Resulta verdaderamente interesante el que cierto progresismo e, incluso, cierta izquierda haya expresado tanta ansiedad por salir en un supuesto medio como éste. Inclusive desde el Frente Amplio que, desde que surgió en la escena pública, parece estar en un permanente juego con El Mercurio para mostrar sus fragilidades frente al «Padre». 1.- Hace […]
Resulta verdaderamente interesante el que cierto progresismo e, incluso, cierta izquierda haya expresado tanta ansiedad por salir en un supuesto medio como éste. Inclusive desde el Frente Amplio que, desde que surgió en la escena pública, parece estar en un permanente juego con El Mercurio para mostrar sus fragilidades frente al «Padre».
1.- Hace varios años atrás el filósofo chileno Claudio Durán (en colaboración con el filósofo Carlos Ruiz Schneider) emprendió un trabajo del todo relevante para la reflexión en torno al poder en Chile: se trataba de atisbar qué era El Mercurio. Sus investigaciones fueron minuciosas y se expusieron en un pequeño, pero decisivo libro titulado El Mercurio. Ideología y Propaganda 1954-1994 /1. En él, Durán reflexiona desde un enfoque marxista que le permite atender al periódico como una «ideología en acción» y desde el psicoanálisis, en particular, desde aquél desarrollado por Matte Blanco en el que se privilegia la «bi-lógica», esto es, la existencia de dos lógicas en la psique humana, una consciente y racional y otra enteramente inconsciente e irracional.
La ideología movilizará la parte irracional de la psique que, por cierto, para Durán constituirá un lugar fundamental para pensar en los efectos que ha producido El Mercurio en la conformación de un imaginario chilensis acerca del otro: desde su fundación en 1827 El Mercurio no ha dejado de construir a otro como exento de moral y, por tanto, presto a la «delincuencia» con la que el periódico pretende generar una atmósfera de terror en la población lectora.
Pero es fundamentalmente sobre el período de 1954 a 1994 donde Durán enfoca su análisis mostrando cómo el contexto de la «guerra fría» construye a ese otro como un «marxista» que le asocia siempre a la delincuencia, al caos y a la intervención extranjera: «La intención de El Mercurio -escribe Durán- habría sido provocar pánico y es evidente que asociar al gobierno de Allende con todo tipo de situaciones escabrosas contribuía decisivamente a aumentar las tensiones sociales. Ello provocaba rabia, odio, miedo en la sociedad chilena en su conjunto y particularmente en la clase media y en los militares.» El lugar de «agitación» del periódico de Edwards y su contribución en la construcción de una atmósfera adecuada al interior de la «clase media y los militares» habrían sido cruciales para la posterior consumación del golpe de Estado de 1973.
Clave del análisis de Durán resulta el énfasis en intentar comprender cómo se construyó tal atmósfera, donde justamente el lugar de El Mercurio fue, desde el principio, una pieza fundamental. Los dólares recibidos desde la CIA por el periódico de los Edwards no fueron en vano, sino que constituyeron parte del armatoste golpista con el que la oligarquía chilena terminó no sólo gestando el golpe de Estado sino, además, re-fundando la República a la luz de una matriz neoliberal en base a una renovación de su pacto oligárquico que se expresó en la redacción e instauración de la Constitución de 1980 vigente hasta la actualidad.
La reflexión de Durán es clave, no sólo porque es una de las primeras indagaciones que problematiza a El Mercurio como una «ideología en acto» presente en la historia oligárquica de Chile hasta su momento transicional, sino que además, porque no se ocupa en examinar cuán verdaderos o no resultan sus enunciados sino mas bien, se pregunta cuál es su lugar en la configuración de un cierto imaginario acerca del mundo y porqué ha sido capaz (a partir de qué mecanismos) de desplegar una sistemática y permanente propaganda, sea para apaciguar los ánimos conciliando a la oligarquía a nivel cupular, sea para agitarlos e inventando a un enemigo que atenta contra el orden institucional. Se trata menos de los enunciados como de la fuerza con la que se invisten, la trama del deseo que alimentan, los fantasmas que despiertan. En este sentido, El Mercurio funciona, para Durán, a partir de una suerte de «retorno de lo reprimido», según la tradicional nomenclatura psicoanalítica en la cual, las fantasías más atávicas -aquellas congeladas en la forma del trauma- vuelven para repetirse en el presente.
Según desprendemos del trabajo de Durán, un periódico histórico de la oligarquía chilena ha disciplinado los cuerpos y almas de los chilenos por casi dos siglos (desde 1827 a 2018) construyendo eficazmente a un «otro» sobre el cual se desatan todas las fantasías de «destrucción masiva» (el «anarquista» del siglo XIX, el «marxista» de la guerra fría o, el susodicho término «populista», tal como se repite incansablemente en la actualidad) funcionando así como un eficaz dispositivo de «propaganda» de la clase dominante y sus militares siempre asociados. En otros términos, la investigación de Durán muestra cómo lo que muchas veces sentimos, pensamos, imaginamos acerca de algún evento noticioso pasa por la mediación de El Mercurio como «ideología» operando -indicará el filósofo- en la vigorosa escena de nuestro inconsciente.
