Fue en septiembre de 1965 cuando el primer Punto Final salió a la calle, más precisamente a la calle Ahumada. Allí, frente al Café Haití -lugar muy frecuentado por periodistas, porque en esos años casi todos los medios estaban ubicados en el centro de Santiago- un hombre joven, muy alto y delgado, y otro un […]
Cuando fundaron PF, Mario Díaz y Manuel Cabieses -director y jefe de redacción de la nueva publicación- buscaron crear un espacio para el desarrollo de un periodismo libre, donde los autores pudieran expresarse de acuerdo con su conciencia. Lo bautizaron como Punto Final con el propósito de publicar reportajes en profundidad sobre temas que inquietaban a la opinión pública, ojalá hasta agotarlos, es decir, hasta su punto final. En el editorial de ese primer número se señalaba que PF «no pretende decir la última palabra, pero entregará al lector suficiente caudal de información para que elabore su propio juicio». Además, se definía como un medio «democrático y de avanzada». Y precisaba: «Cree que las grandes masas son las protagonistas de la historia y se coloca a su servicio. Pero no se encajonará en fronteras artificiales, no rehuirá la polémica ni sentirá temor de decir la verdad»: PF Nº1 publicó «La tragedia del Janequeo», un reportaje del periodista Miguel Torres sobre el naufragio de un remolcador de la Armada Nacional que costó la vida de 50 tripulantes. Las causas del desastre habían sido silenciadas por la Armada, para no asumir responsabilidades.
El director artístico de la publicación era el dibujante y pintor Enrique Cornejo (Penike), quien se mantuvo a cargo de la presentación gráfica hasta el golpe de Estado de 1973. Al principio, PF era un folleto con un formato equivalente a la cuarta parte de la edición actual y lo financiaban Cabieses y el Chico Díaz, con sus sueldos de reporteros del vespertino Ultima Hora. Y siguió así, durante aproximadamente un año, publicando en cada edición un reportaje sobre distintos temas -incluso deportes- hasta que se convirtió en revista quincenal de asuntos políticos, informativos y culturales. En esta transformación tuvo mucho que ver el economista Jaime Barrios Meza, quien trabajaba en Cuba y vino a Chile por un tiempo. Trajo nuevos aires e insufló energía y optimismo a quienes se movían en torno a Punto Final.
Punto Final crece
Se creó un primer consejo de redacción, integrado por los periodistas Augusto Olivares Becerra, Carlos Jorquera Tolosa, Manuel Cabieses -ahora director de la revista- y Mario Díaz, como jefe de redacción del quincenario. Fundamental en el sostenimiento y marcha de PF fue el abogado Alejandro Pérez Arancibia, quien asumió el cargo de gerente y debía firmar letras y cheques a fecha para afrontar los gastos. Completaba el equipo el dibujante Eduardo de la Barra (Jecho). La publicación tenía una oficina en la céntrica calle Unión Central. Y hasta comenzó a contar con una secretaria administrativa, Inés Moreno. Esa función también fue desempeñada años más tarde por Jane Vanini, revolucionaria brasileña.
El factor común del equipo periodístico de PF era una alta calidad y prestigio profesional. Algunos trabajaban en Ultima Hora, no habían pasado por ninguna escuela de periodismo y se habían forjado en la práctica. Tenían también un profundo compromiso con los ideales del socialismo, aunque no pensaran exactamente lo mismo. Valoraban la unidad, no sólo dentro de nuestras fronteras: las luchas de los pueblos en América Latina y en otras regiones del mundo -muy especialmente la Revolución Cubana- tuvieron siempre abundante espacio en sus páginas. La mayoría de quienes escribían en la revista provenían del Partido Comunista pero ya no eran militantes. En los años siguientes, algunos entraron al Partido Socialista o al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Todos trabajaban en uno o más medios, que les aportaban los ingresos para sostener a sus familias, porque en Punto Final nadie recibía sueldos.
En su larga y accidentada existencia, la revista nunca tuvo avisos y prácticamente nació invitando a los lectores a suscribirse. Si alguna vez se pensó que el Grupo de Amigos de PF -creado hace algunos años- tenía algo de original, el error se disipa al ver un anuncio en la edición Nº 32, de julio de 1967, donde el Comité de Amigos de Punto Final, donde estaban el neurocirujano Héctor Valladares, el actor Jorge Lillo y el arquitecto Francisco Reyes, informa de una campaña para cooperar con la revista (suscripción, aporte monetario o colaboraciones en artículos). Y otro dato curioso: en la sección Correo de la misma edición, aparece una carta del periodista y comentarista internacional Raúl Sohr, quien felicitaba a la revista desde Israel y ofrecía un reportaje sobre la guerra en Medio Oriente, antes de despedirse «revolucionariamente» del director. La respuesta, por supuesto, fue afirmativa.
