En estos días nos encontramos después del fin de un año al comienzo de otro. Según las investigaciones de Mircea Eliade, los orígenes de la celebración de este paso se remontan a tiempos arcaicos, en los que diversas culturas simbolizaban, a través de este rito, la regeneración de los tiempos. Porque, aunque su fecha variaba […]
En estos días nos encontramos después del fin de un año al comienzo de otro. Según las investigaciones de Mircea Eliade, los orígenes de la celebración de este paso se remontan a tiempos arcaicos, en los que diversas culturas simbolizaban, a través de este rito, la regeneración de los tiempos. Porque, aunque su fecha variaba según el clima o los astros, ésta siempre marcaba el fin de una era y el recomienzo de otra. Así, repitiendo el paso de cierta Apocalipsis que conduciría a una nueva Génesis, durante este periodo intermedio se creía que el caos reinaba sobre la Tierra: se agotaban los recursos vitales, se expiaban los demonios, abundaban las orgías, los muertos volvían a la vida y eran abolidas las leyes, los valores e incluso el tiempo[1].
En Chile este último 18 de octubre comenzó el fin de una era. Porque el detonante de esta insurrección popular pudo haber sido el alza del transporte, pero la protesta estalló contra todo un modelo de vida. En esta rebelión, se ha luchado al mismo tiempo contra la Constitución, contra el sistema de pensiones, de salud, de educación, de desigualdad. Hoy están en crisis a la vez la democracia representativa, el neoliberalismo, el patriarcado y la ecología. En el fondo, es la caída de todo el sistema lo que se reclama: la muerte de un Chile para el renacimiento de otro Chile. Aún nos hallamos en este período intermedio de caos, que no sabemos si será el que nos guíe a la revolución que necesitamos para tal transformación. Pero ya sentimos que, entre esta podredumbre del capitalismo, algo nuevo está germinando.
En efecto, este último año experimentamos un acontecimiento inédito en nuestra historia. Nunca antes habíamos visto marchas tan multitudinarias, un apoyo ciudadano tan amplio, tal nivel de creatividad y organización popular, o una lucha tan viva, fuerte y constante. A lo largo de todo el país, se ve que el pueblo chileno despertó de su letargo. Al mismo tiempo, globalmente tampoco habíamos visto tal magnitud y sincronía en luchas tan lejanas, diversas y espontáneas. En Oriente Próximo y Lejano, en Europa y Latinoamérica: luchas por la democracia y por la caída del régimen político; en contra de la desigualdad y de la privatización; insurrecciones indígenas, feministas, medioambientales. Desde uno u otro frente, abriendo una u otra fisura, se unen todas las rebeliones internacionales, inaugurando la crisis actual del capitalismo.
En Chile una de las demandas más importantes de esta rebelión popular ha sido la Asamblea Constituyente. Luego de cuarenta años de haber sufrido una Constitución profundamente antidemocrática y neoliberal, el pueblo se agotó, para demandar a todas voces el ejercicio de su poder constituyente. Pues esta es una Carta Magna escrita en dictadura y protegida en «democracia», sin ninguna alteración profunda o intervención popular alguna. Esta es una Constitución que ha priorizado el derecho a la propiedad y al lucro, por sobre los de salud, educación, jubilación, vivienda o agua[2]. Por estas razones, ha sido sustancial en estas movilizaciones la demanda por un nuevo pacto social, ideado, escrito y rectificado popularmente. Se han convocado cabildos y asambleas abiertas, se ha leído la Constitución de 1980 más que nunca, se ha imaginado colectivamente la fundación de un nuevo Chile.
Sin embargo, la clase política ha hecho su propio acuerdo sin el pueblo, ofreciéndole participar en la Convención Constituyente sólo por medio de la elección de representantes, idealmente de partidos tradicionales[3]. No han querido reconocer que el problema es la misma representación democrática. Pues es este sistema jurídico el que ha posibilitado que quienes dicen representarnos, hayan vendido nuestros derechos, profundizado nuestras desigualdades, criminalizado nuestras luchas[4]. Gracias a él, nuestro presidente, electo democráticamente, ha podido responder a la lucha de nuestro pueblo con el retorno de los militares y los tanques a la calle, y con la licencia a la policía para su asesinato, violación, tortura y ceguera[5]. Es este régimen político el que permite que, aun violando sistemáticamente los Derechos Humanos y con un 5,1% de aprobación[6], Piñera siga ejerciendo, mintiendo abiertamente, sin reconocer responsabilidad alguna, sin dar una respuesta a las demandas nacionales y sin renunciar, por dos años más.
