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Prólogo a un libro del Polo Democrático de Ecuador, de próxima aparición

Fuentes: Rebelión

Traducido del inglés para Rebelión por S. Seguí

Ecuador tiene hoy ante sí grandes oportunidades de transformación social fundamental y también importantes amenazas por parte de las redes imperiales.

En los últimos tiempos, la movilización social popular, tanto de las clases populares urbanas como las rurales (obreros, campesinos, indígenas, funcionarios, militantes de barrio, maestros y vendedores ambulantes), ha conseguido derrocar a varios presidentes neoliberales, desacreditar a un Congreso corrupto y reaccionario, y rechazar a los partidos electorales tradicionales de la oligarquía. Un movimiento de masas independiente de gran envergadura se ha convertido en el eje articulador de una nueva configuración de poder que exige la nacionalización total y completa de la industria petrolera, una reforma agraria general y profunda y la reasignación de los ingresos del Estado, desviando los recursos destinados al pago de la deuda externa e interna a la financiación de amplios programas de salud, educación y empleo. Básicamente, el movimiento exige una redistribución del ingreso, la propiedad y el crédito acaparados por la oligarquía dominante, en beneficio del ochenta por ciento de la población excluido y explotado.

La elección del presidente Rafael Correa se basó en su rechazo del acuerdo por el que se autorizó la instalación de la base militar estadounidense en Manta y en sus demandas populistas de control nacional de la industria petrolera, su promesa de llevar a cabo reformas drásticas del ingreso y la propiedad, y su cuestionamiento de la deuda externa.

La promesa del gobierno de Correa de una transformación estructural no ha ido seguida de medidas concretas, en parte debido a la oposición del Congreso y también a sus propias ambigüedades a la hora de llevar a la práctica sus formulaciones políticas. Lo que el gobierno de Correa ha conseguido es la movilización permanente de la mayoría de los ecuatorianos en favor de la celebración de elecciones a una asamblea constituyente que elabore una nueva constitución y eventualmente establezca los fundamentos políticos para una transformación social.

La principal amenaza a este proceso de transformación política en curso proviene de tres centros de poder interrelacionados: i) el imperialismo estadounidense, centro de la contrarrevolución mundial basada en su aparato militar, económico y político, y actor de primera fila en colaboración con potencias subimperiales como Brasil y Colombia; ii) la oligarquía ecuatoriana y sus partidos políticos; y iii) las organizaciones no gubernamentales (ONG) locales.

El imperialismo estadounidense opera por intermedio de una red de Estados satélites, gobiernos colaboradores, empresas transnacionales, ONG y élites políticas locales. Es un error limitar la amenaza imperial a la Casa Blanca, el Pentágono, la CIA o la Occidental Petroleum Co. Son sin duda actores de primera fila, pero son sólo una parte de la arquitectura imperial que amenaza el proceso de cambio en Ecuador.

Un aspecto igualmente importante de la configuración del poder imperial son las redes políticas y económicas que lo complementan, colaboran con él y comparten sus riquezas. Hoy día, con el Imperio enfangado en dos guerras prolongadas costosas e impopulares, en Irak y Afganistán, y ante los importantes retos en América Latina que le plantea el gobierno antiimperialista de Hugo Chávez, Washington se ve obligado a delegar en gobiernos títeres y subimperiales latinoamericanos para mantener su influencia.

El principal aliado político-económico subimperial de los Estados Unidos en América Latina es el gobierno neoliberal y reaccionario del presidente brasileño Luis Inácio Lula da Silva, aliado del gobierno derechista fraudulentamente elegido de Felipe Calderón, en México, otro defensor declarado del libre mercado. Mediante acuerdos en materia de energía firmados con el presidente Bush y acuerdos relativos a inversiones firmados recientemente con los gobiernos oligárquicos de Panamá, Honduras y El Salvador, el gobierno de Lula pretende crear un eje político del etanol en el hemisferio occidental. Utilizando como instrumento la empresa petrolera de propiedad mixta, pública y privada, Petrobras, Lula se ha implicado a fondo en la explotación de los recursos energéticos de Bolivia, y ambos presionaron al gobierno de Morales para que les vendiese gas y crudo a precios inferiores a los del mercado mundial. Asimismo, Petrobras-Lula firmaron recientemente un acuerdo de explotación conjunta de los yacimientos de hidrocarburos situados frente a las costas de México, violando así la Constitución mexicana que otorga al Estado mexicano los derechos exclusivos de explotación de los hidrocarburos.

