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La reelección presidencial en Colombia:

¿Quién derrotará a Álvaro Uribe?

Fuentes: Rebelión

En las dos últimas semanas la política colombiana se ha centrado en las candidaturas presidenciales. A menos de un año de la elección presidencial, programada para mayo entrante, las fichas de los distintos partidos políticos se mueven. Y se mueven en vista de que en firme transcurre la propuesta gubernamental de reelegir a Álvaro Uribe, […]

En las dos últimas semanas la política colombiana se ha centrado en las candidaturas presidenciales. A menos de un año de la elección presidencial, programada para mayo entrante, las fichas de los distintos partidos políticos se mueven. Y se mueven en vista de que en firme transcurre la propuesta gubernamental de reelegir a Álvaro Uribe, el gran demócrata. No es lo mismo, por supuesto, que en el partidor por el sillón presidencial se encuentre el actual mandatario, a que no esté. Más cuando se advierte desde ya una férrea oposición al programa encarnado por el representante máximo del «país de propietarios». Los pretendientes a sucederlo no llevan la delantera que el titular del gobierno tiene: a su cargo, hecho en las trincheras de la opinión pública, le ha sumado un revelador maquillaje de las cifras políticas, inauguradas -qué casualidad- justo cuando él arribó a la comandancia de la República. Se dice que desde el 7 de agosto de 2002 el país que se hallaba en la descomposición total ha mejorado ostensiblemente; se sostiene que el «trabajar, trabajar y trabajar» del señor Uribe ha obrado vigorosamente hasta dar muestras contundentes de resucitar a un cuerpo en descomposición como en el mito bíblico de Lázaro. Sólo que Lázaro se levantó de entre los muertos para ver por sus propios ojos al Elegido y Colombia tiene que levantar al Elegido por otros cuatro años.

Como ya sabemos que el gobernante de turno está en la sucesión presidencial inmediata, partimos de tal hecho. Sin importar lo que la Corte Constitucional diga cuando se pronuncie a favor o en contra de tal medida, la cauda uribista votará por la reelección de su líder. La afirmación salió del primo del Presidente, Mario Uribe, en entrevista para El Espectador. Luego le cabe algo de peso, porque en esto de la política la familia también cuenta. A veces es lo que más cuenta. El pugilato reeleccionista, como ya dijimos, está sazonado por la oposición antiuribista. De ella podemos advertir que auque es fuerte está seriamente dividida. Sin embargo, lo que se cocina es una suerte de polarización del país político en torno al paramilitarismo. Si como candidato en el 2002 Uribe tuvo que hacerle frente a señalamientos disolventes como que era el «candidato» del paramilitarismo o que representaba «la guerra», en la presente campaña la cuestión va por el mismo camino, pero con el lastre de ya haber gobernado. La primera afirmación fue del también candidato Horacio Serpa, luego él sería obsecuente como embajador de su jefe en la OEA; la segunda opinión la lideraba Noemí Sanín, también reconciliada gracias a la nomina como embajadora, pero en España. Y es justamente de ésta mujer conservadora, dos veces candidata derrotada, de la que ha salido la idea, ventilada en público, de preguntar en plan de sentencia: ¿y por qué no reelegir a Álvaro Uribe? A tanto ha llegado su servilismo que es la que más suena para suceder, no al Presidente, sino al desteñido Vicepresidente de la editorial Santos.

Los candidatos antiuribistas, y el público electoral, se ven avasallados por la propaganda gubernamental que dice: somos inderrotables. Pero el cinismo de la historia es mucho, puesto que el sambenito de la reelección surgió en el mismo momento en que todavía se masticaba el sinsabor por la pérdida del referendo ultrapublicitado de octubre 25 de 2003. Como que el Presidente llegó a la obsesión ridícula de participar en un reality para evaluar a los concursantes. ¡Cómo si esta fuera una fábula de Esopo! Hay que ver lo que pasó después: el censo electoral, dijo el entonces Ministro del Interior, Fernando Londoño Hoyos, está desactualizado. ¿Por qué no lo modificamos a posteriori? Y fueron derrotadas las pretensiones gubernamentales de hacerse con el botín del referendo fiscalista. Tres días le duró el guayabo al señor Presidente hasta que atinó a balbucear algo: «respeto a la democracia». Sin embargo, las fuerzas sociales se reacomodaban. «Así como derrotamos el referendo, derrotaremos la reelección», se escuchaba en la algaraza del primero de mayo de 2004 y 2005. Algo hay de cierto en esas palabras.

Por otro lado están las fuerzas políticas. La izquierda parlamentaria del Polo Democrático Independiente (PDI) ya ha elegido su figura presidencial, un ex guerrillero del M19: Antonio Navarro. El mismo que ha apadrinado a otros tantos políticos triunfantes como Antanas Mockus o Luís Eduardo Garzón. Tal vez el más sagaz de los políticos críticos del régimen. Pero apenas un candidato salido del Senado. No es un líder de opinión ni reúne los requisitos básicos para ser un carismático interlocutor del multifacético Presidente. Navarro no le gana a la arrolladora máquina gobernante. Además, muy seguramente es uno de los candidatos que va a tener que declinar su candidatura por otro postulante a lo mejor más cercano al espíritu del común, si de derrotar a Uribe se piensa. Navarro se ve lejano de eso que políticamente se conoce como sentido popular. Por otra parte, Carlos Gaviria Díaz, un novel político con una vasta experiencia como magistrado y catedrático es el candidato de Alternativa Democrática, otra agrupación socialdemócrata, más de extracción social que parlamentaria como lo es el PDI. Gaviria no piensa como político, sino como magistrado. No se requiere en los meses que vienen a un abogado, se requiere un astuto político. Pero ambas tendencias políticas están ubicadas claramente en el centro. Para derrotar al omnipresente Álvaro Uribe la izquierda constitucional debe buscar un candidato que no sea su candidato. Las alianzas programáticas se van a dar más temprano que tarde; pero lo que no hay es candidato. Porque por el lado del dos veces derrotado Partido Liberal las cuentas tampoco son optimistas, democráticamente hablando. Con el que más simpatiza el llamado pueblo liberal es con Horacio Serpa, un hombre que pese a ser de extracción popular es del establecimiento; servidor de otros tantos presidentes antes y después de su conversión al ala socialdemócrata de la Internacional Socialista. Un político camaleónico que muy seguramente pactará llegado al sillón presidencial con los mismos a los cuales ha criticado de palabra. Serpa no es de fiar. Sus aspiraciones presidenciales son un rompeolas contra el regreso político de César Gaviria a la jefatura del Partido Liberal. Es el reconocimiento de que la derecha no sólo brota por fuera del oficialismo, como con Uribe, sino que su punto fuerte está dentro del jardín del liberalismo. Pero el contendor político de Serpa está representado por el ex Alcalde Mayor de Bogotá, Enrique Peñalosa, nacido en Nueva York. Si Peñalosa, como hombre del nuevo elitismo, no es candidato presidencial del Partido Liberal saldrá de las toldas liberales para ser candidato suprapartidista como cuando ganó la Alcaldía. Pero Serpa no se va a dejar marginar de la dirección del liberalismo y de su candidatura presidencial, la tercera consecutiva: si se escoge a Peñalosa con el apoyo interesado de César Gaviria, Serpa se postulará por una coalición de izquierda donde tendrán cabida el PDI y Alternativa Democrática. Todo parece indicar que Serpa llama a los sectores de izquierda; no al contrario. Veremos si ahora derrota a su antiguo jefe. O se vuelve a aliar con él.