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Preguntas sobre las drogas

Fuentes: Rebelión

El uso de sustancias psicoactivas, estupefacientes o narcóticas, no es nada nuevo en la historia de las sociedades. Pero sí lo es el volumen que han adquirido en el siglo XX, y su importancia geoestratégica como hecho político y cultural. Ello plantea forzosamente una serie de preguntas: · ¿Quién se favorece con el tráfico de […]

El uso de sustancias psicoactivas, estupefacientes o narcóticas, no es nada nuevo en la historia de las sociedades. Pero sí lo es el volumen que han adquirido en el siglo XX, y su importancia geoestratégica como hecho político y cultural. Ello plantea forzosamente una serie de preguntas:

· ¿Quién se favorece con el tráfico de drogas ilegales?

Evidentemente, la población no. A la población de a pie, a los ciudadanos comunes y corrientes -la gran mayoría de los habitantes del mundo- el tema o bien le es indiferente, o les perjudica en forma directa o indirecta. Se calcula que hasta un 10 % de la población mundial en algún momento de su vida ha consumido sustancias psicoactivas prohibidas; de esa cantidad, una buena parte queda fijada en ese consumo en forma crónica, pasando a ser drogodependiente. Ingresar en ese mundo es relativamente fácil; salir, es una odisea (no más de un 10 % de toxicómanos logran recuperarse, y siempre en un equilibrio inestable que puede romperse aún después de muchos años de abstinencia). Por otro lado, en forma indirecta, los familiares de los drogodependientes llevan una carga agobiante, pues esta psicopatología envenena de modo fatal la normal convivencia, haciendo que los afectados por el circuito de la droga vayan mucho más allá del consumidor directo. ¿Cómo se convive con un drogadicto? No es fácil, grato ni edificante. La cantidad de muertos que produce este consumo, las discapacidades que trae aparejadas, los circuitos de criminalidad conexos -los consumidores inexorablemente terminan delinquiendo para comprar su tóxico-, la pérdida de recursos y el fomento de una cultura no sostenible en términos ni económicos ni sociales, hacen de este ámbito un verdadero infierno. Obviamente, entonces, para las grandes mayorías no hay beneficios con las drogas.

Pero lo curioso es que, si bien es cierto que el consumo de drogas ilegales produce todo este malestar, hay quien se beneficia. El negocio a que da lugar es fabuloso: ronda los 800.000 millones de dólares anuales. De hecho, es el segundo gran negocio de la humanidad, por detrás de las armas y por arriba del petróleo. (Curioso: las dos actividades más dinámicas de la sociedad están dedicadas a la muerte).

· ¿Son sólo mafias de narcotraficantes las beneficiadas?

Con cierta ingenuidad se podría estar tentado a decir que sí. Y en sentido eminentemente económico, así es en principio. Pero esa masa enorme de dinero que mueve el negocio -que, por cierto, se traduce en poder, mucho poder político, poder social- también llega a otras esferas de acción: ese dinero es «lavado» e ingresa a circuitos socialmente aceptados (según se denunció, hasta a obras de beneficencia llega). No es ninguna novedad que existe toda una economía «limpia» producto de las operaciones de blanqueo de los capitales del narcotráfico. Y son bancos «limpios» los que proceden a hacer esas operaciones.

Por otro lado, esas enormes sumas de dinero se intrometen por todos los circuitos sociales, y no son raras las ocasiones en que terminan financiando a políticos profesionales, con lo que la incidencia del narcotráfico en los circuitos de los poderes formales de Estado no deja de hacerse sentir, en todos los países del mundo.

Pero la cuestión va más allá aún. No es tanto el beneficio económico en juego, sino el horizonte sociopolítico en el que se da todo el mundo del consumo de drogas prohibidas. ¿Alguien más se beneficia de ello?

El problema del consumo de drogas ilegales es un verdadero problema de salud pública, tanto como el VIH/SIDA, o más aún (200 muertos diarios a nivel global, sin contar con todos los estragos monumentales que deja). De todos modos, con todas las tecnologías que nos posibilita el mundo actual, el consumo de estupefacientes no baja. Por el contrario, día a día se acrecienta. Y no puede decirse que no se hagan esfuerzos en su contra.