En la década de 1990, bajo la presidencia de Fernando Henrique Cardoso, comenzó la privatización de Petrobras con la venta de sus acciones en Wall Street. Desde la elección de Lula, el 50% de las acciones de la empresa pasó a manos de inversores extranjeros, la mayor parte de ellos de Wall Street. Petrobras es una empresa estatal en la forma, pero privada en la práctica, que funciona y actúa exactamente como cualquier otra transnacional del petróleo. Además, se trata de un actor político poderoso que dicta la política económica exterior de Brasil. Cuando Petrobras se negó a renegociar con el presidente Evo Morales los acuerdos del gas y el petróleo, la empresa consiguió el apoyo del gobierno de Lula, a pesar de las manifestaciones de éste de amistad y apoyo al programa reformista de Morales. Petrobras consiguió también el respaldo de todos los medios de comunicación brasileños, los sectores más reaccionarios y chauvinistas del Partido de los Trabajadores, y los partidos políticos oligárquicos tradicionales y el Congreso.

La estrategia de Petrobras en Bolivia consistió no sólo en conseguir del gobierno de Morales unos impuestos y royalties bajos, sino también en desestabilizar y socavar la legitimidad del gobierno elegido. A escala internacional, Petrobras ha sido la empresa energética que ha liderado la resistencia a los intentos de Morales de renegociar los contratos de gas y petróleo que su electorado le exigía y que él había prometido en su campaña. Medios como The Financial Times y The Wall Street Journal, la Casa Blanca y la Unión Europea, en particular España, apoyaron los intentos de Petrobras de socavar las empresas mixtas bolivianas, asociadas del sector público y el privado, tachando su actuación, falsamente, de nacionalización.

En los últimos 40 años, varios presidentes neoliberales mexicanos han propuesto modificar la Constitución del país a fin de permitir la explotación de los hidrocarburos mexicanos por empresas extranjeras. En agosto de 2007, Petrobras y Lula propusieron al presidente neoliberal reciente y fraudulentamente elegido Calderón la creación de una empresa mixta para la explotación del crudo mexicano. En otras palabras, Lula y Petrobras propusieron a Calderón poner fin a setenta años de propiedad estatal del crudo mexicano, que proporciona al Estado el 40% de sus ingresos. La oferta de Petrobras abriría la puerta a la privatización de toda la industria petrolera mexicana agrupada en PEMEX, algo que los estrategas imperiales de EE UU llevan intentando desde hace décadas. En otras palabras, actúa en lugar y en favor de los intereses de sus accionistas privados estadounidenses, Wall Street y la Casa Blanca. Por estas razones, sería un error garrafal referirse a Petrobras como a una empresa estatal brasileña.

La construcción del imperio depende de la cooperación internacional

Los imperios mundiales dependen de la existencia de Estados subordinados, colaboradores capitalistas privados y ejércitos mercenarios encargados de su gestión. En los siglos XIX y XX, más de tres cuartas partes del ejército imperial británico estaban formadas por mercenarios coloniales, dos tercios del funcionariado colonial eran miembros de los pueblos sometidos, la mayor parte de los gobernantes locales eran colaboradores tribales, terratenientes, mercaderes o miembros de las clases altas. Hoy, la clase gobernante estadounidense puede mantener el imperio con ayuda de gobernantes locales, como Alan García en Perú, Michelle Bachelet en Chile, Álvaro Uribe en Colombia, Felipe Calderón en México, Tabaré Vázquez en Uruguay y Luis Inácio Lula da Silva en Brasil. El Imperio estadounidense depende de la colaboración de generales de Estado Mayor, banqueros centrales, élites diplomáticas y de negocios, banqueros y terratenientes de los Estados satélites, así como de los miembros de inferior jerarquía. Sin la colaboración de estos grupos, el imperio de EE UU debería hacer frente a guerras civiles sin fin, levantamientos populares y la desintegración de la estabilidad política necesaria para la inversión privada y la explotación.

