(El autor es un norteamericano que vivió y trabajó en Chile apoyando la presidencia de Salvador Allende en 1972. Psicólogo, PhD, profesor emérito de la Universidad Estatal de Nueva York, Mack regresó a Chile a fines de 2010. «Estas reflexiones se basan en conversaciones que tuve con algunos individuos profundamente comprometidos. Además de Chile, también […]
(El autor es un norteamericano que vivió y trabajó en Chile apoyando la presidencia de Salvador Allende en 1972. Psicólogo, PhD, profesor emérito de la Universidad Estatal de Nueva York, Mack regresó a Chile a fines de 2010. «Estas reflexiones se basan en conversaciones que tuve con algunos individuos profundamente comprometidos. Además de Chile, también hablé con gente en La Paz y Cochabamba, Bolivia. Por lo tanto, estos son los puntos de vista de un extranjero, pero un extranjero que ha tenido la oportunidad de hablar con personas extraordinarias», escribió el autor).
«Pasamos por un momento muy oscuro», me dijo Jorge Arrate, activista político desde hace mucho tiempo y candidato reciente a la presidencia chilena, cuando le pregunté cómo podrían avanzar los ideales socialistas. Política y socialmente estos son tiempos realmente difíciles, no sólo en Chile, sino en gran parte del mundo.
Aunque hay algunas excepciones importantes, es innegable que los ideales socialistas han sufrido terribles reveses. Estas pérdidas no son sólo de poder económico y político, sino de ideología, de llegar con las ideas a la gente. En el Chile de hoy el dolor es especialmente agudo, tras 20 años de liderazgo de la Concertación que no han llevado a un gobierno más progresista, sino a la dominación de los aliados locales del capitalismo global.
A pesar de esta atmósfera opresiva, en mi reciente visita a Chile hablé con muchas personas comprometidas y apasionadas para quienes la dificultad de la lucha no puede ser una razón para abandonarla.
Mirando atrás para ver hacia adelante
Cuando yo viví en el Chile de 1972, se estaba tratando de hacer algo insólito: la transición al socialismo y, sobre todo -si no exclusivamente-, a través de medios no violentos. La intensidad de la reacción, el horror y la crueldad de la dictadura dieron testimonio de lo importante que era no sólo detener a Allende, sino borrar de la memoria colectiva la posibilidad de un pueblo de revolucionar a su propia sociedad.
Cuando la dictadura tomó el poder, en Chile se desvanecieron millones de vidas y esperanzas. Psicológicamente, el terror del Estado demanda más que aquiescencia. Exige que las personas repriman sus esperanzas y aspiraciones, nieguen sus percepciones y su comprensión. La pérdida de Chile se extendió mucho más allá de sus fronteras. El recurso del control por el terror envía el mensaje de que el precio de la lucha es demasiado alto. La desaparición de la tentativa de Chile para socializar democráticamente un amplio sector de su economía se convirtió en forraje para los medios de comunicación globales. Casi al unísono, todos los órganos monopólicos controlados por las corporaciones dibujaron otra realidad en las mentes: el derrocamiento de la democracia chilena fue presentado como prueba condenatoria de que luchar por el cambio social sólo trae miserias.
Recordar el pasado inspira el futuro
Caminando a una entrevista recordé mal una dirección y me encontré llamando a la puerta de Londres 38, en el centro de Santiago. Al mirar abajo, a mis pies una inscripción en las baldosas me informó que se trataba de uno de aquellos numerosos lugares donde los esbirros de la dictadura llevaron gente para ser torturada y asesinada. Las placas del pavimento invocaban a algunas de las víctimas: desde un adherente del MIR de 18 años a un hombre de 56 años sin afiliación política. ¿Cuántas permanecen en el anonimato, con sus muertes crueles no reconocidas?
Unos días más tarde, en una ceremonia en el campus San Joaquín de la Universidad Católica (UC), se celebró una reunión anunciando la publicación de la obra Una luz sobre la sombra, con prólogo del Premio Nacional de Historia Gabriel Salazar, que documenta y honra a una treintena de miembros de la comunidad de la UC que fueron ejecutados sin juicio por la junta militar, a menudo arrojándolos al mar. El mayor auditorio del campus, con capacidad para más de 600, estaba repleto, a rebosar. La UC nunca ha reconocido oficialmente los asesinatos: otro caso en que quienes tienen autoridad demuestran la importancia del pasado tratando de negarlo.
