El ex presidente Ricardo Lagos señaló, al momento de cerrar su ciclo en La Moneda, con esa frescura que lo caracterizó en todo su mandato que ‘el Chile de hoy es otro: un Chile mejor, más grande y más justo’. Qué puede uno argumentar después de eso. Qué puede uno decir luego que Lagos -otro […]
El ex presidente Ricardo Lagos señaló, al momento de cerrar su ciclo en La Moneda, con esa frescura que lo caracterizó en todo su mandato que ‘el Chile de hoy es otro: un Chile mejor, más grande y más justo’. Qué puede uno argumentar después de eso. Qué puede uno decir luego que Lagos -otro más- cerró la transición; indicó que vivimos en «una sociedad que ha cambiado profundamente para mejor, hacia la libertad, el pluralismo, la igualdad’; y que se despidió creyendo que ha logrado eso que prometió y que muchos no ven por ningún lado: crecimiento con igualdad.
La nueva presidenta Michelle Bachelet ha abordado sus primeros meses, con la misma frescura de Lagos, dando por hecho que las acciones comunicacionales o los trucos de números son suficientes para llegar a buen puerto. Su andar no ha sido simple y los problemas la han abordado desde distintos frentes, pero tal como los otros gobiernos de la Concertación, sus acciones y soluciones no han mejorado para nada la realidad del país de verdad, y muy difícilmente lo harán en los próximos años, ya que la norma ha sido hacer como que algo cambia para que no se mueva nada. Es por esto que unos pocos elegidos viven felices en este Chile.
Un país que nos dicen es distinto, es moderno, es otro, es más rico, es más democrático, es más… cualquier cosa. Entonces qué pasa con la gente que duerme en las calles; con los trabajadores que los encadenan a sus puestos de trabajo; los pescadores que miran desde la orilla un mar donde no tienen qué capturar; las telefonistas con pañales desechables, los estudiantes que ven cómo sus aulas se inundan, los enfermos que agonizan en pasillos, y muchos más que harían de este texto una larga lista de personas que no saben de riqueza, de libertad, de posibilidades de entretención o de modernidad.
Por eso me parece que la pregunta del título de esta columna es más que un cuestionamiento, es una reflexión que nos demuestra que nuestra sociedad no tiene los canales para el cambio, no permite que se modifiquen sus estructuras, que nos mantiene en un escenario donde nada se modifica y donde se disimulan y se inventan nombres nuevos para las cosas, y así hacernos creer que son distintas.
Esto me hace recordar el rayado de una calle que indica que «si las elecciones sirvieran para cambiar algo, estarían prohibidas». Ese texto, simple y creativo nos refleja tal como somos: un país donde la quietud y la calma son los lemas del escudo patrio, donde una movilización de estudiantes es atractiva por unos días y luego nos aburre, en resumen donde la preocupación por los temas dura una par de días y luego desaparece.
La sola idea de cambiar algo o gran parte de esto puede parecer algo muy gigantesco y que tampoco se puede forzar, pero sigo alentando la esperanza de contribuir a ampliar las fisuras que este sistema tiene y que se amplían lentamente. Tarea desmesurada dirán algunos para un hombre solo o un puñado de ellos, pero los procesos «crecen desde el pie» y muchas veces «invierten el sentido de la historia».
* Jordi Berenguer es Coordinador de Oceana, Oficina para América Latina y Antártica.