Jean Genet los (nos) escupió con suma ferocidad no exenta de elegancia: «Vuestra literatura, vuestras bellas artes, vuestros divertimentos de después de cenar celebran el crimen. Ese talento de vuestros poetas ha glorificado al criminal que odiáis en vida.» El inmigrante es el lumpen favorito de nuestros días, el criminal por excelencia, el otro radical, […]
Jean Genet los (nos) escupió con suma ferocidad no exenta de elegancia: «Vuestra literatura, vuestras bellas artes, vuestros divertimentos de después de cenar celebran el crimen. Ese talento de vuestros poetas ha glorificado al criminal que odiáis en vida.»
El inmigrante es el lumpen favorito de nuestros días, el criminal por excelencia, el otro radical, desconocido y mítico, el único ser humano que interpreta hasta el final su destino sin impostura alguna: ahogarse en el océano. Y persistirá en ello hasta que un mundo nuevo alumbre otra sociedad menos agresiva, hasta que los cabrones refugiados en la religión y la ideología queden desnudos ante el sol de cada día.
Querelle, hijo literario de Genet, resume en su genética las contradicciones irresolubles del sistema capitalista. Su hermosa maldad de asesino y pederasta se alza como un monumento a la verdad absoluta de ser un siendo coherente y sincero, un ser que se quiere como es en la tragedia del vivir cotidiano.
Fuera de la mediocridad consumista de roles indefinidos, hoy no existe ningún Querelle, ningún Genet, que vomite su maldad en pleno rostro del orden establecido. Nadie es bueno ni malo sino todo lo contrario; solo pululan fantasmas y clones abocados a la estulticia circular de no ser nada, mera existencia sujeta al capricho de lo previsible: respirar, comprar, venderse al postor del primer tenderete que nos nuble la vista.
Habla Genet: «Si los malvados, los crueles, representan la fuerza contra la cual lucháis, nosotros queremos ser esa fuerza del mal. Seremos la materia que resiste y sin la cual no habría artistas.» Ni periodistas, ni funcionarios orgánicos, ni expertos en cualquier campo esotérico, añadimos nosotros.
El mal está hecho para resistir a la anodina clase media, a los bestiales cazadores de sensaciones pornográficas, a las sotanas perversas, a las señoras de alguien, a los que se frotan sus vergüenzas en el sudor ajeno. Hay que odiar, hay que transgredir, hay que follarse, mejor violar con saña, los culos, las pollas y los coños que huelen a hipocresía cómoda o a falsedad de lujo. Las medias palabras no sirven ya para nada más que para sobrevivir al ardor estéril de lo inmediato.
Ese extremismo de alcanzar el ser desde la propia condición, de no huir de sí mismo, tiene su precio: la soledad, pero no la isla estética de mirar el mundo como una adquisición singular de solipsismo egoísta. Hablamos de la soledad creativa, trágica, tormentosa, de la soledad superior de Nietzsche que mata la debilidad de cuajo y se enfrenta a la realidad con la temeridad del loco que sabe lo que quiere: alcanzar su destino único e irrepetible. Todo lo podemos perder y eso es vida genuina, la única vida digna de tal nombre.
Sí, esa soledad puede costar muy caro, perecer en el océano, dormir a la intemperie, alimentarse de pura mierda. Lo dice Charles Simic muy expresivamente: «La teoría de los arquetipos: dentro es donde nos encontramos con todo el mundo; fuera es donde estamos verdaderamente solos.» Solos pero dueños de nuestra rebeldía.
Querelle está solo. Genet y Nietzsche también lo estuvieron. Sin embargo, su ejemplo ilumina el camino. Los discursos ya han acabado; todo resuena como una repetición incesante de lo mismo, del eterno retorno de las mismas fechorías, de idénticos pretextos, de posturas aburridas, de futuros permanentes estúpidos y sin sentido.
La vida o es tragedia o es puro vacío de convenciones. Las relaciones sociales. La democracia. La supervivencia. Los miedos. El trabajo. Las reverencias al más fuerte. El beso obligado. Todos deberíamos ahogarnos una vez en la vida en la mar donde caen en el olvido eterno los inmigrantes anónimos. Todos tendríamos que asesinar, aprovechándonos de la niebla, con vesania morbosa, la clase media que nos corroe por dentro.
Otra vez Genet. «Los héroes de vuestros libros (…/…) continúan siendo el adorno de vuestra vida cuando despreciáis a sus infelices modelos. Hacéis bien: ellos desprecian vuestra mano tendida.» Cambien los héroes de vuestros libros por los héroes (inmigrantes, criminales, parados, terroristas) de nuestros modernos y digitales medios de comunicación de masas y actualizarán debidamente el mensaje de Genet.
No habrá salvación auténtica en el siglo XXI que no pase por una comprensión profunda de la maldad existencial de nuestros días. Esa radicalización de la maldad permitirá desenmascarar a los buenos rechazando de plano sus flotadores desvencijados, sus manos tendidas de última hora para equilibrar sus precarias conciencias de cobardes amurallados en la superchería colectiva.
¡Querelle es el grito de guerra universal! También es el grito del destino, de la tragedia que ha de transformar la debilidad en humus que dé consistencia al nuevo ser humano emergente.
Los discursos ya no dicen nada, ni explican el mundo ni dibujan utopías revolucionarias hacia ningún horizonte de esperanza. Hay que salir al mundo con la polla erecta o con el coño húmedo, sin vueltas atrás, sin acogerse a filosofías neutrales castradoras.
La buena nueva está hecha de pura mierda: Querelle. O Querelle o más de lo mismo.
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