En nuestro país, la educación se presenta cualitativamente más deficitaria que nunca. No de otro modo se explica que los egresados de las escuelas, en sus diferentes niveles, presentan serias deficiencias en su formación académica. De partida hay encuestas muy decidoras sobre este tópico. Concluyen que éstos no saben comprender lo que leen, ni escribir […]
En nuestro país, la educación se presenta cualitativamente más deficitaria que nunca. No de otro modo se explica que los egresados de las escuelas, en sus diferentes niveles, presentan serias deficiencias en su formación académica. De partida hay encuestas muy decidoras sobre este tópico. Concluyen que éstos no saben comprender lo que leen, ni escribir correctamente lo que piensan. Magros resultados para una educación que desplaza el estímulo a la creación por una mera memorización por un lado, y la mera repetición, por otro. A decir verdad, un verdadero círculo de adiestramiento, antes que de aprendizaje y verdadera asimilación de conocimiento, en sentido estricto.
Por eso, afirmar hoy que la educación chilena -y la enseñanza superior en particular-, está en crisis se ha transformado en un lugar común. Los constantes conflictos del Estado con los profesores y las movilizaciones estudiantiles de las diversas universidades, tanto particulares como públicas, que desde 2006 se vienen produciendo en el país así lo confirman. Ello también se ve reflejado en las elecciones de autoridades en las distintas universidades, donde nuevamente el tema central es el tipo de universidad que se quiere construir y el rol que deben jugar en el desarrollo cultural del país
Lo curioso del caso es que el estudiante universitario, ese nuevo y estoico esclavo moderno (¿o posmoderno?), sujeto a un proceso per formativo antes que formativo, se cree ser tanto más libre, cuanto más se encuentra ligado a las cadenas de la autoridad académica. Así se tiene por ser, el ser social más «autónomo» libre e independiente mientras que representa, directa y conjuntamente los dos sistemas más poderosos de la autoridad social: la familia y el Estado. Él es su hijo sometido predilecto y agradecido. Siguiendo la lógica del hijo sumiso, participa de todos los valores mistificados del sistema, y los concreta en su propia persona. Lo que eran ilusiones impuestas a los empleados, se convierte en ideología interiorizada y conducida por una masa de futuros pequeños cuadros.
Si la antigua miseria social ha producido los mayores sistemas de compensación de la historia (las religiones), la miseria marginal estudiantil no ha encontrado consuelo más que en las imágenes más desfiguradas de la sociedad dominante, la repetición burlesca de todos sus productos alienados. Como bien lo señala Fernando Buen Abad (El capitalismo, su educación y sus educadores): ….. «Con el argumento de que la «educación» es el gran remedio para (casi) todos los males sociales e individuales, se la usa como una de las más «respetables» trincheras ideológicas burguesas aparentemente irrefutable por su, no menos aparente, «filantropía». En realidad es un argumento hipócrita, insustentable e ilusionista» … Y sigue: «Diariamente un ejército de «educadores» serviles infesta los espacios «académicos» (públicos o privados) para hacer creer a los «estudiantes», gracias a un salario mayormente mediocre, que el «saber», autorizado por las oligarquías y sus instituciones, es la verdad revelada que los conducirá a un futuro de «bienestar» a cambio de entregar su cerebro con docilidad y servilismo»
A decir verdad, la universidad hoy se ha transformado en el espejismo de un gatopardismo académico decadente y parasitario Y lo que es más peor, avalan todo esto con títulos de pre-grado, grado, post-grado, magísteres y doctorados, una forma de mantener indefinidamente las carreras, para que el negocio de la educación se prolongue y se haga más permanente bajo el fetichismo de los títulos académicos.
Lo que se publicita en la universidad no es un conocimiento o una técnica en sentido estricto; es un gran simulacro de un supuesto saber. Los alumnos dejan de ser tales para transformarse en meros clientes que están regidos y orientados por las leyes del mercado. Así, la universidad se transforma en una pura frase publicitaria, en un simple slogan para atraer a nuevos incautos. Cuantos más mejor, así las ganancias subirán como la espuma. Las estrategias de venta y marketing no difieren en mucho de las de un plan de salud de las clínicas, un seguro de vida, un cementerio privado… un automóvil, etc..
Este mercado universitario, está regido más por la oferta que por la demanda; de otro modo no serían necesarias las ingentes inversiones publicitarias. No son los futuros estudiantes o el campo laboral el que orienta este mercado; son decisiones comerciales, acaso de gestión, al interior de las propias instituciones. Es un producto sin satisfacción garantizada que puede, como todos aquellos artefactos de plástico desechables, generar externalidades negativas. La saturación de profesionales, en tantas áreas de la producción y servicios, es una muestra palmaria de la distorsión de este sector.
