Para Ramon Alcoberro, filósofo y generoso amigo
Así escribía Sacristán en su presentación de mediados de los sesenta a la obra en prosa de Goethe traducida por José María Valverde [1]:
(…) no hace falta mucho más para comprender por qué el autor del Werther. .. llegó a ser consejero secreto a secas, luego noble, presidente del consejo y por último, parásito oficial del ducado, sin obligación siquiera de asistencia a las deliberaciones del gabinete.
Si se quería todavía una veracidad más brutal, proseguía Sacristán, se encontrará en la conversación del viejo Goethe con Soret.
Soret se permite decir que si Goethe viviera en Inglaterra luch aría, como fue en el caso de Bentham, para la supresión de los abusos sociales.
Goethe le interrumpe.
Pero, ¿por quién me toma usted? ¿Que yo tendría que buscar los abusos y descubrirlos y hacerlos públicos? ¿Yo, que en Inglaterra habría vivido de esos a busos? Si yo hubiera nacido en Inglaterra, habría sido un rico duque, o mejor aún, un obispo con unas rentas anuales de treinta mil libras esterlinas». Tras esta declaración, nadie puede llamarse a engaño si se ha tomado en serio, como honesta sentencia (y no como lo que es: terror ante la noticia de la decapitación de Luis Capeto) la «profunda» observación de Goethe en el Carnaval Romano -precisamente el Miércoles de Ceniza para mayor ambientación-, según la cual, «la libertad y la igualdad no pueden disfrutarse sino en el torbellino de la locura»
Francisco Fernández Buey, el compañero y esposo de Neus Porta Tallada, no fue un intelectual, un luchador, un enseñante como le gustaba decir a él mismo, próximo a esta observación-interrupción del lúcido y cíni co poeta alemán. El autor de Marx sin ismos luchó ininterrumpida, incansablemente, desde siempre, contra los abusos sociales y mil injusticias más. Estaba en su ADN anímico. La libertad real, y la igualdad no menos real, podían conciliarse y vivirse en un escenario muy alejado del torbellino de la locura al que apuntaba Goethe. La realidad era (es) más bien la contraria: el autoritarismo sin bridas y las desigualdades sociales, cada día más crecientes e insoportables, las seguimos viviendo en un torbellino irracionalista de esta cultura ecosuicida, fáustica, depredadora, explotadora, irresponsable y antihumanística.
La obra publicada (tres de estos volúmenes al alimón con su amigo y compañero Jorge Riechmann), la aún no publicada (que sigue trabajando su amigo y discípulo por excelencia Jordi Mir Garcia), las intervenciones orales, las clases, los seminarios, la práctica política clandestina y no clandestina (y los riesgos a ellas asociadas de los que mucho nos podría decir y explicar Víctor Ríos), las conferencias del profesor de metodología, filosofía moral y política, de historia de la ciencia de la Universidad Pompeu Fabra, de la Universidad de Barcelona y de la Universidad de Valladolid, son prueba de todo ello. Sus decisivas aportaciones sobre la vida y obra de Gramsci, sobre un Marx sin ismos y sin timos, sobre Della Volpe y el marxismo cientificista, sobre el ecologismo socialista científicamente fundamentado, sobre las utopías no quiméricas, sobre la Universidad democrática a la que él tanto aportó, sobre La gran perturbación (una de sus grandes obras sin duda( , sobre el movimiento estudiantil crítico, sobre el movimiento obrero (que le rindió homenaje el pasado 20 de diciembre, el día del fallecimiento de uno de sus grandes compañeros y admiradores, Pere de la Fuente), sobre pacifismo y antimilitarismo (Paco Fernández Buey fue objetor fiscal), sobre la izquierda transformadora (Julio Anguita ha escrito un texto inolvidable sobre ello), sobre los movimientos sociales insumisos e indignados, sobre la lucha antinuclear (su reconocimiento del saber y la obra de Eduard Rodríguez Farré no tenía límites) y muchos otros temas complementarios (apunto dos: su faceta de lector incansable y profundo y sus trabajos de crítica poética y literaria) son ilustración de todo ello.
Hay, empero, otra línea de investigación y estudio que no sería justo olvidar. Demediaríamos sus contribuciones. Sus aportaciones en el ámbito de la epistemología, de la historia de la ciencia y de la política de la ciencia han sido (son) muy importantes. Su texto sobre Einstein de principios de los ochenta, La ilusión del método de inicios de los noventa, su Albert Einstein. Ciencia y consciencia y sus numerosos artículos y trabajos publicados en revistas especializadas y de formación ciudadana son contrastación de ello.
Esta tarde, 22 de octubre, presentamos en Barcelona, en el Ateneo barcelonés, gracias a la inestimable ayuda y generosidad de Ramon Alcoberro, el último de sus libros, su libro póstumo: Para la tercera cultura . Miguel Riera y El Viejo Topo han sido los editores. Se enmarca en esa línea de filosofía y reflexión sobre la ciencia y la cultura a la que señalábamos.
