La amalgama de tantos fenómenos concentrados en un breve espacio de tiempo -que hicieron de las décadas de 1920 y de 1960 las de mayor florecimiento de utopías y de sueños de asalto al cielo- posibilitó, especialmente a la luz del desarrollo de los acontecimientos históricos que luego tuvieron lugar, las más variadas lecturas. No […]
La amalgama de tantos fenómenos concentrados en un breve espacio de tiempo -que hicieron de las décadas de 1920 y de 1960 las de mayor florecimiento de utopías y de sueños de asalto al cielo- posibilitó, especialmente a la luz del desarrollo de los acontecimientos históricos que luego tuvieron lugar, las más variadas lecturas. No pretendo abordarlas aquí, tan solo hacer una lectura desde la izquierda de los hechos que se cruzaron en aquella década, así como de sus significados posteriores.
Cuatro décadas después, ¿qué significado tuvo, y asumió posteriormente, el 68 para la izquierda?
La amalgama de tantos fenómenos concentrados en un breve espacio de tiempo -que hicieron de las décadas de 1920 y de 1960 las de mayor florecimiento de utopías y de sueños de asalto al cielo- posibilitó, especialmente a la luz del desarrollo de los acontecimientos históricos que luego tuvieron lugar, las más variadas lecturas. No pretendo abordarlas aquí, tan solo hacer una lectura desde la izquierda de los hechos que se cruzaron en aquella década, así como de sus significados posteriores.
Liberación y libertad
En los años 60 confluyeron diversas tendencias que venían desarrollándose por vertientes distintas. En primer lugar y como centro del eje, se desarrollaban las luchas de liberación nacional en la periferia capitalista: el caso de Vietnam, que se volvió un punto de referencia con el triunfo de 1954, al que se sumaron los de Cuba y Argelia, y ello reveló que el fenómeno abarcaría los tres continentes del entonces llamado Tercer Mundo. En segundo lugar estaban las luchas de liberación individual de todas las formas de opresión colectivas (Estado, familia, escuela, fábrica), de género o de etnia. Y, por último, la lucha contra los dos grandes bloques que dominaban el mundo, el soviético y el estadounidense.
Con todas las combinaciones posibles, de esas luchas resultaron manifestaciones libertarias que recorrieron el mundo: de París a México, de Río de Janeiro a Tokio, de Berlín a Turín, de Londres a Karachi. El elemento detonante, que las impulsó y las unificó, fue la solidaridad con la resistencia vietnamita a la ocupación militar de Estados Unidos. Pero en cada lugar se articularon con temas que localmente movilizaban sobre todo a los estudiantes, como en París y en Brasil, o a los obreros, como en el caso de Italia.
Así, el móvil fundamental de los movimientos de la época fue político: contra el imperialismo estadounidense, y de solidaridad con Vietnam, con una fuerte dimensión ideológica, tanto directamente política -cuyas imágenes predominantes fueron el Che, Mao Tse-Tung y Ho Chi Minh-, como por la defensa de valores libertarios, que el «Prohibido prohibir» parisino representa muy bien. El Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental del Che, junto con El libro rojo de Mao, fueron tal vez los textos más difundidos de la época. El llamamiento a crear «dos, tres… muchos Vietnam» del Che unificaba a Cuba, a las guerrillas latinoamericanas, a Argelia, a las luchas africanas -entre ellas, la de Lumumba en Congo- y a la resistencia en Indochina. China tenía entonces un papel específico, determinado por la interpretación particular del mundo que difundía y por el impulso a los grupos maoístas, de carácter fuertemente doctrinario en torno a las obras de Mao, de la Revolución Cultural y de la crítica a los «dos imperialismos», el soviético y el estadounidense.