Salazar habló con elocuencia de sus actividades en denuncia de los hechos sobre la vida y la muerte de estos valientes chilenos jóvenes. Su intención, dijo, es mantener viva en la actualidad el conocimiento de sus obras y su sacrificio, con el fin de mirar hacia adelante. La memoria no es sólo una manera de mostrar respeto, sino también es una forma de dinamizar las tareas que existen por delante.
Gabriel Salazar es uno entre muchos que han dedicado sus energías a mantener vivo el pasado, con el fin de fortalecer a los más jóvenes en las actuales dificultades. José Miguel Varas, Premio Nacional de Literatura, ha rescatado de manera conmovedora y detallada el papel histórico de la música en la lucha de Chile. Aunque se lamenta de que es difícil esperar un cambio verdaderamente progresista en esta época tan dominada por las fuerzas reaccionarias, también ve signos de despertar del espíritu cultural, tan animado en los años de Allende y tan brutalmente aplastado por la dictadura. Al igual que tantos partidarios de Allende, Varas pasó largos años de la dictadura en el exilio. Sin embargo, continúa su esfuerzo periodístico para mantener la información inspiradora de la oposición a la dictadura que fluye de regreso a Chile.
En nuestra conversación, JM Varas habló de los días más oscuros de la cultura chilena, cuando Víctor Jara fue asesinado y tocar la quena era un delito. Se hizo eco del sentimiento que escuché muchas veces: Que el pueblo de Chile ha sido ampliamente despolitizado. Aunque es abismalmente pobre, la gran mayoría tiene una mínima conciencia de clase y pocas esperanzas de que el cambio sea posible. Mientras tanto, la «clase media» puso en juego su apuesta por el neoliberalismo.
Como quienes lucharon por la liberación socialista en los años 70 envejecen, su reconocimiento de la fragilidad y la finitud de la vida humana los hace conscientes de que sus visiones más esperanzadoras para la sociedad chilena no se realizarán durante sus vidas. Pero esto no les impide actuar. En 2009, Jorge Arrate lanzó su candidatura a la presidencia de Chile. Conversando en su casa de Ñuñoa, destacó cómo fue capaz de utilizar esta plataforma para llegar a los chilenos con la representación de una visión legítima en contraposición a la versión aguada de «socialismo» promovida por las candidaturas de la Concertación. Después de muchos años de lucha, sigue estando profundamente comprometido a mantener viva la llama. Su capacidad de articular su visión en debates televisados a nivel nacional no sólo más que cuadruplicó su apoyo, sino que llevó a millones de hogares una comprensión legítimamente progresista de Chile.
Junto a otros como José Miguel Varas, Manuel Cabieses de Punto Final, y Víctor Hugo de la Fuente, de Le Monde Diplomatique, Edición Chilena (http://www.lemondediplomatique.cl), Arrate sigue presionando por objetivos verdaderamente progresistas.
El pasado no es olvidado por quienes lo vivieron. Otro hombre con quien hablé fue detenido, torturado y luego liberado sólo para ser arrestado de nuevo tras la victoria del «No». La segunda detención fue peor que la primera. Como miembro de la resistencia estaba preparado para hacer frente a las consecuencias de su oposición a la dictadura. Pero ser arrestado de nuevo -después de haber comenzado a llevar una vida «normal»- casi lo destruyó psicológicamente. Era como si el horror nunca cesara. En todos estos años posteriores todavía no se atreve a hablar abiertamente sobre sus experiencias en un café por temor a que otro usuario lo ataque con invectivas insultantes.
Como hablamos en un parque, hizo hincapié en un punto en que muchos otros hicieron eco: Aunque hubo un cierto reconocimiento de las víctimas de la dictadura, la imputación a los autores del horror ha sido inadecuada. Pinochet murió sin ser declarado culpable. No hubo una corte de la reconciliación y en pocos casos pudo ser probada y reconocida la culpabilidad.