· ¿Están mal planteadas las estrategias contra las drogas prohibidas, o hay intereses en que su consumo no termine?

Aunque se reconoce que la toxicomanía es un poderoso factor de inestabilidad mundial, en todo sentido, la magnitud del problema en vez de ir aminorando, por el contrario, crece. El uso y abuso de narcóticos es una de las pocas cosas que está expandida como problema (epidemiológico, por tanto: psicológico, social, político, legal) por todos los estratos sociales, golpeando con similar fuerza a niños de la calle y a multimillonarios, en países pobres y en países ricos, a varones y a mujeres. Todo esto se sabe, se conoce en profundidad, hay claras razones de su por qué; entonces, casi espontáneamente, surge la pregunta: si disponemos de tanto conocimiento sobre estos factores, tanto de la demanda como de la oferta, ¿por qué no vemos una tendencia a la baja en la problemática? Si se pudo aminorar o terminar con otras enfermedades igualmente letales (tuberculosis, hepatitis, mortalidad materno-infantil, ¿por qué no disminuyen las tasas de drogodependencia? ¿Prevención o represión? Pero, ¿a quién reprimir: al consumidor, al productor, al distribuidor? ¿Debe ponerse el acento en la oferta o en la demanda? ¿Será que están mal enfocadas las metodologías para abordar el problema, o hay grandes poderes que no desean que esto termine? Si así fuera, ¿cuáles son esos poderes y de qué manera se benefician?

· A Estados Unidos, principal país consumidor del mundo, con los monumentales controles que hoy día presentan, ingresa diariamente una tonelada de drogas proveniente del Tercer Mundo. ¿Cómo es ello posible?

Si se analizan las perspectivas en que se da todo el negocio de las drogas ilícitas son más los interrogantes que se abren que los que quedan resueltos. Si es cierto que es un problema de salud pública, ¿por qué no se lo aborda como tal? Por lo que se ve, la estrategia fundamental para su combate está puesta -esto es una tendencia creciente- en la militarización del problema. Sofisticados ejércitos completos se preparan cada vez más para intervenir en su contra; pero esto abre algunas dudas. ¿Por qué no son ejércitos de profesionales de la salud los que se movilizan? ¿Por qué no se pone todo el esfuerzo en la atención primaria? ¿O por qué los medios masivos de comunicación no son parte de las soluciones globales? Como hipótesis podemos plantearnos la pregunta: ¿no será que la anterior Guerra Fría se ha trocado ahora en persecución a estos nuevos demonios del narcotráfico internacional? Definitivamente, el interés de los poderes hegemónicos, liderados por Washington, ha encontrado en este nuevo campo de batalla un campo fértil para prolongar/readecuar su estrategia de control universal. Como lo está encontrando también ahora en el llamado «terrorismo». ¿Por qué un problema sanitario pasa a ser un problema militar, de seguridad nacional? En nombre de la persecución del narcotráfico se pueden invadir países, montar bases militares o aumentar sideralmente los presupuestos de defensa.

· ¿Por qué no se despenaliza el consumo de estas sustancias?

Irrefutable verdad de la psicología humana: lo prohibido atrae, fascina. Si los tóxicos actúan como atractivo por su estatus de «fruta prohibida», de cosa vedada, sería más lógico probar su despenalización como tal. Cuando hubo ley seca, en cualquier parte del mundo, aumentó exponencialmente la búsqueda de alcohol, no importando a qué precio. Si estas verdades elementales de nuestra condición se saben: ¿por qué no se despenaliza entonces el consumo de las drogas hoy prohibidas? Esto, sin dudas, traería aparejado el fin de innumerables penurias que se dan en torno a este ámbito: bajaría la criminalidad así como la violencia que acompaña a cualquier actividad ilegal; incluso, hasta podría bajar el volumen mismo de consumo, al dejar de presentar el atractivo de lo vedado, de la cosa inalcanzable que atrae en tanto prohibida. Pero contrariando las tendencias más racionales, estamos lejos de ver una despenalización. Por el contrario, cada vez más crece el perfil de lo punitivo: el combate al narcotráfico pasó a ser prioridad de las agendas políticas de los Estados. Y no de los Ministerios de Salud precisamente. A los factores de poder, ¿realmente les interesa la desaparición de este flagelo?

