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Purgatorio

Fuentes: Blog personal

Sería ilusorio tratar de anticipar el escenario que dejará el paso de la pandemia. Estamos en medio de una crisis de alcance mundial. Intuimos que, a la salida del túnel, encontraremos un paisaje radicalmente distinto del que dejamos atrás. De hecho, muchas cosas están cambiando ya a un ritmo vertiginoso. Los parámetros en que se desenvolvía la vida social y política de nuestro país, de Europa, del mundo entero, están sufriendo una sacudida sísmica de gran magnitud. El impacto de la epidemia, precipitando la economía global hacia una recesión de alcance impredecible, asesta un golpe terrible al diseño neoliberal. A la hora de la verdad, resulta que sólo los sistemas públicos de salud y protección social son capaces de levantar una barrera de contención frente a la expansión del virus. Ante el brusco parón de la producción y el comercio, hay que volverse hacia el Estado para que trate de evitar el hundimiento de la economía y una situación desesperada para millares de familias trabajadoras. De pronto, muchos son los que echan de menos una gobernanza global que, hasta ahora, prácticamente sólo la izquierda reclamaba. “En la trinchera todos somos keynesianos”. España, Italia, Francia… uno tras otro, los Estados se olvidan del rigor fiscal, abocados a un formidable incremento del gasto social. Académicos de sesgo liberal no dudan en pedir que se pase sin dilación a una “economía de guerra”. En los parlamentos se habla de nacionalizar empresas en riesgo de quiebra. Ante la emergencia que nos atenaza, la intervención gubernamental de la sanidad privada aparece como una elemental medida de sentido común. A trancas y barrancas, los dirigentes de la Unión Europea se van dando cuenta de la inviabilidad de unos dogmas de contención del déficit – que, de todos modos, nadie iba a ya respetar. Años de culto a la sabiduría del libre mercado dan paso a un nervioso intervencionismo. Y, de reojo, todos consideran, angustiados, la fragilidad del sistema financiero. Sumas astronómicas pueden evaporarse en los mercados ante una brusca ralentización de la producción mundial, precipitando el hundimiento de entidades bancarias y empresas. Aún recordamos los llamamientos a “refundar” el capitalismo que se escucharon en boca de líderes como Nicolas Sarkozy, tras el crac bursátil de 2008. No tardaremos en escuchar airadas denuncias acerca de las corporaciones que, irresponsablemente, han estado usando el crédito barato para procurarse activos y dividendos en lugar de mejorar conocimiento y productividad.

Pero la conmoción provocada por el coronavirus es multidimensional, trastoca equilibrios geopolíticos y conflictos locales. Ante las previsibles dificultades que tendrá Estados Unidos para gestionar esta crisis –sobre todo si persiste en un repliegue autosuficiente-, China se postula para un nuevo liderazgo mundial, estrechando vínculos e influencia en Europa como en el resto del mundo. A nivel doméstico, los temas que nos ocupaban casi obsesivamente, como el conflicto catalán, parecen nimios ante la gravedad del confinamiento, la angustia de la población, los fallecimientos…

Esos bruscos cambios de perspectiva, están llevando a algunos analistas a considerar el momento actual como una especie de purgatorio. El mundo ha sido presa de un delirio liberal que nos ha llevado a una emergencia climática, ha propiciado esta terrible pandemia y podría provocar enormes padecimientos a los más pobres. Pero este shock está abriendo los ojos de nuestras sociedades, de las élites gobernantes como del conjunto de la población. Nuevos enfoques, nos dicen, se abrirán paso a todos los niveles: en nuestras mentalidades, en las políticas económicas de los gobiernos, en el diseño del proyecto europeo… Así, por ejemplo, José Antonio Zarzalejos cree que, en esa lógica, el conflicto catalán quedará irremisiblemente empequeñecido. El profesor Antón Costas, inquieto pero esperanzado en que ello sea posible, propugna un new deal en las empresas, conminando a sus directivos a asumir una amplia responsabilidad –empezando por los costes de la epidemia– que permita salvar empleos, granjeándose así el compromiso de los trabajadores y favoreciendo un entorno social cooperativo. En una reciente declaración, el Círculo de Economía de Barcelona apuesta por un reforzamiento de la integración europea como respuesta a los desafíos hoy planteados. En una palabra: hay un sentimiento muy extendido de que, esta vez sí, aprenderemos la lección y la racionalidad se impondrá sobre los egoísmos, las injusticias y las locuras especulativas de estos años.

No comparto esa idea del purgatorio como antesala de nuestra redención. Esta crisis no engendrará soluciones, sino disyuntivas. No nos mostrará un camino inequívoco, antes bien nos situará ante una bifurcación. El futuro estará en disputa. Pero sólo la lucha social y política decidirá su semblante. Ciertamente, estos días aciagos ponen de relieve la mezquindad del fervor nacionalista, ejemplificada en la deslealtad de Torra. Pero sería iluso pensar que el nacionalismo y el populismo se desvanecerán sin más. La más que probable recesión que, con mayor o menor intensidad, nos alcanzará, sembrará de nuevo la desazón en unas clases medias, ínclitas a las salidas insolidarias. La cooperación supranacional es el camino indicado por la lógica de nuestras estrechas interdependencias. Sin embargo, el retraso en una respuesta concertada de las instituciones europeas, combinada con el retorno del Estado exigido por el combate contra el virus, puede alentar una vez más los discursos nacional-populistas, cargados de xenofobia. Los escenarios que se avecinan pondrán a la orden del día programas socialistas que hasta hace poco sonaban a pura ensoñación: fortalecimiento del Estado del Bienestar, planes de reconstrucción económica bajo impulso y liderazgo público, incluso incursiones en el sacrosanto dominio de la propiedad privada… Será necesario, sin embargo, que las izquierdas los asuman con valentía y dispuestas a vencer durísimas resistencias. El confinamiento y sus penalidades, la avalancha de ERTE y las dificultades en las empresas, han hecho surgir redes solidarias y conferido un nuevo protagonismo a los sindicatos de clase. Pero será imprescindible que esa energía no se disperse, que las organizaciones sociales multipliquen efectivos e implantación. Sí, los países ricos del Norte constatan la inviabilidad de seguir imponiendo al Sur recetas de austeridad ante una amenaza general. Pero, ¿quién hará viable un replanteamiento de la UE a la altura de las circunstancias; un BCE que financie a los Estados sin la gravosa intermediación de la banca privada; un presupuesto comunitario ambicioso, capaz de vertebrar la transición ecológica? ¿Qué coalición de fuerzas y gobiernos progresistas lo hará? La posibilidad de un salto hacia delante de la civilización significa que también es inminente la amenaza de una terrible regresión. No es lo doloroso de una experiencia lo que determina un cambio, sino la clarividencia y determinación de las fuerzas organizadas que quieren llevarlo a cabo. Cincelada por guerras, revoluciones y contrarrevoluciones, la historia europea nos lo ha enseñado con creces.

Fuente: https://lluisrabell.com/2020/03/21/purgatorio/