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¿Qué pasa con la revolución?

Fuentes: Rebelión

Es muy probable que el hastío haya hecho mella en la voluntad de muchas personas de la tradicional izquierda revolucionaria. Es desconcertante que tantos acontecimientos políticos y económicos con consecuencias sobre las clases populares tan dramáticas, cuando no simplemente trágicas, apenas si se hayan traducido en ninguna reacción. También es descorazonador contemplar una coyuntura histórica […]

Es muy probable que el hastío haya hecho mella en la voluntad de muchas personas de la tradicional izquierda revolucionaria. Es desconcertante que tantos acontecimientos políticos y económicos con consecuencias sobre las clases populares tan dramáticas, cuando no simplemente trágicas, apenas si se hayan traducido en ninguna reacción. También es descorazonador contemplar una coyuntura histórica como la que estamos atravesando y no poder siquiera atisbar los profundos cambios en la estructura social y económica de otros momentos anteriores en la historia. La crisis no parece haber tenido más efecto que el amortizado, confuso y lánguido movimiento social del 15M y alguna movilización ciudadana masiva, pero coyuntural. 

No obstante las cosas nos son siempre lo que aparentan. La gran complejidad de las modernas sociedades tardo-capitalistas dificulta enormemente su compresión desde una perspectiva del análisis clásico marxista. ¿Significa esto que el método ha perdido su eficacia explicativa? ¡En absoluto! Y eso es lo que trataremos de demostrar en lo sucesivo.

En realidad, esta no pretende ser más que uno de las muchas maneras de encarar el problema. Partiremos de la concepción que Lenin nos propuso sobre el Estado, en su obra Estado y revolución, como si este no fuera otra cosa más que instrumento de dominación de clase. Según él, los partidos políticos son organizaciones de clase alumbradas por la historia política de la lucha entre ellas para disputarse la ocupación del Estado. Si conocemos, y doy por cierto que es así, los denodados esfuerzos de la cultura y la propaganda mediática burguesa por ocultar este hecho tan elemental como evidente, nos resultará más fácil comprender la verdadera naturaleza de los acontecimientos en curso a pesar de su aparente complejidad.

La socialdemocracia ha venido desempeñando un papel clave en la ocultación de esta evidencia, la de los partidos como organizaciones de clase, prestándose desde sus orígenes históricos a la práctica política de la ambigüedad. Se presenta como abanderada de la ‘justicia social’. Elabora un discurso ‘de izquierdas’, preñado de referencias a lo social -así se llaman socialistas a sí mismos-, con el objetivo de captar el apoyo y los votos de la clase trabajadora y de los sectores populares asociados a su condición. Pero su programa político, y de eso hemos tenido ya sobradas demostraciones, se limita a una bienintencionada reforma del capitalismo que le exige traicionar constantemente a su base social. Desde el gobierno la socialdemocracia se ha prestado, una y otra vez, a la puesta en práctica de políticas antisociales.

En España nos basta como botón de muestra la reforma constitucional promovida el PSOE para introducir el obligado cumplimiento del déficit cero, una de las pocas realizadas en la ‘carta magna’ española desde su aprobación y vigencia. Las consecuencias de tal precepto jurídico están sirviendo al objetivo de empobrecer y arruinar a amplios sectores sociales. Es de esta manera cómo el capital trasnacional podrá explotar en condiciones más ventajosas a los trabajadores españoles. ¿Como nos lo dicen?: se trata de equilibrar nuestra balanza de pagos para reducir nuestra deuda con el exterior siendo más ‘competitivos’. ¿Qué significa?: hay que trabajar más y cobrar menos, o quedar en paro y cobrar una auténtica y literal miseria.