En este sentido, fue fascinante ver un documental, Imagen Final (www.imagenfinal.com.ar), que describe el intento de localizar al asesino militar de Leonardo Henrichsen, el camarógrafo muerto a tiros mientras filmaba el asalto traidor a La Moneda menos de tres meses antes del golpe militar. La película muestra el esfuerzo incesante de un periodista, Ernesto Carmona, para encontrar y entrevistar al hombre que cometió este crimen insólito en el que la víctima filmó su propia ejecución. Aunque Carmona fue capaz de precisar al probable asesino, fue imposible que se le enfrentara cara a cara con sus acusadores. ¿Cuántos otros delincuentes se esconden como en las sombras del pasado en Chile? ¿Cómo es posible que una nación pueda avanzar al mismo tiempo que niega su pasado?
Los grandes medios de comunicación crean la realidad con miles de millones de dólares destinados a la producción de televisión, de anuncios de diez segundos para la «familia», comedias y «noticias de veinticuatro horas» de todas partes, más el dominio casi total de los medios de comunicación impresos. Ningún ciudadano puede escapar del estruendo de la televisión y a los titulares de los quioscos que exaltan la «sociedad de consumo», no importa lo que cueste su definición de «buena vida». Esto resulta absolutamente incompatible con el cambio social. El pueblo humilde puede ser digno de lástima, pero no debe realzarse demasiado. La empatía podría conducir a «desestabilizar».
Durante mi visita, monopolizaban las ondas los esfuerzos del rescate para salvar a los 33 mineros atrapados. Se prestó poca atención a las condiciones que llevaron a los mineros a ser atrapados. No se estableció ninguna conexión entre los mineros de San José y las muertes, sólo un mes antes, de seis trabajadores de transporte de explosivos relacionados con la minería en Soquimich. Como explicó Cristian Cuevas, de la CUT, quien representa a los trabajadores subcontratados del cobre, Piñera y sus compinches pueden disfrutar del sol brillante de la publicidad internacional sobre el rescate, mientras las condiciones de trabajo de miles de mineros en Chile siguen siendo deplorables, peligrosas e inhumanas.
Abriendo paso a la verdad
Para contrarrestar la enorme ventaja de la financiación masiva a las empresas de medios de comunicación, muchas personas están utilizando cada vez más eficazmente las formas alternativas de enviar mensajes políticamente significativos.
Paulina Acevedo, activista y periodista del Observatorio Ciudadano (http://www.observatorio.cl/) ha hecho uso activo de los medios de comunicación impresos y de Internet para validar la legitimidad y la importancia de la lucha de los mapuches. (Véanse, por ejemplo, sus videos de YouTube (http://www.youtube.com/watch?v=JnVs0JCqHe4). A medida que hablaba en su casa en las afueras de Santiago, hizo hincapié en que el pueblo no tanto es «pobre,» sino empobrecido. Se hacen pobres por otros que chupan toda la riqueza para sí mismos. Al traer a primer plano el derecho histórico de los mapuches a la tierra y su cultura, Acevedo es un ejemplo de periodismo que transmite una realidad innegable, que contrasta dramáticamente con la representación de los mapuches en los medios de comunicación como violentos «terroristas».
Mientras Acevedo trabaja en el modo de activista-periodista, otros han encontrado diferentes maneras de aumentar la conciencia pública. La artista Voluspa Jarpa imprimió un conjunto de libros para dar a conocer al público textos que comprenden los documentos desclasificados de la CIA. Llama la obra «La Biblioteca de la No Historia de Chile» porque la mayor parte del texto ha sido tan fuertemente borroneado por la CIA que dice casi nada. Con ironía, Jarpa muestra la primera página del vespertino La Segunda del día del ataque al WTC manejada de esta misma manera. Debido al interés suscitado por su arte, Jarpa atrajo la atención de la televisión, lo que permitió ver información alternativa en los medios de comunicación.