· ¿Por qué la droga aparece masivamente en algunos lugares en un momento dado? ¿Hay poderes que así lo deciden?

En los países socialistas había muy poco, casi nulo, consumo de estupefacientes. Valga como caso arquetípico lo sucedido en Nicaragua. Durante los años de revolución sandinista, pese a las incontables penurias que debió soportar su pueblo, prácticamente no había drogas ilícitas en circulación. Cayó el gobierno sandinista e inmediatamente, como por arte de magia, aparecieron. ¿Casualidad? ¿Por qué aparece la droga en los colectivos más pobres, más marginados? ¿Por qué los sectores más problemáticos de las sociedades -«problemáticos» desde la óptica de los poderes conservadores, por ejemplo: sectores juveniles- están siempre ligados o al consumo o al tráfico de sustancias ilícitas? ¿Es palmariamente evidente que a los sectores «potencialmente molestos» se los maneja mejor con sedativos que con represión? Hay drogas para ricos y drogas para pobres, y el hecho de que cada vez crezca más su presencia en las sociedades modernas habla de fuerzas que están operando. ¿O las poblaciones están cada vez más enfermas? Si fue posible barrer las guerrillas marxistas en Latinoamérica, ¿no es posible -pensándolo en términos militares- erradicar las mafias del narcotráfico? ¿Cómo es posible que continuamente se denuncie la participación de estructuras del gobierno de Estados Unidos en «negocios sucios» con el narcotráfico? (caso Irán-contras, establecimientos para procesar opio en Afganistán y Pakistán, etc.) Todo indicaría que no es tanto el negocio económico en juego, sino los factores de control social que todo esto conlleva.

El mundo de las drogas es un fenómeno tan especial que tiene una lógica propia: por un lado se automantiene y se autoperpetúa como negocio; por otro se sostiene de fabulosas fuerzas económico-políticas que no pueden ni quieren prescindir de él, en tanto coartada y ámbito que facilita el ejercicio del poder. Al mismo tiempo existen dinámicas psicosociales (cultura del consumismo banal, modas, valores de la sociedad competitiva y materialista, angustia individual que se expresa a través de la compulsión al consumo y las adicciones) que llevan a enormes cantidades de personas, jóvenes fundamentalmente, a la búsqueda de identidades y reafirmaciones personales a través del acceso a los tóxicos prohibidos, lo cual se enlaza y articula con los factores anteriores. Es, en otros términos, síntoma de los tiempos: el capitalismo hiper consumista centrado en la máquina y en el fetiche de la mercancía, que ha dejado de lado lo humano en tanto tal, no puede dar otro resultado que un negocio sucio pero tolerado (¿alentado?) que, bajo cierto control, sigue haciendo mover el aparato de la sociedad. El costo: algunos sujetos quedan en el camino, pero eso no desestabiliza tanto el orden instituido; y ahí están las comunidades de rehabilitación para dar algunas respuestas. El poder siempre necesita algunos fantasmas para asustar (narcotráfico, terrorismo); de su correcta manipulación depende su continuidad.

Ante esta perspectiva las posibilidades reales de cambiar la situación no se ven fáciles: como sociedad civil que padece todo esto, y al mismo tiempo, por su existencial angustia, consume drogas, no podemos plantearnos como objetivo sino el luchar por su despenalización (quizá siempre, inexorablemente, los humanos apelaremos a paliativos para paliar la angustia; pero otra cosa es el consumo masivo como nueva mercadería que se ha impuesto con el capitalismo, al igual que tantos productos prescindibles pero establecidos gracias a las técnicas de mercadeo). A muchos se les terminará el negocio (no sólo a las bandas de narcotraficantes, por cierto, ¿bancos lavadores?, ¿fabricantes de armas?, ¿partidos políticos que reciben recursos de dudosa procedencia?, incluso, honestos civiles que son empleados legales de toda esta economía), pero no hay otra alternativa para solucionar un problema que hoy ya es flagelo, y sigue creciendo. Definitivamente quemar sembradíos en el Tercer Mundo no está solucionando mucho. Y eso sólo sirve para una estrategia de militarización del globo terráqueo que no es precisamente lo que más necesitan los habitantes de la aldea global.