Hace algunos años, el marxista francés Daniel Bensaïd percibía un retorno balbuceante de los debates estratégicos en el seno de la izquierda radical. Un nuevo clima de época nacía empujado por las victorias electorales en Bolivia y Venezuela, por la emergencia de nuevos partidos de la izquierda radical en Europa, por la experiencia frustrante de […]
Hace algunos años, el marxista francés Daniel Bensaïd percibía un retorno balbuceante de los debates estratégicos en el seno de la izquierda radical. Un nuevo clima de época nacía empujado por las victorias electorales en Bolivia y Venezuela, por la emergencia de nuevos partidos de la izquierda radical en Europa, por la experiencia frustrante de algunas formaciones anticapitalistas dentro de gobiernos de centro-izquierda (el gobierno de Prodi en Italia, el PT brasilero). Se volvía así a los grandes debates de la lucha política: el poder, la hegemonía, las alianzas, los partidos. En su ya clásico texto «El retorno de la cuestión político-estratégica», Bensaïd veía una señal positiva en la superación de la «ilusión social» y en el retorno de los debates en torno a la cuestión del poder y del Estado, que se habían eclipsado luego de las últimas experiencias revolucionarias de los setenta (el gobierno de Allende y la UP, el sandinismo, la revolución de los claveles en Portugal).
Un segundo aliento de grandes experiencias de la lucha de clases (las dificultades de los procesos radicales de Venezuela y Bolivia, la victoria de Syriza en Grecia y la aparición de Podemos en el Estado español, la emergencia de una referencia electoral de masas de la izquierda revolucionaria en nuestro país) empujan a que la «nueva» y «vieja» izquierda argentina comience a situar en el centro de los debates la cuestión de la estrategia socialista.
Desde la plataforma político-electoral Pueblo en Marcha (compuesta por el Frente Popular Darío Santillán, Democracia Socialista, El Avispero y el Movimiento por la Unidad Latinoamericana y el Cambio Social) hemos lanzado una declaración por la construcción de un «amplio polo» de la izquierda anticapitalista en Argentina. La declaración fue firmada por varios intelectuales (Eduardo Lucita, Claudio Katz, Maristella Svampa, Omar Acha, Horacio Tarcus, entre otros), por figuras del sindicalismo combativo y por una serie de organizaciones sociales y políticas, como el FPDS Corriente Nacional, la Corriente Surcos y el colectivo Participación y Acción, entre otros. A partir de esa declaración, convocamos también a una actividad en la Facultad de Ciencias Sociales, a la que asistieron más de 200 compañeros, incluyendo integrantes de la dirección del Frente de Izquierda y los Trabajadores, que fueron invitados a hacer públicos sus planteos. A su vez, el llamado suscitó una respuesta de parte de la Mesa Ejecutiva de Patria Grande («Encarar un debate estratégico»). La iniciativa de Pueblo en Marcha y su planteo hacia el FIT, en síntesis, han suscitado una serie de debates en el campo de la izquierda, planteando interrogantes tácticos y estratégicos, así como delimitaciones hacia uno y otro lado. Es hora de recoger el guante y clarificar el sentido del planteo realizado.
Diferentes planteos en torno a la declaración
Los compañeros del PTS, como expresó Christian Castillo en el acto convocado por PeM, sostienen una serie de objeciones a la propuesta de Pueblo en Marcha. Su planteo se relaciona, entre otras cosas, con la posición política de las fuerzas de PeM (y las posiciones históricas de varios de los firmantes de la declaración) en torno al proceso bolivariano en Venezuela, la elección de SYRIZA en Grecia y el fenómeno de PODEMOS en España, entre otros. Estos compañeros sostienen que la definición clasista del FIT excluye la integración de agrupamientos de simpatizantes de fenómenos como el chavismo.
El Partido Obrero, por su parte, hizo pública una respuesta favorable a la declaración de Pueblo en Marcha, estableciendo al mismo tiempo una delimitación con respecto a los «frentes democráticos» y el «populismo». Esta delimitación, como clarifica el PO, no es contraria al contenido de la declaración.
Finalmente, los compañeros de Izquierda Socialista han expresado una firme voluntad de avanzar en un acuerdo político con Pueblo en Marcha, apostando con fuerza a la confluencia de diferentes tradiciones de lucha en la experiencia del Frente de izquierda.
Por su parte, la mesa ejecutiva de Patria Grande propone un «debate estratégico» con la declaración. Según su planteo, los socialistas debemos «luchar por lograr la hegemonía al interior de una construcción que necesariamente será más amplia» y que debe incluir «experiencias nacionales y populares (…) identificadas con el peronismo». También objetan que adherir al FIT significaría una aparente claudicación de las posiciones sostenidas en relación con el chavismo y otros procesos internacionales. También sostienen que la alianza con sectores provenientes de Proyecto Sur o el kirchnerismo es fundamental para favorecer el acceso al poder del Estado por la vía electoral, iniciando desde allí un proceso de transformación socialista.
En síntesis, nuestro planteo ha suscitado un debate estratégico, que exige una clarificación de posiciones en el plano nacional e internacional.
Sobre los gobiernos populares y otros procesos abiertos
La caracterización de avanzadas experiencias de lucha en otras latitudes, como el proceso bolivariano, Podemos o SYRIZA, nos exige precisar una doble delimitación, de un lado, con respecto a la idealización y elevación a modelo de esas experiencias por parte de Patria Grande, por otra parte con respecto a una caracterización sectaria de parte de las distintas fuerzas del FIT. La consideración de lo que llamaremos «procesos abiertos de lucha hegemónica» permitirá precisar nuestras estrategias políticas y trazar, en consecuencia, las delimitaciones del caso.
Los compañeros de Patria Grande sostienen que, desde el punto de vista de la construcción socialista, el acceso al poder debe realizarse por la vía electoral, sobre la base de «articular distintas tradiciones político-sociales-culturales», incluyendo el peronismo. Por nuestra parte, coincidimos en que es central el concepto de «hegemonía» para la lucha anticapitalista. No existe fuerza social y política que pueda seriamente amenazar al régimen social si no integra hegemónicamente a vastos sectores sociales, fuerzas políticas y sensibilidades culturales. Dicho de otra manera: no se trata de embestir de frente contra las identidades existentes en las clases subalternas, sino de radicalizar los elementos progresivos que existen contradictoriamente en el sentido común popular. Comenzando por los anhelos de justicia e igualdad social de las clases populares peronistas, pero también la opción por los pobres de sectores vinculados al cristianismo, la crítica contra-cultural de sectores juveniles o, incluso, la sensibilidad republicana y democrática de sectores medios, pueden recuperarse resignificándose en una aspiración anticapitalista.
No se sitúa allí el punto de debate con los compañeros de Patria Grande. Sino en que detrás de su llamado a una confluencia hoy implausible que incluyera desde el Movimiento Evita hasta el FIT, se esconde la necesidad electoral más prosaica de justificar un rol subalterno frente a la centro-izquierda de la UP, que no parece con mucha capacidad de tracción hacia sectores provenientes del peronismo.
Por su lado, las fuerzas del Frente de Izquierda nos critican nuestra caracterización de los procesos antes mencionados (Venezuela, Bolivia, Grecia) a los que tienden a interpretar como sometidos a direcciones bonapartistas que en los hechos frenan la organización autónoma de la clase trabajadora y los sectores populares, retardando su maduración política, generando confusión y creando falsas expectativas en torno a alianzas políticas incapaces, en virtud de su composición de clase, de conducir al socialismo.
Aparecen, pues, dos debates centrales: en torno a la importancia de los procesos electorales y en torno a la caracterización de procesos internacionales como el chavismo o SYRIZA.
