Raoul Vanegeim comienza su libro La revolución de todos los días con una imagen que creo que es la que nos describe perfectamente frente a la situación que vive Argentina a poco más de una semana de saber que íbamos a un balotaje, donde todo dice que la derecha neoliberal vuelve a tomar el poder. […]
Raoul Vanegeim comienza su libro La revolución de todos los días con una imagen que creo que es la que nos describe perfectamente frente a la situación que vive Argentina a poco más de una semana de saber que íbamos a un balotaje, donde todo dice que la derecha neoliberal vuelve a tomar el poder. Para Vanegeim, el capitalismo nos lleva a una situación en la que nos emparentamos con el coyote que persigue al correcaminos. Como él, corremos sin poder alcanzar a nuestra presa, lo que nos lleva de repente a estar corriendo en el aire, hasta que nos damos cuenta que estamos en una situación inesperada y desesperante: ya no tenemos suelo que nos sostenga. Consecuentemente, caemos en el vacío sin haber entendido bien cómo habíamos llegado a esa situación. Creo que esta imagen es la que nos describe bien frente a al contexto electoral argentino de este momento, por lo que intentaré aquí dar un poco de aire dando alguna que otra opción más allá de tener la sensación que somos el coyote y que no hay otra posibilidad en nuestro presente que caer indefectiblemente en el anónimo vacío, frente a las risas del correcaminos y de los niños del otro lado de la pantalla.
Desde el domingo 25 de octubre al concluir la elecciones presidenciales en Argentina, el país se encuentra conmocionado de cara a la situación actual frente a la tercera elección presidencial que se llevará en el año más allá de las PASO (elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias aprobada por la ley Electora número 26571 que se llevaron a cabo el pasado Agosto) y las elecciones regulares ejercidas el último domingo del pasado octubre. Si bien la diferencia que especulaba lograr el Frente Para la Victoria (FPV) con Daniel Scioli de presidente como sucesor de Cristina Fernández de Kirchner, no era la que podría anular la posibilidad del balotaje, pocos se esperaban la escasa diferencia entre el porcentaje obtenido por el oficialismo y su competidor Mauricio Macri como cabeza del PRO/Cambiemos. Esto nos lleva a una coyuntura excepcional de la política democrática argentina actual, como no ha sucedido antes ya que, como mínimo, parece que el balotaje presidencial se concretará y no se ganará por «walkover» como sucedió en el 2003. Esta coyuntura particular es la que vemos aquí para de ahí poder pensar en alternativas presentes y, como decía Michel Foucault, ampliar el campo de lo posible, de cara al balotaje.
Contexto y realidad: ¿quién ganó las elecciones?
Los resultados que arrojaron los comicios apenas cerrada la jornada electoral, sorprendieron para mal al FPV, quien en su discurso de inicio de campaña al balotaje, lo primero que hizo fue apelar al voto de los «indecisos». La realidad es que no hubo indecisos, ya que la suma de votos en blanco e impugnados no llegan a superar las sumas conseguidas por la candidata Stolbizer, quien no se caracterizó por su popularidad específicamente. Para ir a lo concreto, las cifras muestran que más del 90% del padrón electoral se reparte entre tres candidatos. El hecho que Scioli haya apelado a los votantes de Massa, es el atajo a conseguir su mayoría necesaria para ganar definitivamente la (eterna) elección presidencial 2015, más allá que da la sensación que sus votantes se mudarán a Cambiemos a pesar que el líder del Frente Renovador, Sergio Massa -fiel a su sistemática tibieza-, haya apelado a la necesidad de un cambio, pero todavía éste no se ha materializado en un explícito apoyo a Mauricio Macri. Más allá que desde el domingo hayan aparecido comentarios serios para poner paños fríos a la situación -como el del matemático y periodista Adrián Paenza-, la realidad es que desde el cierre de la votación el Kirchnerismo vive un ambiente de derrota y agotamiento convertido en pánico ya que su némesis político ocuparía el poder presidencial en su lugar, demostrando una vez más no sólo la vuelta de lo mismo sino que el remedio al peronismo es más caro que la cura. Este pánico se ha expandido en poco tiempo en memes y comentarios en internet (es lo que me toca al ver viviendo fuera del país hace casi una década), el posible exilio político de «La Mancha de Rolando», en la amenaza de privatización del «Fútbol Para Todos» y el miedo por la posible anulación de las políticas progresistas llevadas a cabo por el FPV en los últimos doce años. Sin embargo, creo que aquí podemos empezar a observar que tal pánico en realidad está teñido por malos entendidos y, en contra del ambiente general y listo a recibir críticas, considero que crea una situación excepcional de apertura para a la acción política, incluso más de lo que parece.
