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Sobre el megaproyecto minero de La Colosa en Tolima

Primero el oro, después la vida

Fuentes: Rebelión

No siempre es necesario ser erudito para comprender a cabalidad cuándo nos están metiendo los dedos entre la boca. El profesional, o el ciudadano de a pie, o el mismísimo señor Mark Cutifani, presidente de la multinacional sudafricana Anglo Gold Ashanti sabrían, sin ser especialistas en asuntos de «mercar», qué los favorece y qué no […]

No siempre es necesario ser erudito para comprender a cabalidad cuándo nos están metiendo los dedos entre la boca. El profesional, o el ciudadano de a pie, o el mismísimo señor Mark Cutifani, presidente de la multinacional sudafricana Anglo Gold Ashanti sabrían, sin ser especialistas en asuntos de «mercar», qué los favorece y qué no de todo lo que ofrecen los hipermercados, y saben muy bien, cómo no, cuándo los están engañando, o cuándo les están metiendo descaradamente las manos en sus bolsillos.

En relación con el megaproyecto de explotación de oro en el municipio de Cajamarca, en el departamento del Tolima, conocido como la «Mina La Colosa», me ha ocurrido algo semejante. No tuve que profundizar demasiado en materia de ingeniería técnica de minas y exploración de suelos y subsuelos para comprender de qué manera un proyecto como el de La Colosa, a más de meternos sus manos en el bolsillo al saquear nuestras riquezas naturales mientras recaudan multimillonarias ganancias, introducen sus manotas en nuestras bocas al desestimar el hecho de que allí, en las 517.75 hectáreas de una rica zona de reserva natural, sólo nos dejarán como heredad escabrosa una enorme extensión de terreno árido y altamente contaminado e inhabitable, con suelos esterilizados y la muerte enseñoreada con la vida vegetal, animal y humana. Esta sería, entre muchas otras, una buena razón para acompañar a quienes reclamando los derechos a la conservación de la naturaleza y por ende a la vida y al trabajo, se oponen a un proyecto que con laxitud y permisividad tomó tanta fuerza en 2009 durante el gobierno del expresidente Uribe.

Pero buscando la comprensión de quienes como yo somos legos en esta materia, tras variadas lecturas al respecto, lecturas en las cuales me apoyo para exaltar conceptos e insistir en cifras, he optado por enumerar, simplificándolas, las razones por las cuales debemos alzar nuestras voces para resistirnos a que la depredación y el despojo comiencen desde la minería, tan indolentemente aplicada por los pulpos multinacionales en los países subdesarrollados del Tercer Mundo, a hacer de nuestros campos territorios abonados para la exclusiva sobrevivencia de reptiles y lagartos.

Veamos:

1) Si se descartara la explotación a través de túneles y se emprendiera como «mina a cielo abierto», probablemente se utilizarían durante los próximos 15 años 1.000.000 de toneladas de explosivos, lo cual, según algunos, representaría 10 veces la potencia de la Bomba H de Hiroshima. Así las cosas, además de las secuelas dejadas por las explosiones, las enormes maquinarias que para ello se utilizarían, luego de remover diariamente 600.000 toneladas de tierra, gastando 250.000 litros de agua por hora, la capa vegetal de la zona, contaminándose también como se tiene previsto por cianuro, quedaría simplemente como una nostálgica reminiscencia.

2) En el lugar escogido para establecerse, existen 161 nacimientos de agua que se verían a «gatas» para suministrar los 9 millones de metros cúbicos al año que requerirían, cantidad extravagante que equivale, según estudios, al consumo mínimo de cerca de medio millón de personas. En este punto, es notable la afectación que sufrirían tanto el distrito de riego del río Cuello, como el plan de acueducto alterno para la ciudad de Ibagué.

3) La compañía transnacional sudafricana AngloGold Ashanti (AGA9) prevé a manera de compensación para Cajamarca y el Tolima la oferta de 500 puestos de trabajo durante los 15 años que calcula su permanencia allí, pero cierra sus gatunos ojos maliciosos cuando se le advierte que al atentar contra la vocación agrícola y ganadera de la región, miles y miles de trabajadores tolimenses quedarían cesantes en el lento y alborozado despuntar de su oro.

4) Tampoco reparan en el hecho de que jamás las deslumbrantes regalías a que se tendría derecho podrán cubrir los enormes costos que demandaría aliviar los inevitables daños ambientales.

5) La eventual contaminación por cianuro de los ríos Bermellón, Cuello, y quizás el Magdalena, si se tiene en cuenta el presumible uso de 4 millones de kilos de dicho veneno y los respectivos residuos tóxicos en el suelo de, entre otros, arsénico, cobalto y mercurio, es para ellos una trivial y necia argumentación de sus detractores. Pero, ojo, esta contaminación, de acuerdo a algunas fuentes, se podría extender ¡por más de 100 años!

6) El mismo gobierno ha reconocido el incremento de la violencia, la pobreza y los desplazamientos en las zonas mineras del país -esa «locomotora minera», que llaman-, tanto en donde la explotación se hace bajo procedimientos legales -y para corroborarlo basta un simple encuesta tanto con sus trabajadores, como con la población circundante a las minas- como allí en donde la ilegalidad campea. Y la Colosa, en modo alguno, nos puede asegurar que sería la excepción a la regla.

De tal suerte que este espécimen multinacional, la AngloGold Ashanti, a quien por alguna razón yo percibo como un felino al que han dado en llamar Colosa, me recuerda bien las características de una intrépida gata: uñas retráctales, oído fino, olfato certero y visión nocturna; ágiles para capturar su presa y nada de lo que se mueve les es indiferente. Ah, y poseen una memoria prodigiosa para todo aquello que observan o experimentan.

Estamos, pues, ante una genuina «Gata Golosa»

 

(*) Germán Uribe es escritor colombiano

[email protected]

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.