Sostenemos que es importante percibir el rol que tiene la lucha electoral dentro de algunos procesos de radicalización social y política, como expresión de la nueva morfología de las sociedades modernas, donde la democracia representativa ha echado raíces duraderas y se libran combates de importancia en esa arena de disputa, combates que pueden propulsar la organización popular y augurar la conquista de posiciones y «trincheras» de lucha.
En el contexto contemporáneo, es posible que direcciones ambiguas, de carácter antiimperialista o antiliberal, capaces de llegar al poder del Estado por la vía electoral, cumplan un rol progresivo de cara a la lucha de clases. Esta posibilidad ya era percibida por Trotsky en su análisis del cardenismo mexicano. El viejo revolucionario denominó «bonapartismo sui generis» a este fenómeno en el cual un gobierno con grados importantes de independencia, se apoyaba en la movilización de masas en sus roces con el imperialismo. También Gramsci percibe esos fenómenos que engloba bajo el nombre de «cesarismo progresivo». La posibilidad de que una dirección política no necesariamente revolucionaria o anticapitalista juegue un rol positivo se relaciona con su capacidad para favorecer la organización autónoma de las clases populares (en lugar de bloquearla), constituyendo jalones posibles que propulsen rupturas ulteriores. Al mismo tiempo, entendemos que en esos casos el rol de la izquierda anticapitalista está fundamentalmente en la disputa del sentido y dirección globales del proceso abierto, pero desde una clara independencia ideológica y organizativa. Pero la independencia política remite a la capacidad de acción autónoma respecto a las direcciones de esos procesos, no necesariamente a la existencia de una fuerza o partido independiente, por fuera de los grandes movimientos de masas. El mismo Trotsky impulsó, por ejemplo, la participación de los comunistas en el Kuomitang chino, en el Laborismo inglés o en el PS de Pivert en Francia, para dar solo algunos ejemplos. La existencia de un partido independiente es una cuestión de relaciones de fuerza, no de principios (Sanmartino, 2007).
Reconocer un rol parcialmente progresivo en tales procesos no implica idealizar sus conducciones, adaptarse a sus «Razones de Estado» o abandonar la independencia de clase para pensar la política.
Nuestra solidaridad política, a partir de lo anterior, se da con aquellas fracciones, tendencias o corrientes que, en el seno de estos frentes plurales, pugnan por una orientación hacia el socialismo. Tal es el caso de la Plataforma de Izquierda en SYRIZA, los compañeros de Anticapitalistas en Podemos, y los distintos movimientos populares que, desde su organización autónoma y de base, exigen de la dirección chavista rupturas crecientes con el capitalismo y la clase dominante, incluso chocando con el Gobierno y la burocracia estatal cuando se vuelve necesario.
Hay importantes antecedentes históricos de este planteo, por ejemplo en el MIR chileno en los años 70. El MIR entendía que era necesario mantener una relación compleja con la vacilante dirección allendista, en la medida en que ésta podía augurar un proceso de acumulación de fuerzas en sentido socialista, o bien estancarse en sus ambigüedades y dar lugar a una brutal contra-ofensiva de la burguesía. Frente a esta situación, la organización mantuvo una delimitación programática y organizativa con el gobierno de Allende, que no excluyó el apoyo (poniendo su incipiente aparato militar a disposición de la seguridad del presidente). Al mismo tiempo, apostó con toda su fuerza a la organización independiente y desde abajo de la clase trabajadora y los sectores populares, en los cordones industriales y los comandos comunales. El curso que tomaron los acontecimientos en Chile no desmiente la «hipótesis mirista», en la medida en que ésta no veía al gobierno de la Unidad Popular como garante de la transición socialista, sino únicamente como el posibilitador de un escenario abierto, cuyo desenlace dependía de la lucha de clases.
