La consolidación de una cultura traqueta en Colombia en los últimos quince años se expresa en la propaganda electoral que se despliega en cada campaña, en la que vale destacar los insultos, mentiras, descalificaciones, calumnias que genera la derecha y la extrema derecha contra aquellos candidatos que no son de su feudo y que ha […]
La consolidación de una cultura traqueta en Colombia en los últimos quince años se expresa en la propaganda electoral que se despliega en cada campaña, en la que vale destacar los insultos, mentiras, descalificaciones, calumnias que genera la derecha y la extrema derecha contra aquellos candidatos que no son de su feudo y que ha contagiado al «centro», de los verdes y del Moir-Polo Democrático. Este no es el aspecto principal de la propaganda electoral a favor de la extrema derecha, encarnada en un ex presidente y hoy senador, ya que sobresale un elemento inesperado, que le ha sido muy eficaz: dar a conocer, en los días previos a las elecciones, denuncias sobre los crímenes, tropelías y delitos cometidos por el ex presidente paisa.
Existe una coincidencia pasmosa ―que en cualquier otro país generaría escándalo y rechazo masivo― entre esas denuncias y la popularidad electoral del Centro Demoniaco y su político estrella, lo que nos lleva a concluir que tales denuncias son una propaganda «gratuita» que favorece las toldas de esos delincuentes. Así sucedió en las elecciones para Senado en marzo y así acaba de acontecer en la primera vuelta presidencial. En los días previos a las elecciones para Senado se conocieron dos hechos que en un país medianamente decente hubieran generado el rechazo de los electores, pero no es el caso de Colombia. La primera noticia se refería a la violación de una conocida periodista, Claudia Morales, quien señaló que había sido abusada sexualmente por un personaje muy poderoso del país que, según todas las pesquisas, conducía al Palacio de Nariño y a su inquilino principal, en el período 2002-2010. La segunda noticia estuvo referida con las interceptaciones que la Corte Suprema de Justicia efectuó a ese personaje, en las que se demuestra que este falsificó testigos para incriminar al Senador del Polo Democrático Iván Cepeda. En esta ocasión se hicieron grabaciones en que el ex presidente habla con un hombre de su entera confianza, señalado como uno de los organizadores del Bloque Metro de los paramilitares, en una de las cuales dice de manera textual, y muy a su estilo traqueto: «Me están investigando a mí con usted y tienen interceptado el teléfono. O sea que esta llamada la están escuchando esos hijueputas» (sic). De esas reuniones poco santas existe registro fotográfico, que evidencia la cercanía entre personajes del hampa criolla, que se reúnen en restaurantes de Medellín, encabezados por un senador activo y ex presidente de Colombia.
Esas informaciones fueron pura propaganda electoral para el Centro Demoniaco, cuyo candidato obtuvo una alta votación en la consulta de marzo. Es decir, las denuncias contra el dueño de ese partido le produjeron resultados muy positivos, no le quitaron ni un voto. Antes por el contrario, incrementaron su respaldo electoral, hasta el punto que fue el senador más votado en marzo.
Podría pensarse que es una coincidencia o una especulación de nuestra parte, pero lo que acaba de suceder en las elecciones del 27 de mayo lo confirma. Desde semanas antes se empezaron a poner en circulación noticias que denunciaban hechos criminales o delictivos del ex presidente o de su entorno más cercano. Se destacaron dos noticias: el asesinato de Carlos Enrique Areiza Arango, alias ‘Papo’, en Bello (Antioquia), un testigo clave en el proceso de fabricación de falsos testimonios para inculpar a Iván Cepeda. Al respecto, en su cuenta de Twiter, con un desprecio absoluto el ex presidente afirmó: «Carlos Areiza era un bandido. Murió en su ley. Areiza es un buen muerto». Este hecho suscitó múltiples columnas y comentarios de prensa, que señalaban en forma directa o indirecta el interés del ex presidente por eliminar a un testigo tan incómodo -el noveno testigo que es asesinado en parecidas circunstancias- que resultaron siendo propaganda electoral favorable al Centro Demoniaco y a su candidato Iván Duque, un títere del ex presidente.
Por si hubieran dudas de este nuevo tipo de propaganda electoral, dos días antes de las elecciones The New York Times publicó un artículo, escrito a partir de cables del gobierno de los Estados Unidos de las décadas de 1980 y 1990, en donde diversos funcionarios de ese gobierno señalan que un político criollo, que había sido Director de la Aeronáutica Civil y Gobernador de Antioquia, era una ficha clave del Cartel de Medellín. En esos cables se indica que el personaje de marras financió sus campañas políticas con dineros del narcotráfico, concretamente del clan de la familia Ochoa Vásquez.
Esta información se convirtió en publicidad política gratuita para el candidato del Centro Democrático, la sombra del patrón de marras, como se demuestra con el hecho de que obtuvo la mayor votación en la primera vuelta de las elecciones presidenciales.
La pregunta de fondo es: ¿por qué sucede ese fenómeno aparentemente tan contradictorio en que denuncias e información sobre delitos y crímenes en los que ha estado involucrado el ex presidente en lugar de generar el rechazo de los electores le representan un incondicional respaldo? Es un resultado de la consolidación de una cultura traqueta en la sociedad colombiana, que se distingue por avalar la violencia, el arribismo basado en las acciones delictivas, el enriquecimiento ilícito, la corrupción, las triquiñuelas y las maniobras bajas, la traición, el desprecio hacia los pobres, el racismo, el machismo, el clasismo, el anticomunismo rastrero, la persecución y asesinato de los que piensan distinto y que son identificados como de izquierda (considerados como peligrosos enemigos que deben exterminarse), la condena a muerte de aquellos que osen rebelarse contra los poderosos y el culto a los paramilitares asesinos, que son presentados como los «salvadores de la patria». Y todo esto en medio de una gran impunidad y aceptación social.
Esos «excelsos valores» los encarna como ningún otro personaje en la historia colombiana reciente el ex presidente paisa. De ahí el respaldo que le brindan sectores de la población colombiana (empezando por algunos de Medellín y Antioquia, los lugares donde surgió la cultura narcotraqueta) cuando se denuncian los crímenes del ex presidente, porque para ellos ni siquiera es que sean falsas, eso ya no les importa, sino que los crímenes engrandecen al personaje ante sus ojos y ellos mismos se sienten identificados con esa cultura del bajo mundo, en donde su héroe favorito es Pablo Escobar, el patrocinador principal de Varito, como lo llamaba afectuosamente. Ni siquiera es un asunto de victimización, que puede operar para los sectores más ingenuos de la Bacrin de los Uribeños, sino de aceptar, simpatizar y compartir los valores criminales, que incluso se reivindican como criterios de identificación de los colombianos ante el resto del mundo, criterios que son propios de cualquier vulgar matón de barrio y no deberían ser fuente de orgullo sino de una gran vergüenza.
Publicado en papel en El Colectivo (Medellín), junio de 201
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