1. Desde sus orígenes (años 20 y 30 del siglo XX), la actualmente denominada ‘izquierda tradicional’ ha manifestado un comportamiento político institucionalista y electoralista. Esto es, por variables complejas (entre ellas, la enorme capacidad de adaptabilidad del régimen político dominante en Chile y su capacidad de integrar subordinadamente y tras sus intereses a la mayoría […]
1. Desde sus orígenes (años 20 y 30 del siglo XX), la actualmente denominada ‘izquierda tradicional’ ha manifestado un comportamiento político institucionalista y electoralista. Esto es, por variables complejas (entre ellas, la enorme capacidad de adaptabilidad del régimen político dominante en Chile y su capacidad de integrar subordinadamente y tras sus intereses a la mayoría oprimida y sus representaciones político partidistas, como por elementos obreristas y propios del populismo político), la izquierda tradicional adoptó tempranamente la estrategia de modificar la realidad «por dentro y por arriba» del régimen político del Estado de la minoría opresora. Sus medios, al menos los proclamados de acuerdo a las diversas épocas del desenvolvimiento histórico del capitalismo, pasaron desde modelos ‘bolcheviques’ (huelga general + insurrección popular), hasta punch militares («La República Socialista» de Grove y Matte Hurtado), los ‘frentes populares (o populistas)’, la radicalización de la democracia representativa, las reformas pro-populares básicamente redistributivas y la lucha antifascista durante la última dictadura cívico militar.
2. Amplias facciones de la llamada ‘izquierda tradicional chilena’ abrazaron la política de la conciliación de clases y supeditaron y recondujeron al movimiento popular y real tras proyectos ligadas a la modernización capitalista gradual, bajo el dogma de cierto marxismo económico, editado a conveniencia y secuestrado en sus potencias transformadoras, que planteaba una necesaria industrialización y crecimiento productivista como antesala a la creación de las fuerzas sociales potencialmente emancipadoras (el proletariado clásico), pero en la realidad, fueron sometidas por la dictadura del capital a cambio de prebendas eventuales y movilidad social para sus militantes a través de su conversión en empleados del Estado.
El pueblo trabajador y los pobres, como los pueblos indígenas y las franjas inestables de los sectores sociales medios, postergaron tanto su organización independiente respecto de los poderes establecidos, como su autonomía, autogestión, autodeterminación, autodefensa, su lucha e intereses históricos ante la promesa incumplida de las izquierdas tradicionales de la «creación de las condiciones materiales» para arribar por etapas al ‘socialismo’ a través de la lucha institucional.
Entre otras causas, lo anterior provocó, de arriba hacia abajo, de las direcciones partidarias a la militancia de base actuante en sindicatos, gremios, comunidades, graves confusiones políticas entre los oprimidos/as en general. Entre las más notables se encuentran la homologación de ‘mientras más Estado, más socialismo’; la liberación de las mayorías sometidas puede ofrecerse dentro de los marcos de la institucionalidad dominante (el parlamentarismo, e incluso mediante la conquista electoral del Ejecutivo); y la extraña convicción de que el partido militar del Estado o su alta oficialidad, eran respetuosas de la democracia representativa y constituían una fuerza coercitiva no política, ‘neutral’, ‘arbitral’, ajena a la lucha de clases. Como es de profuso conocimiento, semejante ideología axiomática (hija de una lectura miope de las relaciones de fuerza concretas y tutelada por las internacionales socialdemócrata y comunista, y luego por la «guerra fría») fue destruida trágicamente en septiembre de 1973.
Por su parte, las fracciones de los pueblos organizados y conscientes de sus intereses, a modo de relámpagos históricos, procuraron desbordar la institucionalidad de la opresión mediante insubordinaciones y el uso de la acción directa contra el capital, sin éxitos perdurables. Así ocurrió con las regiones enfrentadas al centralismo metropolitano, como en los combates por sus derechos sociales, populares y humanos conculcados en los márgenes del campo y la ciudad. Al respecto, un momento en común fue y es cierta subestimación del enemigo y de la armadura de la opresión capitalista (que es local e imperialista) y la ausencia de pericia a la hora de establecer alianzas orgánicas con los llamados «sectores medios». ¿Y qué son los denominados «sectores medios»? En la nomenclatura tradicional, anterior a la mundialización financiera de mediados de los 70 del siglo XX (ya caracterizada hace más de un siglo por Lenin), los «sectores medios» se confundían con la «pequeña burguesía». Desde un comerciante hasta un profesional liberal o, aun, un obrero calificado de la gran minería del cobre, fueron tachados de «pequeñoburgueses». En la actual fase que cursa el capitalismo, los comerciantes (o quienes controlan una fracción cada vez menor del momento del intercambio económico frente a la dominación del retailer o de la industria oligopólica y transnacional de la gran venta minorista) y los profesionales, forman parte del pueblo trabajador asalariado súper-explotado, y de grupos sociales auto-explotados y sujetos a los precios impuestos por el gran capital, el sistema bancario, la deuda, las bolsas. En el caso de los obreros calificados de la gran minería del cobre, por ejemplo, además de sufrir su disminución cuantitativa debido a la cuarta revolución industrial (inteligencia artificial o robótica), su fuerza de trabajo sólo aumenta en la forma del subcontrato y las relaciones laborales precarizadas. No vale la pena siquiera mencionar el incremento de la cesantía en el sector por la caída de la inversión y subsecuentemente de los precios de las materias primas a escala mundial y su impacto en el extractivismo minero, forestal, pesquero y agropecuario-alimentario, ejes del patrón exportador con pobre valor agregado que caracteriza a los países dependientes en relación a los grandes centros de acumulación capitalista. Vale indicar que Chile, por efecto de su historia y situación geo-económica y política, también es plataforma de distribución comercial y financiera (EEUU, China, UE) para parte de América Latina.
