimiento cultural y artístico, cuando se abre un sentido irónico que no es el de los autosuficientes identitarios en ascenso social, empeñados en tomar el poder a toda costa, sino que hay una dimensión de emergencia de lo gratuito inservible, cuidadosamente acariciadora de lo efímero-trágico, que, en efecto, no es el fundamento y que no sostiene nada, sino que es tan hermoso como para poder desvanecerse y, sin embargo, dejar huella, sin poder repetirse.

SE HA HABLADO DE LA VINCULACIÓN ENTRE LA POSTMODERNIDAD Y EL DENOMINADO «CAPITALISMO TARDÍO», ¿QUÉ OPINAN AL RESPECTO?

Simón Royo: bueno, el capitalismo postfordista tiene unas características que son nuevas, es decir, el capitalismo tiene que ser repensado de manera distinta a como lo hizo Marx en el siglo XIX. El peligro de que el postmodernismo sea absorbido por el capitalismo tardío es un peligro de toda vanguardia y los autores de la Postmodernidad han sido bien conscientes de este peligro. Tanto Deleuze como Negri han manifestado que también en la postmodernidad hay una caracterización de la metáfora de los flujos como flujos de capital, una vertiente que haría de este elemento móvil un elemento peligrosamente reabsorbible por el sistema vigente. De ahí que se esté intentado, cometiendo una hermenéutica disparatada, convertir a Nietzsche, Negri, Derrida o Zizek, en pensadores afines al neoliberalismo, cuando todos ellos reconocen en el Capitalismo una expresión del Nihilismo consumado. En la Entrevista a Lyotard que Teresa Oñate menciona en su intervención anterior, el pensador francés nos dice como después de haber militado durante 20 años en el grupo Socialismo o Barbarie, junto a Cornelius Castoriadis y otros de los incorruptibles -como los denomina Derrida- padeció un periodo de luto, anticipándose a la caída del muro de Berlín, tras el cual escribió el libro Discurso y Figura, pero de ningún modo renegando de su filiación anterior. Pues dice Lyotard en la Entrevista del 86 que tengo aquí delante: «pienso que en el Marxismo hay una intuición, una comprensión, no sólo de lo social, sino una comprensión de lo que he llamado lo diferente; ahí reside mi distancia insalvable de todo liberalismo en general», algo que no debieron entender ni Federico Jiménez Losantos, que tradujo el libro citado del pensador francés en 1974 y hoy se denomina «liberal» desde la cadena COPE y el diario El Mundo -después de haber renegado de todo aquello en lo que creyó en su juventud-, ni Gabriel Albiac, que después de leer a Deleuze por mediación de Tony Negri ha acabado como columnista del diario La Razón, tertuliano en la COPE y puntal de la FAES, la organización mediática liderada por Aznar. De modo que en la Postmodernidad hay una detestable vía de transición desde la izquierda hasta la derecha, con tal de violentar su legado y usarlo como trampolín hacia la sumisión al sistema y el recibimiento de los réditos del intelectual orgánico; que es aquel intelectual dispuesto a defender a George Bush, la política nihilista de Guerra de los Estados Unidos y justificar la muerte de los dominados a manos de los dominadores, todo ello por un puñado de garbanzos.

Teresa Oñate: respondiendo a tu pregunta, Ortega diría «el tema de nuestro tiempo, de la Postmodernidad, es la temporalidad, el sentido de la Historia, y el sujeto». En relación con el postcapitalismo, el tema de la postmodernidad es el postnihilismo, es decir, denunciar que el capitalismo es el nihilismo. En efecto ni siquiera el dinero es la noción de capital, pues no es ni tan deslocalizable o destemporal como para dar lugar a algo como las marcas de referencia que compran los consumidores anónimos para formar parte de un club imaginario. El de los que usan los vaqueros Lewis, por ejemplo…Y ni siquiera. Basta con querer parecerse a la chica del anuncio… Hace poco me contaba un amigo una historia muy triste. Aviones de trabajadores yugoslavos que arrojaban los obreros en Israel para trabajar a pie de obra de noche. Luego whisky, y putas allí mismo o más obra, y de vuelta en el mismo avión «a casa». El capitalismo es el nihilismo realizado. La Postmodernidad es por eso Postcapitalista y, en este sentido, es contra-nihilista.

Y sin embargo en este punto resulta indispensable utilizar matizadamente también las nociones de «Premodernidad» e «Hispermodernidad realizada», que he introducido desde los años 80. Porque si bien la Premodernidad es fundamentalista, sin embargo, la Hipermodernidad es nihilista, vehicula el nihilismo de la secularización, que lo que hace es socavar los fundamentos. Mientras que la Postmodernidad lucha por una alternativa postnihilista, porque como decíamos hace un momento, entiende que el fundamento es la nada del ser (lo cual sigue siendo una crítica negativa, insuficiente). La postmodernidad se hace alternativa, verdaderamente creativa, descubriendo los modos de afirmación no dogmáticos, las micropolíticas alternativas dentro del sistema y, por tanto, no la escisión ni la negación ni una suparación de la Modernidad, sino su delimitación. En este punto me parece residir justamente lo que la Modernidad no puede tolerar. Por eso pretende convertir a la Postmodernidad en una neovanguardia, una vanguardia más, una neomodernidad, a su propia imagen y semejanza. Como siempre: o absorbe su diferencia convirtiéndola en una «parte» de su «Todo» o pretende aniquilarla, excluirla o ignorarla.

La Postmodernidad no es excluyente. Es una de-limitación prudente de la Modernidad Ilustrada que le da la vuelta a su tiempo lineal, que lo curva hacia el sentido inmanente aquí y ahora, y que dice que no es necesario constantemente seguir desplazando ni trascendiendo hacia un «más allá» con la violencia que el transcendimiento [que es la lógica metafísica del capitalismo y el nihilismo, siempre «metá tá», más allá] conlleva respecto de cualquier manera de morar, habitar, hablar, amar, tener amistad y tener polis, comunidad, república. Deleuze decía que «el capitalismo es una máquina de guerra suicida». Y recuérdese lo que nihilismo significaba para Nietzsche: el desprecio de la vida en nombre de valores que están siempre más allá de ella. La inversión de los valores que desprecia la vida a partir del Resentimiento y el Espíritu de Venganza por parte del mortal. Por parte del hombre que no acepta el límite de la muerte y la finitud. El hombre que ha matado al dios todopoderoso inventado por él mismo y ahora quiere ocupar su lugar. El hombre de la des-mesura. Si, desde este punto de vista, la relación de la Postmodernidad con el capitalismo tardío es una subversión activa, efectiva, de todos aquellos núcleos del nihilismo y del capitalismo, que no son sólo los fundamentalistas, sino sobre todo los nihilistas o liberales ilimitados. Éstos son los más peligrosos… como la jaula vacía o transparente y no la jaula de la reja o de la crítica o de la censura por parte de las estructuras del poder. Pienso en aquella película argentina: «El niño que gritó puta» en la que el preso político era encerrado en una jaula transparente y permanentemente iluminada, en la vaciedad de ser totalmente ignorado por la omisión y el olvido del olvido, sin el refugio siquiera de las sombras de la soledad y los universos que pueblan la imaginación. Era monstruoso.

ENTONCES, ¿CÓMO SE REFLEJARÍA LA POSTMODERNIDAD EN LA POLÍTICA?

Teresa Oñate: pues se refleja de una manera irónica, por ejemplo, en las instituciones culturales, en el modo de suspensión de los sujetos de poder, de las jerarquías; el dar lugar a la apertura de grietas, galerias como las del Viejo Topo de Bataille, rizomas deleuzianos, y lugares donde puede darse el azar de modo incontrolado de antemano; tomar los lugares y los tiempos que no ocupan u ocupan para nada los objetos-sujetos de representación, donde no ocurre nada y se repiten los gestos vacíos de los que mandan y de los mandarines.

La Postmodernidad transforma los tejidos sociales y los tejidos micropolíticos. No se enfrenta, como si fuera un tanque ruso, para ser inmediatamente localizada y socavada por las estructuras hiperpoderosas de la Modernidad oficial. ¿De qué manera transforma? Pues como transforma la amistad y la solidaridad los tejidos de poder. La postmodernidad lo que hace es generar un tejido social de resistencia, pero no imita ni reproduce las posiciones de la emancipación y la dialéctica del poder moderno. Está contra la violencia y a favor de la distorsión y el re-nombrar, que no concede los términos del lenguaje al mal uso que hayan tenido o que resulte frecuente.

Simón Royo: la vinculación postmodernidad y política es ciertamente posible. Vattimo, en «La secularización de la filosofía», distingue, al igual que en una época determinada se distinguió entre la derecha y la izquierda hegelianas, entre una derecha y una izquierda heideggerianas, lo que es tanto como decir postmodernas, incluyendo en la derecha postmoderna a Emmanuel Lévinas. Este sionismo camuflado de pensamiento postmoderno existe y, sin embargo, hay otros pensadores postmodernos que van en una dirección política contraria. Esta distinción es difícil, pero es necesario hacerla, ya que aquel que piensa estar libre habitando en lo impolítico, quiere desconocer tanto la responsabilidad que entrañan sus actos y pensamientos, como los contextos en los que se desenvuelven; por eso sucede que quienes dicen no ser de izquierdas ni de derechas sino sólo guiarse por la Estética o la Ontología, a fin de cuentas terminan siendo de derechas, conservadores narcisistas del sistema establecido. En ese sentido hay también en el último Foucault una posible deriva neoliberal cuando, renegando de su trayectoria anterior, se interpreta su noción de cuidado de sí como un egoísmo a lo Adam Smith. Mientras el autor de Vigilar y Castigar indicó que la idea de trabajar en la micropolítica y analizar los lugares donde se ejerce el poder se la proporcionó la lectura del Libro II de El Capital, en sus últimos escritos terminó recomendando la lectura de Hayeck, uno de los padres del neoliberalismo actual.

Desde luego que en la Postmodernidad hay numerosas críticas al Estado burgués y en cierta medida pudiera llegar a considerarse como un neo-anarquismo en el terreno político, pero la crítica de raigambre nietzschiana al aborregamiento del sujeto moderno a través de su conversión en esas masas de consumidores que balan al unísono mientras se creen singulares por llevar un coche con la colaboración de ese Estado capitalista de la sociedad del espectáculo, no es precisamente una crítica de lo público; sino una crítica de la conversión de lo público en negocio privado. Por eso definir a Nozick como anarquista de derechas o postmoderno resulta un oximoron, una contradicción en los términos, ya que el anarquismo, además de ser la más extrema izquierda, no sólo es individualista, sino también y, sobre todo, colectivista y comunitarista; mientras que la Postmodernidad, excepto los deslizamientos aviesos y malintencionados mencionados, resulta muy difícil si es que no imposible calificarla de pre-modernidad o hiper-modernidad.

Cuando Derrida en Espectros de Marx recupera a Max Stirner no es para oponer la singularidad de El único y su propiedad al socialismo marxista, sino para impedir la dialéctica maniquea entre lo individual y lo colectivo, ya que recupera a Stirner para poder volver a decir: «no hay futuro sin Marx».

Teresa Oñate: yo no incluiría a Lévinas, entre los postmodernos, me parece que Vattimo aquí está siendo excesivamente generoso. El propio Derrida habría protestado mucho de ser considerado postmoderno por un motivo que he apuntado antes: la Postmodernidad no es sólo crítica, sino alternativa, porque pertenece a la racionalidad de la dialogicidad y la acción. La Postmodernidad prefiere escuchar, aprender y re-crear, no implantar y proyectar sus sistemas, porque para la Postmodernidad lo otro y el otro es lo constituyente. El otro humano, de otras culturas; lo otro de lo humano, lo animal, lo geológico, lo divino inmanente… Lo que no es la Postmodernidad es «humanista», en el sentido del antropocentrismo excluyente y, así, cuando la diferencia y la alteridad no son un mero asunto a respetar, sino que son límites constituyentes, entonces el gran Otro, sin relación posible alguna, como el de Lévinas; o la crítica deconstructora sin dar lugar a alternativa, como parece serlo la de Derrida, parecen quedar fuera de este movimiento por exceso de transcendencia, entran en la Postmodernidad inmanente con mucha dificultad. La filosofía de la Postmodernidad se condensa en la «Afirmación de la Afirmación», no es dialéctica, es dialógica y subordina la crítica a la alternativa y el sentido.