Las guerras contra Irak y Afganistán son casos relevantes: después de destruir la economía y el Estado mediante la invasión militar, Washington no tiene colaboradores locales sostenibles y de confianza. Obligado a gobernar directamente, Washington se halla ante la tesitura de una guerra colonial prolongada y de imposible victoria.

Imperio y resistencia: Washington frente a Caracas

América Latina está hoy polarizada en cuatro bloques: un bloque variopinto de guerrillas y movimientos sociales, que va desde las FARC al MST; un bloque radical social y nacional, compuesto por Venezuela, Cuba y el Polo Democrático de Ecuador; un bloque de centro-izquierda, en el que se hallan Correa, de Ecuador, y Morales, de Bolivia; y un bloque derechista neoliberal compuesto por Brasil, Uruguay, Colombia, Perú, México y Chile.

La estrategia imperial de EE UU confía en sus Estados amigos derechistas para hacer frente a la izquierda revolucionaria y radical, y para subvertir al centro-izquierda.

Washington explota la naturaleza contradictoria de los movimientos de Correa y Morales, a la vez que Chávez intenta reforzar los sectores públicos y nacionales de aquéllos. Los dos gobiernos, el ecuatoriano y el boliviano, incluyen un sector nacionalista y neoliberal; ambos responden a las demandas nacionales y populares y abren espacios a la organización de masas, a la vez que apoyan a las estructuras existentes de riqueza y propiedad. Asimismo, deben hacer frente a las presiones de las clases superiores y los EE UU en su intento por congelar el proceso de cambio. Por otra parte, los movimientos de masas presionan a los gobiernos para que procedan a la nacionalización real de sectores estratégicos, como el petróleo, el gas, los minerales, los bancos y la tierra.

Conclusión

Los indicadores de la radicalización son claros. Enrique Correa recibió el 22% de los votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, el 54% en la decisiva segunda vuelta y más de 82% en el subsiguiente referéndum de convocatoria de una asamblea constituyente. La decadencia y profunda desintegración de todos los partidos tradicionales abre el camino a nuevas fuerzas políticas. Ante esta oportunidad histórica, este tiempo de cambio, una nueva alianza de sindicalistas, militantes indígenas, líderes de movimientos sociales y ecologistas ha formado el Polo Democrático. El Polo ha elaborado una estrategia y un programa electoral concisos para las elecciones de la asamblea constituyente: Nuestro Camino Para una Constituyente de Plenos Poderes. Su programa político incluye la ruptura total con la dictadura de los partidos de élite tradicionales y la transformación de la Asamblea Constituyente en el brazo legislativo del movimiento popular. El elemento central de la lucha es el establecimiento de la soberanía popular y la expropiación y transferencia de los recursos básicos, en particular el petróleo y el sector de la energía, bajo control popular. Tal como reconocen los líderes del Polo, la lucha por la liberación nacional y contra el imperialismo en Ecuador requiere el enfrentamiento con las corporaciones transnacionales europeas, estadounidenses y brasileñas y su expropiación, así como el desmantelamiento de las estructuras políticas del Estado neocolonial. Por necesidad, dada la estructura del capitalismo ecuatoriano y la interconexión entre la oligarquía ecuatoriana y el capital extranjero, la lucha contra el imperialismo y sus colaboradores locales es a la vez una lucha anticapitalista. El presente libro no solamente proporciona un brillante diagnóstico, sino que también establece la estrategia intelectual y política que permita revolucionar la sociedad y la economía ecuatorianas.

Agosto, 2007

Nota del traductor: El libro al que pertenece este prólogo carece todavía de título.