En el momento que estoy escribiendo estas líneas, aparece una columna en «Opinión Socialista» que comienza diciendo que «La derrota del Kirchnerismo viene a confirmar el largo agotamiento del llamado modelo» (http://opinionsocialista.org/2015/10/29/los-trabajadores-ante-la-derrota-del-kirchnerismo-y-el-balotaje/). Pero el Kirchnerismo no perdió, sino lo contrario: ganó. En la elección que pasaron, reiteró una vez más su condición de partido hegemónico que consiguió la minoría-mayoritaria necesaria para ganar las elecciones. Sin embargo hasta él mismo se siente derrotado, lo que nos muestra nuevamente algunos problemas estructurales de la política argentina. Comencemos a enumerar la gravedad de la situación para luego intentar darle un poco de aire.
Lo primero que tenemos que observar es que más del 90% del padrón electoral elige a hijos del menemismo, quien sigue marcando a fuego un límite de pensamiento y acción política hecha y re-hecha por esa revolución de derecha. Los tres candidatos prácticamente no tienen diferencias en sus políticas frente a la formación de nuevas fuerzas especiales de represión que costarán millones de pesos malversados del Estado, como lo supo hacer en su momento Eduardo Duhalde, mientras que sus diferencias frente a la concentración de capitales es sinceramente decorativa. En este sentido, cualquiera de los tres (aunque ahora la elección sea entre dos) hubiera dado prácticamente lo mismo de cara a su intervención comercial, económica y monetaria, más allá que aquí nos queremos apartar del hecho de encerrar la política a la economía. En este sentido, es totalmente entendible el descontento popular que se ve interpelado como «indeciso» por los candidatos, siendo su mayor argumento el reiterado «voto castigo» al opositor para no hacerle el «juego a la derecha» o «a ellos» (los kircheristas, volveré más tarde sobre esto). Sin embargo, la situación es más grave. No sólo no hay diferencias u opciones reales entre los dos candidatos finalistas, sino que tampoco lo hay entre los tres que se llevaron casi el 96% del padrón electoral: algo no huele bien.
Otra consecuencia que arroja (nuevamente) el resultado de las elecciones es la completa desinformación general respecto al proceso electoral y la paupérrima cultura democrática que no hemos sabido construir en más de treinta años democracia ininterrumpida, a pesar de intentonas carapintadas y otros. Como ya dijimos, el 90% del padrón está repartido entre tres candidatos hijos de un mismo padre y sin marcadas diferencias. También los tres, como administradores de empresas o ingenieros de márketing, encierran a la política a la macro-economía, lo que no sólo reduce el campo de discusión, sino también las opciones políticas ya que imposibilita la presencia de políticos y políticas que sean realmente diferentes a los ingenieros de márketing y administradores de empresas a los que estamos acostumbrados. En este sentido, como votantes no queremos políticos, sino economistas, técnicos, ingenieros que sostengan los números, haciendo de lo político algo de segundo plano como si no se repercutieran recíprocamente. Para reducirlo, queremos elegir sin la posibilidad de elegir, sin diferencias reales, sin pensar, sin arriesgar, jugando para ganar o perder, al menos, a medias. Por otro lado, la educación electoral argentina lleva a su votante a elegir a ganador, como si estuviera apostando por un boxeador (gana o pierde), sin pensar en la inclusión de mayor número de diputados y senadores que brinden más diversidad de voces en el pequeño círculo donde se decide la macro-política argentina. La cultura del voto en Argentina no ha sabido encontrar en la decisión por el voto, una acción alternativa a ser partícipe de una posible victoria. El votante argentino no soporta perder. Sin embargo, no todos los partidos participan para ganar: algunos lo hacen para buscar escaños. En este sentido no entendimos todavía que el voto a diferentes partidos tiene que tener diferente participación y metas electorales a lograr, por lo que la educación electoral tiene una gran deuda ya pasadas tres décadas de ejercicio ininterrumpido. Por último, opciones virtuales como el voto en blanco o la impugnación del voto no es solamente no hacerse cargo del problema aunque sea entendible el por qué. El voto en blanco o la impugnación del voto es la auto-anulación de la propia voz, es la nada misma que aceita el mismo sistema electoral que considero es la real base del problema (también volveré sobre este tema más tarde). En suma, la coyuntura electoral actual es la consecuencia de la falta de educación política que nos enfrenta a una realidad sin opciones reales, a optar sólo para ganar y sin otra utilidad, siendo la opción de quienes reconocen que no tienen opción, la de votar para no votar. Por lo tanto podemos concluir que lejos quedó la primavera democrática, pero corto ha sido el camino recorrido a partir de ella. La democracia como la entendemos no da ni dará opciones reales siguiendo de esta manera. Las opciones electorales que dice dar, no son reales por un conjunto de causas (que superan este escrito), lo que sutura una estructura que no permite el surgimiento de opciones que superen la elección al liderazgo estatal entre millonarios y multi-millonarios, entre derecha o más-derecha.