Al mismo tiempo, los métodos más «tradicionales» de llegar a la gente tampoco han sido descuidados. Como director de la CUT responsable de formación, Cristián Cuevas hace hincapié en la importancia fundamental de proporcionar una perspectiva más amplia, abordando las cuestiones fundamentales de la dignidad, el respeto y las condiciones de trabajo, al mismo tiempo que se lucha por un salario equitativo. Las huelgas y las manifestaciones siguen siendo tan cruciales como siempre, no sólo para dar peso a las demandas de los trabajadores, sino también para educar tanto a los participantes y a quienes observan. (Véase, por ejemplo: http://www.youtube.com/watch?v=q1HBhcSJMas).
Cristián entiende así que la lucha tiene que librarse en muchos frentes y que el pasado informa el presente. Después de haber luchado contra la dictadura como estudiante de secundaria, sigue en pie en la vanguardia impulsando cambios más fundamentales. Además, Cristián se ha atrevido a reconocer su homosexualidad en una sociedad en que aún predominan el machismo y el conservadurismo sexual. Este clima está siendo cuestionado en otros frentes. Me reuní con un grupo de estudiantes universitarios de psicología que categóricamente protestan la discriminación contra los homosexuales. Contrariamente a las normas internacionales, muchos colegios de Chile siguen enseñando que la homosexualidad es una enfermedad que debe curarse con la psicoterapia. Quizás menos arrodillados por el hecho de haber nacido después de la dictadura, estos jóvenes están listos para ponerse de pie y desafiar la autoridad establecida que impone la política social reaccionaria.
A modo de conclusión
Chile ha sufrido una historia difícil. Después de haber mantenido una de las mayores democracias duraderas en toda América Latina, padeció una de las dictaduras militares más brutales e implacables. Veinte años de la coalición de la Concertación trajo «prosperidad» para algunos de la clase media -y una enorme deuda-, pero dejó a la gran mayoría viviendo en o por debajo del nivel de subsistencia. Chile todavía vive hoy bajo una constitución impuesta por los militares, que niega derechos humanos esenciales, incluyendo la libertad de expresión, la libertad de reunión y el debido proceso de ley que respeta los derechos de los acusados. Sin embargo, no desarraigó todo el «cáncer» de pensar libremente, de preocuparse por las necesidades y derechos de todos. Individuos y grupos comprometidos continúan la lucha por una sociedad más justa y equitativa.
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La primera parte de este artículo exploró el actual clima político en Chile a través de muchas personas que siguen trabajando por un cambio social significativo. Esta segunda parte explora estas luchas con mayor profundidad. Como el autor es psicólogo, este artículo aborda la dinámica psicológica de la lucha social y política, pero también alude las luchas en la vecina Bolivia. Estos artículos se basan en conversaciones con activistas en Chile y Bolivia en septiembre y octubre de 2010.
Necesidad psicológica de luchar por el cambio social
Psicológicamente, la necesidad de luchar por la dignidad, la igualdad, por la conexión empática con nuestros semejantes -que es la forma más elevada de la comunidad-, es esencial para nuestro requerimiento de un sentido de la vida. Esto es a menudo olvidado, ignorado o negado, incluso por la psicología en sí misma. Muchos psicólogos de mediados del siglo XX (Erich Fromm, Viktor Frankl y Herbert Marcuse, por ejemplo) reconocieron el papel crucial de la participación personal en el cambio social, pero la psicología ha ignorado sus contribuciones. La psicología actual en EE.UU. está dominada por un enfoque desde la neurofisiología, mientras la psicoterapia depende más -en gran medida- de los medicamentos recetados.
En Chile persisten prácticas regresivas -como considerar la homosexualidad una enfermedad a ser «curada»-, junto con el ascendiente de la psicofarmacología. Afortunadamente, estas perspectivas reaccionarias no son universalmente compartidas. Por ejemplo, el respetado psiquiatra chileno Lucho Weinstein, a quien conocí en los ’70, cuando estaba construyendo la organización comunitaria en apoyo de las políticas de la Unidad Popular, sigue subrayando la importancia de la comunidad, de la relación con nuestros semejantes, como el núcleo del bienestar psicológico.
