De la selva colombiana a ocupar las portadas de los grandes medios y a reunirse con todo pichichi, de alto rango. En su periplo tampoco ha faltado una audiencia papal y la visita a Lourdes. El siguiente paso en esa meteórica carrera emprendida el 2 de julio con la archifamosa y no menos polémica «Operación […]
En la reciente presentación del libro «Infierno Verde», de su compañero de cautiverio Luis Eladio Pérez, afirmó que su corazón «seguirá encadenado a los árboles de la selva» mientras haya gente en poder de la guerrilla y que «la única manera de actuar es hablando. Lo que quiero hacer es hablar, hablar y hablar, hasta que haya un cambio en los corazones de los comandantes guerrilleros».
Palabras. Palabras que únicamente se dirigen a un actor del conflicto y que silencian sistemáticamente a cientos de miles de colombianos, como usted, víctimas del desplazamiento, de las desapariciones forzadas o de los paramilitares.
Los datos hablan por sí mismos. En un informe enviado a la ONU hace un par de semanas, 400 organizaciones no gubernamentales de su tierra han denunciado que en el último quinquenio las ejecuciones extrajudiciales atribuidas a la Fuerza Pública han aumentado un 67,7%, mientras que durante el primer trimestre de este año 113.473 personas fueron desplazadas a la fuerza. Y, según la propia Policía, hay al menos 9.000 paramilitares armados que siguen operando, aunque en teoría, y siguiendo «la Política de Seguridad Democrática» del señor Uribe, deberían estar desmovilizados.
Pese a la gravedad de estos hechos, no hay macrocampañas gubernamentales ni registros fidedignos del número real de desaparecidos, muertos, desplazados y, lo que es peor, toda esa realidad queda impune.
En la selva, en las poblaciones indígenas y en las calles de Medellín, Bogotá o Cali, querida Ingrid, hay también otros corazones y vidas encadenadas, pero en su caso al olvido y al silencio. ¿Por qué no hablar de ellos?