Alicia Durán, Jordi Mir, Jorge Riechmann, señalan en su presentación del ensayo:
Quizá se trate de la peor conocida en tre las aportaciones del pensador palentino recriado en Barcelona, aunque sea una temática imprescindible para entender el siglo XXI. Porque no se puede imaginar la sociedad industrial sin entender cómo se crea la ciencia, sin comprender y evaluar el impacto de la tecnología en nuestra vida diaria, sin valorar las promesas y los peligros de la ciencia y la tecnología, eso que los sociólogos llaman «tecnociencia». No parece conveniente ser socióloga y no tener noción sobre cómo funciona una tableta o un móvil. Como no es de recibo que las investigadoras, los científicos y los tecnólogos sean incapaces de mirar más allá del microscopio, aferrados a la falsa idea de la neutralidad de la ciencia. Como apuntaba Jonas, a más capacidad de incidir sobre la naturaleza y la sociedad y de transformarlas, mayor es la responsabilidad de quienes generan conocimiento y lo convierten en tecnología. De ahí la necesidad imperiosa del diálogo entre ciencias experimentales, ciencias sociales y humanidades como distintas perspectivas de los saberes humanos y el conocimiento universal.
A esa necesidad imperiosa de diálogo están dedicadas las más de 400 páginas (que se leen con emoción y deslumbramiento de imposible contención) del nuevo libro de este filósofo inolvidable, de esta maestro de todos nosotros, llamado Francisco Fernández Buey.
En las conclusiones del ensayo señala el autor:
El humanista de nuestra época no tiene por qué ser un científico en sentido estricto (ni seguramente puede serlo). No. Pero » tampoco tiene por qué ser necesariamente la contrafigura del científico natural o el representante finisecular del espíritu del profeta Jeremías, siempre quejoso ante las potenciales implicaciones negativas de tal o cual descubrimiento científico o de tal o cual innovación tecno-científica».
Si se limita a ser esa contrafigura, señala, el literato, el filósofo, el intelectual tradicional, el humanista, tiene todas las de perder. «Puede, desde luego, optar por callarse ante los descubrimientos científicos contemporáneos y abstenerse de intervenir en las polémicas públicas sobre las implicaciones de estos descubrimientos». Pero entonces dejará de ser un contemporáneo. «Con lo cual se desembocaría en una paradoja cada vez más frecuente: la del filósofo posmoderno contemporáneo de la pre-modernidad (europea u oriental)».
Consciente de ello, prosigue, el humanista de nuestra época podría ser también un amigo de la ciencia. «Un amigo de la ciencia en un sentido parecido a como lo son, a veces, los críticos literarios o artísticos, equilibrados y razonables, de los narradores, de los pintores y de los músicos».
Lo anterior exige reciprocidad. «La manera de entender la reciprocidad entre lo que se viene llamando las dos culturas, es decir, entre la cultura literaria y la cultura científica, y la asunción compartida del ignoramos e ignoraremos , tal como fue formulada en su tiempo (1872) por el fisiólogo alemán Emil du Bois-Reymond, son… dos factores esenciales para perfilar el tipo de tercera cultura que se necesita al empezar el siglo XXI». A lo que habría que añadir, comenta FFB, la idea de su admirado Gould de que «el conocimiento científico no puede ir más allá de la antropología de la moral, no puede decir nada acerca sustantivo de la moralidad de la moral .»
Si, como se viene diciendo, hemos de aspirar en el siglo XXI a una tercera cultura, a otra cultura , y a una ciencia con conciencia , el éxito de esta aspiración, en opinión de FFB, «no dependerá ya tanto o sólo de la capacidad de propiciar el diálogo entre filósofos y científicos como de la habilidad y precisión de la comunicación científica a la hora de encontrar las metáforas adecuadas para hacer saber al público en general lo que la ciencia ha llegado a saber sobre el universo, la evolución, los genes, la mente humana o las relaciones sociales. »
La formación ciudadana, nuestra formación, nunca estuvo alejada de sus finalidades y preocupaciones.
De todo ello y de asuntos complementarios, hablaremos esta tarde de octubre, dos días antes de la huelga de la enseñanza del próximo j ueves 24, a las 19:30, en la Sala Verdaguer del Ateneo barcelonés. En la calle Canuda nº 6 de la ciudad de Giulia Adinolfi, Neus Porta y Manuel Sacristán.
Contamos con todos ustedes. Sería un gran honor su presencia.
Notas:
[1] Manuel Sacristán, «La vera cidad de Goethe», Lecturas , Barcelona, Icaria, 1985.
Salvador López Arnal es miembro del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra), director Jordi Mir Garcia (entre sus fundadores: Francisco Fernández Buey).
Reb elión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes