Hace un año, el 11 de julio de 2021, hubo una explosión social en Cuba producto del malestar económico, social y político acumulado en un contexto de crisis sanitaria. Estas movilizaciones volvieron a plantear las grandes preguntas sobre el socialismo y la democracia en la isla.
Para renovar el socialismo hay que elaborar un proyecto que articule las opresiones transversales, hay que hacer la crítica de las experiencias históricas y hay que apoyarse en las movilizaciones populares, a menudo de una gran fuerza, pero que tropiezan con la ausencia de una salida, de una perspectiva política emancipadora. Tenemos que entender por qué. Para ello, Rolando Prats, escritor y traductor cubano, conversó con Janette Habel en París y Nueva York y tradujo la entrevista de su original en francés. Las notas son del traductor [JacobinLat]
Como para muchos otros observadores y analistas, para ti los sucesos del 11 de julio de 2021 en Cuba fueron un «estallido», una «revuelta» social que marcó un antes y un después. Sin embargo, en este caso se tiende a convertir los efectos en causas. Cabría perfectamente imaginar que sin el mantenimiento de parte de Biden de la política de bloqueo recrudecida al máximo por Trump y sin la pandemia de COVID-19 (a mi juicio, las dos causas absolutamente decisivas de la situación en que se encontraba el país ese 11 de julio y, me atrevería a decir, tal vez las únicas) no se hubiesen producido tales acontecimientos.
Estés o no de acuerdo con esa hipótesis, ¿podrías abundar en lo que para ti son las causas que explican la revuelta del 11 de julio de 2021 y en sus posibles efectos a largo plazo, más allá de detenciones, procesos judiciales y condenas?
No cabe duda de que el mantenimiento por Joe Biden de las sanciones y del recrudecimiento del embargo decidido por Trump es una de las causas fundamentales del agravamiento de la pobreza y de las dificultades de la situación económica y social, a las que se sumó la pandemia de COVID-19.
Aunque esos factores hayan sido decisivos en las manifestaciones del 11 de julio en Cuba, no son los únicos. Hay otros, de carácter más estructural, que datan de una época anterior, y que son consecuencia de errores de política económica.
Las reformas económicas de mercado introducidas y profundizadas por Raúl Castro han conllevado profundos cambios en la sociedad cubana. La «actualización del socialismo» y su «conceptualización», postuladas en los congresos del PCC, no han estado acompañadas de reformas políticas, de una democratización del sistema institucional de partido único heredado de la antigua Unión Soviética. Lo que no significa que se pueda ya acabar con el sistema de partido único, al menos mientras se mantenga la terrible presión que se ejerce desde Miami y desde la administración estadounidense.
Pero si bien esas reformas económicas eran indispensables ante el estancamiento y los fracasos de la economía cubana, estaba claro que conducirían a un aumento de las desigualdades que es contrario a las tradiciones de solidaridad de la Revolución. Para poder ser controlado, ese cambio de estrategia económica debió haberse hecho de forma transparente, explicando las contradicciones del proceso y todo lo que estaba en juego. Lo cual implicaba acabar con las trabas y las estrecheces burocráticas.
Sin embargo, nada se hizo en ese sentido. Peor aún, incluso la indispensable unificación monetaria se llevó a cabo en el momento menos propicio, en plena pandemia, con arreglo a modalidades que resultaron lesivas para la población, con aumentos inconcebibles de los precios de bienes esenciales y con medidas que provocaron una profunda división entre los cubanos que tenían divisas y los que no (sobre lo cual volveré más adelante).
Ahora bien, esas reformas coinciden con cambios sociopolíticos y rupturas generacionales. En marcha desde hace muchos años, esos cambios se han subestimado y no se han tenido en cuenta por la dirección del país. En primer lugar, cambios generacionales. Desde 1959, desde el triunfo de la Revolución, ha habido al menos tres o cuatro generaciones que, en particular desde el desplome de la Unión Soviética, no han conocido sino una crisis tras otra. Para los jóvenes, la lucha contra la dictadura de Batista es cosa del pasado.
Los logros de la Revolución, las conquistas sociales, la educación y la salud, fueron para las viejas generaciones elementos muy importantes de apoyo a Fidel Castro y su gobierno. Pero muchos de esos elementos se han visto muy debilitados desde el desplome de la Unión Soviética. Desde entonces, no han cesado las crisis. Hay un cúmulo de dificultades de todo tipo, que se materializan, por ejemplo, en el plano de la vivienda. Muchos jóvenes se ven obligados a vivir con su familia. Los servicios de salud se están deteriorando, a pesar de que Cuba llegó a contar con un sistema de salud pública verdaderamente extraordinario; con la crisis, con la desaparición de la URSS, se restringieron los recursos que se destinaban a la salud. Esos cambios afectan a esas nuevas generaciones que no tienen la misma historia, las mismas referencias que sus padres. Se trata de un fenómeno clásico y universal. Esa diferencia generacional conlleva una diferencia de pensamiento, una diferencia de percepción, una diferencia cultural.
El segundo aspecto, muy importante, es que las aspiraciones y los debates políticos no se acomodan a las restricciones y a las limitaciones a la democracia que existen en Cuba. Hay una contradicción muy grande a la que se enfrenta una generación culta, educada por la Revolución. El discurso público, los medios de comunicación, la política editorial y la política cultural se ven constreñidos por una censura que no permite que haya debate.
Las nuevas generaciones se han graduado de la enseñanza media o superior, su educación y su formación les han permitido acceder a puestos de trabajo cualificados, muchos jóvenes son hoy cuadros profesionales, lo cual marca una gran diferencia con la situación anterior a la Revolución, con la generación que hizo la Revolución, algunos de cuyos cuadros carecían de una formación y un nivel educacional más allá de la escuela primaria. La generación actual, que posee una sólida formación, se enfrenta a una rigidez política y a prácticas culturales anticuadas. Los intercambios que se produjeron en torno a la nueva Constitución dan fe de esas demandas.
No hay que olvidar que Cuba es un país latinoamericano y que son constantes sus intercambios con América Latina. La juventud cubana, las nuevas generaciones, están al tanto de los debates teóricos, los debates ideológicos, los debates políticos latinoamericanos y europeos. A nivel oficial, jamás se han analizado realmente las causas de la implosión de la Unión Soviética. El sistema soviético no fue nunca objeto de críticas y se omitían las dificultades que la URSS experimentaba desde hacía tiempo. El desplome de la URSS produjo una terrible conmoción, lo cual vino acompañado de una gran incomprensión, sobre todo por la extrema gravedad de la crisis económica que sobrevino tras la ruptura de los intercambios económicos con Moscú. A modo de explicación, hasta se llegó a insinuar que había habido algún complot, que detrás de todo ello bien podría haber estado la mano de la CIA.
Pero los males de la sociedad soviética, la herencia del estalinismo, se pasaban por alto. Nunca se explicó por qué el pueblo soviético no había salido a la calle a defender el régimen. Sin embargo, se sabía que en la Unión Soviética las cosas iban mal, se sabía que cada vez eran más los problemas, al igual que se sabía que en la URSS el partido había convertido el marxismo en un dogma doctrinal. Pero en Cuba, al parecer, no lo sabían. Y nada de eso se analizó en provecho de las nuevas generaciones, de las masas populares. Lo cual fue un error sumamente grave, pues algunos de los elementos políticos que habían conducido al desplome de la Unión Soviética, algunas de las causas institucionales de ese desplome, afectaban también a Cuba.