Pero las grandes movilizaciones políticas desataron un inmenso potencial libertario acumulado -y es eso lo que las diferencia de las otras grandes oleadas de movilizaciones políticas-, especialmente entre la juventud, que hizo su gran estreno en aquella década. Era aquella la generación del baby boom, nacida al final o, en su mayoría, después de la Segunda Guerra Mundial, en una oleada de crecimiento vegetativo típico de los períodos que suceden a las incertidumbres de las grandes guerras. Era la generación de los «gloriosos 30», es decir, de las tres décadas de crecimiento constante del Estado de bienestar social y de pleno empleo en Europa Occidental, y de las grandes transformaciones de los años 50, que incluyeron desde la expansión de los sistemas educativos, y en particular de los universitarios, hasta el inicio de la sociedad «de consumo», de la era televisiva, de la publicidad y del mundo de las imágenes. No por azar su lema fue: «Sexo, drogas y rock ‘n-roll», aunque los móviles políticos no estuvieran incluidos en ellos.
Tercer Mundo, juventud, música, cine, rebeldía y protestas eran los condimentos que se mezclaban, en diferentes proporciones, en cada explosión de manifestación popular en la década del 60.
El asalto al cielo
¿Qué mundo era aquel de los años 60? Aquella década fue, junto con la del 20, una en que las utopías se multiplicaron, en que parecía que el asalto al cielo no solamente era posible, sino también probable e incluso seguro. Fue una década en que los sistemas dominantes parecían tambalearse, en que los sueños y las alternativas parecían tener su lugar.
El largo ciclo económico, el de la combinación virtuosa del gran crecimiento económico de las tres principales locomotoras del capitalismo (Estados Unidos, Alemania y Japón) con la expansión de las economías soviética, socialista y tercermundista -del cual la industrialización de Brasil, Argentina y México fueron ejemplos claros-, mostraba que estaba llegando a su fin; pero dentro de un contexto que reflejaba todo ese crecimiento y unía, como nunca antes, el aumento del poder adquisitivo de amplios sectores urbanos, la extensión del sistema educativo, de los medios de comunicación y del mercado editorial, al incremento de los sectores jóvenes y estudiantiles.
Las demandas democráticas acumuladas se sumaron a las reivindicaciones libertarias del baby boom y esta mezcla explotó con el protagonismo de la juventud, de los que tuvieron la felicidad de cumplir 20 años en la década del 60.
Las luchas de liberación nacional y libertarias parecían formar parte de un mismo mundo, en el que la derrota del imperialismo sería la derrota del capitalismo y de cualquier forma de autoritarismo -desde los Estados burocráticos hasta las autoridades de todos los niveles-. El mundo nunca más fue el mismo después de las barricadas del 68. Todos los poderes pasaron a ser cuestionados, ninguna autoridad pudo imponerse impunemente y ningún imperio pudo proclamarse imbatible.
La herencia del 68
Sin embargo, ni bien se abrió el año del 40 aniversario del 68, surgió la sombra del revanchismo contra aquellas barricadas. Hace 10 años, en las conmemoraciones de las tres décadas, el clima aún era otro: en Brasil, toda la prensa intentó apropiarse del imaginario de los movimientos de resistencia a la dictadura, como si las víctimas privilegiadas de las manifestaciones no hubieran sido todos los órganos de la prensa, en la época, conniventes con la dictadura militar. Parecía que habíamos triunfado, que habíamos conquistado todas las mentes y corazones. Sin embargo, no quedaba claro contra quién luchábamos. Algo así ha vuelto a ocurrir. La serie de audiovisuales de la cadena O Globo sobre la Marcha de los 100 000 no se atrevió a reproducir el tipo de cobertura que el periódico hacía en aquel momento, tanto de mentiras dichas como de hechos no comentados, incluido el de que había 100 000 personas en la marcha.
Hoy, un cronista de ese mismo periódico afirma que, en su opinión, lo mejor hubiera sido que el 68 no hubiera existido. ¿Quien ganaría si esa mágica retrospectiva de los sueños de la derecha pudiera realizarse? ¿Qué dejaríamos de tener? ¿Cómo seríamos sin el 68?
Lo que ocurrió en aquella década tuvo tal dimensión que es prácticamente imposible hacer ese ejercicio. Fue la década de la solidaridad mundial con el pequeño país asiático que osó resistir y derrotar a la mayor potencia imperial de la historia de la humanidad. Si no se hubiera dado esa derrota, es posible imaginar la prepotencia imperial de Estados Unidos. Fue la derrota en Vietnam lo que impidió una nueva tentativa aventurera de invasión a Cuba, así como el ahora revelado intento de emplear una bomba nuclear en China. Fue esa derrota, unida al escándalo Watergate, lo que llevó a la renuncia de Nixon y al paso de Estados Unidos por una crisis de legitimidad, en el vacío de la cual se dieron sus nuevas derrotas -en Irán, en Nicaragua, en Granada y en Angola.
