En una entrevista concedida al diario La Vanguardia (14/07/2007), el doctor Jesús J. de la Gándara (eminente psicoginecólogo) confesaba: «buscar más allá de la razón, pero no encontrar». Esto quizás no sería tan preocupante si, al menos, «encontrase» algo dentro de ésta, o si no pareciera limitarse a buscarlo y a encontrarlo todo más acá […]
En una entrevista concedida al diario La Vanguardia (14/07/2007), el doctor Jesús J. de la Gándara (eminente psicoginecólogo) confesaba: «buscar más allá de la razón, pero no encontrar». Esto quizás no sería tan preocupante si, al menos, «encontrase» algo dentro de ésta, o si no pareciera limitarse a buscarlo y a encontrarlo todo más acá de la misma.
Así, desde más acá de su razón, las coloridas hormonas que suben y bajan a los emocionales cerebros de las mujeres a lo largo de esos períodos de 28 días, y durante esos 28 años que median entre su menarquía y su menopausia, resulta que son las principales responsables, por si no lo sabíamos -junto con las peculiares características de sus cerebros «peculiarmente femeninos» y el peculiar «estilo cognitivo» que resulta de ellas- de todos sus problemas, y de esas terribles «enfermedades» que acaban precipitándolas irremediablemente hasta las consultas de los ginecólogos, de los psiquiatras y de los psicoginequiatras: el síndrome premenstrual, la depresión postmatrimonial, el síndrome de la mujer invisible, el complejo de inferioridad de sueldo, su obsesión por cuestiones insignificantes -como si falta leche en casa o si deja de faltar- y, en general, de todas esas extrañas ideas que comienzan a crecer en tu cabeza «el día en que empiezan a distanciarse tus exigencias y tus capacidades».
Una hubiese creído que la razón era, precisamente, aquello que nos imponía a todas y a todos unas exigencias tales que nos obligaban a ir más allá de nuestras capacidades -empezando por nuestras capacidades explicativas y acabando por nuestras capacidades prácticas-, y que era ella la que nos permitía superar nuestras «peculiaridades» para hacernos responsables de nuestras propias decisiones como personas humanas y como sujetos políticos. Hay quien habría podido incluso llegar a creer, hasta que era eso lo que acababa llevándonos a buscar algo más allá de ella (y, quizás, a no encontrarlo). Pero al parecer la verdadera respuesta se encontraba en este más acá: en la marmita de las reacciones bioquímicas, las configuraciones cerebrales femeniles y los «estilos cognitivos» sexuados, y en una insuficiente adaptación a ellos de nuestras estructuras educativas (que siguen ignorando a la educación sexualmente diferenciada), de nuestras instituciones sociales (que se empeñan en someter a las mujeres a exigencias que no se corresponden con sus capacidades), de nuestras comunidades científicas (que no entienden que el impredecible comportamiento de las mujeres está más determinado por su biología que el del varón, que permanece siempre siendo «el que es»), y hasta de nuestras empresas farmacológicas (que aún no se han dado cuenta del filón de demanda que supondrá la «farmacología f» -aspirinas, laxantes y antidepresivos exclusivos para mujeres-). Esta inadaptación es la que hace tan necesaria esa «revolución social» de la que habla de la Gándara en su entrevista, una revolución «que conjugue el mundo hipercapitalista con un mundo humanista» y que sea promovida por «esa nueva vertiente femenina que le otorga valores a la vida».
Por más que todo esto suene a ñoñería burgalesa o a fastuoso despiste psicoginecológico, en realidad, esa «revolucionaria» idea consistente en lograr que las mujeres puedan volver a dedicarse a aquello para lo que están más «capacitadas» -a saber: inyectar biberones de valores y de emotividad en los golletes de sus maridos, hijos, jefes y vicesecretarios adjuntos-, o este deseo de que puedan -como decía Virginia Woolf– «volver a ser lo que eran», está en la raíz misma del punto de vista que guía, hoy en día, algunas de las políticas educativas, asistenciales y laborales más modernas y revolucionarias de Europa, como, por ejemplo, las que se están llevando a cabo en la Comunidad de Madrid.
La figura del «consultor hormonal» y la implantación de los «controles de hormonemia» -encaminados a establecer si una jueza o una doctora pueden desarrollar sus funciones o están demasiado «tensas» para ello- son también propuestas, no menos revolucionarias, que han sido propugnadas ya desde algunos sectores próximos al «humanismo f», y que serán, sin duda tenidas muy en cuenta como posibles ampliaciones de las políticas de género.
Para ilustrar este punto de vista se adjunta a continuación (íntegra) la hermosa e iluminadora entrevista con el doctor de la Gándara. Los comentarios en cursiva pretenden únicamente proporcionar algunas sugerencias interpretativas que podría hacer aún más rica la lectura.