Según el discurso oficial, se había «copiado demasiado» el sistema soviético, pero no se aclaraba qué era lo que se había «copiado» y qué era entonces lo que había que cambiar también en Cuba, enfrentada a dificultades económicas y políticas. Todo ello provocó el desconcierto, la desmoralización, la confusión y el escepticismo sobre el futuro del socialismo cubano entre los cuadros políticos, los intelectuales y los militantes del PCC.
Los problemas de la transición al socialismo, las dificultades de Cuba, están a la orden del día. Son objeto de diferentes análisis y suscitan interrogantes, habida cuenta de las reformas económicas adoptadas y de sus consecuencias sociales. ¿Qué lugar ha de ocupar el mercado, cuál la planificación, qué tipo de democracia? Los medios de comunicación se hacen poco o ningún eco de esos debates, que se sostienen fundamentalmente en numerosos blogs y plataformas digitales, al margen de los circuitos oficiales.
En tu artículo «Cuba, 11 de julio de 2021, “un antes” y “un después”» dices: «Desde la explosión social del 11 de julio de 2021 en Cuba, las interpretaciones de los acontecimientos obedecen más a los presupuestos ideológicos de los autores que a un análisis geopolítico». En otra parte de tu artículo te refieres a la Revolución Cubana como a una «paradoja geopolítica». Antes, en otros sitios, has calificado a esa revolución de «anomalía geopolítica».
Concurro contigo en ambas instancias. ¿No crees entonces que el talón de Aquiles (y su propio mecanismo interno de auto-deslegitimación) de toda contestación —organizada o no— del estado de cosas en Cuba o, más directamente, del sistema mismo, sus figuras y sus instituciones, sigue siendo esa mezcla de ignorancia, irresponsabilidad y hasta oportunismo geopolíticos de al menos una buena parte de esa contestación? ¿O crees, en cambio, que ya han surgido en Cuba voces o colectivos capaces de romper el círculo vicioso que durante décadas ha convertido a toda oposición interna en aliada de facto de la contrarrevolución histórica y de los designios imperiales de los Estados Unidos?
Efectivamente. Creo que durante décadas las voces críticas de quienes defendían las conquistas de la Revolución se vieron atrapadas entre la necesidad de defender la Revolución, de no debilitarla, y al mismo tiempo de criticar y corregir los errores —a veces graves— que se cometían. Se trata de una cuestión decisiva en los debates que tienen lugar en Europa Occidental, en particular en Francia. Hay una falta de comprensión, un desconocimiento de los problemas, de las contradicciones a las que hubo de hacer frente la Revolución Cubana.
Esos problemas están relacionados con eso que he calificado de anomalía geopolítica. Una revolución socialista que nace a 200 kilómetros de las costas de los Estados Unidos, de su flanco sur, de su perímetro de seguridad, en la frontera de lo que a través de la historia ha sido el coto de caza, el patio trasero de los Estados Unidos, de los gobiernos de ese país. Lo cual no podía constituir sino un desafío absolutamente extraordinario.
Para colmo, en una isla, una isla de seis millones de habitantes, que no posee grandes recursos, donde el monocultivo del azúcar dependía del mercado estadounidense. Al principio de la Revolución, además del azúcar, había tabaco, café y níquel. El azúcar, que era el principal recurso, dependía del comercio con los Estados Unidos. Era el Congreso de los Estados Unidos el que determinaba las cuotas y fijaba los precios del azúcar cubano. Una terrible dependencia económica que se injertaba en la dependencia neocolonial en que se encontraba Cuba en el siglo XX; de ahí que existiera una aspiración muy fuerte a la soberanía nacional. No hay que olvidar que Cuba obtuvo su independencia muy tarde en comparación con el resto de América Latina.
En plena Guerra Fría, la Revolución tuvo que hacer frente a las agresiones imperiales. Para ello se une a lo que entonces se denominaba el campo socialista. La Revolución contaba con un apoyo popular abrumador, pero su supervivencia dependía en particular de la ayuda de la Unión Soviética. La sardina enfrentándose al tiburón, como dice la fábula. Habida cuenta de la correlación de fuerzas, al inicio, la posibilidad de que, en condiciones normales, esa revolución sobreviviera era casi inexistente. La excepcional dirección revolucionaria que había derrotado a la dictadura tuvo que hacer frente a desafíos estratégicos, a desafíos geopolíticos.
En ese contexto, la posibilidad de supervivencia a largo plazo de la Revolución entrañaba la necesidad de que en América Latina la acompañaran otras revoluciones. Así lo comprendieron los dirigentes cubanos, en particular Fidel Castro y Che Guevara. Era ese el sentido de las dos Declaraciones de La Habana. La cordillera de los Andes iba a ser la Sierra Maestra latinoamericana. Era un llamado a la insurrección. De ahí que se prestara ayuda a la insurgencia latinoamericana. Porque los dirigentes cubanos comprenden que no pueden marchar solos. Defenderse solos era difícil y la ayuda que recibían de la Unión Soviética y de China no estaba exenta de contrapartidas, contrapartidas políticas que con el paso de los años resultarían problemáticas.
Cuando se habla de Cuba, de sus dificultades actuales, de su evolución tras seis décadas de Revolución, tenemos que empezar por analizar todo eso. Es obvio que se puede hablar en este caso de un talón de Aquiles, de una debilidad terrible. Por eso hay que contextualizar, explicar, lo que no significa que a la dirigencia haya que darle el sello de aprobación, que haya que absolver a nadie.
Hay errores que no son consecuencia del embargo estadounidense, que son producto de la herencia del sistema soviético. La ayuda de la URSS fue decisiva al principio de la Revolución, pero a largo plazo fue un desastre. Moscú tenía un intermediario político en Cuba y ese intermediario era muy poderoso. El Partido Socialista Popular (PSP), es decir, el antiguo partido comunista de Cuba, contaba con militantes, contaba con cuadros, con un aparato político experimentado, una organización estructurada, lo cual no era el caso del Movimiento 26 de Julio. El PSP importó a Cuba prácticas políticas inspiradas en el estalinismo, cuyas consecuencias se hicieron sentir cuando se produjo el desplome de la Unión Soviética.
Aun así, en Cuba, a nivel oficial, jamás se ha hecho un análisis del saldo del estalinismo. Lo cual explica muchos errores. Sin embargo, las crisis que al principio de la Revolución tuvieron lugar en relación con el PSP podrían haber permitido profundizar en esos procesos. La llamada crisis del sectarismo, la microfracción, el juicio a Marcos Rodríguez… fueron todas oportunidades parcialmente perdidas, que se redujeron a episodios coyunturales en los que se dirimían responsabilidades individuales, sin indagar por las causas estructurales de esos acontecimientos.
Para responder a la segunda parte de tu pregunta, se observa hoy una voluntad de reflexión histórica y política por parte de militantes, de dirigentes políticos, de intelectuales, un análisis, una investigación crítica a fin de soltar esos lastres, de abandonar esa herencia negativa. Resulta muy lamentable, sin embargo, que no se haya sabido distinguir entre una disidencia dispuesta a alinearse con los intereses del Gobierno de los Estados Unidos, por un lado, y, por el otro, la expresión crítica desde el punto de vista político y cultural de las nuevas generaciones que revelaba la necesidad de hacer cambios en el sistema político e institucional.