GIANNI VATTIMO, EN SU OBRA «LA SOCIEDAD TRANSPARENTE», SOSTIENE QUE LOS MODERNOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN SON POSITIVOS, PORQUE DAN VOZ A CULTURAS QUE HAN ESTADO SILENCIADAS, ¿QUÉ OPINAN AL RESPECTO?

Simón Royo: habría que diferenciar, creo yo, entre dos tipos de medios de comunicación: unos, los grandes medios de comunicación dirigidos por enormes multinacionales como, por ejemplo, la CNN, que estarían consagradas a la propaganda a favor de la dominación y del sistema de explotación vigente, y luego estarían otros medios de comunicación, una pluralidad de medios (cuya cabeza más visible sería Internet) cuyo objeto sería promover una serie de medios de producción y de intervención cultural que son accesibles a mucha gente que no puede contar con una editorial o una imprenta. En concreto, una lengua en vías de extinción, la lengua kurda, gracias a Internet, que ha facilitado que las distintas comunidades kurdas diseminadas por el mundo se comuniquen entre sí, se ha revitalizado. Éste es un ejemplo de cómo esta amalgama multipolar, que un sistema tecnológico reciente y aún no gobernado permite, es algo a tener en cuenta.

Teresa Oñate: la Postmodernidad está en contra de cualquier puritanismo. Pertenece al mestizaje y a la apuesta por la alta cultura popular. Pero también hay una dimensión muy profunda que la vincula a los Media y se localiza en cuanto se da uno cuenta de cómo la Postmodernidad sólo es posible por las tecnologías de la revolución cibernética, y esto significa que pertenece a otro espacio y a otro tiempo. La Modernidad ilustrada, por contraste, pertenece a la era de la escritura en todos los sentidos, también en el sentido bíblico, en el de la reproposición del AntiguoTestamento por parte de los movimientos luteranos, etc. Estoy refiriéndome a aquello tan conocido de Max Weber: El capitalismo y el espíritu del Protestantismo. La era de la imprenta, de la reproposición en papel de una historia que es un relato vertido en una continuidad diacrónica… La postmodernidad pertenece, por el contrario, a la telemática de la temporalidad inmediata y espontánea: sincrónica, no genética, de acontecer por aparición y desaparición. Donde la primacía pertenece a la intensidad sobre la extensión. Su espacialidad está convergiendo en todas partes en una no-mediación y en una no-distancia que hace volver a primar también la oralidad, incluso como principio sincrónico de la escritura (de las artes y la cultura en general) sobre el principio escritural-diacrónico de la escritura misma. La disolución de la legitimidad de la historia descriptiva está en conexión no sólo con el crédito reotorgado a las culturas aparentemente sin historia, sino con la afloración de formas más complejas y discontinuas de las artes del sentido, que las propias de las narrativas. No me refiero a Cervantes, a Proust o a Joyce, claro está, que luchan desde dentro del relato narrativo contra la linealidad plana de los relatos genéticos y la mera diacronía de las aventuras sin retorno. La tradición homérica, por ejemplo, se apresta también en hacer dar la vuelta a la epopeya épica de la Ilíada con el retorno de Odiseo y la transformación de la memoria en otro ámbito de exploración donde los «hechos» ya empiezan a saberse interpretaciones y no se distinguen tan fácilmente de la fantasía como creen poder hacerlo los mitos belicistas o auto-afirmativos del camino de ida…He trabajado mucho en la distinción entre los primeros en el tiempo: los Mitos de Salvación y los posteriores: los Mitos de Comprensión, en mi libro El Nacimiento de la Filosofía en Grecia. Viaje al Inicio de de Occidente…Y para la discusión que nos afecta ahora lo esencial reside en eso que ya enunciaba Aristóteles entronizando «El Eterno Retorno» como Méthodos (camino) de la verdad que exige la inversión del tiempo psicológico y tecnológico de la potencia-poder, o sea: «que lo último para nosotros es lo primero en el orden ontológico del sentido»…Así pues no se trata de preferir