Los humanos son animales sociales. A través de la empatía, percibimos lo que sienten los demás. Aun cuando nosotros mismos no seamos víctimas directas, nuestra empatía nos conecta con quienes lo son. Una de las contribuciones más perdurables de la psicología es el entendimiento de que es perjudicial la represión de las necesidades psicológicas fundamentales. Las necesidades humanas no desaparecen si se las niega. Cuanto más se trate de mantener los sentimientos y necesidades fuera de la conciencia, es más probable que esto cause problemas psicológicos, síntomas, pensamientos y acciones destructivas. La represión de la conexión empática con la comunidad más allá de nosotros significa amputar parte de nuestra condición humana, dañar nuestra integridad psicológica. Todo ser humano necesita sentir auto-respeto y ser tratado con respeto. La necesidad humana de vivir y actuar según las propias convicciones no cede a la oscuridad ni a la vergüenza. Es tan universal como la necesidad de amor y afecto.
La comunidad humana que necesitamos, como cualquier otra aspiración, no llega a pasar simplemente por el deseo de que así sea. Puesto que la vida no es un proceso hacia un destino, el sentido de la vida lo otorga la lucha misma y nos libera psicológicamente. Al trabajar para resolver problemas en beneficio de la mayoría, y no para unos pocos, quienes se comprometen mantienen su integridad y dignidad.
Los pueblos indígenas reclaman sus derechos
Uno de los retos más importantes para el orden mundial proviene de los pueblos indígenas, a menudo entre los más marginados, oprimidos y empobrecidos del mundo. Pero se atreven a alzar su voz.
En Bolivia, pueblos indígenas sometidos durante siglos condujeron a la presidencia a uno de los suyos -Evo Morales- y luego llevaron a la calle la exigencia de aprobar una nueva Constitución que trasladó el poder de la élite empresarial a la mayoría de los pueblos originarios. Esta nueva Constitución define a Bolivia como «plurinacional». Por primera vez en la historia se reconoce que es una sola entidad que abarca varias naciones, cada una con su propia identidad. El gobierno de Evo ha promulgado también una nueva ley que hace ilegal toda forma de discriminación, en particular la discriminación racial.
Los mapuches en Chile no tienen la ventaja de constituir la mayoría de la población. Como explica de manera elocuente Paulina Acevedo, activista y periodista del Observatorio Ciudadano, las potencias coloniales y neocoloniales hicieron todo lo posible para destruir la cultura de los pueblos indígenas, imponer su lengua y su religión. Ellos privaron al pueblo de sus tierras, lo esclavizaron o «permitieron» su ingreso a la sociedad sólo en el nivel más bajo de subsistencia.
Sin embargo, esta dominación no ha logrado borrar por completo el sentido de identidad de los pueblos indígenas. Los mapuches, como muchos pueblos originarios de América del Norte y del Sur, han conservado su historia, sus creencias, sus formas de entender el mundo. En EEUU, por ejemplo, aunque encerrados en las estériles llanuras del centro-norte del país, la Nación Lakota ha mantenido los nombres ancestrales, su idioma y costumbres. Muchas otras naciones indígenas de América del Norte, México y de Nuevo México a Canadá, continúan luchando por sus derechos, a pesar de las invasiones genocidas que han reducido a su gente y su tierra a una fracción de su extensión original. Ellos celebran las glorias y conmemoran las matanzas de su pueblo. Al igual que las recuerdan los pueblos indígenas de Bolivia y los mapuches de Chile.
Con la ayuda valiente de periodistas como Acevedo, la lucha de los pueblos indígenas se abre paso en la conciencia del resto del mundo. Los presos mapuches tuvieron que morirse -literalmente- de hambre en más de 80 días de ayuno para lograr que saliera a la superficie el horror de la forma en que estaban siendo reprimidos en Chile. Fueron marcados a fuego con la palabra más devastadora que pueda ser utilizada hoy día: «terroristas». Sus actos de protesta eran juzgados en virtud del atroz estatuto del «terrorismo» escrito bajo la dictadura implacable de Augusto Pinochet y mantenido intacto en los 20 años de gobierno de la Concertación. Sin embargo, la gente finalmente se dio cuenta que debía deshacerse esa acusación condenatoria de terrorismo. Todavía siguen acusados, aún los presos políticos, pero su lucha se hizo visible gracias al trabajo de sus partidarios.