El FIT (Frente de Izquierda Trabajadores) estuvo cerca de conseguir escaños, pero tampoco lo hizo. En ese sentido, coincido con Eduardo Sartelli en caerle duro a la tarea educativa que no supo hacer el Frente de Izquierda, aunque no por las mismas razones. Sartelli criticó (por ejemplo) la estrategia retórica del FIT, que mientras prometía salariazo, Cambiemos pensaba en anular el impuesto a la ganancia, siendo la segunda opción lo mismo que la primera, y todavía más fácil de hacer a corto plazo. En lo personal pienso también que la falla del FIT está en su tarea educativa, pero lo que se tendría que haber hecho es una campaña que deje claro que no se apuntaba a ganar, y como dijo Del Caño al terminar el debate, a multiplicar la ocupación de escaños, lo que potencialmente aseguraría el planteo de sus demandas prometidas en el Congreso Nacional y la defensa del sector asalariado cuando los grandes partidos apunten a perjudicarlo, como todo dice que va a suceder en el plan que tienen a corto plazo los tres partidos ganadores. En este sentido, si tomamos en cuenta el punto anterior donde prácticamente no hay diferencias entre las políticas de los tres candidatos elegidos, el daño ya está hecho. Las decisiones que tome el próximo gobierno frente a la reproducción del capital no serán cuestionadas en el mundillo político que se han sabido construir. Por otro lado, eso trae una consecuencia en la que sí coincido con Sartelli: al jugar a ganador, los votos que se fueron del populismo, cayeron por derecha. Es decir, se fueron del populismo para votar a quien podría ganar, que gracias al verticalismo que tiene nuestro sistema electoral, hace imposible que tal opción a ganador sea de izquierda. En otras palabras, los votos del Kirchnerismo cayeron directamente a Cambiemos y al Frente Renovador. La izquierda no se vio beneficiada en lo absoluto de esta movilidad de opinión.
Ahora pasemos a otro plano de la educación política. A más de treinta años, no hemos sabido entender que en democracia, la macro-política es sólo una esfera de la práctica de lo político, dando por asentado que quien llega a tomar el poder está habilitado a hacer lo que se le plazca (lo que tiene que ver con el punto anterior) desde que entra hasta que sale. Esto quita por completo la importancia a los espacios de organización micro-política (sindicatos, cooperativas, barrios, escuelas, mercados de trueque, etc.), que son los espacios inmediatos de lo político que realmente habilita la democracia. Si no, preguntémonos qué le pasa a los sindicatos y organizaciones políticas de cara a las dictaduras. La cultura de estos espacios se reproducen rápidamente en nuestra cultura en momentos de crisis (como en el 2001) pero en muchos casos no se ha sabido crear o sostener. Eso mediante a lo espacial, pero para la misma cultura electoral sucede lo mismo en lo temporal: se entiende a quien llega como lazarillo de nuestro destino, lo que en sí es una falacia, ya que la democracia política se da día a día y es imposible hacer una revolución de derecha como en los años noventa, sin la pasividad y consentimiento de la nación. En otras palabras, la democracia no se reduce a la partidocracia, ni a su voluntad de poder, ni al Estado, ni a un lustro.