En realidad, alternativamente podríamos basar nuestro estímulo económico en mantener la demanda interna de la economía española sin reducir el poder de compra de los trabajadores en España. Pero lo único que les importa a nuestros políticos del bipartidismo burgués es satisfacer la ambición de los capitalistas españoles, alemanes, japoneses, franceses, ingleses… y además de facilitarles mano de obra barata, a estos políticos también les obsesiona el procurarles a esos mismos capitalistas el que puedan hipotecar nuestra economía comprando deuda española por un valor superior al del PIB de España. Por supuesto que habrá que pagar esa deuda y sus intereses. Lo harán los trabajadores españoles soportando más explotación y más sacrificios.

Entonces, ¿dónde están las grandes movilizaciones sociales? Hubo un periodo de gran efervescencia ciudadana que siguió a las políticas antisociales del gobierno de Zapatero -abaratamiento del despido, prolongación de la edad de jubilación, regla del déficit cero… – y de las aun peores iniciativas del actual gobierno del PP -subidas de los impuestos indirectos, suspensión de las pagas extraordinarias, privatización y encarecimiento de los servicios públicos esenciales (sanidad, educación…), perpetuación de los contratos eventuales, depreciación de la pensiones… Pero tras ese primer periodo los ánimos decayeron y la presión en la calle se diluyó entre un sinfín de movimientos atomizados que apenas si han consiguido revertir el curso de los acontecimientos con algunas acciones y con relativos éxitos puntuales.

Pues muy a pesar de todo esto, lo interesante y esperanzador de la situación para la mayoría social se refleja en la existencia de una crisis institucional del bipartidismo burgués sin precedentes. Se ha estado gestando durante este tiempo en nuestro país y en algunos otros de nuestro entorno. La tesis de los partidos de clase se muestra impecable a la hora de explicarla.

Hasta la fecha, la sociología burguesa había basado su ‘alternancia’ bipartidista en el gobierno legitimado por la existencia de una amplia clase media segregada por la misma teoría social burguesa de su condición de trabajadora. En la práctica esto se había logrado mediante una confusa amalgama de agentes sociales y económicos capaz de ocultar la siguiente separación meridiana: la separación entre los que venden su fuerza de trabajo en el mercado para sobrevivir y los que explotan esa oferta en condiciones más o menos ventajosas.

Explicado de otro modo, se ha estado fomentado el autoempleo para anular las tradicionales percepción y conciencia de clase. Esta anulación de la conciencia de clase aparentemente fue el resultado de dividir a los trabajadores entre los autónomos por cuenta propia, que ofertan puntualmente sus servicios a cualquiera, y aquellos otros que se prestan a trabajar por cuenta ajena mediante contrato de larga duración para un mismo patrón.

Con esta estratagema se pretendió ocultar la contradicción trabajo-capital, claramente evidenciada a comienzos de la revolución industrial. En teoría, fue esa misma estrategia la que condujo a la creación de una clase media que terminaría por peder su conciencia de clase trabajadora. Esto resultaría como una lógica consecuencia de su condición económica. Esa clase media integrada por autónomos no debería sentirse explotada por ninguna instancia económica directamente reconocible que no fueran la entelequia del mercado y sus fuerzas ocultas. De ahí la obsesiva insistencia del gobierno del PP en la ‘emprendiduría’ para solucionar el problema del empleo en España.

Para ser más precisos, hemos de puntualizar que tal clase media también acabará integrada por los cuadros intermedios en la organización empresarial y estatal además de por los autónomos. En realidad, el sentido de la expresión «clase media» es distinto del marxista en cuanto que no alude a la función de la clase dentro del sistema de producción, sino a su status socioeconómico. En el imaginario colectivo burgués es el nivel de ingresos el que determina a que clase pertenece cada uno. La clase baja está integrada por los trabajadores de baja cualificación. La clase media por autónomos y profesionales, además de los funcionarios intermedios públicos y privados. Finalmente, la clase alta está integrada por el empresariado tradicional y los altos cargos de las empresas y la administración pública. Si hiciéramos un estudio de rentas comprobaríamos fácilmente como los ingresos se distribuyen desproporcionadamente en progresión geométrica creciente desde la clase baja hasta la clase alta.