Podríamos hacer paralelismos entre la estrategia del MIR y las de muchos movimientos sociales que militan en el seno del proceso bolivariano, apoyando al gobierno en la medida en que cumple un rol progresivo de cara a la radicalización, ideologización socialista y auto-organización de las masas, pero a la vez delimitándose de él desde una posición de independencia de clase.
Esta caracterización no se centra en la diferencia simplista entre los procesos «por arriba» (los partidos políticos, la lucha en el seno del Estado) y «por abajo» (los movimientos sociales y el sindicalismo combativo). Tampoco podemos descartar de plano que estas direcciones se radicalicen hacia una ruptura total con la burguesía, aunque fuese empujadas por las circunstancias o por el «látigo de la contra-revolución». Esto es lo que sucedió, claramente, en el caso cubano, donde la dirección castrista conquistó el poder del Estado con un programa vagamente anti-imperialista, pero terminó rompiendo con la burguesía y aplicando medidas de transición socialista.
En estos casos, se trata de escenarios en los que la lucha de clases se da en el seno de un proceso antiimperialista, antiliberal o «antiausteridad», tanto en el interior de los partidos de gobierno (la disputa de la plataforma de izquierda de SYRIZA con el círculo de Tsipras es ejemplo de esto), como entre el Estado y el poder popular independiente. La dialéctica entre poder popular y Estado se entrelaza, pues, con la dura lucha intestina en el seno de los procesos abiertos, en torno a su orientación y definición globales.
En relación a estos «procesos abiertos de lucha hegemónica», es vital tener la capacidad de poder distinguir los gobiernos «populares y radicales», que impulsan la movilización popular y estimulan la construcción de poder social, de los «reformismos burgueses» (como el kirchnerismo o el PT brasilero) que, en base a algunas concesiones sociales y democráticas, se ocupan de desactivar la movilización independiente en base a un Estado de «compromiso de clases».
Si hoy nuestro país va hacia un marcado giro conservador y derechizante en la política, este giro es resultado (y no simple interrupción) de las políticas de los últimos más de diez años. Por un lado, el kirchnerismo apostó a un proyecto de desarrollo capitalista basado en la exportación agrícola, profundizando la dependencia económica y la explotación de la fuerza de trabajo. Este proyecto se enfrentó, llegado el momento, con los periódicos «cuellos de botella» del capitalismo periférico argentino, angostándose los márgenes para la «redistribución de riqueza» desde el Estado, lo que presiona hacia la devaluación monetaria y/o el ajuste del gasto público, como tendencias forzadas por el ciclo de la economía con independencia de la voluntad política más o menos «progresista» o populista de las elites gobernantes. Por otro lado, al desmovilizar a las clases populares, cooptando viejos dirigentes independientes y construyendo hegemonía capitalista desde el Estado, el kirchnerismo hizo retroceder la correlación de fuerzas más favorable a los de abajo, construida en 2001 a base de confrontación y lucha callejera. La experiencia histórica enseña que la clase dominante sólo hace concesiones a los sectores populares cuando teme que, si no cede, «vengan a por todo». La movilización independiente de las clases populares es, pues, la única que puede generar condiciones para que se den medidas progresistas, allende que los gobiernos cumplan a su vez un rol en concretarlas. El Estado, en síntesis, además de garante de la dominación capitalista es expresión de la correlación de fuerzas entre las clases, sobre la que a su vez incide. En términos globales, la incidencia del kirchnerismo sobre el movimiento popular fue regresiva: generó desmovilización e integración subordinada bajo el proyecto nacional-burgués. Eso, a la vez, posibilita la actual contraofensiva de la clase dominante, que ahora se cobra venganza contra el pueblo y lo hará con mayor agresividad bajo los gobiernos que se vengan.