Tampoco habría existido el «período Carter», de relativa distensión, como resultado inmediato de la crisis combinada de la derrota en Vietnam con el escándalo Watergate. No habrían sido conquistados los derechos de los movimientos negros, ni se hubiera producido la unión de la lucha por los derechos civiles con aquella contra la guerra en Vietnam.
Si no hubieran existido las luchas del 68, no se entendería la lucha contra todas las formas de economicismo y machismo. El movimiento ecologista no podría contar con esa contribución que el 68, con su crítica a la sociedad de consumo y al modelo productivista soviético -fortalecido por la imagen proyectada de la Revolución Cultural- produjo. La liberación sexual, por su parte, introdujo los movimientos feministas y la lucha contra el machismo.
Los 60 generalizaron la imagen más vista en todos los tiempos en todo el mundo: la del Che, como guerrillero heroico, símbolo mundial de la rebeldía; representan la esperanza de que las grandes transformaciones revolucionarias son posibles y necesarias. Fue una década anticonservadora, que cuestionó el orden y la represión. Promovió los sueños, la utopía, los deseos, la liberación y la libertad.
De ahí las tentativas de la derecha de enterrar esa década, de apropiarse de ella despojándola de su carácter. En Brasil, los 60 no serían nada sin la resistencia a la dictadura, sin la lucha armada, sin el secuestro del embajador estadounidense, sin la Marcha de los 100 000, sin las huelgas obreras de Betim y de Osasco y sin el sacrificio de toda una generación de militantes políticos de izquierda.
¿De incendiarios a bomberos?
Las trayectorias posteriores de gran parte de los protagonistas del 68 apuntan hacia la integración en la sociedad de consumo, en las huestes de los partidos tradicionales, en las distintas formas de reproducción del sistema de poder contra el cual lucharon un día. Una parte significativa -que va, en el panorama internacional, de los «nuevos filósofos» a [Daniel] Cohn-Bendit, y, en el nacional, de [José] Serra a [Fernando] Gabeira- considera que aquel fue el momento más generoso de sus vidas, un devaneo de juventud. Cohn-Bendit acaba de pedir disculpas por todo lo que hizo. Gabeira lo hace diariamente. Serra revela la enorme ambición por el poder condenada por el 68, y la alianza con lo peor del empresariado paulista, la esencia misma del capitalismo brasileño. Todos purgan y purgarán sus pecadillos de juventud por el resto de sus vidas. No dejaron de estar determinados por las decisiones tomadas en aquel momento, solo que ahora lo pagan ante las élites dominantes -a las que se atrevieron a desafiar con gestos insensatos, comprensibles por su juventud- el precio de la reintegración con la reafirmación cotidiana de que ya no son lo que fueron. Pasaron rápidamente de «ex» a «anti», de izquierdistas a ex izquierdistas y, de ahí, a antizquierdistas.
Si Cohn-Bendit trata de borrar su pasado -y el propio pasado, enterrándolo-, otros, como Tariq Ali, Daniel Bensaïd y muchos más en Brasil, seguimos fieles a la lucha por la liberación y por la libertad. El capitalismo solo acentuó su carácter antisocial, antidemocrático e imperial. La sociedad de consumo exhibe día a día su carácter expoliador, material y espiritualmente. El anticapitalismo y el antiimperialismo continúan siendo nuestro norte, el norte humanista en el mundo del siglo XXI, 40 años después.
Notas
* (Brasil, 1943). Sociólogo, coordinador del Laboratorio de Políticas Públicas de Universidad del Estado de Río (UER) y actualmente es el Secretario Ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Junto a Ivana Jinkings fue coordinador de Latinoamericana: Enciclopédia contemporânea da América Latina e do Caribe (2007).
** Publicado originalmente en Margem Esquerda, «Que 68 foi aquele?», fue traducido del portugués por Nelson Roque Valdés.