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¿Qué vendrá tras la sangre derramada en el ataque a Charlie Hebdo?

Fuentes: Rebelión

Ha sido una barbarie. Sin duda alguna. Pero cuando oigo o leo en los grandes medios, tanto de la derecha como de la «izquierda», que esta bárbara masacre ha sido «un ataque a los valores esenciales de nuestra civilización» (u otras afirmaciones parecidas), se despiertan en mi interior unos antiguos y feroces fantasmas. Cuando el […]

Ha sido una barbarie. Sin duda alguna. Pero cuando oigo o leo en los grandes medios, tanto de la derecha como de la «izquierda», que esta bárbara masacre ha sido «un ataque a los valores esenciales de nuestra civilización» (u otras afirmaciones parecidas), se despiertan en mi interior unos antiguos y feroces fantasmas. Cuando el 30 de marzo de 1976 mi esposa y yo (integrados en el movimiento de la no violencia, al igual que nuestro amigo Adolfo Pérez Esquivel) vivíamos y trabajábamos con los indígenas andinos de Argentina, los tres ejércitos, liderados por Jorge Rafael Videla, «asumieron el gobierno de la Nación». Aquel día, resonaron en nuestra vieja radio las enérgicas palabras del general: «combatiremos, sin tregua, a la delincuencia subversiva en cualquiera de sus manifestaciones, hasta su total aniquilamiento». El 8 de diciembre de 1977 especificaría más: «Un terrorista no es sólo alguien con un revólver o una bomba, sino también aquel que propaga ideas contrarias a la civilización occidental y cristiana». ¡Ah… nuestra civilización!

Hoy ya sabemos que la existencia, bien real, de grupos guerrilleros como los Montoneros y el ERP fue utilizada como pretexto para justificar una criminal limpieza ideológica que acabó con la vida de miles de personas cuyo único crimen era su ideología de izquierdas. Y, sobre todo, para justificar un proyecto de implantación del naciente neoliberalismo económico. Está más que documentado además el papel fundamental de Henry Kissinger, siguiendo instrucciones de David Rockefeller, en el acontecimiento que puede ser considerado el inicio de dicha implantación neoliberal en el Cono Sur: el golpe de Augusto Pinochet el 11-S de 1973 contra el «embaucador Allende» (así se refirió aquel «gran» financiero-«filántropo» al legítimo presidente de Chile). Además de aliarse con los sectores más reaccionaros de las iglesias de estos países, la familia Rockefeller, consciente de la fuerza de la religión en un continente en el que tres de cada cuatro personas son creyentes, financiaron también la implantación sistemática de sectas espiritualistas desconectadas de la realidad social, política y económica (a diferencia de movimientos como el la teología de la liberación o el de la no violencia).

Pero hay algo aún más perverso que el usar ciertos acontecimientos como pretextos para llevar a cabo proyectos criminales: el provocar dichos acontecimientos. En muchas más ocasiones de lo que nuestra adoctrinada sociedad tiene conciencia, el evento que ha justificado el inicio de otros proyectos criminales semejantes a aquellos a los que me acabo de referir ha sido una operación de falsa bandera. En el artículo titulado «The First Question to Ask After Any Terror Attack: Was It a False Flag? (La primera pregunta después de cualquier ataque terrorista: ¿Fue una falsa bandera?)», publicado en el WashingtonsBlog el pasado 7 de enero, se recogen decenas de operaciones de falsa bandera reconocidas por diferentes instancias oficiales de aquellos países que los llevaron a cabo y que, engañando a la opinión mundial, se los adjudicaron al enemigo a batir. Tales operaciones de falsa bandera son una táctica frecuente del poder desde hace siglos. Se las designó así por lo habitual que era el hecho de que los antiguos navíos engañasen con una bandera falsa. Pero, claro está, la verdadera naturaleza de tales operaciones solo ha sido reconocida cuando ya han pasado demasiados años. Tantos, que el ciudadano común seguramente pensará algo semejante a lo que le puede haber pasado por la cabeza de algunos de los lectores de este artículo: «¿Y qué tiene que ver lo que sucedió en Argentina hace casi cuarenta años con lo que acaba de suceder en Francia?».

Paul Craig Roberts, exsubsecretario del Tesoro de EE.UU., acaba de asegurar que el ataque terrorista contra la sede de Charlie Hebdo ha sido otra nueva operación de falsa bandera. Y no es el único analista serio y bien informado que ha apuntado tal hipótesis. Empiezan a aparecer extraños elementos, dignos de consideración, que se van transformando en argumentos en ese sentido o, al menos, en argumentos que apuntan a la complicidad activa o pasiva de los servicios secretos franceses: los oscuros contactos de los autores de la masacre y otra gente de su entorno con miembros de los servicios secretos franceses como David Drugeon; el «olvido» por uno de ellos del DNI en el coche que usaron; el suicidio del comisionado policial Helric Fredou, que estaba investigando este caso, durante la noche del miércoles al jueves en la comisaría policial…

Sobre esta tragedia no tengo información directa y no creo, por tanto, que deba decantarme por ahora a favor de tal hipótesis. Pero es evidente que, en el marco y la lógica de la llamada teoría del choque de civilizaciones (en la que no queda nunca claro si se está pronosticando un enfrentamiento de civilizaciones o si lo está provocando), unos crímenes como los ahora cometidos en París refuerza considerablemente la identidad occidental de Francia en enfrentamiento a la identidad musulmana. Basta con escuchar ya en estos primeros días posteriores a la masacre, incluso aquí en España, las tertulias en radio y televisión o los artículos de opinión para comprobar la subida de la marea patriótica «occidental». Además, aparentan ser unos crímenes que evidencian un profundo fanatismo religioso en «los otros» y que no están necesariamente relacionados con las agresiones previas occidentales al mundo islámico. Pero no hay que olvidar que los especialistas de la «Inteligencia» occidental (más de 800.000 solo en Estados Unidos como confirmó Julian Asange), tienen todo el tiempo y los recursos del mundo para maquinar y presentar cada vez el siguiente evento que desencadenará el nuevo avance totalitario occidental como algo completamente nuevo y diferente. Tras décadas de reiteradas experiencias, tan parecidas todas ellas, ya no deberíamos caer tan rápidamente, una y otra vez, en el mismo tipo de trampas.

En todo caso, y esto es lo que en realidad pretendo destacar, dichos eventos, tanto los de falsa bandera como los que no lo son, se utilizan habitualmente como pretexto para desencadenar un proyecto previo inconfesable. Esto es lo realmente decisivo de unos y otros, su condición de desencadenante. La línea divisoria entre ambos tipos de eventos es además, con mucha frecuencia, demasiado sutil o incluso confusa. Se pueden «facilitar» o incluso inducir tales eventos sin necesidad de activarlos directamente. Se pueden crear «alegremente» muchas de las llamadas rebeliones liberadoras y formar a luchadores por la «democracia» que luego se emancipan de aquellos estados «democráticos» que los crearon o se vuelven incluso contra ellos (por lo que la responsabilidad de sus crímenes de terrorismo recae sin duda sobre ambos). Lo cierto es que los mayores crímenes (o los mayores recortes de libertades) suelen ser los que vienen después de tales eventos. Por ello, tras el duelo de estos días, la pregunta que creo que corresponde ahora es esta: ¿Qué vendrá tras la sangre derramada en el ataque a Charlie Hebdo?

Pero, ¿por qué tendríamos que pensar que tras esa sangre derramada debe venir necesariamente un nuevo capítulo aún más terrible de esta ya larga tragedia? Creo que la Francia de Sarkozy-Hollande, que viene formando parte de la vanguardia de un agresivo Occidente en la remodelación del llamado por los grandes poderes anglosajones el Medio Oriente Ampliado así como en las operaciones de control de los recursos del África subsahariana, no desperdiciará esta «ocasión de oro» para avanzar en su «misión». Pero entiendo que para quienes aún no hayan llegado a tomar conciencia de la existencia del implacable proyecto de supremacía mundial atlantista, nada de todo esto tiene coherencia interna. No es ese mi caso. A partir del abril de 1994, fecha en la que la pequeña fundación que presido quedó conmocionada por el llamado genocidio de los tutsis y empezó a volcar todos sus recursos y energías en el gran conflicto del África de los Grandes Lagos, he podido ir comprobando hasta qué punto es real tal proyecto de dominación global, hasta qué punto el conflicto de Ruanda/Congo se inició y está jalonado de continuas operaciones de falsa bandera, hasta qué punto la llamada lucha contra el terrorismo es con demasiada frecuencia la cínica manera de encubrir un terrible y sistemático terrorismo de Estado, hasta qué punto son intocables ciertas cuestiones para aquellos poderes que se acaban de poner la máscara de la sacrosanta defensa de la libertad de expresión en la reciente gran manifestación de París.

Para no alargarme más de lo oportuno, me limitaré a hacer solo dos consideraciones. La primera se refiere al sistemático acoso que han sufrido diversos amigos y compañeros de «lucha» por tan solo cuestionar el intocable y falso dogma que sostiene que los tutsis del Frente Patriótico Ruandés (de quienes la criminal secretaria de Estado de Bill Clinton, Madeleine Albraight, dijo que eran «la niña de nuestros ojos») son «los» (únicos) representantes de la etnia tutsi y los liberadores de «el» (único) genocidio. Soy de la opinión de que existen realidades sagradas que no deben ser denigradas. Es tan solo una sencilla cuestión de empatía y respeto. Así, para alguien que hubiese visto como era destrozada su familia o violadas sus hijas, sería terrible tener que soportar además que un humorista hiciese mofa de ello. Si la cultura occidental permitiese semejante sarcasmo en nombre de la libertad de expresión, dejaría en evidencia que es una cultura necia y narcisista. En realidad, seguro que no permitirá tales burlas si estas afectasen a ciertas personas. Si, por ejemplo, la persona linchada de manera bárbara no hubiese sido Muhamar Gadafi sino la Hilary Clinton que se autofelicitó sarcásticamente viendo las imágenes de tal «proeza», seguro que no hubiese sido permitida ni la menor broma al respecto. Ni tan siquiera podrían haber sido divulgadas las imágenes del linchamiento de semejante dama, como han sido divulgadas las del líder libio.

De hecho, no se ha permitido que sea publicada ninguna imagen de las víctimas del 11-S estadounidense. Por el contrario, las calaveras de miles de víctimas del genocidio ruandés son expuestas permanentemente por el régimen que, con el beneplácito estadunidense, asola desde 1990 toda la región. Y son expuestas no solo de modo morboso sino incluso falsario: haciéndolas pasar por víctimas de la etnia tutsi, cuando en realidad, como han demostrado los investigadores estadounidenses Christian Davenport y Allan C. Stam, las mayoría de víctimas de aquel genocidio fueron hutus. Y ello sin contar los millones de víctimas mortales congoleñas y hutus ruandeses anteriores al abril de 1994 y posteriores al junio de ese mismo año. Es evidente que existen seres humanos de primera, que deben disfrutar del derecho a libertad de expresión o de «el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen» (artículo 18 de la Constitución española) y seres humanos de cuarta. El hecho es que en el caso de nuestros compañeros acosados ni tan solo hablamos de una realidad que debe ser tratada con respeto, como es la del genocidio. Y mucho menos de que se esté haciendo la menor apología de él. Estos compañeros simplemente han cuestionado (al igual que a nivel judicial ha hecho el juez Fernando Andreu) la versión oficial del genocidio ruandés. Sin embargo han sido acosados, en Francia y Bélgica con una intensidad increíble, por aquellos que se autoerigen, continuamente y en especial en estos días, en guardianes de la libertad.

El periodista de investigación Charles Onana sufrió una querella interpuesta ante la justicia francesa por el Estado ruandés y por su presidente Paul Kagame por atreverse a publicar que fue este quien ordenó el atentado terrorista que acabó con la vida de los presidentes hutus de Ruanda y Burundi y desató el genocidio. Lo cual es bien cierto. Tan cierto que, conscientes de que en el caso de seguir adelante saldrían a la luz demasiadas revelaciones embarazosas, finalmente estos decidieron retirar la querella algunos días antes de la apertura del proceso. El escritor Pierre Pèan tuvo que sufrir una durísima campaña contra su persona, también con proceso judicial incluido (que finalmente ganó) por difamación contra la etnia tutsi, por haberse referido a la cultura de la mentira y de la manipulación propia de las élites cortesanas tutsis. El abogado defensor de la heroica líder de la oposición democrática, Victorie Ingabire Umuhoza, Peter Erlinder (presidente de la Asociación de Abogados de la Defensa del Tribunal Penal Internacional para Ruanda y expresidente del Sindicato Nacional de Abogados de Estados Unidos y) sufrió prisión durante varias semanas en Ruanda acusado de negacionismo por tan solo atreverse a cuestionar la versión oficial del genocidio ruandés…

Se trata tan solo de algunos ejemplos notables, sin referirme a multitud de ruandeses que han sufrido y siguen sufriendo la más dura represión por no someterse a tantas directrices totalitarias del Gobierno de Ruanda bendecidas por los grandes poderes económicos occidentales, como es el caso de la misma Victorie Ingabire Umuhoza (condenada a quince años de prisión por recordar públicamente a las víctimas hutus, además de las tutsis, frente a los miles de calaveras del Memorial del genocidio), o el del periodista tutsi y antiguo miembro del Frente Patriótico Ruandés Dèogratias Mushayidi (condenado a cadena perpetua por hacer manifestaciones semejantes). ¿Es esta la sacrosanta libertad de expresión por la que claman y se manifiestan nuestros magníficos líderes, libertad que debe sustituir a cualquier otra realidad sagrada (como son el sufrimiento de los más desprotegidos, la empatía y el respeto)?

La segunda consideración tiene que ver con el terrorismo o, mejor, con los terrorismos. En el documento de junio del año 2000 llamado Joint Vision 2020, de la Dirección de políticas y planes estratégicos del Ejército de los Estados Unidos, la doctrina es bien explícita: los intereses y las responsabilidades de Estados Unidos son globales y persistirán, por lo que el ejército de los Estados Unidos debe ser una fuerza conjunta capaz de lograr la dominación del espectro total. Y este llamamiento a la dominación total no es exclusivo de este importante documento. Así por ejemplo, el borrador de la Guía de Planificación de la Defensa de 1992, preparada para el secretario de defensa Dick Cheney por los neoconservadores Paul Wolfowitz y Lewis Scooter Libby ya decía: «Debemos mantener los mecanismos para disuadir a potenciales competidores de cualquier aspiración a un papel regional o global más amplio».

Como explica el Joint Vision 2020, «La dominación de espectro completo significa la capacidad de las Fuerzas de EE.UU., operando solas o con aliados, de derrotar a cualquier adversario y de controlar cualquier situación a través de toda la gama de las operaciones militares». Y la «guerra contra el terrorismo» se ha convertido en el principal argumento para implantar tal dominio total (Full-spectrum dominance) y «disuadir» a cualquier «competidor» que pretenda alcanzar un papel regional o global más amplio. Es importante recordar estas pretensiones imperialistas cuando algunos, en esta sociedad nuestra que anda tan perdida, nos califiquen de antimperialistas trasnochados.

Esta grave cuestión, absolutamente ligada al derecho a la privacidad y al honor, sí que me afecta personalmente: sorprendentemente, un día, en noviembre de 2009, encontré publicados en la primera página de los diarios «progresistas» El País y Público correos electrónicos míos referentes a una subvención de 50.000 euros. Se acusaba a nuestra fundación, Fundació S’Olivar, con sede en Mallorca, y al presidente de la asociación Inshuti de Manresa, Joan Casòliva Barcons, de haber financiado con ellos a los supuestos genocidas hutus de las FDLR (Fuerzas Democráticas de Liberación de Ruanda) que, según dicen, operan en el este de la República Democrática del Congo contra ese país y contra Ruanda, y que, al parecer, hacen necesaria la mayor misión de la ONU jamás habida, una misión en la que casi 20.000 cascos azules velan (¿seguro?) por la paz. Dichos diarios citaban textualmente un informe oficial de la ONU, informe en el que los cincos expertos que lo firmaban se «olvidaron» de los correos posteriores en los que se nos denegaba la concesión de tal subvención. Así que se nos acusaba de financiar a los peores grupos terroristas imaginables con subvenciones que nunca recibimos.

Como posteriormente quedó de manifiesto, al publicar el diario 20minutos cinco cables de WikiLeaks que El País no quiso publicar (cables cursados entre el Departamento de Estado estadounidense y el embajador de ese país en Madrid), el objetivo de tal conspiración no era otro que el de acabar con la querella que, junto a otras personas y organizaciones, habíamos interpuesto en la Audiencia Nacional española contra los más altos cargos de la actual dictadura ruandesa. Se trataba de desactivar las cuarenta órdenes de captura por los más graves crímenes posibles, entre otros los de terrorismo, emitidas por el juez Fernando Andreu Merelles contra cuarenta altos cargos del FPR (Frente Patriótico Ruandés). ¡Qué paradoja: para proteger el terrorismo de Estado de sus gendarmes en el África de los Grandes Lagos, Estados Unidos invocaba la necesidad de luchar contra el terrorismo, justificaba la violación de nuestras comunicaciones y nos acusaba de colaboración con terroristas!

Pero quizá lo más sorprendente y desolador fue comprobar cuántos lectores «progresistas» de ambos diarios no solo caían fácilmente en la trampa, como mostraban sus cientos de comentarios a la noticia, sino que además aprovechaban para hacer más sangre aún a los misioneros y la Iglesia, a los que estos conspiradores habían decidido asociarnos en los grandes titulares de sus diarios «progresistas». A pesar de que la nuestra es una fundación no confesional en la que no hay ningún religioso y en la que queremos que se sientan como en casa todos aquellos a quienes les preocupan la justicia o la paz (sean creyentes o ateos), tenían que aprovechar para desacreditar a aquellos miembros de la Iglesia que, al igual que en Latinoamérica, se han posicionado con frecuencia del lado de las víctimas y, en muchos casos, han dado su vida por ello.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.