«Una primera conclusión que podemos extraer de este período iniciado en 2011 es, por tanto, que se ha producido un vacío de hegemonía. El proyecto neoliberal y el Bloque Histórico de la transición terminaron por agrietarse, perdiendo capacidad de gobernabilidad y de consenso espontáneo. A su vez, ese vacío de hegemonía no ha podido ser […]
La invitación es sugerente y no muy común: se nos convoca a hablar sobre estrategia. Es decir, no sobre el «¿qué?» (el programa) o el «¿para qué?» (las razones de ese programa), sino sobre el «¿cómo?». Vale aclarar, sobre el estado de las fuerzas en pugna, sobre el poder y acerca de los medios para acumular fuerza y hacer avanzar los objetivos programáticos.
A partir de 2011 se inicia en Chile un proceso de impugnación del modelo neoliberal. Era una crítica tanto a la transición chilena como al bloque histórico que allí emergió, el cual dominó la escena durante casi 20 años. Su eje fue una coalición de centroizquierda -la Concertación- que en lo político pugnaba por la recuperación y consolidación de la democracia, mientras que en lo económico-social su horizonte se circunscribía a reformas «intramodelo». Su emergencia se da en el marco de una constitucionalización del neoliberalismo y de una derecha que producto de diversos mecanismos contramayoritarios tenía una capacidad de veto y con ello, en la práctica, de co-gobierno.
El Bloque Histórico dominante post 90 era, por tanto, un complejo entramado político-institucional. Comprendía un sistema de partidos y de alianzas sociales; involucraba a actores que iban desde la derecha a la izquierda en el marco de una democracia semi-soberana, con un neoliberalismo que crecientemente se pretendía fuera tomando «rostro humano». Una parte de la izquierda estaba fuera de este Bloque hegemónico y un sector más crítico en su interior -conocido como «autoflagelante»- había sido marginalizado y subordinado con éxito.
Como señalamos, a partir de 2011 comienza un proceso de movilización social y política que impugna por primera vez con real fuerza al neoliberalismo, primero en el plano de la educación, a lo que luego se agregan otros movimientos sociales como NO+AFP, de tipo regionalistas, medioambientales, de profesores o las huelgas en sectores del retail, entre otras. Mención aparte merece el movimiento feminista, porque su crítica atraviesa el capitalismo neoliberal, pero tiene una mayor profundidad cultural por su confrontación con la sociedad patriarcal.
La fuerza de estos movimientos impacta sobre la Concertación, la cual trata de proyectarse en la nueva etapa con un programa más avanzado, incorporando al PC a la coalición y de manera parcial a RD, en lo que fue la segunda administración Bachelet. Los sectores más críticos y de izquierda de la Concertación parece tener, por fin, su oportunidad.
Si bien se tocan ciertos pilares del neoliberalismo bajo esta administración, el proyecto sucumbe a poco andar producto de las propias contradicciones internas de la alianza gobernante. Queda en evidencia que esta coalición de centroizquierda -sea bajo la forma más conservadora de la Concertación o más avanzada de la NM-, la cual ha dominado el escenario postdictadura, ha tocado techo y periclitado en términos programático. Además, carece de la coherencia política necesaria para conducir un proceso de salida al neoliberalismo.
A este gobierno de la Nueva Mayoría lo sucede un gobierno de derecha -segunda administración Piñera-, que trae como explícito propósito una restauración conservadora y de relegitimación del modelo neoliberal. Hasta ahora ese objetivo no ha podido ser logrado y no parece que vaya a ocurrir en el marco de una administración estancada económicamente y que rápidamente se ha ido descapitalizando políticamente.
Una primera conclusión que podemos extraer de este período iniciado en 2011 es, por tanto, que se ha producido un vacío de hegemonía. El proyecto neoliberal y el Bloque Histórico de la transición terminaron por agrietarse, perdiendo capacidad de gobernabilidad y de consenso espontáneo. A su vez, ese vacío de hegemonía no ha podido ser llenado por las nuevas fuerzas emergentes.
En este contexto, podemos observar hoy que cuatro proyectos -a lo menos- pugnan por ocupar el espacio de liderazgo que ha quedado vacío: En la derecha, dos proyectos disputan entre sí: uno liberal-conservador, que aglutina desde la UDI a Evópoli y que se expresa en el gobierno de Piñera, y una variante neofascista con rasgos populistas y nacionalistas, encabezados por J.A. Kast. El fascismo siempre ha sido una respuesta política en los momentos de pérdida de legitimidad del liberalismo para gobernar el capitalismo.
Por su parte, en el campo que va del centro a la izquierda también dos proyectos pugnan entre sí. Por un lado, intentos hasta ahora fallidos de rearmar el espacio que dejara la Concertación y luego la NM, una suerte de socialdemocracia de «tercera vía». Hasta ahora ese espacio lo intenta cubrir la llamada «Convergencia Progresista» que une al PS-PPD y PR, desplazando y aislando al PC, además de tender pocos puentes hacia el FA. Caso aparte es una DC girando a la derecha y tratando de abrir un espacio propio como bisagra del sistema político. El problema es que la alianza entre ambos bandos es «menos de lo mismo», tanto electoral como políticamente.
Por otra parte, está un proyecto y una fuerza de sello antineoliberal que aglutina a una izquierda en proceso de constitución y que podría abarcar desde el FA, el PC-Unidad para el Cambio, y sectores de izquierda del PS hoy agrupados en «Plataforma Socialista». Proyecto que potencialmente podría atraer a otros sectores de izquierda, y también a corrientes socialcristianas y liberales progresistas.