¿Qué se quiere decir? Que la recomposición del movimiento popular (o del movimiento real, o sea de todas aquellas fuerzas sociales de los oprimidos/as que en su devenir por la lucha de sus derechos sociales enfrentan los intereses de la minoría opresora y se constituyen en la promesa de la superación del orden dominante), entre sus tareas fundamentales cuenta la de incluir a esos llamados «sectores medios» en su interior. En este sentido, el arte revolucionario consiste en que el pueblo trabajador y los pobres hegemonicen en ese compuesto.
3. El carácter del movimiento real y popular en Chile, fundado en la razón práctica, en el ethos de los oprimidos/as (el aprender – haciendo o la praxis), es antifascista, antiimperialista, anticapitalista, antipatriarcal, ecosocialista, internacionalista, y su punto de llegada es el desmantelamiento y superación de las relaciones de producción y culturales, materiales y simbólicas de la reproducción del capital. Y si el capital se sostiene sobre la propiedad privada del gran capital, incluso más allá de la propiedad privada de sus medios de producción; en el trabajo asalariado y la súper-explotación de las mujeres, los hombres, los jóvenes, los niños y los ancianos; en la razón instrumental, desarrollista y objetivamente devastadora de la biodiversidad; en la apropiación enajenada de la fuerza de trabajo; en consecuencia, el desenvolvimiento concreto del movimiento de los pueblos es un proceso que se sintetiza en la ruina escalonada de la propiedad privada; en la debacle premeditada de toda relación de poder y de clase social (y del propio Estado como manifestación madura de esas mismas relaciones); en el fin de la asimetría estructural entre el centro y la periferia, entre las grandes ciudades y el campo; y en la libertad plena. Entonces el movimiento real y popular en Chile también tiene como horizonte de sentido el socialismo radical y la socialización de la vida.
Lo anterior puede resultar ‘teórico’ por efecto de los límites que supone un simple texto. Sin embargo, en otro momento, cobra superiores determinaciones en su devenir explicativo.
4. ¿Qué significa Todas Las Luchas, Una Lucha? Antes que todo, no significa la unión o unidad sin principios ni objetivos sociales y políticos claros. Arriba ya están esbozados (que no terminados, que se trata de un proceso). En Chile significa colaborar disciplinadamente con la articulación del conjunto de luchas por los derechos sociales que, hasta ahora, aparecen desintegradas, pero que tras los fenómenos particulares e incluso corporativos o de grupos de interés, son el resultado de una misma causa orgánica: el modo de producción capitalista. Esto es, los grupos de personas más organizados, solidarizan dinamizando la convergencia de las luchas sociales y populares realmente existentes. Los grupos de personas más organizados hoy pueden adquirir distintas formas (partidos, colectivos, agrupaciones, etc.), pero no pueden sustituir al movimiento real y popular por más balcanizado que se encuentre. Los/as comunes y oprimidos son los protagonistas de su propia liberación. La delegación representativa de su auto-emancipación sólo pospone y desplaza su rol fundamental. Por ello el calendario electoral impuesto por el régimen político dominante apenas comporta un accidente en su devenir. Más todavía cuando la crisis de representatividad de la democracia liberal hace agua por sus cuatro costados. Claro, la población está disconforme. Por más márquetin y afeites con los que se embadurne. Pero semejante fenómeno no es obra de la ‘franca politización’ de la gente. Simplemente la depresión y recesión mundial golpea las costas de Chile y la inmensa mayoría de la sociedad vive peor que antes. De nuevo se enfrenta el dilema entre barbarie fascista versus humanidad y vida. En este sentido, lo que se aprendió es que el antifascismo es insuficiente para superar el capitalismo. Y si el capital concentrado como nunca antes tiende a decrecer en su tasa de ganancia, las contratendencias que emplea tienen directa relación con la hegemonía del momento financiero sobre la totalidad capitalista. En breve: no hay marcha atrás para el capital. Los procesos de acumulación capitalista se montan sobre sí mismos, se combinan asimétricamente, pero siempre existe una estrategia que predomina. Los llamados Estados de Bienestar (que en las sociedades dependientes, como la chilena, jamás se conocieron), donde aún existen, paulatina o violentamente se transforman en Estados que aplican políticas económicas de «austeridad fiscal» y «ajustes de los servicios sociales». Así como no hay un «mal menor» (para los de abajo siempre ha sido el mismo mal), tampoco hay un «capitalismo con rostro humano».
Por otro lado, la agenda de los grupos de personas más organizadas y que bregan por la superación del capitalismo, está condicionada por la densidad de la lucha de clases. No existen vanguardias auto-proclamadas. Pero eso no quiere decir que no es necesario que exista la iniciativa, la audacia y las tareas multidimensionales de los grupos de personas más organizadas. Lo cierto es que no pueden estar más «adelante» que las facciones de pueblos en lucha más conscientes de sus derechos arrebatados o por conquistar.
¿Que tomará tiempo; que la lucha de clases no tiene mi edad biológica y entonces me desespero; que los pueblos en Chile están en mejor pie de lucha que en los 90 pero menos que en los 80; que hay todo por hacer, aunque bastante que hemos aprendido de nuestros errores; que la izquierda tradicional y el poder y el imperialismo no duermen jamás; que cómo pasar del testimonio hasta ser uno y lo mismo con el movimiento real?
Por supuesto. ¿En la historia de Chile y de la humanidad hubo algo fácil para los/as insumisos, disidentes, rebeldes? ¿Alguna vez los/as oprimidos han vencido siquiera temporariamente sin luchar y sin la reunión virtuosa de sus luchas?
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