Habrá que hacer cambios en ese sistema sin por ello olvidar las restricciones y las limitaciones que las severas sanciones estadounidenses suponen para la democracia. Solo que esas sanciones no justifican que se excluya de la universidad a ningún profesor porque no siga la línea del Partido, como llegó a decir la Viceministra de Educación Superior. Según ella, ¡no se puede ser profesor si no se está de acuerdo con la línea del Partido! Lo cual es una aberración total. También son censurables las sanciones contra determinados artistas. No es mediante actos de represión que se debe lidiar con las diferencias políticas (siempre que estas no sean violentas). El hecho de que no se hayan hecho esos análisis explica por qué hoy muchos jóvenes identifican el socialismo con la falta de libertad, con la represión.
Para seguir citando de tu artículo, cuando dices que «[a]l cabo de los años la sociedad cubana se ha diversificado social y culturalmente [y] se ha fragmentado políticamente» tocas un tópico que se ha convertido casi en artículo de fe para quienes, desde esta o aquella otra perspectiva ideológica o política, no ven alternativa a la inevitabilidad de cambios que irían mucho más allá de las reformas en marcha o de posibles reformas dictadas por la necesidad de resistir, sobrevivir y superar la crisis.
En otro lugar me he referido al hecho de que esa diversificación no era ni inevitable ni necesariamente endógena ni tenía por qué traducirse en fragmentación política. En otras palabras, la tan llevada y traída diversificación es a la vez efecto y causa de la quiebra del consenso social y político otrora tan mayoritario que se hubiese dicho irreversible. Para mí es obvio que detrás de palabras como «cambios ineludibles», dígalas quien las diga y desde donde las diga, se secreta, cada vez menos secretamente, un deseo y un imaginario capitalistas y constitutivamente contrarrevolucionarios, imposibles de satisfacer sin un cambio de régimen, aun cuando este ocurra sin una intervención directa de los Estados Unidos.
¿Podrías establecer nexos más claros o directos entre esa diversificación social y cultural y la fragmentación política a la que aludes? ¿Queda margen en Cuba para la reconstitución del consenso sin que la condición sine qua non de esa reconstitución sea un cambio de régimen político?
Creo haber respondido en parte a esa pregunta en mi respuesta anterior. En el mundo de hoy no me parece realista la idea de una sociedad socialmente homogénea. Los cambios civilizatorios que estamos viviendo, los avances tecnológicos, la globalización, abren paso a una gran diversidad social, por no hablar de los efectos de las opresiones transversales que están dando lugar a nuevas movilizaciones populares, al auge del feminismo, al reconocimiento cada vez mayor de las personas LGBT, etc.
Todo eso ocurre como consecuencia de la globalización capitalista. Todos esos cambios deberán encararse desde una perspectiva de consenso, de emancipación, y no de división. En teoría, el socialismo debe hacerlos suyos. Como ya he dicho, no ha sido ese el caso. Tenemos que entender por qué. En la situación actual de Cuba, la conceptualización de las reformas económicas y su aplicación han sido muy negativas. Han agravado las desigualdades, el racismo, las frustraciones de los jóvenes. Se necesitan reformas, pero no solo económicas. Lo que se ha llamado la «actualización del socialismo» ha sido una actualización burocrática, decidida desde arriba.
El consenso revolucionario se asentaba en dos pilares: la soberanía nacional, por un lado, y la justicia social, la solidaridad, la igualdad, por otro. Ahora la igualdad se ve cuestionada por la propia concepción de las reformas y se ve menoscabada por las consecuencias de la unificación monetaria tal como esta se ha llevado a cabo. Como decimos en francés, no hay que cortar la rama en la que estás sentado. Cambio político no significa cambio de régimen, no significa vuelta al capitalismo… todo depende de los cambios políticos que se quieran hacer.
En los primeros años de la Revolución, la gran mayoría de la población estaba de acuerdo con las propuestas de los dirigentes del país, tanto en lo social como en lo político. A pesar de las dificultades, antes de la caída de la Unión Soviética se elevó el nivel de vida de los más pobres y de los trabajadores. Funcionaba la movilidad social. La educación masiva y la campaña de alfabetización transformaron las condiciones de vida en el campo. Es cierto que se vivía una vida sobria, incluso austera, pero no por ello había dejado de ser un paso adelante para millones de personas, por no hablar del establecimiento de un sistema universal y gratuito de salud pública, algo que nunca antes había existido.
El reconocimiento de esos avances no era unánime: las minorías privilegiadas del antiguo régimen se marcharon del país y muy pronto los primeros exiliados comenzaron a llegar a los Estados Unidos. Pero hay que señalar que, más allá de esas conquistas sociales, existían ya prácticas políticas muy cuestionables, sobre todo con respecto a los artistas y los intelectuales. Prácticas políticas heredadas de concepciones estalinistas provenientes de la Unión Soviética. Esas prácticas eran transmitidas por los cuadros del antiguo PSP.
Además de la crisis del sectarismo en 1962, tuvieron lugar varias polémicas en el plano artístico. En 1963, Blas Roca, que había sido secretario general del PSP, sometió a una virulenta crítica la película de Federico Fellini La dolce vita, a lo que Alfredo Guevara, Director del ICAIC, terminó respondiendo de manera mordaz. Años más tarde, en 1970, se prohibió la excelente revista de ciencias sociales Pensamiento Crítico. Esa decisión anunciaba lo que el escritor Ambrosio Fornet llamaría el quinquenio gris y otros llegaron a calificar de decenio gris.
Ese complejo y a veces inestable equilibrio político se rompió tras la caída de la URSS. A partir de los años 1989 y 1990, se derrumba todo un sistema. Con la implosión de la Unión Soviética, toda una serie de referencias y certidumbres se desmorona. Desaparece el marco ideológico de la Revolución. Era necesario entender lo que había sucedido, organizar debates sobre las causas de ese desplome y sobre cuáles habían sido los errores. Fidel así lo reconoció: «Hemos copiado», dijo. Pero no bastaba con decirlo. Era necesario explicar lo que se había «copiado» para poder combatirlo, reconocer los errores y reflexionar sobre los cambios que era necesario hacer desde la perspectiva de un socialismo democrático, no de una vuelta al capitalismo. Es cierto que entre una minoría nunca ha dejado de estar presente la contrarrevolución, pero hay que combatirla por medios políticos. Como dijo el Che, las ideas se combaten con ideas, no censurándolas.
Debo referirme ahora a la cuestión del pluripartidismo. En Cuba, en las condiciones actuales, mientras haya fondos de financiación procedentes de Miami o de la National Endowment for Democracy (NED) de los Estados Unidos, cuyo objetivo declarado es provocar un cambio de régimen, lograr el derrocamiento del régimen actual, no es posible aceptar la existencia de organizaciones políticas financiadas por esos fondos. Sin embargo, lo que sí se puede hacer es organizar debates en el seno el partido y fuera de él, como ocurre ahora en blogs y otros medios.
¿Explica la diversificación social la fragmentación política? En parte. Cuando la sociedad está unida y cohesionada por la lucha contra un enemigo común, es menos propensa a dividirse políticamente. Es lo que suele ocurrir en épocas revolucionarias, es decir, en circunstancias excepcionales. ¿Por qué? Porque los intereses sociales individuales pasan a un segundo plano frente al interés general. Fue ese el caso de Cuba durante los primeros años de la Revolución. Pero en épocas «normales» ninguna sociedad es homogénea. Cuando se intenta imponer esa homogeneidad fuera de períodos excepcionales, se cae en el totalitarismo.