También alrededor del mundo la democracia representativa ha entrado en crisis. Desde la sublevación haitiana que ha paralizado el país exigiendo la dimisión del corrupto presidente Moïse, hasta las multitudinarias marchas argelinas que llamaron a la caída de toda la clase política. Desde las incansables luchas por la independencia de Honk Kong en China, hasta las fervientes protestas por la liberación de Cataluña en España. Desde las potentes protestas libaneses, que lograron la renuncia de su primer ministro Hariri, pero no pudieron impedir la sucesión antidemocrática de Diab, hasta las manifestaciones bolivianas que, siendo en un principio contra un posible fraude electoral de Morales, fueron cooptadas por el golpe de Estado de la dictadora Áñez. Las multitudes se han levantado en contra de sus gobernantes, en contra de su supuesta representación, pero los regímenes políticos que deberían legitimar su participación han actuado justamente en su contra.
La segunda gran demanda que ha encabezado nuestra insurrección chilena ha sido por la dignidad del pueblo, que proviene de una crítica al desamparo y a la profunda desigualdad que vive el país. En efecto, en este levantamiento se ha protestado activamente por jubilaciones dignas; algo imposible bajo el actual sistema privado, en el que las empresas de AFP pueden libremente lucrar con los ahorros de sus cotizantes, para luego entregarles sueldos que no alcanzan la línea de la pobreza. Se ha combatido contra el sistema educativo, criticado desde las históricas protestas estudiantiles del 2006 y el 2011 por segregar continuamente a sus estudiantes, por lucrar con su educación y por terminar endeudándolos a décadas de haber egresado. Se ha luchado contra el sistema de salud, que entrega un servicio de primer mundo a quienes pueden costeárselo, mientras que el gran resto vive con una constante carencia de recursos, especialistas, hospitales, además de interminables listas de espera para el tratamiento de sus enfermedades. También en estas protestas ha vuelto a estallar el escándalo del Sename, el organismo nacional encargado de proteger los derechos de niños y niñas, que, bajo su propia tutela, los ha violado sistemáticamente [7]. En los derechos básicos, pero también de los sueldos, en la salud mental y en la calidad de vida, Chile sufre las desigualdades y las precariedades inherentes al sistema neoliberal, nacido en este país.
Pues fueron los Chicago Boys quienes, volviendo de sus estudios bajo la tutoría de Friedman, encontraron en la dictadura de Pinochet la cuna perfecta para el laboratorio del neoliberalismo. Aquí comenzó la última metamorfosis del capitalismo, donde el Estado Benefactor se transformó en Subsidiario: vendiendo los bienes públicos a los privados, convirtiendo los derechos sociales en bienes de consumo, abandonando las necesidades populares para subvencionar las empresas particulares. En principio en dictadura, pero profundizándose en democracia, este sistema ha ido creciendo y extendiéndose, desde Chile hasta el resto del mundo.
Hoy en día, este modelo ya recorre una gran parte del globo. Los poderes del Estado se han debilitado, mientras que los del Mercado han ido asumiendo una soberanía creciente sobre nuestras vidas[8]. Pero la insurrección internacional se ha alzado contra este sistema de desigualdad. Las protestas en Haití también se levantaron contra políticas neoliberales de décadas, responsables de la miseria del país; en el Líbano se dieron contra toda la élite empresarial; en Ecuador, éstas estallaron por el paquete de medidas económicas neoliberales de Lenín Moreno; en Colombia, por las reformas neoliberales de Duque; e incluso en Francia, que ha resistido como refugio del Estado de Bienestar, hoy también han debido luchar para protegerse de la precarización de su jubilación. El sistema neoliberal está quizás alcanzando su cima, pero llegado este punto, sólo puede comenzar a caer.
