Si la tarde infausta del 9 de abril de 1948 en la carrera séptima con calle 14, un complot criminal arrojó la nación por el despeñadero del odio fratricida, la mañana del 9 de abril del 2013, en esa misma carrera, un pueblo de pueblos tronó anunciando que la larga marcha hacia la paz, esta […]
Si la tarde infausta del 9 de abril de 1948 en la carrera séptima con calle 14, un complot criminal arrojó la nación por el despeñadero del odio fratricida, la mañana del 9 de abril del 2013, en esa misma carrera, un pueblo de pueblos tronó anunciando que la larga marcha hacia la paz, esta vez, no tiene vuelta atrás.
La voz de los que no tiene voz en los destinos colectivos fue la que se escuchó clamando por la paz en una colosal movilización que reunió en una atmosfera electrizante las multitudinarias expresiones sociales y políticas de nuestra asombrosa diversidad.
El impresionante río humano con los colores de la tierra avanzó también en la conciencia de su extraordinaria y decisiva energía no sólo por la magnitud de la movilización, sino por las formas creativas con las que se clamó por la paz, y por la pasmosa disciplina colectiva de la marcha que en Bogotá, no tuvo un solo incidente violento.
La paz no se firmará en La Habana. Allí se acordará el fin de la confrontación armada, avances en las respuestas al engendro tentacular del control de la tierra por el narco paramilitarismo, acuerdos de justicia transicional que significarán renunciar a juzgamientos a cambio de verdad y no repetición, y garantías de acción política para una franja social que ha sido silenciada, estigmatizada y perseguida. La paz se suscribirá y se construirá en el día a día, con cada acción singular y colectiva, con nuestros pensamientos y nuestro obrar, con el entrelazamiento de los procesos micro revolucionarios que hicieron parte de la marcha de la paz.
Gentes organizadas de los campos anhelando laborar la tierra en condiciones de dignidad, sin la esclavitud a las corporaciones agro tóxicas y sus productos letales, recuperando visiones y prácticas ancestrales, los aportes de la cultura agroecológica mundial y la apuesta por el cambio de modelo energético del presidente Obama . Movimientos de derechos humanos y de victimas que han resistido la persecución criminal, enfrentado la corrupción judicial y sostenido un referente de justicia y decoro, pidiendo solución política a la larga confrontación, y espacio para su voz en el proceso de negociación. Organizaciones de padres y madres de personas desaparecidas pidiendo los cuerpos de sus seres queridos. Organizaciones de hijas e hijos de personas víctimas de crímenes de estado pidiendo verdad, justicia, reparación y no repetición. Educadores que aman su oficio acompañando la paz y pidiendo que la ciudadanía sea escuchada en la negociación. Movimientos por el respeto a la diversidad sexual; por el fin del infierno en las cárceles; por la no represión criminal de la marihuana y otras substancias; por el respeto a la vida animal; por un presupuesto nacional volcado hacia la educación para la vida y las artes, y no hacia los prácticas horrendas de la guerra; por una comunicación que eleve los espíritus, en lugar de aturdir y embrutecer; por una movilidad no tóxica; por finanzas éticas; por el fin de la violencia patriarcal y en contra de la captura del Estado por fanáticos religiosos; por el retorno a la tierra.
En las pantallas instaladas en la carrera séptima fue posible apreciar un escenario inédito: fuerzas políticas opuestas reunidas en torno a la atención al clamor de paz. Con la convicción compartida y profunda de que es posible alcanzar una fórmula satisfactoria para las partes que negocian, en lugar de recelar, rivalizar, atacarse, y quitarse margen de acción frente al sector narco terrateniente, guerrerista, y sus representantes políticos, las partes avanzaron en crear confianza, escucharse, y apoyarse. Renunciaron a protagonismos insulsos frente a la grave responsabilidad de esta hora única en la que es posible sacar adelante un proceso que tiene a favor, como señaló el presidente Santos, una extraordinaria convergencia de circunstancias propicias nacionales e internacionales.
También en el escenario de feroz confrontación intestina de una izquierda institucional – que se olvido de estudiar, y de encarnar un referente de consecuencia y decoro, en lugar de ser presa de corrupciones abiertas o sutiles, y de ambiciones personales, en medio del desastre- fue posible apreciar una comunicación y una labor conjunta bajo el signo de la responsabilidad anhelada por un pueblo laborioso y sufrido, hastiado de ser burlado, y dispuesto a no perpetuar el hundimiento en los abismos de la indignidad y el horror. El lunar: el cascarón del PDA enceguecido en sus ambiciones personales, prefirió no acompañar al pueblo clamoroso.