Cuando en Cuba se habla de «cambios ineludibles», se observa una gran ambigüedad. Que las reformas económicas son necesarias es un hecho innegable, si bien existen diferentes concepciones de las reformas. Se intenta justificar una concepción mercantil de las reformas económicas, al tiempo que se pasan por alto reformas políticas igualmente necesarias. Ahora bien, no existe una concepción genérica de las reformas económicas. Las reformas hasta ahora aplicadas han dado lugar a nuevas categorías sociales con intereses específicos. Los cuentapropistas no tienen los mismos intereses que los trabajadores a quienes emplean. Ciertos discursos equiparan los intereses del jefe de una pequeña empresa o de un pequeño restaurante y los de los empleados, a veces sobreexplotados. En Cuba, entre las pequeñas y medianas empresas las hay que pueden tener hasta cien empleados. Los salarios combinados de cien empleados no son iguales a las ganancias del dueño. De modo que existen intereses sociales antagónicos y esos antagonismos se traducen de diferentes maneras en el plano social y político.
En el plano social, hay que proteger y defender a los trabajadores. La represión no es una respuesta a esas contradicciones. La respuesta es política y pasa por el establecimiento de un sistema democrático. Es cierto que esa sigue siendo una respuesta abstracta, algebraica y general, a una pregunta a la que históricamente no se le ha podido dar una respuesta satisfactoria, pues los llamados regímenes socialistas fracasaron estrepitosamente en ese sentido y, de ese modo, propiciaron la ofensiva de la derecha liberal.
El pluralismo es una condición del consenso. No es un lujo de la pequeña burguesía. También es una condición para la eficacia de las reformas, especialmente las económicas. La forma en que se ha llevado a cabo la unificación monetaria ha suscitado numerosas críticas. No puedo volver sobre este problema aquí, pero algunos de los errores podrían haberse evitado si se hubiera escuchado a algunos economistas. Y también a algunos sociólogos.
Tomemos como ejemplo el nuevo Código de las Familias. Provocó numerosos debates. Entre febrero y abril se llevó a cabo una amplia consulta en el país sobre el Código y finalmente este se aprobó. A ese respecto el corresponsal de AFP escribió: «Barrio por barrio, Cuba debate el matrimonio gay y la maternidad subrogada». La iglesia católica se opuso, al igual que los evangélicos. Hubo una época en que en Cuba se reprimía a los homosexuales, pero hoy es posible constatar los avances logrados en ese sentido gracias a los esfuerzos, entre otros, de Mariela Castro. La aprobación del Código de las Familias es una medida consensuada a pesar de las diferencias.
La nueva Constitución, aprobada a principios de 2019, que también ha generado numerosos debates, sigue sin aplicarse cabalmente, sobre todo lo dispuesto en su artículo 56, que garantiza «los derechos de reunión, manifestación y asociación, con fines lícitos y pacíficos» (aunque con una salvedad: «siempre que se ejerzan con respeto al orden público y el acatamiento de las preceptivas establecidas en la ley»). Si ese artículo sigue siendo letra muerta, el precio será alto. Las instituciones deben ser representativas de la diversidad y la complejidad de la sociedad cubana actual.
Se suele establecer una relación de continuidad entre la sentada del 27 de noviembre de 2020 y las manifestaciones y los actos de vandalismo del 11 de julio de 2021; también se lo hace entre quienes son movilizados por la protesta contra el Decreto Ley 349, por un lado, y, por el otro, Luis Manuel Otero Alcántara, Denis Solís y Maykel Osorbo —los mencionas por su nombre en tu artículo— quienes, más allá de su estatura o importancia como artistas, políticamente al menos son irrecuperables para todo proyecto que se detenga a las puertas de la reanexión de facto de Cuba a los Estados Unidos. Me atrevería a decir que Alcántara, Solís y Osorbo apenas rebasan la categoría de mano de obra política barata del establishment de la actual industria político-cultural de Miami, de Otaola a «Patria y Vida».
Dicho esto, la inmensa mayoría de quienes salieron a la calle el 11 de julio no eran artistas ni escritores ni intelectuales abiertos o veladamente hostiles o desde un principio ajenos al proyecto revolucionario. Como siempre, estos últimos están tratando de capitalizar en su provecho los acontecimientos del 11 de julio. Por otra parte, sería ingenuo e irresponsable desconocer que los manifestantes del 11 de julio son solamente la punta del iceberg, o por lo menos de algún iceberg capaz de hacer encallar y hundirse la nave.
¿Cómo empezar a recuperar ahora mismo a esa masa para el proyecto revolucionario y dejar de regalársela a Miami y, por ese medio, a Washington? ¿No es esa precisamente la tarea a la vez más ardua y urgente de la Revolución? ¿Acaso no es una ilusión fatal imaginar que haya que esperar a poder llenarles el refrigerador para poder volver a ocupar su conciencia política?
En Cuba hay dificultades de todo tipo. No diría que estamos ante un círculo vicioso, pero sí casi ante la cuadratura del círculo. A Cuba se le exige que satisfaga normas democráticas al mismo tiempo que el país, estrangulado económicamente por el embargo, ha sufrido terriblemente por la pandemia. Ahora bien, los efectos de la pandemia se han visto agudizados por la estrategia económica aplicada; en particular, por la prioridad otorgada al turismo.
Son muchos los elementos que entran en juego para entender lo que ocurrió el 11 de julio de 2021. En primer lugar, la crisis económica como consecuencia de las sanciones y del embargo. Nunca se insistirá lo suficiente. Jamás ningún otro país ha permanecido sujeto a sanciones por tanto tiempo. A lo cual se suman errores de política económica. La población sufre. Hay mucha pobreza hoy en Cuba, además de desigualdades cada vez mayores.
Las manifestaciones del 11 de julio fueron la expresión de una contestación social. La mayoría de las personas que salieron a la calle eran gente pobre. También protestaban contra lo que percibían como injusticias. Algunas decisiones económicas son impopulares, como el hecho de tener que disponer de divisas, de una tarjeta de crédito, para poder comprar productos de primera necesidad. Lo cual entra en contradicción con la tradición igualitaria y solidaria de la Revolución Cubana, tradición que ha sido fundamental para la supervivencia del régimen. ¿De dónde vienen los dólares? De Miami, de familiares en el extranjero, del comercio, etc. Importantes sectores de la población no disponen de dólares, lo que ha llevado a una erosión de la legitimidad del Gobierno. A ello se ha sumado la forma en que se ha gestionado la Tarea Ordenamiento, el aumento de los precios, la inflación. A veces resultaba difícil sentarse a ver las emisiones de la Mesa Redonda, pues estas parecían ignorar las preocupaciones de los cubanos. Desde luego, las manifestaciones del 11 de julio también se instrumentalizaron. Se escucharon gritos de ¡Abajo la dictadura! o ¡Viva la libertad! Esos gritos estaban localizados, provenían de grupos muy concretos.