Del mismo modo, la victoria de Evo Morales y de los pueblos indígenas de Bolivia es a la vez muy importante y dolorosamente limitada. Las corporaciones multinacionales dejan claro que los fondos de desarrollo de importancia crítica se secarán al instante si el gobierno de Morales no cede a sus deseos. La oligarquía local arrastra a su favor a la «clase media» que, al igual que en Chile, ha sido diseñada para apoyar el statu quo. Sigue siendo enorme la diferencia entre su vida medianamente cómoda y la de aquellos en el nivel de subsistencia. El gobierno de Bolivia reduce la desesperación con bonos, pagos directos en efectivo a las personas mayores y a quienes tengan hijos en edad escolar, por ejemplo, pero no puede borrar siglos de desigualdad que dejan a millones sin acceso al agua potable, hospitales y otros servicios públicos esenciales.
Ésta es una lucha compleja. El gobierno de Evo -al igual que los de la Concertación en Chile- significa una gran mejora sobre aquellos que le precedieron. Sin embargo, de tanto ceder a las empresas multinacionales y locales, y favorecer a sólo unas pocas organizaciones, impide el cambio, mientras se reprime a los demás. Eliana Quiñones, de la Fundación Abril, una organización fundada por Oscar Olivera -quien dirigió la exitosa batalla contra la corporación global Bechtel por el control de los preciosos recursos hídricos de Bolivia-, considera al gobierno de Morales como una piedra en el camino para organizaciones de base como la Escuela de la Fundación Pueblo (www.fundacionabril.org). Calixto Vásquez, quien trabaja con organizaciones de base en las afueras de Cochabamba, expresa una frustración similar. La Red Tinku (véase, por ejemplo, http://www.youtube.com/watch?v=SZ9Fy1XnuU0), un grupo que los medios de comunicación corporativos describen por sus diarios murales informativos en plazas y paseos, se ha convertido en blanco de las agencias de gobierno que tratan de eliminarlos, en un esfuerzo por «limpiar la imagen» de los espacios públicos.
Con estas salvedades, la importancia del aumento del poder indígenas no debe ser subestimado. Por ejemplo, Casimira Rodríguez, una mujer indígena que fue nombrada ministra de Justicia en 2006 por Morales, hace hincapié en cómo las personas que en su propio país han sido tratadas como basura por fin logran el reconocimiento y el respeto. Con férrea determinación y claridad política, Casimira destaca, al igual que muchos otros con quienes hablé, que «son irreversibles los cambios fundamentales en la percepción de sí mismos y en la dignidad de los pueblos indígenas». Este es el tipo de cambio irreversible que luchan por alcanzar los mapuches de Chile y quienes trabajan por sus derechos. Como sostiene Paulina Acevedo, la información es su aliado más poderoso.
Muchos modos y ejes de lucha
No hay una ruta única para desafiar el status quo. Una vez que las personas se comprometen a trabajar por el cambio, incluso el horror de la prisión, la tortura y el exilio no detienen su voluntad de luchar. El documentalista boliviano Ismael Saavedra, por ejemplo, recientemente escenificó su propia tortura a manos del violento golpe militar encabezado por Luis García Meza, a fin de contrastarlo con el espíritu de los habitantes de Bolivia en una celebración de Evo Morales por su victoria histórica.
Otros intentan poner de relieve la urgencia de hacer frente a la amenaza de la devastación nuclear. Un estudiante de seminario en Bolivia, por ejemplo, trabaja con un grupo que ha creado un sitio web y obtuvo veinte millones de firmas en una petición por la paz que se presentará en Naciones Unidas (http://www.armsdown.net).
En Chile continúa la batalla por mejorar las condiciones de trabajo. Una estrategia cada vez más común entre las empresas multinacionales y locales consiste en operar a través de terceros. Sus trabajadores no son empleados directamente, sino «subcontratados» a través de otras empresas subcontratistas, sin beneficios sociales ni seguridad. Cristián Cuevas, cuya lucha por aumentar la conciencia de los trabajadores en cuestiones más allá de los salarios se trató en la primera parte de este artículo, también ha dedicado sus esfuerzos a la organización de los trabajadores de la gran minería del cobre, erróneamente llamados por los medios «contratistas» o «subcontratistas». Transnacionales mineras, compañías locales y la estatal Codelco utilizan esta intervención de terceros para evadir su responsabilidad ante las deplorables condiciones de trabajo que a menudo conducen a la muerte de los mineros. Las manifestaciones y huelgas siguen siendo herramientas fundamentales para sacar a la luz estas violentas injusticias.