En suma, quienes han sido ganadores son los mismos de siempre. Y quienes hemos salidos perdedores, seguimos siendo los mismos de siempre. Pero mientras no hagamos algo por romper o interrumpir las estructuras mentales que nos llevan a querer cambios pero no a cambiar de personajes elegidos ni de sistema de elección, el cambio no superará su condición de deseo. Lo que sí hay que tener en cuenta es la capacidad narrativa de los sectores hegemónicos para producir esa ilusión de elección.
Una falacia para dos teleologías
Hace algunos años, Fernando Coronil ponía el acento en que los nuevos progresismos sudamericanos se basaban en la recuperación de una teleología perdida a recuperar. En el caso argentino, lo vimos con la explícita recuperación del peronismo. Sin embargo, la derecha (o la más derecha para ser justos con el movimiento como peronista, nacido del fascismo italiano) ha entendido las lecciones del peronismo. Hoy no es el peronismo quien se viste de oportunidad mesiánica, para llegar al poder y hacer como dicen Silvia Sigal y Eliseo Verón «lo que siempre se debería haber hecho», sino por el contrario, el peronismo se viste de continuidad teleológica mientras la derecha -cual dictadura- se viste de nuevo mesianismo para hacer lo que se debería haber hecho. Ambos lados de esta disputa retórica se auto-identifican como no-ideológicos, mientras que al mismo tiempo ambas posturas basan sus argumentos en que no hay más opciones entre lo que cada uno propone o el desastre. En breve, la utilidad del miedo hobbesiano está más vivo que nunca. La interpelación del votante es tan patética y ramplona que desde que se dieron a conocer los últimos resultados electorales, unos se visten de defensores de lo que papá Néstor y mamá Cristina nos dejaron tener, teniendo como mayor argumento no votar a Macri por miedo al desmantelamiento de tales políticas (la reunión «Amor sí, Macri no» puede funcionar de ejemplo). Por otro lado, la derecha macrista no sólo parodia esta posición, sino también (como tantas otras cosas), la copia. Cambiemos también interpela a sus votantes con la (vieja y moderna) retórica del miedo, poniendo en frente la felicidad prometida del libre mercado y la desregulación de las grandes empresas y las privatizaciones, cuyo neoliberalismo puede recibir una respuesta neoliberal que cancele las tan insistentemente y reiteradas propuestas: no funciona. O para ponerlo en mejores términos: funciona por corto plazo a un gran sector y a un pequeño sector a largo plazo.
Nuevamente aquí caemos en el mismo punto: que entre ambas opciones no hay opción. Aunque el peronismo haya sido el movimiento político más progresivo e inclusivo de la corta historia política del país, eso no hace que sea ni por cerca lo mejor que podríamos tener. Al igual que ha sucedido repetitivamente desde la aparición del peronismo a mitades de los años cuarenta, la política pendular se da entre «opciones» internas a la derecha. Lo que es más, y para profundizar el espectro a la hora que afirmamos que entre estas opciones no hay opciones, debemos entender que la elección que nos convoca no es entre dos derechas, sino que es entre dos derechas de herencia italiana: entre hijos de la política nacional y popular de Mussolinni y la desregulación futbolera y automotriz del mercado á la Berlusconi. Pero este abanico de opciones de la no opción no es algo nuevo. En este sentido, nunca el peronismo -siendo la coyuntura actual la norma y no la excepción- nunca ha servido para subir la calidad de la conversación y tener como consecuencia la apertura a la izquierda, sino que su presencia prepara el retorno de la derecha: va siendo hora que el peronismo se haga responsable de este efecto rebote que también tienen sus acciones, que hace que una parte no menor del pueblo justifique la llegada de la derecha ya sea bajo la forma del golpe de Estado o la victoria electoral como en este caso.