La expresión dominante era la de una explosión social. Sin embargo, es preocupante que una minoría piense que lo que hace falta es ponerse de acuerdo con los Estados Unidos, que la única manera de solucionar la crisis cubana es volviendo al capitalismo. A todo lo cual se añade la contestación proveniente de sectores intelectuales y artísticos y que halló expresión en noviembre de 2020 durante una sentada frente al Ministerio de Cultura (si bien, en su mayoría, esos manifestantes no se identificaban con las posiciones de Luis Manuel Otero Alcántara o Maykel Osorbo).
Corear Patria y Vida en contraposición a Patria o Muerte, divisa de Fidel Castro, es distorsionar el significado de una consigna revolucionaria nacida de un contexto histórico. Si se reivindican a la vez la patria y la vida, habría que empezar por dirigirse a la administración de los Estados Unidos, pues es a ella a la que corresponde reconocer el derecho a la vida y a la existencia de la nación cubana.
¿Cómo recuperar el apoyo popular en ese contexto? No estoy del todo de acuerdo con tu último comentario: «¿no es ilusorio pensar que primero hay que llenar los refrigeradores para que también se avance en la conciencia política?». Llenar los refrigeradores no es garantía de que se vaya a avanzar en la conciencia política, pero salvo casos excepcionales es una condición necesaria, aunque no sea suficiente. Es muy importante llenar los refrigeradores. Estoy profundamente en desacuerdo con el sistema político chino, pero los dirigentes chinos han comprendido que, a diferencia del capitalismo, el socialismo debe garantizar la supervivencia alimentaria de todos, a lo que me permito añadir el progreso social. Todavía no lo han conseguido, queda mucho por hacer, tienen 1400 millones de bocas que alimentar.
Así que no se trata solo de llenar los refrigeradores, sino de que la gente se instruya, tenga un empleo, pueda educar a sus hijos y acceder a una atención sanitaria adecuada, cosa que el capitalismo no hace. Por ello, las reformas económicas deben concebirse desde esa perspectiva, la de una sociedad diferente, la de un proyecto alternativo.
Decir esto no es negar las transiciones necesarias, que pueden ser largas, ni negar que puede haber retrocesos y que se pueden producir reveses. A menudo se cita el ejemplo de la Nueva Política Económica (NEP) en la Unión Soviética, los primeros años de la Revolución de Octubre. Hay que explicar la necesidad de reformas, de conceder espacio al mercado y al sector privado, sin devaluar por ello la importancia del sector público. El discurso que acompaña a las reformas en curso, en favor de la equidad y contra el «igualitarismo», el hecho de que las subvenciones se conciban como una caridad reservada a los más pobres, es un discurso impregnado de neoliberalismo, un discurso contraproducente que alimenta el escepticismo y la desmoralización.
En tu artículo hablas de la «crisis del [Partido Comunista de Cuba], camisa de fuerza política esclerotizada» y de «crisis generacional tras el prolongado mantenimiento en el poder de la generación histórica». Y a renglón seguido añades: «Los debates ideológicos que atraviesan a la izquierda continental, el nuevo constitucionalismo latinoamericano, las exigencias ecológicas, el reconocimiento de las minorías LGBT, permean a las nuevas generaciones cubanas a contracorriente de los discursos oficiales».
¿Podrías extenderte algo en tu visión de esas crisis sucesivas o paralelas, la del Partido y la generacional? ¿Ha dejado de ser el Partido lugar de poder político o de influencia ideológica reales? ¿Lo fue alguna vez? Y, en ese caso, ¿quién o qué lo ha reemplazado? Por otro lado, podrá una izquierda que se llame a sí misma revolucionaria —por no decir ya comunista— definirse a partir de temas o causas como el nuevo constitucionalismo latinoamericano, las exigencias ecológicas o el reconocimiento de las minorías LGBT? ¿Acaso desde una perspectiva estrictamente revolucionaria no está Gabriel Boric a la derecha de Salvador Allende?
En Cuba los guerrilleros no solo llegaron al poder, sino que además hicieron la revolución social, cultural y geopolítica más radical en la historia de América Latina y la han defendido por décadas; el argumento de que también ellos se han mantenido en el poder es malicioso y banal, pues en todo caso no lo hicieron para construirse palacetes como Saddam ni para privar a Cuba de la capacidad de producir vacunas contra la COVID-19, lo que no pudo hacer la mayoría del mundo industrializado. ¿No deberá Cuba, entonces, seguir alimentándose de su excepcionalidad y su singularidad en vez de diluirse en una izquierda latinoamericana o bien sectaria y minoritaria o bien socialdemócrata, si no ya, en los hechos, neoliberal?
¡Esas no son en realidad preguntas, sino más bien afirmaciones! Empezaré por retomar una cita de mi artículo. Juan Valdés Paz escribe: «La Revolución cubana ha transitado con un alto nivel de legitimidad; es decir, ha tenido una alta capacidad de construir un consenso mayoritario en la población (…), [pero] la historia como fuente de legitimidad va perdiendo su peso relativo en el tiempo (…), sin olvidar las crisis sufridas (…). Por eso el tema del desarrollo democrático y el debate que hacemos ahora, en este momento, sobre la democracia es tan relevante para el destino de la Revolución, para su legitimidad futura (…) [N]o solamente nos tenemos que curar de [la] experiencia histórica liberal [de la República dependiente], sino también de las experiencias de las llamadas “democracias populares”, las que no desaparecieron casualmente. Y no hemos reflexionado suficientemente (…) acerca de por qué desaparecieron».
Ella resume perfectamente lo que quiero decir. El Partido Comunista de Cuba —su Comité Central— se fundó en 1965. Su primer congreso tuvo lugar en 1975. Han pasado más de 50 años. Las nuevas generaciones, educadas gracias a la Revolución, viven en un contexto nacional e internacional por completo diferente. Sus aspiraciones profesionales, políticas y culturales ya no son las de sus mayores. Lo que da lugar a muchos malentendidos. El acceso a Internet ha ocasionado un verdadero trastorno. El contraste con los medios de comunicación oficiales es esclarecedor. ¿Por qué los debates que tienen lugar en los blogs no tienen lugar también en el seno del Partido, en las organizaciones de masas, en los medios de comunicación? Hay una especie de parálisis interna, de bloqueo, por temor a enfrentarse a debates contradictorios.
Me preguntas si el Partido ha tenido alguna influencia política o ideológica reales en el pasado. Por supuesto. No solo a nivel nacional, sino también, en los años 60, a nivel internacional, y durante un tiempo mucho más prolongado en América Latina. Al principio de la Revolución eran tres sus actores políticos: el Partido Socialista Popular, el Movimiento 26 de Julio y el Directorio Revolucionario. Existía una diversidad política en el campo revolucionario. La fusión de esas tres corrientes dio lugar a un partido único. Al principio, el Partido se construyó de forma original, a través de un singular proceso de selección de sus militantes por elección de los trabajadores, en función de la actitud ejemplar en el trabajo y de la consagración de los candidatos. Poco a poco, el PCC fue cambiando, se hizo monolítico, se acercó a la concepción estalinista, no a la bolchevique, y se burocratizó.
En ese sentido es revelador que, a pesar de numerosas exhortaciones a separar el Partido y el Estado, a pesar de las tentativas de hacerlo, jamás se logró ese objetivo. Es ese un factor de mucho peso en la burocratización. Una última observación: quien se convierte en líder del nuevo partido comunista, quien sustituye a Blas Roca —exsecretario general del PSP—, se llama Fidel Castro. Sería interesante analizar las razones de esa sustitución. Recordemos que ese nuevo partido se llama Partido Comunista, ya no se llama Partido Socialista Popular, lo cual no es neutral, ni es anecdótico. El antiguo PSP estaba desacreditado entre la población. Al mismo tiempo, se afirma la identidad comunista del nuevo partido.
