El paso de los años no sólo decanta las ideas, sino que entrega la distancia para distinguir ciclos, líneas, fisuras que con el tiempo son gruesas grietas que ordenan y crean la historia. El golpe de Estado de 1973 contra el gobierno del presidente socialista Salvador Allende, fue una bestial reacción no sólo de la […]
El paso de los años no sólo decanta las ideas, sino que entrega la distancia para distinguir ciclos, líneas, fisuras que con el tiempo son gruesas grietas que ordenan y crean la historia. El golpe de Estado de 1973 contra el gobierno del presidente socialista Salvador Allende, fue una bestial reacción no sólo de la oligarquía local, sino, ya muy bien se sabe, de los poderes económicos mundiales, en aquellos años focalizados en Estados Unidos. Son muchas las variables que llevaron al golpe de 1973. Una de ellas fue la económica, el plan de Allende de avanzar hacia un modelo de economía socialista. De avanzar, decimos, porque su gobierno sólo conoció algunas nacionalizaciones -estatizaciones- y reformas, como la agraria. Un proceso que detonó en la oligarquía la reacción más rabiosa y desesperada de que se tiene registro en la historia chilena. A partir del golpe de Estado, Chile fue el primer país que hace las reformas económicas que con los años fueron denominadas neoliberales. Chile fue el laboratorio de la Escuela de Chicago, liderada por Milton Friedman. En aquel documento que llamaron «El ladrillo», entregado a los militares golpistas el 12 de septiembre de 1973 por los discípulos chilenos de Friedman, no sólo puede hallarse la base del modelo económico que instauraron a partir de aquel momento, sino que es posible detectar los motivos del golpe: regresar la economía, la institucionalidad económica, a los tradicionales propietarios, la oligarquía nacional y el capital transnacional. No fue sólo eso. El golpe fue mucho más allá. La bestialidad militar fue una señal del grado al que se llevarían esas «reformas» para regresar el capitalismo a niveles no vistos desde el primer tercio del siglo XX y poner en marcha el capitalismo más salvaje, el laissez faire, el purismo del mercado sin interrupciones o «distorsiones», como gustaban llamar los Chicago boys -y llaman hoy sus émulos en la Concertación-, a las presiones sindicales, influencias socialistas o, incluso, recetas de economistas cepalianos. Bajo la represión se llevó a cabo en Chile lo que jamás había sido probado en ningún lugar del mundo: el sueño de Milton Friedman, una sociedad regida exclusivamente por las leyes del mercado. Este modelo, más parecido a un ejercicio cerrado de laboratorio que a una experiencia social natural (social en la medida de la paradójica relación mercado-dictadura), ha sido analizado por diversos académicos y ensayistas -podemos citar al sociólogo de la Universidad Complutense de Madrid Marcos Roitman o a Naomi Klein- y apunta a establecer las bases de lo hoy conocido como «modelo neoliberal». Hoy, a 35 años de aquel evento, es, como expresión de su propia contradicción, el mismo que se halla cerca de su propio colapso, el que se estrella consigo mismo. Un ejemplo, porque los hay varios, lo podemos hallar en la banca. Desde 1970 -año en el que Salvador Allende pone en marcha su programa para estatizar el sistema financiero-, hasta hoy, las transformaciones que han ocurrido en este sector no han variado su estructura. El golpe y la posterior dictadura fueron los eventos que permitieron reinstalar la clásica estructura capitalista. Hoy, las desigualdades en el acceso a los recursos financieros y la alta concentración de los créditos y de la propiedad que existía entonces incluso se han acentuado. El 30 de diciembre de 1970, a escasos dos meses de haber asumido la Presidencia de Chile, Salvador Allende se dirigió al país por radio y televisión. Anunció una medida fundamental para poner en marcha su camino al socialismo: la estatización de la banca, entonces un sistema financiero básicamente en manos privadas con