España es partidaria de promover un diálogo con el gobierno de Cuba. Esa buena voluntad representa una esperanza pero también da pie a muchas preguntas. La primera atañe a la transición. ¿Por qué si los españoles hicieron su transición a su manera, a los cubanos no se nos premite hacer lo propio? Tal vez a […]
España es partidaria de promover un diálogo con el gobierno de Cuba. Esa buena voluntad representa una esperanza pero también da pie a muchas preguntas. La primera atañe a la transición. ¿Por qué si los españoles hicieron su transición a su manera, a los cubanos no se nos premite hacer lo propio? Tal vez a muchos extranjeros -y a muchos españoles– les hubiera gustado que la transición trajera consigo un arreglo de cuentas con el franquismo y un rescate institucional de la memoria histórica española. Pero como lo expresó Felipe González, eso hubiera removido los viejos rescoldos «bajo los cuales seguía habiendo fuego».
Y los españoles acometieron la empresa a su manera, con todo su derecho: no se abrieron las llamadas «fosas del silencio». No hubo rehabilitación de las víctimas de la represión posterior a la victoria de Franco. Los desaparecidos siguieron enterrados en sus cunetas y sus descampados sin nombre. Los hijos de las víctimas siguieron conviviendo con los verdugos de sus padres. La transición española optó por no mostrar los pelos ensangrentados de los reprimidos ni las señas de identidad de los represores. Tampoco la democracia rehabilitó a los vencidos como los verdaderos demócratas de la contienda y la dictadura, ni se destronaron las figuras cómplices del fascismo, comprometidas con las estructuras del regimen. Todo lo contrario; representantes de las instituciones victimarias participaron en la forja de una reconciliación que, en gran medida, se hizo a costa de una derrota más sobre los reprimidos y sus familiares.
Pero se trataba de una reconciliación para España, no para Francia ni Alemania ni Suecia. ¿No fue una suerte que ninguna potencia extranjera decidiera si la Benemérita seguiría actuando con «alma de charol» o sin ella , o si un Fraga o un Suárez podían figurar en el sistema que se gestaba? ¿No es casi una maravilla que los españoles pudiesen decidir por sí mismos si era procedente esperar nada menos que veinticinco años para que el Parlamento condenase unánimemente el franquismo? ¿Y qué decir de la estatua del dictador que disfrutó de treinta años de respetuosa exhibición democrática, antes de ser retirada con sigilo y nocturnidad? Sobre la moralidad de tales cosas ha habido muchas opiniones. Pero la única que cuenta es la de los españoles. Pues la transición, la reconciliación y la democracia se hicieron para ellos, y por lo tanto hubo que cocinarla con los ingredientes realmente existentes, en el fogón nacional y en los vapores de la cacerola de España.
¿No sería justo que a los cubanos nos dejaran hacer lo mismo? Pero no podemos. No nos dejan. Todo el mundo se atribuye el derecho de fabricar un proceso de transición para Cuba, sacado de una probeta de inseminación artificial e inoculado desde el exterior. Y como si los isleños fuéramos bobos –que por desgracia es casi lo único que no somos–, esa fabricación se basa en el ocultamiento de las particularidades de la revolución cubana y de la necesidad manifiesta de EE UU de liquidar, a su manera, el mal ejemplo de esa revolución. Sin tener en cuenta las aspiraciones de los cubanos. ¿No debería España, por los vínculos que inexorablemente nos unen (y nos separan) pero ante todo por experiencia propia, ser la primera en tomar en cuenta las dificultades (¡fuego debajo de los rescoldos!) que emanan de los factores intrínsecos del caso cubano? Ojalá que así sea .
¿Qué importancia tiene el hecho de que Estados Unidos, una potencia extranjera, haya promulgado leyes que deben aplicarse extraterritorialmente en Cuba y que codifican de modo minucioso, y violatorio del derecho internacional, cómo tiene que efectuarse esa transición cubana, quiénes pueden participar en ella, quiénes no pueden participar bajo ningún concepto, y cuáles son los requisitos que se deben cumplir para que la agresión económica, diplomática y financiera contra el pueblo cubano deje de aplicarse?
A la hora de promover el diálogo entre Cuba y la UE, ¿sacará a relucir España que existe un documento (Comisión de Ayuda a una Cuba Libre) que insulta a todos los cubanos por igual, independientemente de la posición que adopten ante Fidel Castro, según el cual EE UU nombrará a un»Coordinador de la Transición en el Departamento de Estado», una especie de procónsul, con la explosiva carga histórica que ese nombramiento implica? ¿Qué hubieran hecho los españoles, tanto franquistas como antifranquistas, si en 1975 la Unión Soviética o cualquier otro país se hubiera tomado la insolente atribución de nombrar un Coordinador de la Transición española que fiscalizara lo que podía hacerse o evitarse en Madrid?
El Departamento de Estado dice en ese documento sobre Cuba (http://usinfo.state.gov/espanol) que se destinarán 29 millones de dólares adicionales (ya existían 7 millones) a los «organismos pertinentes del Gobierno de los EE.UU.» para «alentar los esfuerzos diplomáticos internacionales» con el fin expreso de «precipitar el fin del régimen castrista». ¿Está segura la Administración española de que el pueblo cubano desea que ese fin «se precipite», con los tremendos peligros que entraña y con el desprecio a la opinion del pueblo que será objeto de esa precipitación? Y si existiera alguna duda al respecto, ¿cómo se manifestará a la hora de implementer un diálogo entre la UE y Cuba?
