Los discursos que emergen de la cotidianidad expresan un aire de incertidumbre y un sabor de angustia, y no es para más ¿Cómo podemos confiar en un acuerdo sin no existen garantías hasta el momento? Y no es para menos, aquellos que creemos que la paz negociada es la alternativa más sensata para llegar y […]
Los discursos que emergen de la cotidianidad expresan un aire de incertidumbre y un sabor de angustia, y no es para más ¿Cómo podemos confiar en un acuerdo sin no existen garantías hasta el momento? Y no es para menos, aquellos que creemos que la paz negociada es la alternativa más sensata para llegar y poner límites a lo que históricamente no ha tenido limites (la violencia), es la muestra de que nuestros tiempos son cada vez más turbulentos pero también que existen momentos de esperanza.
El acuerdo celebrado sobre el cese al fuego es una gran oportunidad que llega a esta sociedad postergada por el conflicto armado, pero también es la mayor crítica que ha podido recibir la acción política de estas dos organizaciones (Estado- Guerrilla) que se disputa la repartición de poderes y la lógica por imponer prácticas políticas en esta sociedad. Hubiera sido magnifico ver que el cese al fuego no era firmado y celebrado en Cuba sino en alguna región que históricamente ha sido producto de la violencia, podrían ser: Buenaventura, Planadas, Catatumbo, La Macarena entre otras. Lo que implicaría pensar la posibilidad de negociar en esos contextos debido a su condición política, económica y cultura que afectan contundentemente a las comunidades en su diario vivir sin dejar a un lado el peso histórico que el conflicto armado ha dejado en sus vidas.
Dentro de este contexto, algo que he considerado relevante es apreciar que la «Paz» no sólo consiste en el silencio de los fusiles sino en las condiciones reales para constituirse como ser humano. Es decir, políticas educativas, labores, en salud y sociales que tenga articulación con la necesidad permanente de los ciudadanos, un ejemplo resulta ser apreciar la lógica instrumental que existe en los acuerdos donde se negocia ciertos puntos a cambio de instaurar programas que sólo van en función del capital y la imposición de proyectos asistencialistas. Por ejemplo: Dar un salario determinado a cambio de su amnistía, por supuesto que el perdón, la reconciliación y la reparación implica la dejación concreta y real de una acción ejercida pero no se puede comprar la conciencia falsa a través de unos pesos, véase: http://www.elespectador.com/opinion/paz-son-los-cambios
Bien lo narraba Marx cuando mencionaba que históricamente han sido las relaciones económicas las que determinada la condición del sujeto, y no es para más en estos acuerdos se ha podido vislumbrar que el principal enemigo de la paz es la pobreza, la desigualdad social, la violencia, la sevicia, el poder, la corrupción, la baja calidad educativa, el desarrollo postergado en los sectores sociales y la falta de una cultura basada en la crítica y la construcción de la misma paz que han llamado «duradera y estable». Una que contenga elementos que superen la discordia, la envidia y la inverosímil idea de una paz basada en un conjunto de firmas y un acto político más que humano – burocratizado por la lógica del capital y el poder político.
Ahora sí se visible el porqué la ciudadanía se preocupa más por dale sentido a los problemas del trabajo, las deudas, los partidos de futbol, los juegos, las fiestas populares, la visita a los burdeles, el consumo, los problemas personales y no a un evento tan importante que consiste en aprender a convivir en un estado que llama a la violencia y reproduce la explotación de sus ciudadanos pero que ha podido llegar a un «acuerdo» para mediar el conflicto armado que tanto hemos vivido, vivimos y nos afecta profundamente.
Es bien dicho que la paz no sólo debe ser un discurso elaborado y socializado de mil maneras, sino es hacer real un proceso de formación ciudadana al mundo de la vida (trabajo) y lograr mostrar que los acuerdos pueden ser una de la piezas para silenciar los 50 años del conflicto que hemos padecido sin que nos invitaran a la fiesta de la violencia y el negocio de la guerra.
En últimas, me nace el siguiente cuestionamiento ¿Qué sigue ahora con este acuerdo? Si realmente existen las garantías para la población civil o si los que incorporan las filas volverán al cuento pero ahora transformador en bandas criminales, asociaciones y redes basadas en la violencia física o simbólica, la lógica podría reconocer que si es necesario una paz negociada pero no una que carezca de condiciones materiales e inmateriales para pensar un escenario de construcción de una paz ahora decolonial, crítica y con una praxis que vincule el ser, el hacer y el estar del ser humano para una sociedad más reflexiva de su propia realidad histórica y propositiva de sus problemas contemporáneos.
Nota
[1] José Javier Capera Figueroa es Politólogo de la Universidad del Tolima (Colombia), Analista político y columnista del Periódico el Nuevo Día (Colombia) y del portal de ciencias sociales rebelión.org (España).
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.