JESÚS J. DE LA GÁNDARA • PSIQUIATRA GINECÓLOGO «Doctor, he entrado en una niebla borradora» IMA SANCHÍS – La Vanguardia 14/07/2007
50 años. Nací en casa de mi abuelo (su abuela vivía en el corral), médico de pueblo, en Cáceres, pero me crié en Salamanca. Licenciado en Medicina. Soy jefe del servicio de psiquiatría del complejo asistencial de Burgos (cuyo nombre oficial es: «Hospital General Yagüe» -los burgaleses siempre tan nostálgicos-). Casado y con dos hijos. Soy progresista (por eso trabaja en el «complejo asistencial de Burgos», en lugar de en el «Hospital General Yagüe) y me gusta Ciutadans. El número 13 me da suerte (este es un claro rasgo de originalidad, luego ya no habrá tantos), busco más allá de la razón, pero no encuentro.
– ¿Teresa se pone insoportable cada 28 días?
– Así es (habría también que preguntar a Teresa cada cuánto se pone insoportable Jesús). En mi vida hay dos Teresas, mi mujer y mi secretaria, y las dos tienen síndrome premenstrual (esperemos que no estén sincronizadas). Me preocupé, claro, y empecé a investigar esa enfermedad (no se aclara si es la de ver mujeres con síndrome premenstrual por todas partes o alguna otra).
– ¿Enfermedad?
– Sí, una enfermedad produce tres síntomas: sufrimiento (tener, encima, que aguantar chorradas como la del dichoso síndrome premenstrual), limitaciones (no poder mandar a un lugar más ventilado a tu psicoginecólogo -al menos en el caso de que seas su secretaria-) y necesidades (que te dé la tarde libre el ginequiatra -por lo menos si es tu jefe y te comprende-). Cada mes suben y bajan las hormonas, el cerebro se acostumbra a ellas y cuando le faltan protesta, desencadenando síntomas (en el caso de los varones lo que sube y baja es otra cosa, pero las consecuencias son, a menudo, parecidas). Un 30% de las españolas necesita tratamiento (y eso por no hablar de ese 90% de los españoles a los que no les vendría mal un breve internamiento).
– ¿Cómo distinguir la tristeza premenstrual de la tristeza existencial (fascinante pregunta ¿no va de eso el parágrafo 4-24 de Ser y tiempo «La analítica existencial de la hormona chita»?)?
– Las consultas de psiquiatría están llenas de mujeres (no se aclara a qué lado de la mesa del despacho) y las consultas de los ginecólogos (las ginecólogas están todas de baja con síndrome premenstrual) están llenas de mujeres que deberían venir a ver a los psiquiatras (las psiquiatras están también de baja con tristeza existencial –vid. Heidegger loc. cit.–), pero le cuentan al ginecólogo sus males y el ginecólogo huye: «¡Tómese un tranquilizante!», les dicen a lo sumo, porque detectan muy mal la patología emocional de las mujeres (por no hablar de la suya propia).
– ¿Pues mejor ir al psiquiatra, entonces?
– Las mujeres prefieren a los ginecólogos (y es una pena que no haya ginecólogas de servicio, porque a lo mejor incluso las preferían a ellas) porque existe una buena relación de confidencialidad. ¿Qué es lo que pasa?
-…
– Que en la vida de la mujer hay etapas críticas, como la menarquia (cuando aparece la primera regla) (buena aclaración para las que pensábamos que eso era la monarquía de los memos), el síndrome premenstrual, los anticonceptivos, el embarazo, el parto, el posparto y la menopausia (la primera comunión, los lunes por la mañana, la lectura de entrevistas a ginecologosiquiatras, etc. Vamos, una etapa crítica permanente), que comprometen la salud emocional de la mujer.
– ¿Qué hacemos?
– Los ginecólogos deberían estar preparados para esto, pero no lo están, y los psiquiatras no tenemos ni idea de hormonas.
– ¿Propone usted el ginecólogo psiquiatra?
– Yo lo que quiero es que los psiquiatras entiendan de los aspectos hormonales y biológicos de la mujeres, y los ginecólogos, de salud mental. De esa manera el psiquiatra no le diría a una mujer menopáusica que los estrógenos son malos porque lo ha leído en el periódico, ni el ginecólogo se sacudiría a una mujer deprimida diciendo que eso son cosas de la edad (a lo mejor si no fuera lelo tampoco).
– Pero el príncipe azul sólo bebe cerveza.
– «Es que tengo un marido gris ceniza», me dijo una mujer con depresión. «Llega a casa, se toma su cerveza y ni se fija en mí».
– Igual tiene razón…
– Tiene el síndrome de la mujer invisible (no se aclara si lo tiene ella o su marido -que quizás sólo sea capaz de ver a las mujeres que salen en la tele (especialmente a altas horas de la noche)-), que ella me definió como: «He entrado en una niebla borradora» (puede que se refiriera a la terapia del ginequiliatra). Lo que tienen muchas mujeres es trastorno del mal vivir, porque llevan una mala vida (a pesar de la asombrosa complejidad de la deducción, en el fondo eso es lo que se llama relación «causa-efecto». Por ejemplo, dándole con una bola de billar en la cabeza a un psiquiginiatra podría alzarse hasta ella alguna idea interesante, etc.). ¿Sabe lo que pasa?