Fidel Castro no tiene, ni mucho menos, los mismos antecedentes que su predecesor. Es el fundador del Movimiento 26 de Julio, que no es un partido y que está mucho menos estructurado que el PSP (con la salvedad de que Fidel, él solo, es casi un partido político). Fidel es un líder con una visión estratégica, con un proyecto político que no se puede equiparar solamente con el partido. ¿Qué es el fidelismo, que es el castrismo? No son preguntas fáciles de responder. No es una teoría, ni una doctrina. Algunos historiadores lo han calificado de jacobinismo latinoamericano. Es un nacionalismo radical, un antimperialismo, un internacionalismo latinoamericano proyectado sobre todo el continente. Cuando digo que ese partido se burocratizó, es necesario analizar en detalle su funcionamiento y diferenciarlo, por ejemplo, del PCUS. Fidel tiene sus propias redes, que son redes paralelas, Fidel pasa por encima de las instituciones, en la creencia de que lucha contra la burocracia. La concepción de Raúl es muy diferente.
A partir de 2006, Fidel se ve debilitado por la enfermedad. Raúl lo sustituye por un equipo de dirección muy diferente, aumenta el peso del Ejército, del que se había rodeado Raúl cuando era Ministro de las Fuerzas Armadas. Raúl impone un funcionamiento institucional más estable, más fiable, menos arbitrario. Pero no tiene la capacidad de convocatoria y de movilización que tenía Fidel. «Oímos poco de él, no está lo suficientemente presente», me decía un funcionario. Ya en 2004, el investigador Aurelio Alonso había subrayado «las consecuencias negativas para el modelo de distribución igualitaria (en los años 80 la proporción de los ingresos más altos en relación con las más bajos era de aproximadamente 4,5 a 1)[1]» de las medidas aplicadas tras la caída de la URSS. Sin embargo, las reformas económicas impulsadas por Raúl Castro iban a tener consecuencias todavía más graves, pues habrían de socavar la legitimidad de la dirigencia entre los sectores más afectados. La institucionalización era necesaria, pero se vio acompañada de la deslegitimación. El espíritu revolucionario, el proyecto revolucionario, ha perdido lustre al mantenerse el viejo modelo político.
En cuanto a tu última pregunta: ¿No debería Cuba seguir afirmando su excepcionalidad, su singularidad, en lugar de diluirse en los debates latinoamericanos? Es una cuestión muy interesante, pero ¿a condición de qué se puede mantener hoy la excepcionalidad cubana? ¿Puede Cuba apoyarse en las experiencias en curso en América Latina? Debe inspirarse en ellas, pero no copiarlas.
En la actualidad existen varias tendencias en la izquierda latinoamericana y dos grandes orientaciones, aunque sea un poco reductor plantearlo en esos términos. Hay una corriente sectaria, dogmática, que combina la apertura al mercado y un régimen autoritario: el nicaragüense Ortega, en parte el venezolano Maduro, un sector de la dirección cubana. Y hay otra orientación, ciertamente más democrática, abanderada de un reformismo más o menos radical: en Chile, por ejemplo, con Gabriel Boric, y en Brasil con Lula, si este fuera reelegido (con Alckmin como vicepresidente). Sin dejar de mencionar los casos particulares de Pedro Castillo en Perú, de Alberto Fernández en Argentina, o de Gustavo Petro en Colombia, que añaden matices al panorama. La fuerza de los movimientos sociales ha permitido a la izquierda obtener victorias electorales —los casos de Bolivia y Chile son emblemáticos—, pero, a diferencia de la Revolución Cubana, ninguno de los gobiernos surgidos de esas victorias ha sido capaz de impulsar un proyecto revolucionario.
Lo cual nos lleva a interrogantes de carácter estratégico. Así ya lo señalaba, en marzo de 2009, Aurelio Alonso, quien se cuestionaba si Cuba podía ofrecer un modelo alternativo e insistía, en cambio, en la necesidad de reinventar el socialismo del siglo XXI, de construir una sociedad que representara una alternativa a los esquemas neoliberales de dominación y a los del socialismo del siglo XX, cuyo fracaso es evidente. Una de las lecciones más claras de la caída del modelo soviético —continuaba Aurelio— era la de que el socialismo no podía existir sin democracia, mientras que uno de los retos a que se enfrentaba Cuba era construir una democracia de tipo socialista a partir de las instituciones existentes[2]. Eso lo decía Aurelio en 2009. La izquierda cubana dice hoy lo mismo. Las dificultades con que han tropezado plataformas como Alma Mater y La Tizza demuestran que el PCC tiene grandes dificultades para aceptar críticas y análisis de la realidad cubana que difieran de los suyos, incluso si emanan de sus propias filas y de sus propios militantes.
En toda la izquierda internacional tiene lugar hoy un debate sobre el socialismo. Me sorprende que en Cuba no siempre se sopese lo que fue el estalinismo, el papel que jugó en el desplome de la Unión Soviética. En todo el mundo el proyecto revolucionario se pone hoy en tela de juicio. En China hay un partido que se llama a sí mismo Partido Comunista, pero de cuya dirección pueden formar parte multimillonarios; si se observan las prácticas de ese partido, entonces la posibilidad de acceder a una sociedad diferente, más emancipada, a las claras ve menoscabada su credibilidad.
Por su parte, el proyecto socialdemócrata tampoco es viable, al menos en Francia y en el resto de Europa. El proyecto socialista fue destruido en la URSS y habrá que reinventarlo, también en Cuba. Hay que integrar todas las opresiones, todas las discriminaciones, en particular el resurgimiento del racismo —que no había desaparecido en Cuba—, todas las reivindicaciones, incluidos los nuevos feminismos. Las investigaciones realizadas en Cuba sobre la marginalidad, la movilidad social y la reproducción de la pobreza asociada con el color de la piel demuestran que la población negra se ha visto muy afectada. Como señala el activista antirracista Roberto Zurbano Torres, «ha empeorado su situación, no solo por las últimas inclemencias económico-sanitarias; sino [también] por la falta de una mirada crítica y autocrítica del gobierno a la situación racial en Cuba (…) No olvides que antes era prohibido abordar el tema racial» («Cosas de negros, negocios de blancos», La Joven Cuba, 9 de junio de 2022).
Para renovar el socialismo hay que elaborar un proyecto que articule esas opresiones transversales, hay que hacer la crítica de las experiencias históricas y hay que apoyarse en las movilizaciones populares, a menudo de una gran fuerza, pero que tropiezan con la ausencia de una salida, de una perspectiva política emancipadora. Tenemos que entender por qué.
En tu artículo también haces referencia, de pasada, a «la ayuda parsimoniosa de Rusia» y a «la ayuda interesada de China». Y añades: «Condenada [Cuba] a la supervivencia, ¿puede resistir sola esta isla?». Me gustaría que abundaras un poco más en el estado actual de las relaciones entre Cuba y los únicos dos aliados poderosos que le quedan. Por otro lado, ¿qué importancia o valor geopolíticos tiene hoy Cuba para el mundo, en particular para las izquierdas latinoamericana y occidental? ¿Es Cuba hoy una suerte de albatros sentimental o de lastre moral para esas izquierdas? ¿O la solidaridad con Cuba va más allá del antimperialismo? Es decir, con todo el cúmulo de problemas a que se enfrenta Cuba y con todo el desgaste —justificado o no, inevitable o artificialmente inducido— de la imagen de Cuba y su Revolución, ¿sigue siendo Cuba un puesto de avanzada de la izquierda revolucionaria mundial?