El consejo de redacción se amplió con el ingreso del abogado socialista Jaime Faivovich, y de los periodistas Hernán Uribe, Augusto Carmona y Hernán Lavín Cerda.
La lista de colaboradores iba creciendo. Desde el comienzo estuvieron Jaime Barrios y el periodista y poeta argentino Julio Huasi (ver PF 575). Se fueron sumando Clotario Blest, Roque Dalton, Fernando Mires, José Carrasco, Gladys Díaz, Ernesto Carmona, José Cayuela, Lucía Sepúlveda, Héctor Suárez, Máximo Gedda, María Eugenia Saul y muchos más.
Cuando asumió la presidencia Salvador Allende, el equipo se redujo. Varios asumieron tareas en el gobierno. Jaime Barrios fue designado gerente general del Banco Central; Carlos Jorquera fue asesor de prensa de Allende; Jaime Faivovich, intendente de Santiago y luego subsecretario de Transportes, y Augusto Olivares, director general de Televisión Nacional. Aún así, Faivovich y Olivares siguieron escribiendo en PF.
EL QUIEBRE
El 11 de septiembre de 1973, alcanzó a estar en algunos quioscos la última edición de PF (Nº 192), antes de ser requisada por los militares que derrocaron el gobierno del presidente Allende. Esa publicación denunciaba, en diversos artículos, el avance de una represión despiadada de las fuerzas armadas amparadas en la Ley de Control de Armas, y decenas de atentados terroristas en el país.
A mediodía, el Bando Nº 10 de la junta militar llamaba a presentarse en el Ministerio de Defensa a dirigentes de partidos de la Unidad Popular y del MIR, a ex ministros, jefes de instituciones, asesores de Allende y periodistas. Entre ellos, a Manuel Cabieses, Jaime Faivovich y Carlos Jorquera. En la tarde, el Bando Nº 19 agregó nuevos nombres, entre los cuales estaba Jaime Barrios, aunque ya había sido detenido al salir de La Moneda. Allí, antes que el presidente Allende se suicidara, Augusto Olivares se había quitado la vida de un balazo.
En años recientes, la periodista Patricia Verdugo reprodujo en su libro Interferencia secreta una comunicación radial del 11 de septiembre, donde Pinochet decía: «Puesto Uno: Correcto, represento eso al (ininteligible)… por favor. De parte de comandante en jefe, además de las medidas que existen sobre radio y televisión, ehhh, no se aceptan, repito, nin… publicación de prensa de ninguna especie. Y aquella que llegara a salir, además de ser requisada, motivará la destrucción de las instalaciones en las que fue editada. Cambio… Ehhh, justamente el personal que trabaja allá en Punto Final, todo el mundo ahí debe ser detenido. Cambio».
Jaime Barrios fue torturado en el Regimiento Tacna antes de ser fusilado en Peldehue, el 13 de septiembre, junto a otros prisioneros de La Moneda. Fueron enterrados allí mismo y años después, sus restos habrían sido lanzados al mar.
También fue asesinado Máximo Gedda Ortiz, en 1974, víctima de terribles torturas. Era cineasta y poeta, militante del MIR. En diciembre de 1977 fue baleado, en una emboscada de la Dina, Augusto Carmona Acevedo, miembro del comité central del MIR. Había sido jefe de prensa y presidente del sindicato de trabajadores de Canal 9, entonces de la Universidad de Chile.
José Carrasco Tapia, luego de pasar por campos de concentración y el exilio en Venezuela y México, fue asesinado el 8 de septiembre de 1986. Era editor de revista Análisis y dirigente del Colegio de Periodistas. También integraba el comité central del MIR. En 1974, un contingente de infantería de marina había asesinado a Jane Vanini, en Concepción.
Jaime Faivovich murió en el exilio, en México. Alejandro Pérez vivió en Cuba y murió en Santiago, finalizada la dictadura. Julio Huasi se suicidó en Argentina, a mediados de los 80. También falleció el dibujante y pintor Enrique Cornejo (Penike). Hernán Lavín Cerda se exilió en México y vive en ese país. Hernán Uribe y la ex secretaria de PF, Haydée Moreno, estuvieron exiliados. Manuel Cabieses fue detenido el 13 de septiembre de 1973. Permaneció dos años detenido en Chacabuco, Puchuncaví y Tres Alamos, hasta que fue expulsado del país gracias a una activa campaña internacional. Con su familia, fue acogido en Cuba. Como dirigente del MIR, regresó clandestino a Chile cuatro años después, y permaneció en esa condición hasta 1989, cuando emprendió la tarea de revivir Punto Final tras 16 años de clausura forzada.