Lo relevante para nosotros es que «la clase media» es la clave en la que se ha escrito la historia política occidental durante la segunda mitad del siglo XX hasta hoy. Lo ha sido porque a duras penas se ha estado percibiendo a sí misma como beneficiaria de este estado de cosas. No es clase alta, pero tampoco es baja. Hasta la fecha ha prestado su apoyo y su voto a las opciones que ocupan el centro del espectro político porque se identificaba con él. Ha estado facilitando la estabilidad y la gobernabilidad de los sistemas políticos bipartidistas. Dependiendo de cómo se encontrara, en función de las coyunturas económicas y políticas, el famoso ‘caladero de votos del centro’ ha fluctuado entre ofrecerle el voto a la socialdemocracia o a la derecha liberal y conservadora. Por muchos matices que se le quieran hacer, este es el esquema básico en el que ha pivotado la alternancia bipartidista hasta el presente.

¿Qué ocurre cuando la crisis expulsa a amplias capas sociales desde su confortable condición de clase media? Eso es precisamente lo que reflejan las últimas encuestas del CIS sobre la intención de voto en España para las próximas elecciones. La socialdemocracia española, el PSOE, ha perdido una gran parte de su apoyo social entre las capas populares. Es más, no consigue recuperarlo ni recoger el descontento hacia el gobierno y su partido, el PP, aun después de dos largos años de insufrible legislatura popular. EL desgaste que supone para el PP la práctica de sus políticas antisociales al seguir el dictado de la Comisión Europea no se acaba por traducir en votos para el PSOE. Lejos de conseguir desbancar holgadamente en la intención de voto al partido del gobierno el PSOE sigue perdiendo escandalosamente frente él.

¿Hacia donde se van los desencantados votos de la otrora clase media? Sobre todo se van hacia la abstención, pero una parte significativa se refleja en un importante aumento en la intención de voto hacia IU. No podría ser de otra manera. Un porcentaje exiguo también busca su lugar natural en el centro del espectro político alternativo al PP y al PSOE: UPD.

Esta es nuestra principal conclusión. La estratificación real en las clases sociales españolas por su función en el sistema económico ha hecho que todo el espectro político sufra un evidente desplazamiento hacia la izquierda. Los trabajadores, por cuenta propia y por cuenta ajena, los que todavía conservan su condición y los que la perdieron, todos culpan tanto al PSOE como al PP de la actual situación. Pero en lugar de limitarse a refugiarse en la abstención o de deslizarse más hacia la derecha, optan por la alternativa de la izquierda. De ahí los patéticos y desesperados intentos del PSOE por recuperar un discurso de izquierdas radicalizado durante su Conferencia Política a primeros de diciembre y en el Congreso del PSOE andaluz a finales de ese mes.

Sin duda que se abren ante nuestros ojos tiempos tan interesantes como esperanzadores para los mejores ideales revolucionarios. Dependerá de las lecciones tan duramente aprendidas por los sectores populares españoles durante esta crisis. Sólo si estos sectores están dispuestos a votar por organizaciones políticas de la clase trabajadora reconocibles más allá de sus siglas podrán avanzar significativamente hacia la emancipación de su condición social, hacia la superación de la insoportable explotación laboral. Se trata, como pretendía Lenin, de llevar a estas organizaciones a la cúpula del Estado instalándolas en las instituciones del gobierno de la Administración Pública. Desde allí dispondrán de posibilidades más o menos reales para alterar profundamente el curso de los acontecimientos como hoy está ocurriendo en muchas de las democracias latinoamericanas; particularmente la venezolana, la nicaragüense, la boliviana o la ecuatoriana… La verdad es que sería una condición relativamente necesaria que al final terminara pasando lo mismo en otros países del sur europeo, pero eso es precisamente lo que parece que va a suceder también.

Por lo pronto, es evidente que la clase social, la condición de trabajador que de manera natural debería tener todo el mundo sin excepción, está jugando un determinante papel en las expectativas políticas que se abren tras la quiebra institucional del bipartidismo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.