¿Podrá Cuba sobrevivir sola? El mero hecho de plantear la pregunta es angustioso. Me preocupa mucho esa cuestión. En el mundo de hoy, tal como lo conocemos, la respuesta es más bien negativa. Desde el punto de vista geopolítico, la correlación de fuerzas no es favorable. Cuba está al lado de Miami, de Florida, bastión de la derecha anticastrista que tiene tanto peso en las elecciones estadounidenses. Cuba necesita aliados en América Latina. Tiene algunos, como acabamos de ver en la Cumbre de las Américas celebrada en junio en Los Ángeles, pero la izquierda latinoamericana está dividida. El nuevo Presidente chileno Gabriel Boric, en su discurso de investidura, se distanció de Cuba. Venezuela está debilitada.
A nivel internacional, ¿con quién puede contar Cuba hoy? ¿Con Rusia? Putin es un aliado, importante sobre todo en el plano militar, pero es un aliado fundamentalmente interesado en la posición geopolítica de Cuba dentro del perímetro de seguridad de los Estados Unidos. Sin embargo, ahora mismo, el Gobierno de Putin está debilitado por la invasión a Ucrania. También China es un socio muy importante en el plano económico, pero los dirigentes chinos son gente muy preocupada por sus propios intereses; «los chinos son hombres de negocios», me dijo un amigo cubano. Parece que ni siquiera respondieron a la solicitud que les hizo el Gobierno cubano de medicamentos que estaban en falta durante la pandemia.
Fidel Castro y el Che tenían una convicción política común, una convicción «bolivariana», compartida por Chávez: la de la necesidad de la integración latinoamericana como condición para el desarrollo autónomo sostenible del subcontinente frente a su dominación por los Estados Unidos. La globalización agudiza todavía más esa necesidad, teniendo en cuenta lo que escribió René Dumont ya en 1964: «no hay tarea más difícil que construir el socialismo en países subdesarrollados» (Cuba, socialisme et développement, París, Éditions du Seuil, 1964).
Me preguntas si Cuba representa todavía un puesto de avanzada del socialismo. La respuesta es no. En los años sesenta, la experiencia cubana era un modelo para muchos jóvenes revolucionarios. ¿Por qué no lo es hoy? Creo haberme referido a ello en mis respuestas a preguntas anteriores. Desde la implosión de la URSS, el socialismo se ha visto bastante desacreditado, pues se lo identifica con el «socialismo real», con el estalinismo, con un régimen totalitario.
Cuba sufre hoy las consecuencias de todo ello y ha dejado de ser una referencia mundial. Es cierto que también han jugado su papel las campañas mediáticas orquestadas contra Cuba, las denuncias selectivas que varían según las circunstancia. Pero ello no basta para excusar los errores que se cometen. Pongamos como ejemplo las penas de prisión impuestas a jóvenes que se manifestaron el 11 de julio de 2021. No se puede equiparar a quienes quemaron automóviles, cometieron agresiones físicas contra establecimientos o policías, con quienes se manifestaron pacíficamente, en protesta contra las terribles dificultades de la vida cotidiana. No se puede encarcelar a nadie, y menos todavía a menores, por haberse manifestado pacíficamente. No es de extrañar entonces que la prensa internacional se aproveche de esa situación para denigrar al régimen cubano y equipararlo con el de Nicaragua o identificarlo con el de Putin. Afortunadamente, ha habido avances; por ejemplo, en lo que respecta a la pena de muerte. No se ha abolido de manera oficial, pero existe una moratoria de facto. Si no me equivoco, no ha habido ejecuciones desde 2003.
Volviendo sobre mi pregunta, ¿qué representa Cuba para China, por ejemplo? Si se perdiera Cuba, ¿constituiría ello una gran pérdida para China? Sabemos que desde el punto de vista geopolítico, en los sesenta Cuba era estratégicamente muy importante para la Unión Soviética. O sea, si bien Cuba ha dejado de ser una referencia ideológica, ¿ha perdido también valor geopolítico?
La importancia geopolítica de Cuba sigue siendo muy grande. No es poca cosa encontrarse en el centro del mediterráneo americano, en el patio trasero de los Estados Unidos, a 200 km de Florida, el flanco sur de los Estados Unidos. Los vínculos con Rusia son sustanciales. La Habana recibe ayuda militar. Rusia está ayudando a mejorar la red ferroviaria. Moscú ha renegociado y aplazado el pago de la deuda cubana. En medio de la crisis actual, con las secuelas de la pandemia, con el mantenimiento de las sanciones impuestas por Trump, no se podía exigir a Cuba que reembolsara la deuda. Pero esa ayuda financiera no es desinteresada. Cuba es un aliado, influyente en América Latina y en otros países del Sur, como podemos ver en las votaciones de las Naciones Unidas. También lo vimos en la reciente Cumbre de las Américas en Los Ángeles. Varios líderes latinoamericanos criticaron —con su ausencia o en sus discursos— la exclusión de Cuba.
Putin instrumentaliza esa situación. Recordemos que en cuanto Washington se percató de que los dirigentes soviéticos habían instalado cohetes y armas nucleares en Cuba en octubre de 1962, tomó represalias y colocó al mundo frente a una prueba de fuerza mayor. El mundo estuvo al borde de la guerra nuclear, ya que la presencia de misiles soviéticos en Cuba alteraba el equilibrio estratégico. No quiero hacer una analogía con lo que ocurre hoy en Ucrania. Es fácil comprender que un misil tarda más en viajar de Moscú a Washington que de La Habana a Washington. En cierto modo, Washington es la puerta de al lado. Para resumir, recurramos al lenguaje de las finanzas: Cuba es una buena inversión, una inversión rentable que todavía cuenta en América Latina.
China tiene una fuerte presencia en Cuba. El poder económico de China es mayor que el de Rusia. Los chinos invierten, conceden préstamos, pero hacen negocios, no hacen regalos. También a ellos les interesa tener un pie en el patio trasero de los Estados Unidos. Se muestran muy activos en América Latina, particularmente en Venezuela, que por sus recursos petroleros es un país más importante que Cuba. Aparentemente ha habido un levantamiento parcial de las sanciones contra el petróleo venezolano por causa de la guerra en Ucrania.
Desde el punto de vista estratégico, es importante subrayar el acuerdo entre Moscú y Pekín, que han formado un bloque. Ese bloque cuenta en el tablero internacional. China se ha convertido en el enemigo número uno de los Estados Unidos y ya se prevé que para 2050 se habrá convertido en la primera potencia mundial. El imperialismo estadounidense está en declive, pero el hecho de que esté en declive no significa que sea menos peligroso. Es en ese contexto que hay que entender su constante agresividad contra Cuba y contra Venezuela.
¿Dónde te encuentras hoy, política, institucionalmente? ¿Dónde está, en Francia, lo que pueda haber sobrevivido y pueda seguir siendo reserva y garante de la tradición política de la que te reclamas? ¿En qué posición se encuentra esa izquierda en Francia tras las recientes elecciones presidenciales legislativas y más allá?
