Hasta hace relativamente poco tiempo yo era tan ignorante con respecto a las FARC-EP cómo lo sigue siendo el escritor Saramago. Los medios de difusión de la ideología del capital presentaban a diario a la guerrilla colombiana cómo un siniestro ejército de asesinos fanáticos asociados a los grandes cárteles del narcotráfico. Un servidor, cómo tantos […]
Hasta hace relativamente poco tiempo yo era tan ignorante con respecto a las FARC-EP cómo lo sigue siendo el escritor Saramago. Los medios de difusión de la ideología del capital presentaban a diario a la guerrilla colombiana cómo un siniestro ejército de asesinos fanáticos asociados a los grandes cárteles del narcotráfico. Un servidor, cómo tantos ingenuos izquierdistas de salón, se tragaba sin protestar toda la basura mediática que expulsaban los polancos y pedro jotas de turno sobre Cuba Socialista, Venezuela Bolivariana o cualquier tímido esbozo de anticapitalismo que parieran los pueblos de la tierra.
Todo cambió cuando cayó en mis manos una publicación de la Organización de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina (OSPAAAL), donde se trataba de las negociaciones de paz que se produjeron entre la organización farista y el gobierno oligarca de Andrés Pastrana. A través de la lectura de una conferencia del comandante Raúl Reyes en la Universidad Complutense de Madrid conocí la verdad revolucionaria de un ejército popular, de un partido comunista fiel al marxismo-leninismo, representante de los legítimos intereses de las masas pobres de Colombia frente al terrorismo estatal de la clase dominante. Las FARC-EP son sin ninguna duda, cómo lo son también el ELN y las demás guerrillas, la única autodefensa del pueblo obrero colombiano contra un Estado criminal y paramilitarista que asesina, secuestra y destruye la vida del pueblo de Jorge Eliécer Gaitán.
En estos días de consumismo desaforado en el Norte rico y de cotidiana muerte en el Sur pobre, conozco la noticia del secuestro del comandante Ricardo González, representante internacional de las FARC-EP, en plena Caracas bolivariana, por parte de los cuerpos de seguridad del fascista Uribe Vélez ayudados supuestamente por agentes de la DISIP venezolana. La infame violación de la legalidad internacional que ello supone no representa ningún obstáculo para un Gobierno cipayo, vasallo del Imperio, socio de paramilitares y narcotraficantes, que combate a sangre y fuego a las fuerzas de izquierda colombianas. La supuesta participación en el execrable hecho de agentes venezolanos no hace más que confirmar lo peligroso que resulta para el proceso revolucionario la supervivencia de elementos de la contrarrevolución dentro de la misma Quinta República.
Los mismos elementos que asesinaron al Fiscal Valiente Danilo Anderson pudieron participar en el secuestro el pasado 13 de diciembre del comandante Ricardo, en connivencia con la CIA imperial. El Gobierno Revolucionario de Venezuela debería pronunciarse sobre este hecho delictivo cometido en su territorio, y las fuerzas que apoyan la Revolución Bonita no pueden permitir que restos del puntofijismo manchen y/o destruyan el trabajo y la lucha de tantos años.
Los voceros del neoliberalismo proclamaran a viva voz la condición de terroristas de Ricardo González y las FARC-EP, los devotos de Jesús del Gran Poder o Federico Jiménez Losantos asentirán con la cabeza, la «gauche divine» maldecirá a los comunistas colombianos y continuará sus plegarias por ZP y Llamazares, mientras en las montañas de Colombia miles de mujeres y hombres seguirán arriesgando sus vidas por todos nosotros.
Es urgente y necesario el desbrozamiento de la maraña de mentiras que los explotadores y sus aparatos mediáticos han sembrado en el largo camino hacia el socialismo. Empecemos hoy mismo brindando por las FARC-EP y exigiendo la liberación de todos los presos políticos colombianos. Y tapemos la boca de una vez a tantos disidentes de la justicia y la verdad, a tantos mercenarios del crimen y el engaño. Bolívar, Guevara, Martí, Zapata, nos lo exigen desde su ejemplo y su memoria.