Los ánimos comenzaron a caldearse la noche del viernes, en la previa de la cuenta pública de su gestión que dio el 21 de mayo Sebastián Piñera al país, cumpliendo con una rancia tradición republicana chilena. Más de 40 mil personas salieron a protestar por las principales calles de Santiago. La principal bandera de lucha […]
Los  ánimos comenzaron a caldearse la noche del viernes, en la previa de la cuenta  pública de su gestión que dio el 21 de mayo Sebastián Piñera al país, cumpliendo con una  rancia tradición republicana chilena. Más de 40 mil personas salieron a  protestar por las principales calles de Santiago. La principal bandera de lucha  la portaban los detractores del megaproyecto HidroAysén, un complejo energético  que se pretende levantar en La Patagonia y que ha recibido críticas  transversales por el daño que provocará al medio ambiente.
Pero no eran los únicos, a los ambientalistas se unieron  defensores de la causa mapuche, estudiantes, universitarios, organizaciones  gays, desempleados y mucha gente común y corriente que dieron vida a esta nueva  masa humana que hace rato viene gritando con fuerza que no están contentos con  la forma que tiene el gobierno de derecha de dirigir al país.
Duros enfrentamientos entre Carabineros y jóvenes más  radicales dieron por terminada la marcha, pero el nerviosismo llegó a La Moneda,  donde el inquilino principal afinaba los últimos detalles del esperado discurso  ante el Congreso pleno, que comenzó a las 10 en punto.
El principal temor en el oficialismo era que las  escaramuzas se trasladaran a Valparaíso, la ciudad sede del Poder Legislativo,  opacando un ritual que coincide con el Combate Naval de Iquique, una de las  gestas militares celebradas en este país. Y así nomás fue, y no sólo en las  calles.
Con un discurso cargado a los «logros» de su  administración (crecimiento por sobre el 7%, avances en Salud, Educación,  Cultura, entre otros), Piñera dejó para el final el tema medioambiental, quizás  intentando apaciguar los ánimos ya encendidos a mitad de su elocución -hubo  gritos y consignas de desaprobación a sus palabras, que la televisión y radio no  lograron captar completamente- o bien pensado derechamente como una estrategia  comunicacional. Con todo, fue interrumpido 16 veces, todo un record para esta  ceremonia que data desde los albores del Chile independiente.
El clímax de la jornada llegó cuando diputados de  oposición (Concertación) exhibieron un lienzo con el mensaje: «No a HidroAysén.  Patagonia sin represas», lo que obligó al presidente del Senado Guido Girardi a  solicitar su retiro. Sin embargo, los parlamentarios se trenzaron en una  refriega con sus colegas oficialistas de Renovación Nacional (RN), que  intentaron obligarlos a bajar la pancarta. Fue un intento, que no llegó a  mayores, mientras tanto en las graderías se escuchaban reclamos por la lentitud  de la reconstrucción, los líos en la educación media y superior y el tema de las  represas en el sur. «Mentiroso, mentiroso», alcanzaron a escuchar los casi mil  asistentes al Congreso en la ciudad-puerto.
Otro punto clave de su presentación fue el ataque a las  políticas del gobierno pasado, asegurando que su administración utiliza normas  ambientales más rigurosas, las cuales, de haber estado vigentes antes, hubieran  evitado daños ecológicos. Aplausos cerrados de la derecha, muecas desde la  vereda del frente.
En ese escenario, Piñera -sin nombrarla- hizo una defensa  de HidroAysén (propiedad de Endesa y la acaudalada familia Matte): «Quienes  piden concentrarse sólo en energías renovables están induciendo a error», dijo y  emplazó indirectamente a ecologistas que cuestionan proyectos tradicionales,  pero que consumen la electricidad que se genera en estas centrales sin  problema.
«Necesitamos asumir decisiones ahora y no seguir  postergando para el próximo gobierno», agregó dando otro palo Michelle  Bachelet.
Una nueva interrupción obligó a Piñera a salirse del  libreto: «Los violentistas en este país nunca tendrán la última palabra…»,  vociferó. Luego se mostró contrario al «germen de la división y la beligerancia  que podrían terminar matando el diálogo». Acto seguido, pidió un pacto nacional  para avanzar en temas sociales y terminar con las confrontaciones  políticas.
La rendición de cuentas se caracterizó por los abucheos  provocados en las gradas, que no se habían registrado con tanta insistencia  desde que retornó la democracia en 1990. Para la oposición, no hubo grandes  anuncios, más bien fue un recuento de las medidas de avance de la agenda de  siete grandes ejes fijados por su administración.
«Fue un discurso pobre y una pérdida de tiempo», declaró  tajante el presidente del PS, Osvaldo Andrade. A su juicio, «sería bueno que los  chilenos evaluaran. ¿Hay algún mínimo reconocimiento de algún error? ¿Todo ha  sido perfecto? El Presidente en ningún momento dijo ‘tuvimos este error’, ‘nos  equivocamos en esto'», comentó.