MEMORIA VIVA
Hernán Uribe Ortega
En su juventud fue militante del Partido Comunista y años más tarde, ingresó al PS. Estudió Derecho… Pero trabajó en El Siglo y Las Noticias Gráficas. También fue subdirector y director de la revista Vistazo y trabajó como corresponsal de varias agencias informativas del campo socialista. Al momento del golpe, dirigía el diario Ultima Hora, entonces propiedad del Partido Socialista. En el exilio, en México, ejerció la docencia en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Regresó a Chile en 1989. Fue el primer director de la Escuela de Periodismo de la Universidad Arcis; y después ejerció la docencia en la Universidad de la República. En la Federación Latinoamericana de Periodistas (Felap), preside la Comisión Investigadora de Atentados a Periodistas (CIAP).
¿Qué impresión le causó la creación de PF, hace 39 años?
«Me pareció que se había cumplido el sueño de todo periodista: tener una publicación propia donde escribir sin violación de su conciencia. El carácter de la revista es único. Los otros medios de Izquierda eran de partidos, del PC o del PS».
¿Cómo se trabajaba en aquellos tiempos?
«Los periodistas que acogimos a PF con alegría y fuimos sus colaboradores, éramos de distintos pensamientos políticos pero nos unía una cuestión básica: en la revista no había imposición ideológica que fuera adversa a nosotros. Nos sentíamos como en casa. Desde un ángulo profesional, todos éramos iguales.
Punto Final vivió con querellas, cierres y días de cárcel para Manuel Cabieses y otros periodistas. No era fácil. Y tampoco lo ha sido después. En 1991, Pinochet, como comandante del ejército, se querelló contra PF por una célebre portada en que aparecía limpiándose los mocos con la bandera chilena».
¿Recuerda alguna discrepancia en los años 60-70?
«En su afán crítico a la sociedad capitalista, liberal y burguesa, creo que a PF se le pasó un poco la mano cuando salió Allende. Hubo un par de números que me parecieron muy agresivos, creo que en cierta medida por influencia del MIR. Tal vez Manuel y Mario ya eran militantes. Entonces, en una reunión del consejo de redacción planteé mis críticas, que fueron compartidas por Carlos Jorquera y Jaime Faivovich. Para mi satisfacción, nuestro planteamiento fue acogido por el consejo. Hubo una correcta capacidad de análisis. Y cuando se vio la amenaza del golpe militar, Punto Final defendió decididamente al gobierno democrático de la Unidad Popular».
¿Después del golpe volvió a reunirse con PF?
«Sí, en México. A partir de mayo de 1981 participé en la edición de Punto Final Internacional, que se publicó como órgano de la resistencia a la dictadura militar por una iniciativa encabezada por el inolvidable colega y amigo Mario Díaz. Tuvo el mismo formato y características que había tenido en Chile. Manuel Cabieses figuraba como director -en esa época estaba ‘perdido’, no sabíamos dónde se encontraba, después él me contó que había estado clandestino en Chile-, y Mario Díaz era jefe de redacción. El subdirector fue José Carrasco Tapia y se constituyó un consejo de redacción, integrado por Luis Hernández, Ruy Mauro Marini, Antonio Peredo, María Eugenia Saul y yo. Sobrevivió alrededor de cinco años con ediciones de distinta frecuencia e incorporó abundante material teórico, porque no sólo escribían periodistas sino también sociólogos y politólogos. El último número se dedicó a Mario Díaz, porque ya había muerto».
¿Cómo lo recuerda a él?
«Mario fue un gran amigo y un muy buen profesional. En el exterior, como militante del MIR, estaba dedicado a la actividad política. Pero también sintió ‘el llamado de la selva’ del periodismo. Trabajó en la televisión en Nicaragua. También estuvo en Venezuela. Fue un hombre incansable en su trabajo político y periodístico».
¿Qué pasó a su regreso a Chile?
«Tuve la oportunidad de respaldar a Manuel en la reaparición de la publicación, que se concretó en 1989, cuando aún soportábamos a Pinochet. En esta etapa se incorporó a la revista María Teresa Rambaldi, mi compañera por 40 años fallecida en febrero pasado. Ella fue secretaria de redacción y acuciosa correctora de estilo.
