Qiu Jin desafió las normas sobre género y clase al quitarse las vendas de los pies, usar ropa para hombre y dejar a su joven familia para estudiar en el extranjero. Fe decapitada por fuerzas imperiales el 15 de julio de 1907, lo que la convirtió en una mártir revolucionaria. Tenía 31 años.
Qiu no se rindió y se convirtió en una de las primeras chinas defensoras de la liberación de las mujeres. Desafió con ferocidad las prevalecientes normas de género y de clase del confucionismo al quitarse las vendas de los pies, vestirse con vestimenta pensada para hombres y abandonar a su joven familia para educarse en el extranjero.
Su legado como una de las revolucionarias y feministas pioneras en China se consolidó el 15 de julio de 1907, cuando las fuerzas del ejército imperial la decapitaron a los 31 años, acusada de conspirar para derrocar al gobierno dirigido por manchúes de la dinastía Qing.
Fue su último acto de resistencia y posteriormente le ganaría un lugar en el panteón de los mártires revolucionarios chinos. Al día de hoy, a menudo se le llama la «Juana de Arco china». «Qiu Jin vivió en una época en que a las mujeres en China no se les permitía salir de sus casas, ni se diga participar en asuntos públicos», dijo Zhang Lifan, escritor e historiador residente de Pekín. «Qiu Jin no solo se involucró en la política, sino que sus acciones mismas fueron una rebelión».
A lo largo de su vida, Qiu escribió con frecuencia sobre lo que consideraba roles de género opresivos en China, como se puede ver en este fragmento de un poema de 1903:
Mi cuerpo no me permite
Mezclarme con los hombres
Pero mi corazón es más valiente
Que el de cualquiera de ellos.
Cuando Qiu escribió ese poema, China era un imperio en apuros. El gobierno Qing estaba en las últimas; se estaba colapsando bajo el peso del deterioro burocrático interno y la presión de potencias extranjeras. Entre la incertidumbre surgieron oportunidades para las chinas educadas, como Qiu, por lo que pronto se encontró a la vanguardia de una ola emergente de nuevas feministas que creían que los derechos de la mujer y la revolución política iban naturalmente de la mano.
Sin embargo, los estudiosos señalan que la fuerza perdurable del legado de Qiu no radica solo en su liderazgo, sino también -y quizá de manera más importante- en su disposición para sacrificar su vida en última instancia a favor de la causa. «Argumentaba que no era suficiente que las mujeres solo se quedaran sentadas pidiendo equidad», dijo Hu Ying, profesora de Literatura China en la Universidad de California en Irvine. «Creía que debías estar dispuesta a arriesgar tu vida, y el hecho de que ella realmente viviera así fue lo que hizo que sus palabras perduraran».
Como sucede a menudo con cualquier mártir histórico, es difícil desenmarañar los hechos de la vida de Qiu de los mitos posteriores.
El hombre que el padre de Qiu escogió para ella era Wang Tingjun, hijo de un comerciante rico de la provincia Hunan. En 1903, siete años después de casarse, la joven pareja se mudó, junto con sus dos hijos, de Hunan a Pekín. Para Qiu, la vida en la capital del imperio era definitivamente menos aburrida. Hizo amistad con mujeres que tenían ideas similares a las suyas y comenzó a interesarse en los asuntos políticos de China. Se desvendó los pies, comenzó a beber grandes cantidades de vino y a experimentar vestirse con ropa de hombre y a manejar espadas. Aun así, las frustraciones de su matrimonio afectaban profundamente su psique.
Su esposo le parecía pedestre y era alguien que no se interesaba ni en la poesía ni en el conocimiento. Así que, en el verano de 1904, Qiu, entonces de 28 años, tomó una decisión: dejó a su esposo y a sus dos hijos, vendió sus joyas y se embarcó hacia Japón (ese retiro de un hogar para viajar a otro lado es la razón por la cual algunos estudiosos a veces la llaman la «Nora de China», en honor al personaje del drama de 1879 de Henrik Ibsen Casa de muñecas).
Resumió su vida en un poema de 1904 llamado «Arrepentimientos: líneas escritas camino a Japón»:
Ni el Sol ni la Luna dejaron rastro de luz, la Tierra está oscura,
Nuestro mundo de mujeres tan profundamente hundido, ¿quién podrá ayudarnos?
Las joyas vendidas para pagar el viaje por los mares,
Separada de mi familia dejo mi tierra natal.
Desvendando mis pies limpio mil años de veneno,
Con mi corazón ardiente animo a las mujeres. A
y, este delicado pañuelo mío
Manchado mitad de sangre y mitad de llanto.
En Tokio, Qiu se inscribió en la Escuela Práctica para Mujeres de Shimoda Utako, y acortó su nombre a Qiu Jin. Sin embargo, enfocó la mayor parte de su energía fuera de las aulas, estableciendo contacto con otros estudiantes chinos de mente reformista también ansiosos de fomentar la revolución en su tierra natal. Se unió a influyentes sociedades secretas contrarias al gobierno manchú, incluyendo la Sociedad de la Restauración y la Alianza Revolucionaria de Sun Yat-sen.
Regresó a China en 1906 con una determinación combativa de hacer progresar la causa de las mujeres y derrocar al gobierno Qing. Fundó la Revista de las Mujeres Chinas; no duró mucho tiempo pero esta, a diferencia de la mayoría de las publicaciones feministas de la época, usaba un lenguaje coloquial para llegar a un público más extenso sobre temas como la crueldad del vendaje de pies y los matrimonios arreglados. También aprendió a fabricar bombas.
En 1907, Qiu dirigía la Escuela Datong -un frente para un grupo que reclutaba y entrenaba a revolucionarios jóvenes- en Shaoxing cuando se enteró de que Xu Xilin, quien era su amigo y el fundador de la escuela, había sido ejecutado por asesinar a su superior manchú. Después de la muerte de Xu, sus amigos le advirtieron a Qiu que unas tropas Qing se acercaban a Shaoxing en busca de la mujer que se creía había conspirado junto con él, pero ella se negó a huir.
En una escena que desde entonces ha sido honrada y adornada de muchas maneras, Qiu intentó contraatacar, pero fue rápidamente capturada, torturada y decapitada. A lo largo de los años, los críticos la han acusado de ser demasiado ingenua por creer -como muchos de su época- que derrocar al gobierno Qing resolvería los males sociales y políticos de China. Otros han dicho que su muerte fue innecesaria, pues tuvo mucho tiempo para escapar de los soldados que se avecinaban. Quizá su crítico más notable fue Lu Xun, uno de los más importantes escritores chinos del siglo XX, quien creía que el comportamiento temerario de Qiu en Shaoxing estuvo relacionado con la enorme adulación que recibió cuando estuvo en Japón.
Le «aplaudieron a morir», le dijo él a un amigo.
Más de un siglo después de su muerte, muchos chinos aún visitan su tumba junto al lago del Oeste en Hangzhou para rendir honores a la mujer ahora arraigada en la conciencia nacional como una valiente heroína feminista.
Algunos también pueden recitar las famosas palabras que escribió justo antes de morir: «Viento de otoño, lluvia de otoño, llenen el corazón de melancolía». La frase hace un juego de palabras con su apellido Qiu, que significa «otoño» en chino mandarín.
Qiu Jin, en unas imágenes sin fecha