Nuestra rebelión popular puede ser comprendida en gran medida como respuesta a la crisis de nuestro régimen político y de nuestro modelo económico. Pero, al mismo tiempo, hemos visto en estas protestas cómo tales críticas han podido aunarse con otras luchas, como la feminista, la indígena y la ecológica. En Chile, la ola feminista venía enorme desde mayo del 2018, cuando las mujeres en masa se movilizaron en las calles, los liceos y las universidades, para reclamar justicia contra abusadores, acosadores y femicidas, por una educación no sexista y por el fin del sistema patriarcal. Así que, cuando este año, a un mes del estallido social, Lastesis lanzaron «Un violador en tu camino», las feministas ya estaban listas para tomar un relevo en las movilizaciones: con multitudinarias marchas y performances, y con una nueva ola de funas de agresores sexuales. No sólo todo Chile recorrió esta canción de protesta, sino que mujeres de todo el planeta replicaron su performance, apropiándosela y adaptándola a sus propios contextos. Globalmente, hemos gritado contra la dominación machista, que ejerce su opresión sobre nosotras a través de los poderes ejecutivo, jurídico y judicial, por medio de nuestras ideologías, creencias y culturas patriarcales. También este año, las manifestaciones en México, en España, en India, en el Líbano y en Argelia se alzaron contra la violencia de género. Y en las fechas históricas del 8 de marzo y el 25 de noviembre, nos hemos reunido en una gran marcha mundial, para decir al unísono que ya basta. Pues, como feministas, sabemos que para que algún día termine la opresión sexista, es todo el patriarcado el que tiene que acabarse.
Del mismo modo, en nuestra insurrección chilena también hemos visto la unión a las protestas de nuestros pueblos originarios. La bandera mapuche se ha convertido en símbolo de la resistencia a una dominación que comenzó mucho antes del neoliberalismo, ya con la colonización española. Se han derribado estatuas de colonizadores, para levantar o enaltecer figuras de la resistencia indígena, así cuestionando la interpretación hegemónica de nuestra historia[9]. Los caídos de las luchas mapuches y los de esta batalla se han aunado, reconociéndonos parte del mismo pueblo oprimido. Al mismo tiempo, hemos sido testigos de importantes levantamientos indígenas en Bolivia o Ecuador, o de manifestaciones anti imperialistas en Irak o Irán. En tierras cercanas o lejanas, los pueblos originarios se levantan para luchar contra el mismo sistema que nos impuso el primer mundo al tercero, forzándonos a permanecer en su continua dependencia.
Asimismo, también se ha unido a esta batalla el movimiento ecologista. Pues quizás en Chile no ha alcanzado aún la envergadura de las luchas previas, pero en estas protestas hemos visto cómo se suman: tomas colectivas de ríos, bloqueos de litio, importantes movilizaciones portuarias y mineras, además de las consignas contra el saqueo del agua -de trasnacionales de paltos o de minería, que han dejado en una brutal sequía a comunas como Petorca o La Ligua- o contra las zonas de sacrificio ambiental -como Quintero-Puchuncaví o Coronel, que el gobierno ha decidido abandonar para el despojo sistemático de una industria extractivista y tóxica-. También este último año, Chile se ha unido a las huelgas, marchas y manifestaciones mundiales de jóvenes por el clima; para protestar contra el laissez faire de las empresas y los gobiernos que, frente a la inminencia del Calentamiento Global, siguen intensificando el mismo sistema económico. Pues este es el año donde ni siquiera el consenso científico sobre la emergencia de esta crisis fue suficiente para evitar el fracaso de las cumbres internacionales. Nuestres gobernantes no llegan a reconocer que necesitamos con urgencia un cambio radical de nuestra forma de vida; que nuestra sociedad individualista, consumista y abusadora, con su producción extractivista, superproductiva, monocultivista y contaminante, está destruyendo nuestra Tierra. Mientras, ya hemos comenzamos a sentir los efectos inmoladores de esta crisis planetaria: las temperaturas se polarizan; las catástrofes naturales se multiplican; los incendios proliferan. En este 2019 hemos visto en llamas a Siberia, Alaska, Amazonía, África central, Indonesia, California y, por estos días, Australia.