El desafío para este último proyecto es poder ir conformándose como un nuevo Bloque Histórico, es decir, una alianza con la suficiente densidad política, cultural y social como para ser capaz de ir instalándose en la escena. En tanto fuerza con pretensiones de cubrir ese vacío de hegemonía que hoy se observa, debe buscar liderar un proyecto que convoque a una mayoría de la sociedad chilena a un proyecto de salida del neoliberalismo, de nueva Constitución Política y de un nuevo modelo de desarrollo económico sustentable.
¿Cómo hacerlo? Se trata de combinar virtuosamente tres ámbitos de acción: un despliegue político electoral-institucional en los dos próximos años; la conformación, organización y movilización de actores sociales fuertes; y la disputa por la hegemonía cultural.
Es un error considerar estos aspectos alternativos entre sí, pero también lo es si sólo se privilegia una dimensión de ellos. Es claro que la tendencia a la institucionalización de la izquierda o su encierro en el espacio parlamentario conduce no solo a su propia elitización, sino que aliena la representación política de la conflictividad social; justamente uno de los problemas que explican la desafección popular con la política. Los partidos y movimientos se suelen parlamentarizar en su acción y, una vez consolidado dicho proceso, son los parlamentarios quienes pasan a controlar clientelarmente el partido. Ese camino conduce indefectiblemente a una política sin sociedad.
En los próximos dos años nuestro país enfrentará un ciclo electoral que incluye elecciones municipales y regionales en 2020, y parlamentarias y presidenciales en 2021. Es una coyuntura clave en que el tiempo puede acelerarse en esta idea de la conformación de este nuevo Bloque Histórico en torno a un proyecto de salida del neoliberalismo. Este ciclo electoral debe ser un hito en la construcción de un nuevo sujeto político de izquierda. Así debiera enfocarse. Por su puesto que lo óptimo sería coronar con un triunfo presidencial en 2020, pero si termina por consolidarse un actor político de izquierda fuerte en lo institucional, social y cultural, creo que podríamos darnos por satisfecho.
Sin duda, no es fácil construir este sujeto popular en estos tiempos. Hoy los/las trabajadores no están reunidos principalmente en las fábricas. La clase obrera en su sentido más clásico llegó a ser más del 30% antes del 73, hoy no alcanza el 10%. Pero la clase trabajadora no ha desaparecido: el 80 por ciento de las personas vive de su trabajo y de un salario, y más del 30 por ciento de estos trabajos son sin contrato o con contratos precarios. El subcontrato ha crecido, debilitando el sindicato. La fragmentación es la estrategia del capital en estos tiempos.
Ser capaces de organizar este nuevo movimiento trabajadores y trabajadoras más difuso y disperso, más difícil y precario en su organización es el gran desafío de la izquierda hoy. En ello es clave poder identificar los nuevos escenarios de la confrontación social: la ciudad y los territorios, el momento de la jubilación, el endeudamiento, el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado, la frontera medioambiental del crecimiento económico, la reducción de la jornada ante una sociedad del cansancio y de la autoexplotación; las nuevas formas precarias de trabajo vinculados a las plataformas tecnológicas, etc.; estos son algunos ejemplos de los diversos campos en que hoy se despliega la conflictividad social y de clase.
Es clave identificar estos nuevos nudos y escenarios de la conflictividad, contribuyendo a liberar la energía social que hay en ellos. No debemos olvidar nunca que en este país ningún eje programático se ha movido hacia la izquierda ni ningún cambio ha sido posible sin un actor social movilizado y con real capacidad de presión. Si algo uno pudiera criticar de la reciente Acusación Constitucional a la Ministra de Educación, fue la incapacidad para acompañar con un movimiento social de apoyo dicha acusación. Cuando la izquierda se vuelve ensimismada en la esfera institucional o parlamentaria y se desconecta de lo social, las posibilidades de fracaso crecen.
Sobre el movimiento social, trataría también de retomar esa tradición allendista de transformar al pueblo en un sujeto político; esa persistencia en construir un «nosotros» y de poner siempre, en el discurso y en la práctica, la transferencia de responsabilidades y de tareas a los trabajadores y a los sectores populares. No basta con denunciar el clientelismo, hay que construir un nuevo tipo de relación entre la izquierda y los conjuntos sociales populares, teniendo como eje la transformación del sujeto popular en un sujeto político.
Concluyo estas palabras reiterando mis felicitaciones a la revista Rosa, porque en este proceso que se viene y que hemos identificado como de construcción de un nuevo Bloque Histórico de izquierda se requiere de espacios de reflexión y diálogo de la izquierda. Debemos reconocer que vivimos tiempos de rezago de la teoría crítica en relación con la realidad. Son tiempos en que debemos corregir un poco a Marx cuando decía que los «filósofos sólo se habían dedicado a interpretar el mundo, cuando en realidad había que cambiarlo». En realidad, necesitamos volver a interpretar el mundo y entender mejor estos tiempos vertiginosos para poder desplegar una acción con sentido transformador. Pero es verdad que tampoco es necesario entender todos los mecanismos y engranajes sociales para verle la cara a la injusticia en el día a día y entregarse a una acción política solidaria y comprometida.
En este camino estoy seguro de que ROSA será una gran compañera de viaje para los tiempos que vienen.
Ernesto Águila Zúñiga es académico de la Universidad de Chile y militante del Partido Socialista de Chile.