rasgos de alta concentración y discriminación. Cualquier avance hacia una sociedad más justa, más equitativa, requería, necesariamente, abrir el acceso al sistema financiero a muchos sectores postergados. Esa noche, Allende se refirió a esa reforma como «trascendental para el cumplimiento de nuestros planes económicos», como un compromiso «para lograr que la banca deje de ser un instrumento al servicio de una minoría, para utilizar sus recursos en beneficio de todo el país». La apertura de los recursos financieros a nuevos sectores productivos se iniciaba con una reducción muy sensible en la tasa de interés y el establecimiento de tasas inferiores a la máxima para algunas áreas productivas y ciertos sectores empresariales. El anuncio también impulsaba una fuerte redistribución del crédito hacia sectores, particularmente pymes, que habían sido postergados por las políticas bancarias de la época, y una descentralización en la entrega de recursos, hasta la fecha localizados de forma importante y discriminatoria en Santiago. Pero nada de ello era posible sin un paso radical, fundamental, y, ciertamente, conflictivo: la estatización de la banca. «Para que esta política pueda aplicarse en forma efectiva con toda su amplitud y de manera permanente -advertía Allende- es preciso que el sistema bancario sea de propiedad estatal. La banca siempre buscará la forma de evitar los controles mientras su administración directa no esté en manos del gobierno. Los hechos -recordó Salvador Allende- han demostrado que los controles indirectos que puedan ejercerse son ineficaces». Medidas o programas que habían intentado con anterioridad otros gobiernos, como el del democratacristiano Eduardo Frei Montalva, no habían tenido éxito. Así ocurría con la concentración, por ejemplo, del crédito: «En diciembre del año pasado -comentaba Allende- el 1,3 por ciento de los deudores del sistema acaparaba el 45,6 por ciento del crédito. Esta concentración ha ido en aumento». En 1970 la estructura del sector financiero chileno además de muy concentrada, era controlada por el sector privado. A diciembre de aquel año la banca privada controlaba el 63 por ciento de los activos, el 48 por ciento de las colocaciones, el 54 por ciento de los depósitos y el 83 por ciento de las utilidades. Un control privado ejercido por la banca nacional, lo que es una consecuencia de activas y tradicionales políticas en esta área: no había intención de desnacionalizar la banca. Un importante actor de entonces es el Banco del Estado, creado a comienzos de la década de 1950. Para 1970 el 37 por ciento de las actividades del sector financiero pasaban por la entidad pública, aun cuando sus utilidades sólo alcanzaban a 17 por ciento del total. Además del Banco del Estado, el sistema financiero chileno tenía las siguientes características: 22 bancos nacionales y cinco extranjeros. El Banco de Chile, Edwards, Sudamericano, de Crédito e Inversiones y Español-Chile concentraban casi el 60 por ciento de los depósitos, 58 por ciento de las colocaciones y se apropiaban del 57 por ciento de las utilidades. Tras ellos, la clásica oligarquía chilena: el grupo Matte (Sudamericano), Edwards (Banco de A. Edwards), Yarur (BCI, Continental, Llanquihue), Said (Nacional y Banco Nacional del Trabajo). El gobierno de Salvador Allende inició el proceso de estatización de la banca -pese al escándalo generado por la derecha- como medida para democratizar el acceso al crédito y a los recursos financieros. A partir de 1971 la mayor parte de la banca pasó a manos del Estado. Fue la Corfo la entidad que adquirió activos de la banca privada, con lo cual tuvo una participación mayoritaria en catorce bancos, además de controlar poco menos del 30 por ciento de la propiedad en otros cinco bancos. Con esta medida, el Estado chileno pudo controlar una proporción mayoritaria del crédito total y poner en marcha los programas de acceso a los recursos financieros para los sectores tradicionalmente postergados.
