La movilización del 2011 es, hasta la fecha, el evento paradigmático sobre el cual se debate la caracterización del ciclo político y la coyuntura nacional. Durante el mes pasado, cuatro columnas han surgido para abordar el tema, ligando la coyuntura del 2011 con la denominada «crisis de representatividad» por la cual atraviesan los partidos y […]
La movilización del 2011 es, hasta la fecha, el evento paradigmático sobre el cual se debate la caracterización del ciclo político y la coyuntura nacional. Durante el mes pasado, cuatro columnas han surgido para abordar el tema, ligando la coyuntura del 2011 con la denominada «crisis de representatividad» por la cual atraviesan los partidos y la clase dirigente.
Al respecto, las columnas señalan dos tesis claves: primero, que la crisis política que atraviesa a los sectores dirigentes es el punto más álgido de una crisis generalizada del modelo; segundo, que la crisis del modelo constituye una consecuencia directa de los movimientos sociales, los cuales son un producto de las contradicciones del propio sistema.
Si bien se reconoce que esta crisis política es preferentemente ideológica, en el sentido que la ciudadanía ha perdido la credibilidad respecto al modelo y sus conductores, se indica que esta crisis es global. Es decir, que existe una descontento creciente respecto a la totalidad de los aspectos del modelo, incluyendo en este último año la crítica a clases dirigentes y las propias instituciones. Lo cual representa un momento histórico para el avance de la izquierda y los sectores críticos del neoliberalismo.
No obstante, siguiendo estas tesis al poco andar nos enfrentamos al desafío de explicar la siguiente paradoja: ¿cómo es posible que en el momento más débil de la clase política y en medio de una supuesta crisis generalizada del modelo, el movimiento social y la izquierda no logren cristalizarse como un actor protagónico capaz de asumir el liderazgo y conducción del malestar social?
Al respecto, el sentido político común nos lleva al análisis de las fuerzas políticas y los desafíos de la izquierda, sin embargo, optemos por un paso diferente. Suspendamos el análisis político y retrocedamos al diagnóstico para replantearnos dos preguntas clave. Primero: ¿existe una «crisis de representatividad» del modelo? Segundo: ¿esta crisis es un efecto directo de la acción de los movimientos sociales (2011)?
¿Cómo es posible que en el momento más débil de la clase política y en medio de una supuesta crisis generalizada del modelo, el movimiento social y la izquierda no logren cristalizarse como un actor protagónico capaz de asumir el liderazgo y conducción del malestar social?
Respecto al primer punto, la denominada «crisis de representatividad» ha sido la categoría por antonomasia para describir el descontento creciente respecto a diversos aspectos del modelo, a los cuales se ha sumado una crítica generalizada a las instituciones políticas y los actores tras el estallido de los escándalos de corrupción develados por la investigación de los casos Penta y SQM.
Esta lectura tiene como punto de anclaje la teoría liberal de la democracia y la soberanía, según la cual las instituciones y los responsables de conducirlas son una expresión soberana y deliberada de la voluntad nacional. Esta teoría, omite el hecho de que la construcción del Estado es siempre un proceso de clase y las instituciones no son neutrales, teniendo relaciones diferenciadas de interés y funcionalidad con la clase dominante.
En el caso chileno, este argumento teórico tiene su correlato empírico en la dictadura, en la cual existió una refundación institucional planificada y ejecutada en el marco de los plenos intereses de la oligarquía nacional. Así, la representatividad que tuvo esta institucionalidad es solo un efecto a posteriori, dado por la épica concertacionista ligada al plebiscito y la mantención de la doctrina de seguridad nacional.
Considerando lo anterior, es posible calificar que la categoría «crisis de representatividad» constituye una lectura a ratos falaz o al menos imprecisa para describir las crecientes críticas al modelo social y, en específico, el descrédito de la clase política, elementos que jamás han sido representativos de la voluntad nacional.
Respecto a la relación entre el avance de los movimientos sociales y la «crisis de representatividad», cabe señalar lo siguiente. Primero, esta relación si bien es políticamente favorable a la izquierda, el avance inconstante, fragmentario e incluso la disolución y retroceso de algunos actores y focos de conflicto social, en el momento más álgido de la supuesta crisis del modelo, constituye una paradoja que pone en duda la existencia de una relación causal entre movimientos sociales y crisis.
Al respecto, consideremos los siguientes elementos. Si bien es posible constatar un aumento en la extensión, frecuencia e intensidad de los focos de conflictos en campos críticos del modelo social (salud, educación, trabajo, vivienda y medio ambiente), estos conflictos y sus protagonistas no han desarrollado un proceso paralelo y correlativo de desarrollo y avance. De modo que no es posible apreciar con claridad una trayectoria ascendente, lineal o dialéctica (espiral ascendente), común a estos actores que evidencie, con claridad, la existencia de un avance sustantivo del movimiento social y la articulación de una oposición social al modelo o la clase dominante.