Siguiendo el punto anterior, el caso argentino no debe verse como uno aislado. No es solamente Argentina quien está frente a la coyuntura del agotamiento de su (supuesto) progresismo. Tal cuestión la está encarando al mismo tiempo toda la «marea rosada». Las estrepitosas caídas en números de popularidad que habilitan la reinserción política de la derecha como única alternativa en casos como Brasil y Argentina, muestran tanto la pésima utilización de recursos frente a una renta de la exportación extraordinaria (por ejemplo, el caso de la soja en Argentina o el de los préstamos e inversión Estatal en infraestructura para el mundial y juegos olímpicos en Brasil que ya durante en Junio del 2014 se estaba cayendo a pedazos) y, nuevamente, el poco avance en la educación política para superar las falsas opciones que se encierran entre la interpelación del líder populista de corte capitalista industrial o el neoliberalismo a su enésima potencia. Si vemos otro ejemplo (y sin tratar de sonar snob), EEUU tiene grandes rasgos que lo hacen comparable a algunos países de la «marea rosada» (ocupación del poder por una identidad minoritaria, crecimiento macro-económico, algunas políticas progresivas como la creación de un sistema de salud universal, el abierto antagonismo de grupos económicos y mediáticos, etc.). En este sentido, si se observa a la llegada de Barak Obama como una repercusión nórdica de los progresismos sudamericanos (con todo lo bueno y lo malo que eso trae), podemos observar que su populismo tiene como rebote no sólo la aparición con fuerza en la macro-política la derecha liberal-empresarial de Donald Trump con la que se puede asociar la de Mauricio Macri en el contexto argentino, sino también ha dado un espacio para el socialismo de Bernie Sanders. Es decir, el pueblo norteamericano tiene potencialmente, a un año de elegir presidente, la posibilidad de elegir su candidato más volcado a la derecha y a la izquierda que jamás haya tenido, por lo que podemos concluir que la administración de Obama, para bien y/o para mal, ha intensificado la política. Pero ese no es el caso argentino, como tampoco el brasilero (aunque no tengamos espacio aquí para desarrollar el último). La coyuntura actual argentina nos lleva a que el partido mayoritario y que ganó las elecciones se vea debilitado y quizá pierda las elecciones como a principio de los años ochenta con el candidato y ex presidente ítalo Lúder (quien al igual que Scioli, tiene la característica de ser muy poco fálico para el peronismo), pero que ello no abre la opción a lo nuevo, sino a una nueva reiteración de lo mismo. Algo se tiene que estar haciendo mal.
Por lo tanto la pregunta no es ¿cómo defender lo conseguido? Ese ha sido el interrogante en cuentas de internet de los últimos días, y en ese plano, el Kirchnerismo creo que va a perder y por escándalo. Al mismo tiempo, el Kirchnerismo le ha caído duro a la izquierda como quien sabotea la victoria y continuidad del populismo al votar en blanco, dando una nueva vuelta de tuerca a la idea de León Rozitchner que entendía que tanto el capitalismo liberal como el peronismo industrial en Argentina, tienen un solo enemigo: la izquierda. En este sentido, el Kirchnerisno hace estratégicamente oídos sordos a observar que la derecha empresarial ha sacado más del 50% de los votos del padrón electoral. Por el contrario, la pregunta debe ser ¿qué hacer en la coyuntura actual donde no parece haber opciones? O, ¿qué se puede hacer frente a un panorama pendular entre derecha peronista y liberal?
¿Qué hacer desde la izquierda?
Creo que no cabe duda que la situación electoral de momento tiene de rehén a la vida cotidiana. Hasta que terminen las elecciones no se hablará de otra cosa: lo sabemos. El problema es que no surgen opciones a las dos descriptas anteriormente, a las que se las ve más veces juntas que separadas. Sin embargo, sí las hay.
Desde que salieron los resultados de la elección de octubre, ambos partidos se han dedicado a hacer lo que siempre hicieron. Por ejemplo, la electa Gobernadora de Buenos Aires por Cambiemos María Eugenia Vidal ya anunció que a partir de Diciembre se cerrará el plan socioeducativo «Envión» dejando sin educación terciaria a cincuenta mil jóvenes y sin empleo a más de dos mil docentes. Por otro lado, el FPV aprobó la modificación e incorporación de artículos a la Ley 24521 de Educación Superior, lo que garantiza por el Estado la gratiudad del acceso a la Universidad, volviendo a hacer de la educación estatal parte de la maquinaria subjetivante del peronismo. No es en vano destacar que cuando la propuesta pasó por diputados, el macrismo votó en contra.