entre los mitos de salvación (o auto-aseguramiento y emancipación: identitarios) y los mitos de comprensión (abiertos a virtualizar al otro y dejarse transformar por ello: diferenciales), por su distinta carga de realidad-racionalidad-verdad, pues ambos son mitos, sino en subordinar la potencia del poder autoafirmativo de sobre-vivencia a la del poder afirmativo de la alteridad, propio de las artes y la reproposición de una cultura trágica y una educación civil, entendida como educación estética del hombre, para decirlo con Schiller… Pero también nuestra memoria inventada se vuelve ahora contra el olvido del olvido y señala a lo no-dicho y no-pensado dentro de los lenguajes de lo dicho y pensado, como a la ausencia y el error constitutivos de cualquier presencia y verdad posible. Es entonces lo inagotable de los pasados y el futuro anterior lo que se abre con la Postmodernidad hermenéutica, porque «no hay hechos sino interpretaciones» o lo que es equivalente: no todas las realidades-posibilidades se agotan en su consumo. Basta con pensar en sincronía la posibilidad y la presencia-ausencia. Más aún el criterio del «Eterno retorno» entendido como hipótesis hermenéutica-metodológica [Y no como una descripción físicista del tiempo físico (¡) propia de la meta-física celeste del mundo-cosmos medieval y moderno], es el límite que permite distinguir lo que se agota en el consumo y lo que no se agota sino que se enriquece con el paso del tiempo y las nuevas interpretaciones que se hacen de ello (pensemos en La Antígona de Sófocles o en El Quijote) las que pasan a formar parte de su misma historia de los efectos, para decirlo ahora con la estupenda noción que Hans-Georg Gadamer ha inventado para expresar esta cuestión esencial y sí hacer justicia a Nietzsche, leyendo «El Eterno Retorno» en coherencia con la ontología estético-hermenéutica del Nietzsche trágico, el fundador de la Postmodernidad postilustrada como época hermenéutica del lenguaje del ser… Ahora en la era telemática del espacio-tiempo sincrónico o convergente. He dedicado mis dos últimos libros a Gadamer, en colaboración con Cristina García Santos, para tratar precisamente de estas cuestiones. Se llaman: Hans-Georg Gadamer, el lógos de la era hermenéutica y Hans-Georg Gadamer, Ontología estética y hermenéutica. Y si se tiene en cuenta que Gianni Vattimo es discípulo directo de Gadamer, mientras que Gadamer lo es de Heidegger y éste a partir de la kehre o la vuelta de su filosofía postmetafísica se vuelve hacia Nietzsche… se empezarán a entender las conexiones complejas de la Postmodernidad filosófica y la transformación de la metafísica de la historia que está en el corazón del linaje de los hijos de Nietzsche, viniendo hasta nosotros.

POR LO TANTO, ¿QUÉ PAPEL DESEMPEÑARÍA EL LENGUAJE EN LA POSTMODERNIDAD?

Teresa Oñate: pues uno de los giros característicos de la Postmodernidad como postmetafísica postpositivista de la realidad en sí, y posthistórica, posterior a la ilusión mitológica-violenta del progreso, es el giro lingüístico, es decir, la comprensión de que toda realidad se da en los distintos registros del lenguaje en los que puede darse, de manera que para la Postmodernidad, que es un movimiento extremadamente culto, pasan a primer plano las diferencias en los géneros literarios. No hay realidad posible que no se pudiera manifestar en algún lenguaje, incluidos los lenguajes de la percusión o los lenguajes corporales. Aquella realidad que se quisiera independiente de todo lenguaje comunicacional posible sería sólo una realidad privada, no público-política, no simbólico-lingüística, y sería entonces algo inefable. La Postmodernidad como política es público-comunitaria y ciudadana con tanto entusiasmo como ecologista.

Simón Royo: tiene que haber, en este sentido, una posibilidad o una capacidad de traducción o de comprensión, ya que no hay un único lenguaje, sino quizá una multiplicidad de ellos, y esta multiplicidad de lenguajes no puede ser reducida a un esperanto universal.