Hipótesis estratégicas
Encontramos una referencia teórica, con la que abordar los actuales procesos de radicalización social y política, en trabajos como los de Nicos Poulantzas, quien defendió la posibilidad de articular la lucha en el seno del aparato de Estado con la lucha de clases sostenida desde los órganos de poder popular, en cuyo seno la clase trabajadora se auto-organiza de manera independiente. En estos casos, se trata de articular:
«Una lucha interna dentro del Estado, no simplemente en el sentido de una lucha encerrada en el espacio físico del Estado, sino de una lucha situada en el terreno del campo estratégico que es el Estado, lucha que no trata de sustituir el Estado burgués por el Estado obrero a base de acumular reformas, de tomar uno a uno los aparatos del Estado burgués y conquistar así el poder, sino una lucha que es, si quieres, una lucha de resistencia, una lucha de acentuación de las contradicciones internas del Estado, de transformación profunda del Estado; Y al mismo tiempo, una lucha paralela, una lucha fuera de los aparatos y las instituciones, engendrando toda una serie de dispositivos, de redes, de poderes populares de base, de estructuras de democracia directa de base, lucha que, aquí también, no puede estar dirigida a la centralización de un contra-Estado del tipo de doble poder, sino que debe articularse con la primera» (Poulantzas, 1977).
Este reconocimiento fundamental del Estado como «campo estratégico de disputa» no debe confundirse con un relajamiento de las tareas de ruptura o los momentos de división política radical. En cierto sentido, el mismo Poulantzas terminó subestimando la importancia de la ruptura política con el Estado, tal vez impresionado por el avance del eurocomunismo en los años setenta.
Frente a esa clase de planteos, de una parte, los compañeros del FIT (con independencia de su posición sobre nuestro ingreso o no a las listas del Frente) nos cuestionan por «chavistas», sosteniendo que abonaríamos a un confusionalismo policlasista. Los compañeros de Patria Grande, en cambio, nos acusan de chavistas «renegados», que por un cálculo coyuntural apostaríamos a embellecer un Frente de Izquierda sectario y limitado en sus perspectivas de poder. Intentaremos clarificar nuestras posiciones, en uno y otro sentido.
Frente a horizontes como los descriptos, tan grave resulta el sectarismo abstencionista, como la adaptación a la dirección de estos procesos. Y esto va al corazón de nuestras diferencias con Patria Grande y las fuerzas del FIT en torno a las «hipótesis estratégicas». Para nosotros, la creciente relevancia de la lucha electoral acompaña y no reemplaza, la centralidad de las luchas insurreccionales, la construcción por abajo y la necesidad de un choque frontal contra las instituciones actuales, en beneficio de instituciones nuevas, surgidas del poder popular.
Por todo lo anterior, es importante reconocer que en Venezuela, Bolivia y Grecia se ponen en juego procesos de masas progresivos, y que las direcciones (no socialistas, sino reformistas de izquierda o nacionalistas radicales) pueden jugar un rol positivo, allende sus limitaciones y vacilaciones. Esto no quita la necesidad de mantener la independencia política y programática de los movimientos populares y los partidos de la clase trabajadora, así como una iniciativa política crítica, que sedimente las condiciones para una ruptura decisiva con el Estado capitalista, que en ninguno de los casos citados se ha producido. Sintéticamente, no es lo mismo abonar a las posiciones del MIR que ser «allendistas» sin más. Esta diferencia, que puede parecer sutil, delimita todo un espacio político que se diferencia de las posiciones, a nuestro juicio, limitadas, de las fuerzas del FIT, pero también de las desviaciones oportunistas encaradas por Patria Grande.
La estrategia de adaptación a las direcciones reformistas conduce a errores capitales, que llegaron al límite de que Patria Grande mostrara como un éxito la capitulación de la dirección de SYRIZA ante el Eurogrupo, en el mismo momento en que -más inteligente y más audaz- la Plataforma de Izquierda en el seno del partido iniciaba una frontal lucha política, que todavía está abierta y donde se dirime buena parte la suerte de la izquierda y las clases populares europeas, dentro y fuera de Grecia. En estos procesos, de poco ayudan tanto el sectarismo como la adaptación. Estas desviaciones son producto de desconocer las limitaciones de las direcciones reformistas de estos procesos, así como la necesidad de dar una aguda lucha ideológica, social y política por su orientación.