Si fuese acertada la tesis de que la «crisis de representatividad» es producto del avance de los movimientos sociales y la politización del descontento, el escenario político actual estaría marcado por la tensiones entre la clase política y empresarial (bloque dominante), sumado a una oposición social creciente en múltiples frentes (bloque dominado). En contraste, la actual situación política se caracteriza por una concentración de la agenda nacional sobre las tensiones del Gobierno con los poderes fácticos que, llevada al interior de la coalición gobernante, ha marginado a los actores sociales de la toma de decisiones y de la agenda nacional.
Para esclarecer estas paradojas, partamos de una tesis distinta. La coyuntura actual se explica por dos fenómenos diferentes. Primero, el proceso de ampliación de los conflictos y la rearticulación de los movimientos sociales si bien corresponde a un proceso de repolitización se puede ubicar, desde el punto de vista de sus efectos políticos, solo como una «fisura ideológica». Es decir, una suspensión parcial y momentánea de los mecanismos discursivos que favorecen la reproducción del sistema de dominación, que se expresa en críticas parciales y fragmentadas a aspectos acotados del sistema social y no como una crítica generalizada al modelo.
Segundo, la denominada «crisis de representatividad» de la clase política puede caracterizarse como un «desplome ideológico», ubicado al interior del bloque dominante. Esto quiere decir una caída abrupta y estrepitosa de la legitimidad pública que otorgaba estatus a las instituciones políticas y actores políticos (partidos y personajes). Es un desplome porque el origen de los fenómenos está dado por un estallido inesperado de las contradicciones de interés al interior de la clase política, cuyo origen práctico fue la filtración cruzada de aristas de corrupción y difamación entre partidos políticos.
Es ideológica, porque como declaró el propio Fiscal Nacional, muchas de las investigaciones no derivarán en penas legales, dado que los mecanismos usados son en muchos casos legales o no pueden calificarse como delitos, situación que permite caracterizar el fenómeno en función de su efecto deslegitimador y moral que tiene en el discurso ciudadano por sobre sus efectos institucionales y legales (estructura legal).
De este modo, el desplome ideológico constituye un fenómeno emergente y sorpresivo en la agenda nacional, el cual no se deriva de manera directa del avance de la fisura ideológica, generada por los movimientos y los actores políticos emergentes. En efecto, es tal su impacto, que el desplome si bien corresponde a un estallido al interior del bloque dominante, el bloque conserva el pacto de pertenencia y ha fortalecido sus posiciones para marginar y resistir la embestida de los movimientos sociales (aumento de represión), concediendo el carácter reformista del proyecto de gobierno frente a la presión de los poderes fácticos y sus representantes políticos.
En este sentido, la paradoja de una coyuntura favorable y una marginación política de los movimientos sociales frente a una clase dominante totalmente deslegitimada, es posible de explicar, en parte, por el estrechamiento del campo de decisiones y la clausura que la clase dominante ha generado para afrontar sus crisis interna (desplome ideológico). Lo que en términos de agenda puede ser descrito como un desplazamiento de la primacía de la fisura ideológica y los movimientos sociales por la primacía del desplome ideológico y las coaliciones políticas.
Así, el 2011 si bien es paradigmático en tanto abre la puerta a un potencial ciclo político donde los movimientos sociales y los sectores críticos del neoliberalismo (izquierda) articulen una oposición social contra hegemónica, aún no es claro que este ciclo esté consolidado. Dicha consolidación, requiere de la articulación de actores y un proyecto político alternativo al neoliberalismo, capaz de aglutinar las crecientes e inconstantes fisuras del modelo y coordinar su avance revirtiendo la exclusión política y aprovechando la coyuntura favorable. En este marco diagnóstico tiene sentido pensar cómo la izquierda y el movimiento social articulan sus fuerzas para revertir la exclusión y marginación político-ideológica que los mantiene fuera del protagonismo político que ha dominado la postdictadura.
Finalmente, cabe señalar que, si bien no hay una relación directa entre «fisura» y «desplome», es innegable que las tensiones al interior del bloque dominante son un fenómeno que se da en el contexto de la creciente fisura ideológica, lo cual no permite afirmar que la fisura, por sí sola, sea fuente de articulación contrahegemónica que consolide un nuevo ciclo político para la izquierda en Chile. Motivo por el cual la coyuntura actual se encuentra plenamente abierta e interpela a los sectores más consolidados del espectro de la izquierda y los sectores críticos del neoliberalismo.