Sabido es que todo lo que dicen los medios colombianos debe ser tomado con muchísima cautela. Cuando no mienten abiertamente, distorsionan las cosas. Su afán jamás es esclarecer los hechos, sino confundir. Esto no es un mero vicio profesional, sino que responde a una estrategia comunicativa de la clase que posee y domina estos medios, […]
Sabido es que todo lo que dicen los medios colombianos debe ser tomado con muchísima cautela. Cuando no mienten abiertamente, distorsionan las cosas. Su afán jamás es esclarecer los hechos, sino confundir. Esto no es un mero vicio profesional, sino que responde a una estrategia comunicativa de la clase que posee y domina estos medios, la oligarquía colombiana. La prensa colombiana, pese a adoptar un formato supuestamente neutral, es una prensa militante de derecha que reproduce de manera acrítica los discursos e ideología del bloque dominante.
Cierto es que, a veces, los medios comunicativos informan sobre los crímenes del Estado, que a veces hay reportajes sobre los falsos positivos, sobre el desplazamiento, sobre los vínculos entre las fuerzas paramilitares y el ejército oficial, etc. Pero inmediatamente informan de los hechos, los descontextualizan, cuentan la verdad a medias o introducen mentiras para confundir a los incautos. Por eso es que el ejercicio de leer la prensa colombiana requiere de saber aplicar un tamiz que permita separar los hechos de la ideología de la oligarquía. Esto todos en la izquierda es conocido, pero a veces nosotros mismos caemos en la trampa de estos manipuladores profesionales de la opinión pública, que nunca descansan y que no dan puntada sin hilo.
Recientemente la CTI capturó a Luis Rodolfo Mendoza Ovalle, Luis Camilo Gamez y Miguel Gnecco Castilla, tres militares colombianos sorprendidos in fraganti con 300 kilos de cocaína y 16 millones de pesos en efectivo en el departamento de Magdalena. Lo que una vez más viene a probar lo que todos sabemos: los vínculos profundos del Estado colombiano, de la oligarquía y del Ejército con la mafia narcotraficante, proceso que desde los años ’80 se ha dado por la integración de la economía ilegal a la legal. No podemos esperar, por cierto, de la prensa oficial, revelaciones sobre las estructuras profundas de la economía mafiosa en el establecimiento ni una investigación crítica sobre las causas del avanzado estado de putrefacción de las instituciones colombianas. Por eso es que algunas notas publicadas por medios de comunicación popular, llevaban la noticia más allá del cuento chino de las «manzanas podridas» y mostraba como este no era un caso aislado. Hasta ahí todo bien.
El problema es que las notas señaladas reproducían sin cuestionamiento un pequeño petardo arrojado por la oligarquía en sus medios de manipulación de masas; que supuestamente estos militares trabajaban asociados con el «paramilitar» Megateo. Eso parecería un mero detalle sin mayor importancia, pero sí que la tiene. Megateo no es ningún paramilitar sino el comandante del EPL en Norte Santander. ¿Por qué los medios oficiales meten al baile a Megateo, sin dar ninguna clase de evidencias? Si bien a los militares los sorprendieron, como se dice, con las manos en la masa, no hay nada que indique la participación de Megateo en este caso. Más aún, ¿son los medios colombianos tan ignorantes como para no saber que Megateo es comandante del EPL? ¿por qué entonces lo mencionan como un «paramilitar»?
La impresión que me da es que la oligarquía a través de sus medios trata de sacar ventaja de una noticia que la avergüenza e introducen ese «detalle» aparentemente insignificante para sembrar un velo de confusión en torno al caso. Con él, a la vez que muestran a los soldados como «manzanas podridas», inmediatamente los vinculan a los «violentos». Y al referirse a los violentos, mezclan al paramilitarismo con un comandante de una guerrilla pequeña a nivel nacional pero significativa en la región, la cual viene pidiendo su participación directa en los diálogos de paz. En esa región, como se sabe, el EPL opera en coordinación militar con las FARC-EP y con el ELN. Entonces, culpando a un comandante del EPL, por asociación, se les unta a todos con el narcotráfico, con «elementos corruptos» del Estado y con paramilitarismo.
La directiva en los medios oficiales es confundirlo todo cuando se habla del conflicto colombiano: todos los «irregulares» son lo mismo, las «bacrim» están aliadas con la guerrilla, es imposible distinguirlos a los unos de los otros, y otras falacias que no ayudan en nada a una mejor comprensión del conflicto social y armado colombiano. Incluso se transmite la impresión de que los «violentos» (todos, no sólo los paramilitares) están copando espacios del Estado gracias a funcionarios corruptos. El fin de esta confusión es dar la impresión de un «Estado» asediado por los «ilegales», desplazando las contradicciones en Colombia desde el plano real de la lucha de clases (contenido social del conflicto), a una ficticia lucha entre el estado de derecho y los ilegales (todos en el mismo saco, una mera cuestión de criminalidad rampante). Este discurso, huelga aclarar, es un formidable obstáculo para la paz, pues impide a amplios sectores de la población colombiana (sobretodo a aquellos que no tienen relación directa con la realidad del conflicto armado) comprender el vínculo que existe entre la confrontación armada y las causas sociales-estructurales que lo originan. Y sin dar solución a las causas estructurales que originan el conflicto, cualquier política que promueva o busque la paz, no será sino un fracaso. Por eso se habla de paz con justicia social.
De paso, los medios, con este petardo, buscan invalidar la búsqueda legítima de un espacio en las negociaciones de paz por parte de un movimiento guerrillero que se desmovilizó parcialmente en 1991. No hace bien a Colombia limitar las negociaciones a las FARC-EP o al ELN, pues cada insurgencia existe por razones específicas, aunque también pueda decirse que exista en términos muy generales por las mismas razones que las otras (exclusión política y despojo a las clases populares). Cada movimiento guerrillero responde a aspectos específicos del conflicto social colombiano, responde a causas estructurales y a razones particulares que deben ser abordadas en un ejercicio de diálogo político como el que se está llevando a cabo en La Habana. De la misma manera que exigimos ampliar la participación popular en la mesa, esto también implica ampliar la participación a otras expresiones insurgentes.
Por todo esto es que no veo nada de inocente en este petardo que arrojó la oligarquía en medio de esta noticia. Este incidente, en apariencia «insignificante» nos recuerda una vez más que hay que estar siempre muy atentos en corroborar la veracidad de las noticias oficiales y aplicar un filtro crítico a todo lo que recibimos. Hay que recibir toda noticia de estos medios con una dosis de sano escepticismo -no rechazar utilizar estos medios de plano, sino que aprender a trabajarlos entendiendo los subtextos siempre presentes y las manipulaciones sutiles. Varios medios ya han rectificado el error sacando esa mención a Megateo, pero no está de más una nota extra para enfatizar lo cuidadosos que debemos ser con los medios oficiales, pues ninguno de nosotros, por clara que tengamos la película, estamos libres de caer en la trampa. Aún medios valiosos, críticos, valientes, mordieron el anzuelo, pero afortunadamente supieron enmendar el error a tiempo.
(*) José Antonio Gutiérrez D. es militante libertario residente en Irlanda, donde participa en los movimientos de solidaridad con América Latina y Colombia, colaborador de la revista CEPA (Colombia) y El Ciudadano (Chile), así como del sitio web internacional www.anarkismo.net. Autor de «Problemas e Possibilidades do Anarquismo» (en portugués, Faisca ed., 2011) y coordinador del libro «Orígenes Libertarios del Primero de Mayo en América Latina» (Quimantú ed. 2010).
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