Lo que muestra esta instancia es por un lado, que ambos sectores antagónicos se encuentran trabajando duro frente al balotaje. No sólo en el sentido de la propagación de su propia retórica negativa como hemos dicho anteriormente, sino también proponiendo políticas públicas que hacen que no se salga cada uno de su librito. El macrismo se ha dedicado a arrepentirse públicamente de todo lo que ha votado en contra propuesto por el FPV, mientras que el oficialismo se jacta de lo hecho mediante una retórica negativa que anula sus propios límites. Por ejemplo, en todos los anuncios de defensa de políticas realizadas de la última década, aparecen las imágenes de los nuevos trenes pero nadie habla del cierre y constates represiones de los trabajadores de las fábricas EMFER y TATSA. Más que cerrar, considero que la coyuntura actual abre espacios de acción para la izquierda. Más específicamente creo que hay dos acciones posibles que abre este nuevo episodio de la democracia representativa argentina.
La primera es resolver de una manera eficaz y eficiente el tema de los indecisos. Ambos partidos están a su búsqueda, al grado que la retórica del miedo en realidad apunta directamente a ellos. En internet se ven seguido anuncios que muestran que si se elige votar en blanco «se le hace el juego a la derecha» o sino «que evita el cambio», que votar en blanco no es participar. Pero aquí no confundamos (nuevamente) no participar con no ganar. Obviamente que quien no quiere votar a ninguno de los dos candidatos tendría que tener la posibilidad de hacerlo. Es más, esto va mucho más allá de mi opinión: tal opción ya existe. Sin embargo, creo que en realidad esta opción está caduca. Lo que muestra que tanta gente se vea obligada a ir a votar a opciones que no son opciones, es una falacia de este sistema auto-denominado democrático que no deja de proponer e impedir lo mismo de siempre. Creo que en este caso se tendría que apelar directamente a la desobediencia civil para manifestar que Argentina es de los pocos países en el mundo que tiene como obligación ir a votar y que no conforme con eso, lo ha tenido que hacer tres veces (contando la de fin de Noviembre) por la elección nacional, lo que lleva a gastos irrisorios de fondos públicos que tendríamos que saber también a dónde van a parar. La negación al voto sería una muestra patente que quienes no nos sentimos representados por las mismas opciones de la no opción, que quienes estamos por fuera de la aureola peronista/anti-peronista, también tenemos voz y también sabemos elegir. Creo que esta sería una solución más contundente frente a la situación actual y al posible cambio de una mejora del inefectivo e ineficiente sistema electoral que hemos heredado o que no hemos sabido crear, más allá del voto en blanco o el voto impugnado.
Por otro lado, la desesperación de ambos partidos frente al balotaje los muestra trabajando día y noche para aumentar su popularidad. Es así que tenemos que tener en cuenta una ley de oro: no hay elección que no tenga un inesperado cambios decisivos a último momento. Aunque estén trabajando para aumentar su popularidad, lo que sabemos es que en ambos casos no van a cambiar sus políticas, lo que en un punto es bueno. El tener a un peronismo debilitado cual «león herbívoro», nos presenta una situación parecida a la asunción de Néstor Kirchner, que no está de más decir, nunca ganó una elección presidencial. Si bien el macrismo puede cambiar su retórica, no va a cambiar su política y menos que menos, su política económica. Pero el peronismo, siguiendo el sistema del populismo de Ernesto Laclau que Néstor utilizó a rajatabla apenas llegado al poder nacional, está necesitado urgentemente de demandas sociales para aumentar así su cadena equivalencial y poder ganar las elecciones. Es por esto que pienso que la campaña negativa no es lo suficientemente efectiva para ganar por parte del Kirchnerismo, sino que al igual que en la presidencia de Néstor, el Kirchnerismo está (y debe estar) permeable a la inclusión de nuevas demandas sociales anteriormente no encadenadas. Esta permeabilidad desesperada hace a la ampliación del campo de lo posible, habilitando la entrada de nuevas demandas sociales o viejas demandas que fueron rechazadas y que ahora pueden incluirse dentro de la agenda macro-política del peronismo. En otras palabras, lo anteriormente imposible ahora lo es si se hace visible, por lo que las demandas como la de «Ni una menos» deben organizarse y salir a la calle a manifestarse. Este es el momento, este es el lugar. Por ejemplo, tiene que aparecer o reanudarse su aparición de demandas como la aparición con vida de Julio López, la despenalización del consumo de drogas y legalización (seria) de la mariguana, el desmantelamiento de un sistema financiero heredado por la última dictadura militar, juicio y castigo para quienes mataron a Mariano Ferreyra, una política seria de desarme, el apoyo a políticas de la biodiversidad, el aborto, la mejora de políticas y sueldos a médicos y profesores de todo tipo, la anulación por ley de la minería a cielo abierto y el fracking, la apertura a modelos de desarrollo alternativos al extractivismo, la ley de restitución de restos indígenas, la expulsión y juicio a Monsanto de territorios del Mercosur, la descentralización de Buenos Aires, la separación entre capital política y comercial, ampliación de fondos concursables para expresiones culturales (sí, muchas más), una seria reforma educacional que deje atrás los contenido y estructuras heredadas del siglo XVII, la reforma constitucional o la reformulación de un Estado plurinacional-inmigratorio, entre tantos otros. En suma, de lo que se trata es de una oportunidad para crear una actividad política no sólo militante, sino también disidente, pero ello no puede venir de un péndulo entre izquierda y derecha, sino que su actividad tiene que ser vertical.