Además de formas de lucha como la organización del trabajo, las artes siguen siendo un frente activo para llegar al público. Leopoldo Pulgar, crítico de teatro en medios como Punto Final y La Nación, contribuye a llamar la atención pública en favor de obras como Chef y Siameses, dos piezas de vanguardia que desafían abiertamente la imagen de la clase media y la «sociedad de consumo» como modo de satisfacción de la existencia. Mientras El Mercurio condena tales obras, o hace caso omiso de su existencia, Pulgar ha sido capaz de hacerlas accesibles a quienes estén interesados en visiones alternativas de la sociedad. Me relató cómo la animada escena teatral de Santiago, incluyendo a menudo un contenido social significativo, es otro testimonio de la vitalidad continuada de la lucha por el cambio social.
El resurgimiento de la actividad política y social empieza a ser percibida también entre los estudiantes universitarios. Por ejemplo, el presidente de la FEUC, Joaquín Walker, habló duramente en el acto en conmemoración de los estudiantes de la Universidad Católica, profesores y empleados que fueron asesinados por la dictadura militar, en el primer homenaje en memoria realizado casi 40 años después en un recinto de la UC. Los estudiantes de psicología han salido a las calles para denunciar la injusticia de la discriminación contra el derecho a las propias preferencias sexuales (http://www.ocepweb.blogspot.com/). Juan Carlos, un portavoz del grupo, habló con fuerza sobre la voluntad de los estudiantes de exigir respeto por individuos cuyas preferencias sexuales no se ajustan a las rígidas normas tradicionales. Estudiantes y trabajadores también han salido a las calles unidos en el apoyo a la causa de los derechos de los mapuches y han mostrado su voluntad de arriesgarse para exigir justicia.
Mantener la llama encendida
Ésta es una lucha larga… Y hay pocas victorias fáciles. A menudo me recuerda una historia contada por el escritor francés Marcel Pagnol en su novela La Gloire de Mon Père. Un niño se ha separado de hecho de su padre y se pierde irremediablemente. El niño se acuesta y quiere darse por vencido, incluso si esto significa perecer de frío. Pero recuerda una cita que su padre le había mandado a escribir una y otra vez como ejercicio: No es necesario esperar a fin de luchar ni tiene que haber éxito para perseverar (Il n’est pas besoin d’espérer pour entreprendre ni réussir pour persévérer). El niño se levanta y sale a buscarlo de nuevo. Y ésta vez tiene éxito: encuentra a su padre.
Aquellos que luchan por una sociedad más justa y más equitativa se parecen mucho al personaje de esta historia. El objetivo está lejos y a menudo hay muy poco que mostrar como resultado de nuestros esfuerzos. No obstante, la tarea es seguir adelante, seguir haciendo lo que uno puede.
Otro paralelismo es Fahrenheit 451, una novela de ciencia ficción de Ray Bradbury. En un estado fascista de un futuro no muy lejano, todos los libros son requisados para ser quemados. Poseer un libro es un crimen. El trabajo del héroe de la historia es quemar libros, pero empieza a leerlos, fascinado e iluminado. Y termina uniéndose a un grupo de rebeldes que los memoriza para preservarlos. Cada persona se convierte, en efecto, en un libro vivo, que a su vez enseña a otra a memorizar el texto. No importa cuántos libros quemen los fascistas… Seguirán viviendo en la mente de las personas.
Ahora es el momento para memorizar los libros. Es el tiempo de llegar al entendimiento de que la opresión, el sometimiento y el empobrecimiento de la gente no es la consecuencia inevitable de la civilización, sino la consecuencia específica del capitalismo rapaz, en su actual versión de lobo con piel de oveja llamada neo-liberalismo. La lucha continúa…