Los hombres y mujeres humildes que vinieron a marchar, niños y abuelos, los discapacitados, los braceros, los labriegos y pescadores, no quieren una paz sin medios de vida y sin libertades. Quieren «que haiga paz» sin más temor a expresar lo que sienten y se piensan. Durante muchos años han tenido que callar sus convicciones por el exterminio y la persecución. Quieren recuperar la tierra que les fue usurpada para habitarla y laborar en ella. No quieren aguantar más hambre y trampas a la buena fe. Sueñan con una educación para la vida digna impartida por maestros cuya dignidad es reconocida y cumplen su deber con decoro, con responsabilidad, con amor. Quieren una economía que sirva al cuidado de la tierra y las comunidades, y no plegada a la tarea de acrecentar el capital de los avivatos. Piden un sistema de salud preventiva, con formas saludables de vida y atención humana cuando se precise. No quieren sobrevivir condenados a padecer angustia por el porvenir de los hijos. Ni prender la radio o la televisión para ser objeto de una comunicación masiva dedicada a aturdir y engañar. No quieren una política que politiquea con lo que es deber hacer, o utiliza la causa de la paz para soslayar lamentables empantanamientos sectoriales en la gestión pública.
En el año 2007, Gustavo Petro, dijo en los Estados Unidos a unos congresistas demócratas, que «el poder del narcotráfico en Colombia no estaba en la cantidad de cultivos de coca al borde de la selva, sino en sus relaciones con la política y sectores muy definidos del Estado.»
Ese ayuntamiento funesto potenció la narco economía, un narco estado colonial y un sector narco latifundista con representantes políticos que en el día de hoy constituyen la oposición más virulenta a la paz ansiada por una nación estragada por el exterminio y la confrontación.
Hoy, Petro es el alcalde mayor de Bogotá, y una de las fuerzas principales en el aliento a este acontecimiento que desbordó las expectativas, y visibilizó el respaldo ciudadano entusiasta a la paz y su rechazo a los predicadores del odio interesados en mantener la guerra.Petro expresó el 9 de abril sus apreciaciones: «en esta marcha por la paz, la prioridad la debemos otorgar a las víctimas, a quienes tienen el dolor en su corazón, ese dolor reconocido puede transmutarse en perdón y dar paso a la reconciliación histórica que precisamos como nación. El respaldo masivo de hoy nos exige continuar el esfuerzo de movilización de la ciudadanía demócrata, en el que Bogotá ha dado ejemplo.»
El sacerdote Javier Giraldo, una fuerza espiritual que ha consagrado su vida a los perseguidos por sus ideas y los olvidados, caminando, nos dio su apreciación de la marcha: «aquí está la otra Colombia, la de verdad, la que no cabe en los medios masivos y mentirosos de comunicación, aquí está el pueblo colombiano. Hay sectores que leen la paz en clave de lucro, y en esa perspectiva, la paz es muy necesaria. Pero hay una paz con justicia que es la que está clamando nuestro pueblo, y aún no se escucha.»
José Antequera, joven perteneciente a la organización Hijas e hijos, y trabajador de la memoria, expresó también su sentir sobre la marcha: «para nosotros significa acompañar el anhelo compartido, y silenciado durante más de treinta años, de una solución política al conflicto; y significa poder expresarnos como no hemos podido hacerlo, unidos, con diferentes expresiones sociales y matices ideológicos, en torno a la causa común de la paz.»
Víctor y Rosa Jacanamijoy, abuelo y abuela del pueblo inga, uno de los varios pueblos nativos que estuvieron presentes, expresaron: «Por más de 500 años quebrantaron nuestra paz, nuestra alegría, nuestro silencio. Hoy estamos compartiendo y convocando a unir nuestras voces en torno a la necesidad de paz que tenemos. Unámonos diciendo: no más armas, no más violencia, no más guerra. La muerte está reinando y debemos salir a las calles cantando, haciendo música, marchando, a reclamar la paz de todos: gobierno, fuerzas militares, de todos los actores armados. Necesitamos la paz para vivir. Hace más de 500 años las mujeres hemos llorado por nuestros padres, hermanos, hijos y abuelos. Hoy debemos unirnos para que se escuche nuestro clamor de paz y construirla cada día desde las casas.»
Luis Guillermo Perez, valeroso defensor de derechos humanos, indoblegable en la brega contra la impunidad que ha perpetuado el exterminio, compartió sus impresiones sobre la marcha: «Estoy muy emocionado de estar en esta movilización histórica. Estamos asistiendo al comienzo de un nuevo porvenir.Una esperanza que emerge de la capacidad de la gente de decir: la paz es nuestro derecho. La paz es un proceso indetenible en el que tenemos que participar.Ojala el gobierno entendiera que el cese al fuego es necesario para rodear el proceso del clima necesario para derrotar a los enemigos de la paz. Esta marcha es un ejemplo no sólo para Colombia y América Latina, sino para la humanidad. Un pueblo diciendo : queremos democracia, no queremos impunidad, no queremos que a la gente la sigan asesinado, queremos justicia social.
Todo proceso de paz implica cierta dosis de impunidad. Pero hay derechos de las victimas que son innegociables. El proceso no puede limitarse a la desmovilización de la guerrilla, también es imprescindible desmovilizar el establecimiento asesino, si no, no habrá paz. Necesitamos una formula de justicia transicional donde los derechos de las victimas y de la sociedad estén garantizados.
Por último, Antonio Navarro, líder del M19 que firmó la desmovilización de esa guerrilla en 1990, y copresidió la Asamblea Nacional Constituyente, señaló: «la marcha de hoy es una demostración de que los colombianos queremos la paz ya, la paz pronta, la paz breve, y no diez o quince años más de conflicto.»
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