Medidas de EE UU para ayudar a los cubanos: «investigar las formas en que las divisas entran y salen de Cuba, neutralizar las empresas ficticias del Gobierno Cubano y disuadir las visitas turísticas a Cuba», o sea, estrangular a la gente por hambre; permitir los viajes educativos a y desde Cuba «únicamente cuando el programa apoye los objetivos de la política estadounidense»; «socavar las tácticas de supervivencia del regimen castrista»; «limitar las visitas familiares a Cuba a un (1) viaje cada tres años, requiriéndose una licencia específica para ello»; «limitar la definición de familia a abuelos, nietos, padres, hermanos, esposos e hijos», lo cual significa que los cubanos debemos olvidarnos de nuestros tíos, tías y primos; evaluar «país por país» la posible aplicación del título III de la Ley Helms Burton», es decir, llevar ante los tribunales estadounidenses a aquellas empresas europeas, o de cualquier origen, que comercien con Cuba «para proteger los intereses nacionales de los EE UU»; «aplicar firmemente las sanciones de visa del Título IV de la Ley Helms Burton», o sea, negar la entrada a EE UU a los inversores extranjeros (¡y sus familiares!) que se beneficien del comercio con empresas cubanas reclamadas por algún ciudadano norteamericano, aunque esa ciudadanía sea posterior a 1959. Y para enseñar a los cubanos cómo se fomenta la libertad de información, EE UU va a » ordenar el despliegue inmediato de la plataforma aérea C130 Comando Solo«. Esa «plataforma» es un bombardero de guerra especialmente preparado, que sobrevolará el espacio aéreo cubano para realizar las emisiones de TV y Radio Martí, órganos de propaganda del gobierno de los EE UU. ¿Y si ese Comado Solo sufriera un accidente?
Esta insólita «Comisión de Ayuda a una Cuba Libre» tiene como primer objetivo eliminar del mundo de los sentidos la imagen de que Cuba es «un lugar de destino turístico por excelencia, un centro de innovación en biotecnología y un estado socialista con buenos resultados, que ha logrado mejorar el nivel de vida de su gente y que es un modelo en educación, servicios médicos y relaciones raciales para el resto del mundo». Según razona la Comisión, esa imagen dañina debe sustituirse, mediante un esfuerzo diplomático internacional coordinado y financiado por EE UU , por la de un país «que auspicia el terrorismo», que «cuenta por lo menos con un cierto nivel de investigación de armas biológicas ofensivas» y donde la conducta de sus dirigentes es «cada vez más irregular». Por el grave peligro que representan, creo que conmigo hay millones de cubanos, revolucionarios o no, anticastristas o no, residentes en la Isla o no pero sí legítimamente preocupados, que desearían saber si la Administración de Zapatero comparte esas imputaciones.
«Existe un creciente consenso internacional sobre la naturaleza del régimen de Castro y la necesidad de un cambio básico político y económico en la isla», asevera la Comisión de Bush. Con respecto a esto haré mis últimas preguntas: ¿Por qué no existe un consenso internacional sobre la naturaleza del regimen de China o de Arabia Saudita y la necesidad de un cambio básico? ¿Se sabe si ese «consenso internacional» también existe en los recovecos de la Cuba profunda, donde históricamente han surgido tantos focos de insurrección? Supongamos que el gobierno español cree honestamente que ese consenso está vivo en las entrañas de Cuba; ¿también está seguro de que las premisas históricas y el modo de realizar ese «cambio básico» coinciden con las exigencias y los intereses de EE UU? Y si los cubanos no quieren hacer una transición sino mejorar lo que ya tienen tras haber pagado un precio tan grande, y poner y quitar y cambiar a su manera lo que se quiera/pueda cambiar y a su propio ritmo, ¿qué hará el Departamento de Estado? ¿Qué hará la UE?
Que los suecos, los alemanes o los checos ignoren todo esto, o finjan ignorarlo porque el agredido les resulta intolerable y se ponen oportunistamente de parte del agresor, no me extraña en absoluto. Pero que lo ignore España, con lo bien que conoce a su siempre fiel Isla de Cuba, ¿no resultaría incomprensible? Confiemos en la gestión de España. Ningún otro pueblo está mejor capacitado para comprender los enormes desafíos que enfrenta el pueblo de Cuba. Hace más de veinte años que vengo apelando a la experiencia y al sentido histórico de los españoles, para que nos ayuden a mejorar, en paz , la situación de once millones de cubanos.
Para terminar voy a interrogarme a mí mismo: si estas preguntas me parecen esenciales, ¿por qué las califico de «tristes»? Porque nadie quiere responderlas. Porque nadie quiere ni siquiera escucharlas.
René Vázquez Díaz es escritor cubano-sueco y miembro de la Directiva de la Unión de Escritores de Suecia
Nota de Rebelión:
El pasado 27 de junio Eduardo Urrutia, el nuevo embajador de Estados Unidos en Madrid, de origen cubano, estrenó su mandato afirmando que los objetivos en Cuba de su país y de España son los mismos, por encima de unas divergencias que espera superar.
«España y EE UU han dicho ambos que lo que quieren es que haya libertad y democracia y que Cuba sea para los cubanos. Eso no es hoy así. El Gobierno español ha visto esa meta por un camino y nosotros por otro. Pero la meta es la misma. Vamos a ver si, en algún momento, los dos caminos se encuentran», dijo Aguirre, tras entrevistarse con el ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos.