Decía Heródoto (Libro II, Euterpe) que los egipcios fueron los primeros hombres que pusieron nombre a los dioses. ¿Pero qué simbología caracterizaba al principal de ellos, el demiurgo prometeico «Amón? La respuesta es sencilla: la misma que siguen usando el Papa, los Obispos y muchos «monos coronados» de «origen divino». Amón, el dios que se […]
Decía Heródoto (Libro II, Euterpe) que los egipcios fueron los primeros hombres que pusieron nombre a los dioses. ¿Pero qué simbología caracterizaba al principal de ellos, el demiurgo prometeico «Amón? La respuesta es sencilla: la misma que siguen usando el Papa, los Obispos y muchos «monos coronados» de «origen divino».
Amón, el dios que se creó a sí mismo, llevaba una doble corona («Sejemty») que es casi idéntica a la mitra (tiara) del Pontífice; una cruz («Anj») que tiene el mismo significado que la del cristianismo (vida eterna, la llave para entrar en el paraíso) y un cetro («was») sinónimo de poder y autoridad.
Los egipcios también tenían un legado sagrado: «El Libro de Thot», «escrito de puño y letra por el mismo dios» (tal vez un antiquísimo personaje mitológico que se remonta a la Noche de los Tiempos). Se dice que «esa Biblia» fue escondida en un lugar secreto por el príncipe Khaunas, hijo de Ramsés II (siglo XIII a.C.), «ya que era muy peligroso para los mortales acceder al conocimiento divino sin permiso de los demiurgos».
Sobre la sabiduría de Thot hay un texto bellísimo (de plena actualidad en estos tiempos de reivindicación de «La Memoria Histórica»), que narra Platón en su obra «Fedro». Dice así:
En mis viajes por Egipto un sacerdote de Heliópolis, me explicó que cuando el dios Thot fue a comunicar al Rey Thamus que había inventado la Escritura para hacer progresar a los hombres, el faraón dudó de la eficacia de su descubrimiento, por lo que el Padre de los Jeroglíficos y de otras muchas cosas exclamó:
Este conocimiento, ¡Oh Rey! hará más sabios a los egipcios y más memoriosos, pues se ha inventado como un fármaco de la memoria y de la sabiduría.
Pero el Rey le dijo: ¡Oh artificiosísimo Thot! Precisamente como padre que eres de las letras, las atribuyes poderes contrarios a los que tienen. Porque es olvido lo que producirán en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos a ellos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos.
El báculo del Papa es en realidad es un 2×1, ya que incorpora el bastón de mando y la cruz. La mitra la empezaron a utilizar todos los obispos a partir del siglo XII, pero eso es comprensible, ¿a quién no le tienta la «auto divinización»?
La vara de mando y la cruz también llegó a ser un privilegio de ciertos súbditos del rey, como los alcaldes y alcaldesas, algunos de los cuales, haciendo ostentación de «ateísmo», han empezado a rebelarse contra ese ritual tan «sagrado». En España el ejemplo más impactante (cual puñetazo en el estómago de VOX) lo tenemos en José María González «Kichi» quien en 2015 «apartó la cruz» poco antes de jurar como corregidor de Cádiz.
Tal vez los expertos en hermenéutica encuentren un hilo conductor entre Amón («Amén»), su corona «Sejemty»); la cruz «Anj» (llave de la vida), el cetro «was»; y se den cuenta, cual serendipia, de cómo se repite el ciclo eterno de la serpiente que se muerde la cola. La cruz de los cristianos coptos y algunos modelos de la Iglesia Ortodoxa Rusa siguen teniendo la forma de la que portaba Amón, palabra cuyo sonido, pronunciado en grupo, produce calambres y el ascenso de la Kundalini.
Ahora nos encontramos en un callejón sin salida. Entrado el siglo XXI no sabemos qué hacer con la cruz del Valle de los Caídos, mamotreto de 150 metros de altura que para muchos cachorros del caudillo «era una de las grandes maravillas del mundo». Yo tengo claro qué destino debe dársela pues, muy cierto es, que de su piedra no mana ni amor ni llave de la vida.
Ese símbolo religioso que erupcionó -clavándose en el cielo- sobre la tumba del generalísimo no hace más que recordarnos los cuarenta años de la dictadura franquista que practicó una durísima y traumática «cirugía de cuerpos y almas», como nos recuerda el historiador Raimundo Cuesta (Primer Premio Nacional a la Innovación Educativa).
¿Acaso no debemos acabar con el pasado marchito e iniciar una nueva etapa? En India cuando los valores de una época han muerto se inicia la Danza de Shiva, que acaba triturando lo inservible. Y da paso a Brahma, al dios creador, que esparce las semillas de lo nuevo.
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