– ¿? (¿?)
– Que estos cuadros mejoran con los antidepresivos, pero lo que tenemos que comprender es a la persona. Las circunstancias de vida de la mujer actual unidas a factores biológicos explican que se depriman el doble que los hombres (no se aclara si el tener que enfrentarse con este tipo de cosas en las páginas de los periódicos forman parte de los factores biológicos -náuseas, mareos, vómitos-o de las circunstancias de vida de la mujer actual») y que sufran el triple de ansiedad.
– No me describa más problemas, déme soluciones.
– Generar un modelo terapéutico f (modelo femenino) (fabulosa la aclaración; puede que el «modelo m» sea, entonces, el modelo masculino y, por ejemplo, el «modelo g» el modelo gilipollas -quizás alguno de estos modelos podría, incluso, ser de gran utilidad para tratar de recuperar a algunos ginecóloquiatras burgaleses-). La constitución y sobre todo el cerebro de la mujer y del hombre no se parecen en nada (los de ellas son rosas), necesitamos farmacología f, asistencia f, psicoterapias f (agencias f).
– ¿Cuál es el problema básico de la mujer?
– En los últimos 50 años se han producido cambios en el estilo de vida que han afectado muchísimo más a la relación de la mujer consigo misma y con su cuerpo físico, biológico, y social, que a los hombres (esto es: el problema básico de la mujer es sigomisma -lo que siempre habíais sospechado-).
– ¿Por qué?
– Porque el cerebro emocional es peculiarmente femenino (y, quizás, el cerebro obtuso es peculiarmente ginepsiquiatrológico). Y los cambios sociales se impregnan de cerebro y el cerebro se impregna de cambios sociales (hasta que se pone todo hecho una guarrería de cerebro y de cambios sociales). El cerebro es un órgano informacional, su alimento son las informaciones que nos llegan del exterior (a veces a nuestro pesar).
– ¿Qué estímulos nos dañan?
– La autoexigencia y la heteroexigencia (lo que exige el mundo) (por lo menos parece que tirarnos a la bartola no nos daña). Veo cómo el lenguaje de la televisión y sus exigencias se sientan en mi consulta y no veo a hombres deprimidos por la doble jornada (¿será porque están trabajando doble jornada?). ¿Pero qué es lo que realmente cansa a la mujer?
– Dígamelo usted.
– Que la mujer mantiene los problemas en la cabeza y el hombre no (no se aclara si el hombre -y específicamente el psiquiatrólogo– mantiene allí algo más o no). Primero, genética: ¿es más vulnerable a las emociones la mujer que el hombre? Sí (es el llamado gen-anarosaquintana). Segundo, biología: usted tiene etapas críticas en su vida y yo no, yo siempre soy igual (pues menuda suerte para las Teresas). Y por último, el estilo cognitivo.
– ¿La forma de ser de la mujer?
– Sí. Mi mujer sabe que falta leche en casa y yo no («estilo congnitivo f» y/o «forma de ser de la mujer» = saber si hay leche; «estilo cognitivo g» y/o «forma de ser -siempre igual- del giliquiatra» = no saber si falta leche, pan, niños o su Teresa en casa -también llamado síndrome del piscoginequiatra invidente-) . Y yo trato de que mis pacientes mujeres lo entiendan: el día en que empiezan a distanciarse tus exigencias y tus capacidades, aparece el estrés, la tensión (es decir si quieres saber qué pasa en Irak o cómo puede promoverse una ley contra la ginepsiquiastrología ¡te acabas olvidando de que falta leche en casa!). Y en algunos momentos el cerebro de la mujer no está para muchas tensiones (por ejemplo a estas alturas de entrevista), aunque casi siempre esté para más tensiones que el masculino.
– ¿Y contra eso, doctor, algún remedio?
– Una revolución social (yupi: el psicogineldabas rey) que conjugue el mundo hipercapitalista con un mundo humanista (y Don Pimpón de Ministro de Defensa), esa nueva vertiente femenina que le otorga valores a la vida (y Caponata de Ministra de Asuntos Sociales).
– Tendrá a sus pacientes enamoradas…
– O tal vez sea yo el enamorado. No me gustan los hombres, son aburridos y agresivos (vaya… otro buen tema de investigación para cuando acabe con lo del síndrome premenstrual). Las mujeres son muchísimo más divertidas. Tienen hormonas y nosotros no (que se lo digan a los testosteronizados del Tour de Francia), cambian y nosotros no (que se lo digan a las dos Teresas y al Hospital General Yagüe). De tal manera que yo quiero ser hombre hasta los 50 y después mujer (sin comentarios).
– ¿Qué hará para eso?
– Cambiar mi cerebro (¿por otro?).
– ¿Cambiando los hábitos se puede cambiar el cerebro?
– Sí, no hay otra forma (¿y el trasplante?). Me voy a preocupar más de mi mujer y de mis hijos; de hecho desde hace cinco años paso más tiempo con ellos que mi mujer: no trabajo por las tardes (pues qué suerte… yo tengo doble jornada y encima con esto de la regla estoy insoportable…).