2.- Sigamos de cerca el trabajo de Durán y pensemos con él: El Mercurio no es un simple periódico que circula junto a otros al interior de la opinión pública, sino mas bien, es la condición de posibilidad de la opinión pública misma, su a priori fáctico: dado que es uno de los grandes monopolios informativos y que engarza una serie de redes oligárquicas (al interior como al exterior del país) en su interior, El Mercurio no es sólo el discurso del poder en tanto «expresión» de la oligarquía (es el modo en que se enfoca la investigación de Durán que concibe a El Mercurio como «ideología en acción»), sino sobre todo, el poder del discurso, esto es, el mecanismo que incluye o excluye, que visibiliza o invisibiliza a todo discurso público. Los filósofos dirían: El Mercurio es el «trascendental». Pero, por cierto, no porque ésta sea su «naturaleza», sino porque ha sido la denodada historia del poder en Chile la que ha ido construyendo -y lo construye todos los días- su lugar. En este sentido, podríamos decir que El Mercurio es a la opinión pública, lo que los militares son a la Constitución vigente: garante de la institucionalidad.
Porque no se trata de si la «opinión pública» lee o no El Mercurio (de hecho, no es éste el periódico de mayor venta), sino de la posición de poder que éste asume en la trama discursiva chilena en la que, en virtud de su larga y eficaz historia iniciada en 1827, ha podido condicionar el marco, definir la atmósfera, encuadrar el campo en el que se domestica y sanciona a la misma palabra pública.
El Mercurio aparece como si fuera la autoridad que, como tal, legitima o no a cierta palabra pública. Y en ello reside su eficacia: en disciplinar el campo de la opinión, domesticando la palabra pública, conduciéndola como parte de su rebaño. El Mercurio es, por cierto, un periódico, pero como tal, funciona como la «ideología en acto» de la oligarquía, aquél que sanciona o bendice, el que legitima o no cualquier discurso público.
Resulta verdaderamente interesante el que cierto progresismo e, incluso, cierta izquierda haya expresado tanta ansiedad por salir en un supuesto medio como éste. Inclusive desde el Frente Amplio que, desde que surgió en la escena pública, parece estar en un permanente juego con El Mercurio para mostrar sus fragilidades frente al «Padre». En vez de asumir como tarea política fundamental de crear y potenciar medios alternativos, de crear y potenciar lugares en los que la palabra pueda sino desactivar, al menos, resistir al dispositivo mercurial, cierta izquierda no ha hecho mas que mostrar ansiedad por aparecer en sus páginas. Hay que volcarse sobre la tesis de Durán, reflexionar sobre ella y abrir un campo de resistencia que posibilite el flujo de la imaginación popular. Sólo desde ahí, podremos abrir una verdadera lucha por el presente.
Porque si El Mercurio no hace mas que expropiar y privar a los pueblos de su imaginación política, la tarea política de fuerzas que se digan de izquierda tendría que ser la de restituir dicha imaginación a los pueblos construyendo soportes mediales capaces de acometer tal tarea a través de la promoción del pluralismo informativo, creación de múltiples plataformas de «redes sociales» que permitan no ir simplemente «contra de» El Mercurio, sino mas bien, que puedan desactivar su autoridad -mostrando que tras su máscara, tras su autoridad (pues máscara y autoridad son siempre lo mismo) no hay más que una familia (los Edwards) de una gran familia como es la oligarquía chilena y mundial.
En este escenario, el Mercurio es, en sí mismo, una dictadura mediática. Como tal, funciona como una red de redes que durante casi dos siglos fue capaz de instalarse como condición de posibilidad de la opinión pública chilena, imponiendo el marco sobre el cual tienen lugar determinados discursos. Que los cuerpos puedan ver restituida su potencia depende de que las fuerzas políticas puedan construir nuevos soportes mediáticos y no alimentar al gran Padre de las comunicaciones. Menos aún, para salir a rasgar vestiduras acerca de una coalición que pretende transformación de las actuales -y penosas- condiciones del país.
¿Miente «El Mercurio»? Claramente, la investigación de Durán nos lleva a un solo punto: El Mercurio no sólo miente (si acaso entendemos por «mentira» como acción deliberada), sino que además, crea la realidad a la que se refiere, domesticando y constituyendo el marco de la opinión pública. La mentira es parte de su estrategia, pero más decisivamente, ésta se inserta en el objetivo general de crear una conciencia, una atmósfera en la que impera un orden que promueve el consenso cupular y su terror.
1/ Claudio Durán El Mercurio. Ideología y Propaganda 1954-1994. Ensayos de interpretación bi-lógica y psicohistórica. Ed. CESOC, Santiago de Chile, 1995.