La muerte, como una representación de catálogos de promociones e intenciones que se reparte todos los domingos en cualquier quiosco, se hizo presente. Código de barra donde se almacena el precio de nuestra historia, la percepción del mundo, la soberbia personal, las deudas, en fin lo que somos. El rito fúnebre del tirano fue cuidadoso […]
La muerte, como una representación de catálogos de promociones e intenciones que se reparte todos los domingos en cualquier quiosco, se hizo presente. Código de barra donde se almacena el precio de nuestra historia, la percepción del mundo, la soberbia personal, las deudas, en fin lo que somos.
El rito fúnebre del tirano fue cuidadoso y elaborado. Los de aquí y los de allá corrían presurosos por el bienestar del difunto, con delicada preocupación por sus deudos. Lo faustoso se hizo presente. Los signos de poder se presentaron sin pudor: la tiara, el báculo, el cetro, la corona, la llama de la libertad. Se intentó transmitir en forma desesperada virtudes nacionalistas. La presidente viste de riguroso negro. No pasó el código de barra por la historia.
No estuvo ausente el cinismo. Senadores y parlamentarios conversos se retiraron de la sala de sesiones. Hicieron retiro del Congreso inaugurado por el fascismo… Ese de Valparaíso que recibió al vitalicio. Ellos, por un minuto se Des-conciertan y se arrastran como fetos nones natos, dando cuenta de su parto inconcluso.
Se les caen las mascaras, por una noche, las sonrisas cuidadas ya no se acomodan. No saben que hacer, se han perdido entre tanto arrastre. Y entonces aparecen los testimonios destínales, los silencios traducidos, malversados, revisados al extremo para que no revele ninguna huella de la impronta original: la entrega del Estado al neoliberalismo y a los privatizadores. Por una noche, el silencio de esta democracia de mierda fue alterada por el miedo a ser descubierta.
En tanto, una parte del pueblo se revuelca de alegría y rabia. Ella, tierna y generosa, compañera Vergara, despliega sus brazos en la villa Francia. También en la plaza de la Constitución, o en la de Italia, o en la Alameda, o en la Calle J. Pérez, o en Pudahuel y la Victoria, o en la calle 45 del barrio la Soledad, nace el abrazo, que recuerda que este largo tubo de ensayo llamado Chile, se encuentra en luto desde el 73.
Nos conceden que hubo demonios, cierto. Pero respecto al conflicto claro y evidente. .se guarda silencio. Nada ha cambiado desde entonces, desde el dictador hasta hoy. Seguimos siendo un país limosnero, desde los niños que piden pan hasta estos ministros de Estado que negocian la memoria y suspiran con alivio por este cacho menos. Hubo reacciones, pero mínimas, porque este gobierno y sus tribunales, saben que estructuraron una maquina de colaboraciones que se evidencia, que se mantiene. (Con honrosas excepciones).
Los genocidas siguen entre nosotros, son los negocios y las transnacionales predatorias, que cuentan con el consentimiento de Ellos…Los que muestran la lista de desparecidos con la vergüenza en el rostro- ojala- . Porque esta concertación, se hará la lesa, pero todos sabemos que negociaron con el genocidio que fue similar al de Aushwitz o Treblinka, sólo cuantitativamente en escala menor, pero igual, de la misma magnitud en lo cualitativo.
¿Creerán que somos una masa fecal? Durante este tiempo han promovido la disolución. Nos tienen en la mira, nos apuntan, y nos están condenando a una desaparición forzosa. Ellos quisieran olvidar al pueblo de los desaparecidos, de los exiliados, de los condenados a vivir en el olvido, de los que no saben. Y en esta forma tan nuestra de ser autoritarios pero que no se note, han intentado dar vuelta muchas veces la pagina, decretando amnistías de papel. Pero, parafraseando a Galeano, somos como las Abuelas de Mayo, «las locas» así llamadas por la derecha, porque se han resistido a olvidar.
Por supuesto que tenemos el refugio de «Nuestro festejo», con mayúscula, que explicita esa memoria colectiva (de manera mas estética que política.) Y en ese espacio aparece la necesidad de liberar la memoria, larga y sustanciosa, que no hemos sido capaz de transmitir porque nuestros oídos son incompatibles.
A la muerte del Tirano, celebramos y por un rato nos liberamos también del pensamiento Expansivo. Nos asumimos nostalgiados. No somos hipócritas, y mostramos sin recato la alegría, no la ocultamos, No hay nada inmoral en desear y celebrar la muerte del tirano. No vestimos de negro.
Aunque una amarga miel de ultratumba sale de nuestro grito eufórico, porque recordamos que una vez mas gana la impunidad. No fue posible el legítimo derecho a la defensa propia de los pueblos…
Nos han condenado al eructo, pero nosotros lamemos nuestra dulzura y amargura, con el único consuelo de imaginarlo en ese difícil trance de querer seguir siendo un Emperador.. en esa cama, perdido, sin otra fuerza que la de su cuerpo que es su cárcel, ante un médico y ante la proximidad de su muerte… Aprisionado en sus recuerdos… Pero seguramente no tuvo desvelo…porque tener conciencia es un acto humano.
Ni la última trompeta del desahuciado lo redime. Los redimidos son los de la fosa común, los angustiados, los que nunca trastabillan en la tozudez de la verdad.
Aunque, asumámoslo, somos un desastre con nuestro pasado, y por eso somos una catástrofe en el presente. Y en consecuencia volveremos a lo de siempre, a la reconversión forzosa de cada día.
Qué suerte la del tirano de estar muerto, que suerte la suya que la muerte lo proteja y le ciegue y que suerte para nosotros, que no existan Nazarenos impertinentes que digan: levántate y anda. Que conveniente morir en Diciembre. ¿También fue pactado? Descansemos en paz.
Andrea Fernández, sociologa, exiliada en Colombia durante 20 años.