La publicidad universitaria se nutre de un imaginario colectivo que no tiene asidero en los cambios de la sociedad. Las instituciones privadas se presentan como la escalera de ascensión social, la que permitirá al futuro estudiante ingresar en las elites del saber, acaso de la producción. ¿Publicidad engañosa? Si nos rigiéramos por las estadísticas laborales, lo que tendríamos es una hueste de proletarios asalariados. No sólo tenemos una trampa publicitaria. El mercado puede también ser intrínsecamente perverso. Tal como sucede en la salud, sector liberalizado que hoy está en manos de un oligopolio.
Esta misma lógica aplicada a la educación llevará a los mismos resultados. Ya tenemos antecedentes con la saturación de algunas carreras y con las debilidades financieras de algunas instituciones. Sólo falta que ingrese el capital internacional (ya ingresó con el grupo norteamericano Laureate) y también saque del escenario a los más frágiles. Como en todo sector expuesto al libre mercado, tarde o temprano tendremos una concentración, un virtual monopolio. Si en la salud ha sido nefasto, en educación sería funesto. No sólo por los efectos sobre los precios, sino por el sesgo ideológico que ya expresan los financieramente más poderosos.
En efecto, nos encontramos con que las diversas facultades y escuelas, todavía adornadas de ilusiones anacrónicas, son transformadas en dispensadores de la «cultura general» en fábricas de enseñanza rápida de cuadros inferiores y de cuadros medios a la medida de las clases dirigentes.. Lejos de oponerse a este proceso histórico, que subordina, directamente, a uno de los últimos sectores relativamente autónomos de la vida social a las exigencias del sistema, mercantil, sin embargo, nuestros estudiantes y académicos, tildados de progresistas, protestan contra los retrasos y desfallecimientos que sufre su realización. Son los defensores de la futura Universidad, la que ya se asoma con su cáscara virtual y cibernetizada, la que es defendida por aquí y por allá por los propios académicos y universitarios. Así, el moderno sistema mercantil y su moderno servidor, la universidad, he ahí al real enemigo que se nos ha puesto frente a nuestras propias narices, sin que al parecer no haya ninguna reacción contra aquello, y ni tan siquiera percatados del papel de dominación que subyace en su fondo..
Pero si todo este panorama lo vemos en la Universidad, en las escuelas de la enseñanza básica y media, y más atrás, en el kínder y pre kínder, el problema se muestra mucho más desolador todavía.
Lo más grave es que ese alumno ingresado a la escuela desde niño, recipiente de información, tiene poco o nada que ver con el niño que llega al pre-escolar, con ojos brillantes y curiosos, imaginativo e indagador. Por un tiempo logran retener estas maravillosas cualidades, pero luego gradualmente, comienza una declinación de sus energías intelectuales, y la pérdida de la curiosidad y la exploración. Poco a poco, el niño por naturaleza inquisidor y activo, deviene pasivo en la escuela. La escuela mantiene vigente un proceso de aprendizaje no pro-activo, sino pasivo e irreflexivo.
De otra parte, no es difícil observar que, en el aula, los docentes dedican mucho de su tiempo a «mantener la disciplina», sobre todo en la enseñanza básica y media. Un grupo de alumnos callados, que no hagan muchas preguntas, que estén atentos y casi sin moverse, se considera como un grupo ideal de aprendizaje. Los supuestos subyacentes a este escenario son claros: al docente se le encarga que enseñe y tiene la responsabilidad que los alumnos aprendan. Los estudiantes tienen que atender permanentemente al profesor, quien es el poseedor del conocimiento, como algo externo y terminado, que el alumno debe «adquirir» .
El niño se sienta en su pupitre y es inundado de información sobre la asignatura de matemáticas, luego recibe otros cuarenta y cinco minutos de castellano, y continúa con otra clase sobre biología. Y así durante el día es bombardeado con información sobre una y otra cosa sin la más mínima conexión. Al final el niño sale de la escuela con una embrolladora en la cabeza, incapaz de asumir la compleja realidad del mundo de afuera.
Todos nos hemos enfrentado alguna vez con situaciones que carecen de sentido y podemos atestiguar cuan perturbadora experiencia puede ser ésta. Sin embargo, cuando nos enfrentamos a algo sin sentido, si estamos en imposibilidad de hallar indicaciones, lo evadimos o pedimos ayuda, en cambio, ante la misma situación el niño no sabe a quien volverse, simplemente porque él es enviado «allí», y debe permanecer en aquel lugar junto con los otros. La escuela se convierte así en fuente de frustración de una necesidad importantísima. Pero es el caso, que por su naturaleza el niño desea una vida con experiencias significativas.
Tenemos que reconocerlo. La enseñanza tal cual se imparte en nuestro país adolece de serias deficiencias que caen dentro del ámbito descrito. No por casualidad los resultados de las últimas pruebas «Simce», muestran estancamientos y retrocesos respecto de anteriores pruebas, no sólo en lo que respecta a los resultados de conocimientos y habilidades propiamente dichos, sino que, más grave aún, la distancia de rendimientos entre los sectores pobres y los opulentos se profundiza.
Y no podría ser de otro modo, porque las reformas que se han hecho a la educación han sido sólo eso, meras reformas que no atacan los fallos estructurales habidos en las orientaciones de los sistemas pedagógicos. No se fomenta la curiosidad para que el alumno aprenda por sí solo y logre ser más creativo. El niño se remite a apuntar y memorizar, sin que piense o analice para sintetizar la información. El uso de internet, que pudiera ser una gran ayuda, siempre se usa en el sentido puramente mecanicista para encontrar tal o cual dato que se le pide en la escuela. Pero es el caso que ese dato sólo se copia y se pega para presentarlo al profesor, muchas veces sin siquiera leer su contenido y para que decir, sin reflexionarlo, sin recrearlo, y tampoco sin criticarlo ni menos para dar curso a la creación a partir del dato obtenido. Toda la información que se entrega o recibe el alumno ya lo encuentra cocinado, suprimiendo así la iniciativa de éstos a aprender a inferir y a relacionar los datos por su propia cuenta
De este modo, la manera de hacer aprender es la repetición: copiar, escribir, tomar apuntes del profesor todopoderoso; el lema ya no es «la letra con sangre entra» sino «la letra, por repetición entra». La creatividad queda amputada dejando paso al individualismo, la competitividad y la obediencia. Son los primeros pasos que se inculcan desde la infancia para que el niño devenga en un ser alienado, amputado de la posibilidad de sus propias dotes creativas, las cuales son opacadas, minimizadas por un sistema educacional que se vuelve mecanicista, eminentemente repetitivo. En este orden, los halagos y premios no son pocos para los «niños buenos», que son los más sumisos, hasta hay un porcentaje de la nota para castigar a los rebeldes y premiar a los que obedecen sin rechistar.
Por último, y excúseme el profesor, esa autoridad al que el niño y adolescente debe seguir ciegamente. No sería ninguna mentira decir que casi la totalidad de los profesores están aborregados pedagógicamente. Y no es que ellos conscientemente quieran estarlo, sino que las estructuras del sistema capitalista, quiéranlo o no, lo determinan en tal condición. ¿Para qué va a pensar de una forma para que los alumnos investiguen y estimulen toda su capacidad creadora si van a cobrar igual? Si el humano cuando nace es libre y creativo por naturaleza, cual paradoja, la escuela tiende a anular esos valores.
Esa es la cruda realidad,… ¡y aún más! En la escuela los burgueses aplacan uno de sus peores miedos: la lucha de clases. En efecto, al niño se le enseña a respetar la autoridad, a ser amigo del que le oprime; el profesor sería como el patrón, como el burgués y el alumno como el obrero, si de pequeño nos enseñan a ser amigos de los que nos joden, si de pequeños nos enseñan que la rebeldía es mala, si desde pequeños aplacan nuestra curiosidad, nuestra creatividad y nuestra libertad mental. Entonces, es hora ya de empezar a pensar en un cambio radical en el modo de impartir las enseñanzas en los colegios. Una reformita por aquí, y otra por allá, un computador por aquí y dos computadores más allá, son puros paliativos pero no la solución.
Claro está, que estas premisas básicas nuevas, señaladas para el verdadero cambio del proceso educativo, que haga de la pedagogía para el niño un interés y una atracción, para su proceso de aprendizaje y formación, van a encontrar su gran dificultad por la forma en que se encuentra estructurada la sociedad actual y, con ello, el modo como influyen los organismos e instituciones creadas desde los grupos de elite que se encuentran en el poder.
Ya Michael Foucault (2000) sostenía la existencia de una sociedad disciplinaria que desarrolla una tecnología más que una ideología, y ello instaura una identidad homogénea entre sus miembros. La sociedad disciplinaria ha instalado máquinas de producción de sujetos, las instituciones modernas, las cuales disciplinan a hombres y mujeres generándoles hábitos, respuestas inconscientes a normas abstractas y positivas, a un deber ser que los marca y los crea. En lugar de reprimir, forma, conforma y habitúa. El principio de esta sociedad es la norma, y cuando el sujeto se desvía de la misma, aun sin conocerla, es castigado configurando así su aprendizaje e interiorizando la normatividad en su propio cuerpo. Los sujetos se tornan en instrumentos dóciles, obedientes, aptos para trabajar, al disociar las fuerzas corporales, aumentarlas en su sentido económico y disminuirlas en su sentido político. El cuerpo será, así, un objeto útil, ya que todas sus fuerzas estarán dedicadas a la producción y el trabajo, lo que le restará potencia para oponerse y resistir. Meros paliativos y nada más que es…
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