Desde el punto de vista académico, sigo investigando en el Instituto de Altos Estudios sobre América Latina (IHEAL), dirijo un grupo de estudio sobre Cuba junto con el Presidente del Consejo de Administración del IHEAL, Stéphane Witkowski. En un plano más directamente político, copresido la Fundación Copernic, que es una fundación de izquierdas que se propone aglutinar las tendencias antiliberales en Francia. Y también soy miembro del Parlamento de la Nueva Unión Popular Ecológica y Social (NUPES), que es como se llama ahora la Unión Popular en la que La France Insoumise (LFI), que obtuvo el 22 % en las elecciones presidenciales, tiene mayoría. Ese parlamento reúne a casi todas las fuerzas de izquierda: los ecologistas, el Partido Comunista, el Partido Socialista y organizaciones más pequeñas, con LFI como fuerza hegemónica.
El Parlamento de la NUPES lo integran unas 500 personas designadas, personalidades políticas, sindicalistas, asociaciones, representantes de la sociedad civil. Antes de las elecciones presidenciales, la izquierda estaba muy dividida y debilitada, sin perspectivas, desmoralizada. Los resultados obtenidos por LFI, que es ahora la primera entre las fuerzas de izquierda, han alterado la correlación de fuerzas. El 22% de los votos para Jean Luc Mélenchon en las elecciones presidenciales, a pesar de la campaña mediática en su contra, es impresionante. La France Insoumise no es solo la fuerza política más popular, sino también la más radical. Es un punto de inflexión muy importante en la situación política francesa. Recordemos que no hace mucho, el Partido Socialista francés, de orientación social-liberal, era mayoritario en la izquierda. Esta vez su candidata, Anne Hidalgo, alcaldesa de París, obtuvo ¡solo el 1, 7% de los votos en las elecciones presidenciales! Así que la antigua dirección de ese partido se ha visto totalmente desacreditada, el PS está dividido.
El candidato ecologista, Yannick Jadot, no obtuvo sino el 4,6%, ya que no supo dar respuesta a las preocupaciones populares: ¿cómo combinar las demandas medioambientales y la justicia social? ¿Quién pagará la transición ecológica? Mantuvo una posición ambigua en cuanto al capitalismo verde. En lo que respecta al Partido Comunista, sigue debilitándose, su candidato prefirió hacer una campaña aparte y sectaria y obtuvo el 2,2% de los votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Para mitigar ese cuadro, hay que recordar un elemento muy negativo, el peso de la extrema derecha, que obtuvo el 18,6% de los votos a través del partido Rassemblement National, organización que ha cobrado arraigo en ciertas categorías de la clase obrera, y más del 4% a través otro partido xenófobo hostil a los inmigrantes. En la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, Macron obtuvo el 58% de los votos, pero la extrema derecha (Marine Le Pen) consiguió el 41,5%.
La agrupación de toda la izquierda bajo la bandera de Mélenchon fue una sorpresa en las elecciones legislativas que siguieron a las presidenciales. Es una gran lección. La correlación de fuerzas generada por La France Insoumise permitió agrupar a los demás partidos de izquierda, que aceptaron la esencia de su programa: un programa antiliberal. Ese impulso unitario hizo posible que el partido de Macron (¡Ensemble!) y la NUPES quedaran empatados en la primera vuelta de las elecciones legislativas con un 25,7% de los votos cada uno.
Esos resultados se vieron atenuados por la segunda vuelta de las elecciones legislativas, cuando lo que estaba en juego era si Macron obtendría una mayoría absoluta o relativa en el Parlamento. Sólo obtuvo una mayoría relativa, lo que supone una derrota para la mayoría presidencial. Muchos ministros fueron derrotados y será necesaria una remodelación ministerial. Emmanuel Macron tendrá que apoyarse en la derecha —en el partido Los Republicanos— para hacer que se aprueben sus reformas. También tendrá que contar con componentes de su mayoría —Horizontes y el Movimiento Demócrata (MoDem)— que no siempre están de su lado.
La NUPES —y, en primer lugar, LFI — se anotó un gran éxito logrando unir a la izquierda, a los Verdes, a una parte del Partido Socialista que rompió con el ala liberal y al Partido Comunista. Éxito que le valió un aumento considerable del número de diputados, que ahora asciende a 142. La coalición de la izquierda, si bien no ha obtenido la mayoría, se ha convertido en la primera fuerza política opositora en la Asamblea Nacional. La representación de La France insoumise en la Asamblea Nacional se vio reforzada tras las últimas elecciones. Obtuvo 75 de 577 escaños, frente a 17 en la legislatura anterior. El Partido Socialista obtuvo 26 escaños, Europa Ecológica-Los Verdes y sus aliados obtuvieron 23 escaños, y el Partido Comunista, 12 escaños.
Pero la incógnita radica en la capacidad de esa coalición electoral para sostenerse. El secretario general del PCF está tomando posiciones cuyo objetivo es distanciarse de Mélenchon y combatir todo lo que esté a su izquierda en favor de una orientación socialdemócrata, con la esperanza de recuperar una hegemonía perdida.
El panorama general es mixto. Por primera vez en la historia, Rassemblement National obtuvo 89 diputados en el Parlamento. En efecto, a pesar de los numerosos comunicados y de las declaraciones públicas de los sindicatos y los partidos de izquierda contra la extrema derecha, una parte de los trabajadores sigue sin interiorizar el peligro de sus proyectos y la impostura social de Rassemblement National y de Reconquista (Éric Zemmour).
El segundo elemento negativo es el peso de la abstención, que fue de más del 50 %, lo que muestra el desgaste y la crisis de las instituciones de la Quinta República. Emmanuel Macron se enfrentará a dificultades de gobernabilidad y a una mayoría inestable. Algunos ya pronostican una futura disolución de la Asamblea Nacional autorizada por la Constitución.
La situación política ha cambiado. Prueba de ello es la ferocidad de la campaña del partido de Macron y sus aliados contra la NUPES. El resultado final de ese enfrentamiento sigue siendo desconocido. Mucho dependerá de las movilizaciones sociales contra las reformas neoliberales que prepara Macron. La reconstrucción y la refundación de la izquierda están a la orden del día en Francia.
Notas:
[1] Janette Habel cita en francés de unas declaraciones hechas por Aurelio Alonso en 2004, entonces de visita en París, para Cuba Si France, asociación de solidaridad con Cuba fundada en 1990. Véase la entrevista con Aurelio Alonso (traducida por Marie-Christine Delacroix) en el número 154/155 (septiembre de 2004) de la revista de esa organización.
[2] Janette Habel parafrasea una «Nota incompleta sobre la institucionalidad» (manuscrito inédito), marzo de 2009. Sobre ese tema y de la misma época, véase de Aurelio Alonso, entre otros muchos materiales, «Hay que ‘reinventar’ el socialismo en Cuba» (entrevista), La Jornada, 17 de diciembre de 2007, y «Entrevista al sociólogo cubano Aurelio Alonso», Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas, 24 de noviembre de 2008.
Janette Habel es profesora en el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Sorbona de París. Politóloga y especialista en Cuba y Latinoamérica.
Fuente: https://jacobinlat.com/2022/07/11/que-socialismo-y-que-democracia-para-cuba/