Sin embargo, las élites empresariales y gubernamentales siguen empedernidos en defender el sistema. No es suficiente para ellas el estar frente a la primera crisis climática planetaria que, siendo fruto nuestra industria, traerá consecuencias apocalípticas para las próximas generaciones. El capitalismo puede estar entrando en una catástrofe mundial inédita. Pero ésta no es la primera crisis que atraviesa. De hecho, el sistema pervive a través de la superación de sus crisis periódicas[10], expandiéndose o reinventándose luego de cada conflicto[11]. Es así cómo podemos interpretar su transformación al imperialismo[12], al neoliberalismo o su mutación actual, todavía amorfa, pero donde ya percibimos tendencias neofascistas, xenófobas, autoritarias, machistas y antiecológicas[13]. El monstruo del capitalismo, con su capacidad de metamorfosis y su dominio de los poderes económicos, políticos, policiales y militares, parece un enemigo invencible. Por eso nos preguntamos, si incluso en el momento más álgido de la Guerra Fría -donde la mitad comunista del mundo se le oponía-, el capitalismo venció; si Pinochet y el neoliberalismo vencieron, ¿cómo podemos imaginar su muerte, en Chile y el mundo?
Fredric Jameson escribió una vez «que era más fácil imaginar el fin del mundo que imaginar el fin del capitalismo»[14]. Siguiendo su gesto, creo que hoy tenemos la alternativa real, urgente, de pensar un fin con el otro. Nos estamos acercando a una crisis del sistema que es a la vez social, política, económica y ecológica. Sin embargo, como izquierda anticapitalista, no hemos estado aún a la altura de las circunstancias. Hemos sido parte de la insurrección internacional más fantástica de este nuevo siglo, pero no por eso hemos incidido en una revolución global que acabe con este modelo de vida. Dispersándonos en nuestras luchas nacionales, entre una sumisión a cierta izquierda tradicional, una desconfianza en su etiqueta o una pugna entre nuestros sectores, no hemos podido organizarnos aún como una fuerza capaz de hacerle frente al poderoso capitalismo. Lejos estamos de serlo. Pero hoy nos urge esta transformación con urgencia. Por esto pienso que necesitamos matar nuestra izquierda moderna: romper con nuestras ortodoxias, perderle el miedo a las polaridades, encontrar la fuerza en nuestras interseccionalidades. Pues sólo a partir de su herencia, podremos fertilizar y hacer parir una nueva izquierda, capaz de reunir, repensar y reconstruir nuestra democracia, nuestro feminismo, nuestra ecología, nuestro anticapitalismo. Sólo abriéndonos a nuevas configuraciones, tácticas y estrategias, quizás nuestra izquierda pueda llegar a cavar la tumba del neoliberalismo en Chile.
Tal como profetizaban nuestras culturas originarias, para que nuestra humanidad pueda renacer, ésta debe pasar por su propia muerte. Según los pronósticos científicos, dependiendo de nuestras acciones en las próximas décadas, podríamos enfrentarnos a una Apocalipsis climática que ponga en peligro la sobrevivencia de nuestra especie. Así, nuestro sistema económico, político, económico y social, responsable de esta catástrofe, también enfrenta una crisis que podría serle fatal. Es difícil imaginar a Chile renaciendo, en los albores de una era poscapitalista. Probablemente ya no estaremos aquí para verlo. Pero en la Naturaleza, todo lo que agoniza termina finalmente por morir. Para algún día volver a renacer.
Notas:
[1] Ver Eliade, Mircea, El mito del eterno retorno. Arquetipos y repetición. En este libro trabaja esta repetición escatológica – cosmogónica en las culturas babilonia, india y maya, además de ciertas interpretaciones griegas, judías y cristianas. También podemos ver similitudes de tal concepción cíclica del tiempo con celebraciones del Inti Raymi andino o con cierta cosmovisión mapuche (ver Ñanculef, Juan. Tayiñ Mapuche Kimün). A su vez, María Gimbutas, en El lenguaje de la diosa, retrotrae los orígenes de este culto a la regeneración a un pasado aún más remoto, en nuestra época matriarcal paleolítica y neolítica europea.
[2] Vale destacarlo, en la Constitución actual, no son reconocidos como derechos básicos el agua o la vivienda. Chile (que ya está enfrentando graves problemas de sequía) es el único país en el mundo donde el agua es privada.