En ambos casos, más allá que el primero demande una decisión pasiva, se toma una acción frente a la situación presente, anulando la posibilidad que la solución sea la opción por lo menos peor o el «voto castigo» como se le dice al votar en contra de alguien y no a su favor. Esto hace que frente a los dos posibles escenarios que nos presente el resultado electoral del 26 de Noviembre, la organización y predisposición a la acción política más allá del voto, ampliaría una educación sobre la política democrática y la política en democracia, al mismo tiempo que superaría la idea que la acción política sólo puede ocurrir en la ocupación del poder estatal. Para ser más claros, nos encontramos en el momento justo para que se produzca lo que Sergio Villalobos-Ruminott llama «irrupción salvaje de lo popular», es decir y tomando prestado la terminología de Elías Canetti, para que se haga presente la masa, sin que por ello devenga una organización del deseo interpelándolo en la imagen del líder. En otras palabras, es el momento preciso de interrumpir en los espacios públicos y exigir la demanda por la demanda, lo que lleva no solamente a un mejoramiento de las políticas públicas que en este momento muestran las opciones de la no opción, sino que al mismo tiempo tiene una ventaja comparativa de por sí, sea ella no o no, interpelada por alguno de los partidos políticos en disputa.
Si seguimos la lógica de Marx al decir que el movimiento NO-A muere cuando muere A, ya sea en un caso como en el otro, esta retórica está destinada al fracaso en ambos partidos. El problema sucede que esa muerte, lleva a que la resurrección partidocrática se produzca con el poder en mano, lo que da vía libre para la acción política de intereses partidarios, ya que no tiene promesas que cumplir más que la anulación de lo antagónico, que en ambos casos, auspician la concentración y efectiva circulación del capital [1] . En cambio, tanto en una como otra movilización desde abajo como he planteado anteriormente, nos lleva por un lado a un posible cambio del panorama político sin la necesidad de toma del poder que hoy está fuera del campo de lo posible en el corto plazo para la izquierda. De caso de no ser así, los movimientos organizados que respalden tal o cual demanda no mueren tanto en el caso de ser interpelados por alguno de los partidos o en el caso de no ser escuchados. Por el contrario, las organizaciones subsisten al resultado de la elección macro-política ya sea, para vigilar la satisfacción efectiva de la demanda prometida, para seguir disputando o presionando por su satisfacción, o para volcar la misma organización a una nueva demanda si es ella satisfecha. En todos los escenarios, parece que como pocos momentos históricos anteriormente vividos, la estructura macro-política se abre más allá del antagonismo interno a la derecha, lo que puede llegar a hacer a la inclusión de demandas populares mediante la «irrupción salvaje» de una masa no interpelada como pueblo aún, que desde mi modo de ver, no puede dejar más que saldos positivos frente a una actualidad que a primera vista parece despreciable. Quizá me equivoque, pero considero a la situación actual, una que demanda como respuesta la originalidad de lo que nunca se ha hecho: intentemos estar a la altura.
[1] Para quien piense que el peronismo no está bajo esta premisa, debe tener en cuenta las palabras explícitas de la presidenta Kirchner el pasado cuatro de Noviembre en la cumbre del G-20 en Cannes: «Hay que volver al capitalism en serio».
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