Privatización-estatización- privatización
El golpe de Estado marcó el rápido retorno a la estructura previa a 1970. La privatización de todo el sistema fue el primer paso. Sin embargo, como curiosa paradoja en la historia económica, la dictadura que inspiró su modelo económico en las tesis de Friedman, a poco andar tuvo que volver a estatizar la banca. Lo hizo, claro está, con otros objetivos. Entre 1974 y 1975 el Estado se deshizo de su participación en el sistema financiero. Ya hacia finales de 1976 había traspasado trece bancos al sector privado. Retuvo, sin embargo, el Banco del Estado. Para el proceso de venta no hubo discriminación entre capital chileno o extranjero, en condiciones con múltiples facilidades. Se les exigió un pie del diez o veinte por ciento, en tanto al resto se le aplicaba un interés relativamente bajo. Libre mercado teórico y práctico. Libre mercado para los amigos. Llegaron atraídos por la oferta estatal los grupos económicos, algunos tradicionales y otros nuevos. Con las nuevas condiciones de mercado, crecieron de forma inmediata a partir de sus bases en la banca. Un proceso desmedido, sin mayor regulación, que generó relaciones económicas incestuosas entre los bancos y las diversas empresas de los nuevos banqueros, los grupos económicos. Un tejido económico muy poroso, que llevó a la economía nacional a caer en una de las peores crisis de su historia. A comienzos de los 80, la crisis internacional condujo a la banca chilena a la quiebra. La tabla de salvación lanzada por el Estado a estos grupos económicos vía diversos mecanismos, que dio origen a la deuda subordinada del Banco Central, fue la segunda estatización de la banca chilena en un período de diez años. Algunas de aquellas oscuras relaciones quedaron registradas en cifras: los principales bancos de la época, que han sido también los de la historia del país, llegaron a tener una «cartera mala» que representaba aproximadamente el doscientos por ciento de su capital; esas entidades financieras absorbían, hacia finales de 1982, más del 80 por ciento de toda la deuda externa financiera y el 35 por ciento de la deuda externa total. El grupo Vial -a través del Banco de Chile y otras entidades- acumulaba más del 30 por ciento de la deuda financiera total, en tanto el grupo Cruzat-Larraín (bancos Santiago y BHIF) cerca del 20 por ciento del total. El rescate de los ahorrantes y del sistema financiero fue la estatización. En 1982, tras el colapso, el Estado controlaba nuevamente más del 50 por ciento del mercado del crédito, aceptado como generoso subsidio y pragmática excepción por los Chicago boys. Podía haber algo peor que la estatización: una quiebra. La intervención del Estado que fue tan repudiada durante los años de Salvador Allende, no lo fue para el rescate de la quebrada banca a comienzos de los 80. La diferencia, claro está, es que esta vez la caridad no estaba orientada a los pobres, sino a los millonarios. Hacia 1985 se inicia un nuevo proceso de privatización, mediante un mecanismo complejo que permite el ingreso paulatino de nuevos accionistas a las entidades. A inicios de los años 90, bajo los gobiernos de la Concertación, el panorama bancario nacional no sólo tomaba el curso que lo caracterizó hacia comienzos de los años 70, sino que lo superaría con creces. Privatizar era la base del nuevo modelo. A partir de ahora, internacionalización de la banca y, tras los procesos de fusiones y adquisiciones, concentración del mercado. Los efectos del golpe, la reinstalación del modelo de mercado, tendría una expresión evidente en la banca.
Se cierra el círculo
El escenario bancario de hoy, pese a todas sus transformaciones, mantiene una estructura muy similar a la de 1970. Del total de 25 instituciones financieras que operan en Chile, sólo cuatro bancos concentran el 66,2 por ciento del total de las colocaciones. Por volumen, el ránking bancario de los préstamos está encabezado por el Santander, con más del 22 por ciento del total de las colocaciones, le sigue el Banco de Chile, con casi el 18 por ciento, el BancoEstado, con 13 por ciento y el BCI, con 12 por ciento. Si comparamos el BancoEstado: en 1970 controlaba el 37 por ciento de las colocaciones, hoy sólo el 13 por ciento. Sensible cambio en cantidad, pero también en calidad. El BancoEstado hoy compite en el sistema financiero bajo las mismas condiciones que cualquier otro banco comercial. Concentración del mercado, pero también concentración de las ganancias. Al observar las utilidades a abril pasado, estos mismos bancos son también los líderes. El Santander concentró el 34 por ciento, el de Chile el 26 por ciento, BCI el 15 por ciento. El BancoEstado el siete por ciento. La concentración bancaria, que ha sido criticada incluso por reputados neoliberales, es un fenómeno especialmente negativo. Las distorsiones son perjudiciales en todos los mercados, sin embargo en el sector financiero tienen aspectos particularmente negativos. Podemos decir que la concentración de mercado es uno de los factores que incide en la regresiva distribución de la riqueza. Al haber actores que abiertamente controlan un sector económico, estos imponen las condiciones no sólo al resto de los competidores, llevándolos en no pocas ocasiones a la quiebra, sino a proveedores y consumidores. En el caso de la banca, junto a todas estas distorsiones económicas, ocurre otra aún peor: las altas utilidades bancarias, producto de los altos intereses y comisiones, reflejan la creciente concentración de la riqueza en el sector financiero. Como una fuerza centrípeta, la banca no permite que un actor económico pequeño o mediano pueda desarrollarse. Siempre trabajará para pagar a los bancos. Y en algunos casos, sólo para pagar a los bancos. Esa fue la realidad hace 35 años, ¿qué ha variado hoy en día?.