En mi opinión, PF ha sido protagonista de la lucha social e ideológica que surgió con mucha fuerza en la década de los 60 y culminó con la elección de Salvador Allende, como presidente de la República. Otro aspecto interesante es que de las publicaciones que clausuró y se robó la dictadura sólo dos han reaparecido: Punto Final y El Siglo. Eso indica el respaldo que tienen de ciertos sectores de la sociedad. Hoy, PF observa y expone acerca de las gracias y desgracias de un neoliberalismo cubierto con el manto de una falsa democracia liberal; siempre, con un estilo muy profesional»
MEMORIA VIVA
Carlos Jorquera Tolosa
De vasta trayectoria periodística, le gusta poco hablar de sí mismo. Cuando lo hace no deja de intercalar bromas. Egresó de Derecho, trabajó como procurador… y encontró que era una lata. Así, decidió ser reportero. Trabajó inicialmente en Las Noticias Gráficas como redactor político. «Ya era partidario de Allende, pero no porque fuera socialista. Simplemente era allendista». Después lo llamaron del diario Ultima Hora.
Fue jefe de prensa del presidente Allende y lo acompañó hasta el final en La Moneda, donde también vio morir a su amigo Augusto Olivares. Detenido, fue enviado a la isla Dawson y «por lo menos llegamos vivos a Santiago», a un regimiento «que fue peor que Dawson». Un dirigente sindical norteamericano viajó a Chile y exigió verlo, prometiéndole que lo sacaría de allí. «Le dijo a los militares que desde ese momento él respondía por mi vida», recuerda Carlos Jorquera. Y cumplió su palabra. «Yo le debo la vida a los periodistas norteamericanos -dice irónicamente-, gracias a una gestión de Orlando Letelier».
Hoy celebra que Punto Final esté cumpliendo 39 años. Comenta que se vinculó a la revista «desde antes que naciera» y destaca la amistad que unía a quienes formaron el primer consejo de redacción. «Fueron los amigos los que me metieron en esto… Es que, cuando jóvenes, teníamos otra concepción: llegar a una sociedad más justa y estar lo más lejos posible de Estados Unidos. La Revolución Cubana y la campaña guerrillera del Che nos atrajeron tremendamente. Punto Final no era una revista para ganarnos la vida. Al contrario, no cobrábamos por nuestro trabajo. La revista entregó un valioso aporte…».
¿Cómo fue recibida en sus comienzos?
«Cuando salió Punto Final no todos los partidos de Izquierda estaban de acuerdo. Además, nosotros no obedecíamos la línea de ningún partido. Eramos un muy mal ejemplo, fuimos muy criticados».
¿De dónde venían las críticas?
«Voy a decir una sola cosa. Cuando mataron al Che Guevara, yo estaba consternado y no he olvidado nunca lo que me dijo una gran compañera del PC, a quien quiero mucho: ‘Pero Negro, por Dios, es un troskista menos’… Después nos decían que PF era el vocero del MIR, que seguíamos sus instrucciones. Pero nosotros ni siquiera conocíamos a los dirigentes, que estaban en Concepción. En un momento, no sé por qué, encarcelaron a varios de esos jóvenes. Entonces, el Perro Olivares partió a Concepción, para conocer a los presos. Y cuando regresó nos contó: ‘Hay un cabro que me llamó la atención, muy inteligente, muy simpático… se llama Miguel Enríquez ¡y es hijo del rector!».
¿Qué le impactó más en la trayectoria de PF?
«Lo más importante fue el golpe internacional que dimos con la publicación del Diario del Che en Bolivia. Eso, después que lo obtuvimos y lo enviamos a Cuba. Fue muy delicado, porque había muchas personas interesadas en encontrar el Diario antes que se publicara. El impacto fue enorme, creo que mucha gente no lo ha olvidado».
¿A quienes recuerda usted en forma especial?
«Al Perro Olivares, con quien fuimos amigos hasta el último minuto, y al Chico Díaz, un enano insoportable que era del Santiago Wanderers… Un personaje novelesco, y un gran amigo. Los dos se fueron un tiempo a vivir a Europa, durante el gobierno de Alessandri. En la misma época, Cabieses y yo nos fuimos a trabajar a Venezuela. Fue una experiencia inolvidable, estaba comenzando la democracia y yo trabajé en El Nacional, que era lo máximo a que se podía aspirar en periodismo en el Caribe. Y el Perro y el Chico se fueron a España, y después a París. Se encargaban de enviarme ¡cada noticia! El Chico consiguió una corresponsalía en una revista francesa y lo mandaron a Cannes o Montecarlo… De allí envió una foto donde aparecía bailando con Mylène Demongeot, una actriz famosa de la época. ¡Cómo no envidiarlo! Esa foto, que hizo historia, la conserva una hija del Chico».
Carlos Jorquera permaneció en PF hasta el triunfo de Allende. Fue precisamente él quien anunció, a través de Canal 9, el resultado de la elección en la madrugada del 4 de septiembre de 1970. «Tuve que dejar todo el trabajo profesional porque asumí la secretaría de prensa de Allende», dice Jorquera. En eso estuvo hasta el 11 de septiembre del 73.