[3] En el plebiscito de abril de 2020, la ciudadanía podrá votar por que la nueva Constitución sea escrita por una Convención Mixta, compuesta por delegades y parlamentaries, o una Constituyente, sólo por delegades. Aún está en discusión asuntos como la paridad de género y las cuotas para pueblos originarios. Pero no está en cuestión el sistema parlamentario que regirá la votación: uno que privilegiará a les candidates de las listas y los conglomerados de partidos políticos tradicionales, por sobre la presencia de independientes. En su escritura, no habrá ninguna incidencia del trabajo democrático ejercido en Cabildos y Asambleas populares. Además, para aprobar cualquier moción, les representantes deberán llegar un acuerdo de 2/3 del quorum y, sin acuerdo, no hay cambio. Se votará finalmente su aprobación en un plebiscito de salida, pero sólo con un apruebo o rechazo popular. No está claro aún el procedimiento frente a un rechazo.
[4] No sólo históricamente, sino que también en estos últimos meses. Pues mientras el pueblo ha estado sufriendo en las calles un duro ataque policial, para reclamar cambios profundos en el sistema, el Congreso y en la Cámara de Diputados no han tocado el modelo, pero han despachado leyes antisaqueos, antiencapuchados y antibarricadas.
[5] Hasta el momento, 33 personas han muerto en las revueltas. Según el último balance de la INDH, 3.583 han sido heridas, 359 han sufrido traumas oculares y los derechos de 1.549 han sido violados. La represión ha estado altamente documentada, registrando videos de declaraciones de violencias sexuales, de golpes, lacrimógenas o detenciones a transeúntes (menores y personas en discapacidad incluidas), de atropellos y de muertes. Además, los informes de la INDH, de la ONU, de la ANCNUDH y de la CIDH, entre otros, han ratificado la gravedad y la sistematicidad de estas violaciones a los Derechos Humanos. Sin embargo, hasta el momento, se han formalizado sólo a 14 carabineros, por torturas cometidas el 21 de octubre.
[6] En la encuesta Activa Research del 2 de enero. Su mínimo histórico lo alcanzó hace un mes en esta misma encuesta, con un 4,6%. En otras, su aprobación ha rodeado el 10%. Por ejemplo, en la CADEM del 2 de diciembre.
[8] No sólo en los casos referidos anteriormente, de la neoliberalización estatal, sino también por medio de tratados internacionales como el TPP, que se está discutiendo actualmente. Si éste se aprueba, la soberanía de las empresas trasnacionales sobrepasará la misma legislación nacional, tanto en materia de derechos de trabajadores, de pueblos indígenas y campesinado, como en las patentes culturales, de medicamentos o de semillas.
[9] En Arica, por ejemplo, destruyeron una estatua de Cristóbal Colón. En La Serena, derribaron y quemaron la estatua del genocida Francisco de Aguirre, para instalar en vez a «Milanka», una mujer diaguita. En Concepción quemaron el busto del conquistador Pedro de Valdivia, para dejarlo a los pies del jefe mapuche Lautaro. En Temuco, colgaron la cabeza del aviador Dagoberto Godoy del brazo de la estatua del héroe mapuche Caupolicán. En Punta Arenas, arrojaron el busto del exterminador José Ménendez a los pies del monumento al indio patagón.
[10] Para estudiar las cíclicas crisis económicas, producto de la contradicción entre capital y trabajo, ver Marx, Karl. El Capital, vol. III. Para ver también cómo se conectan con las cíclicas luchas de las clases sociales, potencialmente revolucionarias, ver El Manifiesto Comunista.
[11] Para ver cómo éste se reconfigura a través de estos ciclos económicos de «destrucción creativa», ver Schumpeter, Capitalismo, socialismo y democracia.
[12] Para ver cómo el sistema ha exportado sus contradicciones internas, a través del colonialismo y el imperialismo, ver Luxemburgo, Rosa. La acumulación del capital, o Lenin, Vladimir. El imperialismo, fase superior del capitalismo.
[13] Pienso en esta interpretación a partir de gobiernos como los de Trump, Bolsonaro o Johnson, que ―con violentos discursos contra inmigrantes, mujeres, disidentes sexuales y el medio ambiente- alcanzan altos niveles de apoyo popular. Además, a partir del excesivo uso de las fuerzas militares y policiales por presidentes como Piñera, Lenin Moreno o Áñez, para reprimir las rebeliones populares, que ha logrado adherentes como los «chaqueta amarilla» en Chile.
[14] Jameson, Fredric. La ciudad futura. En: New Left Review, número 21 (jul/ago 2003), págs. 91-106, p.103