De estas diferencias estratégicas y programáticas, se desprenden diferencias relevantes de cara a la realidad argentina. Producto de esta idealización de los procesos abiertos en otras realidades bien diferentes, se puede incurrir en el error de aspirar a proyectarlos indiscriminadamente a todas las latitudes y a toda circunstancia, haciendo abstracción de las condiciones en las que un proceso de este tipo puede desenvolverse progresivamente. Se repite, en cierto modo, el error histórico que suele ser achacado al dogmatismo del marxismo ortodoxo: la pretensión de «universalizar» un proceso de acceso al poder (paradigmáticamente el proceso revolucionario ruso, aunque las experiencias china y cubana también ocuparon un rol semejante) elevándolo a modelo estratégico, proyectándolo hacia condiciones institucionales y sociales distintas. Idealizar el proceso bolivariano y tratar de proyectarlo sobre la experiencia argentina conduce al mismo tipo de lectura unilateral y equivocada. Defender una alianza electoral con la Unidad Popular como lo «más cercano» a un «chavismo en Argentina», es testimonio de este error.
La cuestión de las alianzas y los compromisos que las fuerzas anticapitalistas deben trabar con otros sectores políticos (no necesariamente revolucionarios) en las diferentes coyunturas es un tema complejo, que tiene mucho de «análisis concreto de la situación concreta», y que no puede resolverse con algunas definiciones ideológicas generales. Sin embargo, es posible establecer criterios hipotéticos y analizar diferentes procesos históricos.
Por un lado, es necesario comprender que la delimitación estratégica entre la reforma y la revolución no está grabada en mármol en los textos de una vez y para siempre. Ella se desplaza en función de las experiencias históricas. Depende de la lucha de clases, de la coyuntura nacional e internacional, de la formación social, de las relaciones de fuerza. La relación entre reformistas y revolucionarios, entonces, es la de una frontera móvil, lo cual se demuestra en todas las experiencias revolucionarias del siglo XX. Sin ir más lejos, los bolcheviques tenían, hasta abril de 1917, un programa de colaboración de clases con el gobierno provisional, basado en la tesis estratégica de la «dictadura democrática de obreros y campesinos» que iba a dar lugar a una república capitalista.
Por otro lado, hay que reconocer, como explica Daniel Bensaïd, que «las organizaciones reformistas no lo son por confusión, inconsecuencia o falta de voluntad. Expresan cristalizaciones sociales y materiales… Las direcciones reformistas pueden ser pues aliados políticos tácticos para contribuir a unificar a la clase. Pero, estratégicamente, siguen siendo enemigos en potencia. El frente único se propone crear condiciones que permitan romper con la mejor correlación de fuerzas con esas direcciones, en el momento de las opciones decisivas, y arrastrar a capas lo más amplias posibles de las masas» (Sabado, 2006).
En esta tensión entre reconocer la «frontera móvil», pero también que el reformismo expresa la cristalización de intereses sociales y materiales (de aparato, burocráticos, económicos) y no simples definiciones ideológicas, es donde se sitúa una experiencia, no sectaria ni oportunista, de la unidad y la delimitación necesaria en la lucha anticapitalista.
¿Amplio polo de izquierda o PASO del campo popular?
De todo lo anterior se desprende nuestra principal diferencia con Patria Grande y su llamado a unas «PASO del campo popular». Ese llamado esconde, bajo el aparentemente ingenuo reclamo de unidad contra la derecha, un desdibujamiento del perfil anticapitalista, pero que no se da en virtud de la inserción en un movimiento de masas real (como es el caso de Podemos o Syriza). Esta integración en formaciones centroizquierdistas se produce en un momento en que emerge una referencia de la izquierda anticapitalista (el FIT) aunque con rasgos sectarios o autoproclamatorios. Más allá de las declamaciones, una lista testimonial de la centro-izquierda no parece ser el mejor lugar para apuntalar una confluencia popular amplia y para construir un vaso comunicante hegemónico con las clases populares simpatizantes del kirchnerismo.