Teresa Oñate: por eso, cuando la Postmodernidad habla de lenguaje intentando no compararlo con un lenguaje universal, se refiere más bien al habla, al lenguaje oral. Por ejemplo, un lenguaje axiomatizado como el de la lógica, para la Postmodernidad sería sólo una hipótesis, una posibilidad irreal, abstracta del lenguaje.

PARA CONCLUIR, ¿HACIA DÓNDE NOS CONDUCE LA POSTMODERNIDAD?

Teresa Oñate: el nombre académico de la Postmodernidad es «Hermeneútica». Con esto quiero decir que la referencia vinculante para el pensamiento crítico –que es siempre el de la filosofía– sigue siendo en la Postmodernidad la crítica de la Filosofía del Espíritu de Hegel. De ahí la centralidad del problema de la Filosofía de la Historia y de redefinir la experiencia intra-lingüística después de la Fenomenología .

¿Dónde vamos con la Postmodernidad? En mi opinión hacia una reproposición de la filosofía del arte, que no está superada, a una reproposición de la filosofía de lo religioso, lo sagrado, lo mistérico, lo divino; a una filosofía de la religión, por tanto, que no pertenece ni a los creyentes en su dios del poder o la salvación, ni a los dogmas establecidos en nombre de aquel dios muerto del fundamento, del que hemos hablado antes, ni a los que creen que por no creer en esto ya pueden librarse de la pregunta por «¿qué es lo divino?». Y desde luego a replantear una Filosofía de la Filosofía que no es la Dialéctica sino la racionalidad Hermenéutica de la paz. Lo cual no excluye la dialéctica imprescindible sino que la subordina al sentido (no polémicista) de la discusión. «Verdad» y luego, después «Método» para decirlo de nuevo con Gadamer y con el Aristóteles griego desconocido. Eso es lo que necesita urgentemente tanto un planeta ecologista como la alianza de civilizaciones, para decirlo con ese termino estupendo y equilibrado inventado una vez más por la prudencia del presidente español Rodríguez Zapatero, el primer presidente que ya no es franquista ni neo-franquista de los gobiernos españoles posteriores a la dictadura… ¡Y cómo se han puesto los monologistas de todo tipo sólo con tener que oír una formula plural relativa al valor soberano de las culturas y los pasados históricos!…

Simón Royo: bueno, respecto de a dónde vamos no se puede decir que vamos a un lugar que supondría una línea de progreso en la Historia, porque la postmodernidad no es «un después de», sino que es «un distinto». No vamos históricamente a un estadio superior, pero sí es deseable que fuéramos a un estadio distinto, distinto en el sentido en el que, efectivamente, bajo la metáfora de Nietzsche, el camello que soporta esa historia progresiva y ascendente pasa a ser león y lucha, lucha dialécticamente, pero al final tiene que llegar un cierto olvido, ese olvido que está en la palabra aletheia, cierto olvido que nos permita que la razón y el instinto vuelvan a ser uno. Finalmente, entonces, vendría el niño, el paidos que da nombre a la Paideia, con su ingenuidad y su inocencia, con la inocencia pero como ingenuidad que tiene experiencia. En el arte se reproduce del mismo modo: un músico es un artista que ha olvidado la técnica porque la ha interiorizado de tal modo que ya le es connatural, y así, toca el piano de una manera inocente, sincera, magistral, no miente. Entonces iríamos ya, ahora, en este instante y mediante éstas palabras en la dirección de un posthumanismo como afirmación de la vida, como antídoto contra el veneno del Nihilismo, empeñado en recordar que no sólo hay lo mortal sino también lo natal, lo propio de los seres creativos, constructivos, ya que el hombre no es un ser para la muerte sino un ser para la vida. Para el Eterno Retorno en que vive tanto el niño que no ha aprendido aún la noción de la temporalidad extensa de Kronos como el hombre nuevo que ha recuperado la noción de tiempo del Aión, la finitud no implica la muerte, sino la afirmación de la vida plena y excelente.

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Teresa Oñate es catedrática de filosofía por la UNED y experta en Postmodernidad; Simón Royo es Co-director de la Revista filosófica virtual «Rastros» de la UNED.