Por nuestra parte, entendemos que con nuestro llamamiento puede comenzar a cerrarse el ciclo de «crisis» en la izquierda independiente. Esta crisis se centró en la discusión de cómo, en qué términos y con qué marcos de alianzas los movimientos populares deberíamos dar el salto a la lucha electoral. En ese proceso, nosotros nos ubicamos inequívocamente en una doble delimitación. Por un lado, contra las (escasas) persistencias basistas y anti-electoralistas, defendemos la necesidad de la lucha electoral como un capítulo subordinado pero indispensable de la lucha más amplia contra el capitalismo. Pero lo hacemos oponiéndonos a toda identificación de la lucha electoral con un oportunismo despolitizante que desconoce que en esa arena discurre una irrenunciable batalla por la hegemonía en el plano ideológico y de la construcción de sentido.
En este marco, realizamos un llamado al FIT. Este llamado, de momento, no ha sido respondido de modo completamente favorable. Hemos avanzado con la integración de candidatos en las listas del FIT, mediante un acuerdo político con los compañeros de Izquierda Socialista y el Partido Obrero y bajo protesta explícita del PTS. Esto constituye un paso de avance. Sin embargo, globalmente el FIT continúa siendo un frente con rasgos demasiado limitados. Para constituirse en un amplio polo de izquierda, debería abrirse a la incorporación de una diversidad de tradiciones y corrientes de lucha importantes en las clases populares, permitiendo construir, sobre una base anticapitalista, un centro de atracción, reorganización y expresión político-electoral de la lucha de clases. Para lograr esto, más allá de los actuales acuerdos electorales, es preciso construir un movimiento popular plural, vertebrando una fuerza política sobre una comprensión común de las grandes cuestiones de la etapa y no sobre una base «ideológica» estrecha.
Hoy, la tarea de los movimientos populares en la arena electoral es construir un polo de izquierda que, con un perfil anticapitalista claro, pueda expresar el descontento de franjas cada vez mayores de nuestro pueblo, que viven con desilusión y rechazo la derechización política generalizada. Esa experiencia, creemos, debe realizarse, en esta coyuntura, en el ámbito de la izquierda radical, que no esconde sus aspiraciones socialistas detrás de programas de gestión progresista de lo existente. Esa expresión electoral deberá ser plural y contener una multiplicidad de tradiciones e identidades de lucha de nuestro pueblo, que se reconocen compañeras en la apuesta por una sociedad sin explotación y rechazan las componendas de las políticas desde arriba.
Referencias
Bensaïd, D. (2006) El retorno de la cuestión político-estratégica, http://www.democraciasocialista.org/?p=1981
Gramsci, A (2006) Antologia, México: Siglo XXI Editores.
Mazzeo M (2014) Entre la reinvención de la política y el fetichismo del poder, http://lhblog.nuevaradio.org/b2-img/Mazzeo_ReinvencionVsFetichismo.pdf
Nicanoff, S. (2014) La izquierda independiente en su laberinto: crisis, política, identidad y lucha de clases, http://www.democraciasocialista.org/?p=2345
Poulantzas, N. (1977) El Estado y la transición al socialismo, http://vientosur.info/IMG/pdf/Entrevista_Weber-Poulantzas.pdf
Sabado, F (2006) Elementos centrales de estrategia revolucionaria en los países centrales, http://www.anticapitalistas.org/IMG/pdf/TC_Estrategia.pdf
Sanmartino, J. (2007) ¿Gracias, por hoy paso? Venezuela: La izquierda socialista y el PSUV, http://www.anticapitalistas.org/spip.php?article21036
Trotsky, L. (2007) Escritos Latinoamericanos, Buenos Aires: IPS.