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¿Quién dirige la revolución en América Latina?

Fuentes: Rebelión

Existe una revolución democrática nacionalista en América Latina. Algunos la llaman «la primavera democrática». Es cierto y está en avance. Se alimenta de la resistencia histórica de los pueblos originarios, de la lucha por la tierra de los campesinos pobres, y de un pueblo que siempre ha aspirado a la inclusión y a la justicia […]

Existe una revolución democrática nacionalista en América Latina. Algunos la llaman «la primavera democrática». Es cierto y está en avance. Se alimenta de la resistencia histórica de los pueblos originarios, de la lucha por la tierra de los campesinos pobres, y de un pueblo que siempre ha aspirado a la inclusión y a la justicia social. La conciencia de los pueblos y las luchas sociales contra las políticas neoliberales la han potenciado en los últimos 30 años.

Esta revolución se ha manifestado y «concretado» en procesos constituyentes, electorales, pacíficos, civilistas e institucionales. Tal movimiento mantiene en su seno, y debe alimentarse, de la vitalidad de los movimientos y organizaciones sociales que han sido su principal soporte. En esa dinámica, las luchas reivindicativas de la población deben ser tramitadas en paz y en democracia, con espíritu de inclusión y de construcción de nueva institucionalidad y a su servicio (nuevo poder en surgimiento).

Esa revolución está dirigida contra los intereses imperialistas y oligárquicos. Ese movimiento renovador enfrenta y afecta la política y los planes intervencionistas de los Estados imperialistas (especialmente los EE.UU. y la Unión Europea UE), pero también, la política y acciones de las transnacionales capitalistas y monopolios nacionales, que presionan en forma directa sobre los gobiernos y la sociedad. Grandes intereses económicos, políticos y estratégicos están en juego.

Esa revolución – con diversos grados y variantes de acuerdo a cada país – ha iniciado la recuperación de la soberanía política para los Estados nacionales, la construcción de procesos constituyentes con amplia participación democrática y el diseño de estrategias para hacer efectiva la autonomía económica. La integración regional y una política «desarrollista» están en el centro de ese movimiento.

Este proceso es la continuación de las luchas de independencia de principios del siglo XIX, reeditadas en los años 50 del siglo pasado (XX) [1] , que tuvieron su feliz concreción excepcional con la revolución cubana (1959), su reedición no contundente en Nicaragua (1985), y la respuesta del imperialismo norteamericano con la «Alianza para el Progreso» (1961), la política de la Seguridad Nacional, los golpes de Estado militaristas, las guerras irregulares, y las políticas neoliberales a partir de los años 80.

Las fuerzas sociales y económicas en lucha

Es evidente que la gran burguesía monopolista aliada y subordinada al imperio [2] , no puede dirigir este proceso revolucionario. Se opone y es su principal enemigo.

Los latifundistas y grandes terratenientes son parte de esa oligarquía. Promueven economías agro-minero-exportadoras, y se encuentran supeditados a los intereses del gran capital. Excepcionalmente, algunos terratenientes podrían apoyar procesos nacionalistas, con el fin de defender intereses sectoriales frente a transnacionales y monopolios financieros. Algunas mafias podrían estar en ese juego.

Los empresarios grandes no monopolistas – en forma vacilante – se han ido sumando al proceso nacionalista, sobre todo en aquellos países donde tienen fuerza para tratar de ponerlo a su servicio, especialmente en Brasil, Argentina, Uruguay y Chile. Intentan ejercer y monopolizar la soberanía política en nombre de los pueblos, liderar y aprovechar la autonomía económica para fortalecer su poder, pero, así mismo, aspiran a cerrarle la vía a los procesos de democracia participativa porque temen perder su predominio. En los países donde este sector empresarial es demasiado débil, se opone a la revolución y se pliega a las fuerzas reaccionarias y pro-imperialistas (Colombia, Perú, Honduras, México).

Los empresarios medios y pequeña-burguesía, en general, hacen parte de las fuerzas nacionalistas y democráticas. Han sido golpeados por las políticas neoliberales y están dispuestos a aliarse con los trabajadores, campesinos y pueblos originarios para reconstruir el aparato productivo y progresar. Sin embargo, se asustan – con justa razón – cuando ven que el movimiento puede ser dirigido hacia el establecimiento de economías absolutamente estatizadas y cerradas, que no sólo pueden ser bloqueadas por los grandes poderes imperiales sino que – desde su percepción – son economías inviables en el mundo globalizado de hoy.

Los trabajadores en general se han sumado a la revolución, pero es importante diferenciar el comportamiento de los diversos sectores.

El proletariado industrial centralizado ha sido reducido a su mínima expresión por efecto de las políticas neoliberales y la transformación «post-fordista». Los obreros que todavía laboran en grandes empresas estatales mantienen niveles precarios de organización. Son trabajadores del sector petrolero, metalúrgico, siderúrgico, y otras áreas. Los que están vinculados a la producción industrial, manejan el «montaje altamente especializado» de las empresas controladas por consorcios transnacionales (caso de las plantas industriales de los ingenios azucareros y de la industria automotriz, entre otros).

El proletariado industrial latinoamericano ha estado al frente de las luchas contra las políticas neoliberales en lo relativo a la privatización de las empresas estales, en contra de los intereses imperiales. En los últimos 15 años han estado a la defensiva y sus cúpulas dirigentes – con contadas excepciones – han hecho pactos con sus respectivas burguesías para tratar de mantener ciertas condiciones laborales que son relativamente privilegiadas respecto de la situación que vive al resto de población excluida y marginada del progreso material. Una buena parte de los sindicatos que los representan han caído en vicios burocráticos extremos.

Por otro lado están los trabajadores de maquila junto a la gran masa del proletariado: sobreexplotados al máximo y con mínimos niveles de organización. Su dispersión es casi absoluta. Aquí podemos incluir a los trabajadores que tienen una alta cualificación intelectual y operativa como, también, a los de más baja preparación académica y técnica; son, desde el técnico en programación y sistemas hasta el cortero de caña, pasando por niveles intermedios de preparación técnica y gran diversidad de ingresos. Estos trabajadores están vinculados a unidades productivas que van desde el trabajo individual hasta el del microempresario y otra serie de formas empresariales y de contratación que corresponden a las formas que adquirido la organización del trabajo y de los procesos productivos respondiendo a las necesidades del capital: máxima explotación del trabajo (desregulación laboral, máxima dispersión, inestabilidad laboral, condiciones precarias en todo sentido, apariencia de libertad y de «emprendimiento», etc.), optima utilización de la infraestructura productiva (reducción de los tiempos muertos o negros, eficaz utilización de insumos, transporte, etc.), y gran diversificación y movilidad de la inversión capitalista. Estos trabajadores no tienen la capacidad organizativa para sumarse como bloque a la lucha, pero los espacios de participación electoral democráticos les han abierto una enorme posibilidad de expresar su inconformidad y aspiraciones.

Por otro lado está el grueso de los trabajadores y empleados estatales, que han estado a la cabeza de las luchas contra las políticas neoliberales, principalmente contra la reducción del Estado (privatización de las empresas prestadoras de servicios estatales y de servicios públicos domiciliarios), entre ellos los docentes, trabajadores de la salud y de empresas de energía eléctrica, telefonía, acueductos y otros. Son los sectores en A.L. más permeados por la «izquierda tradicional estatista» y por tendencias socialdemócratas.

Los «estatales» defienden ante todo sus intereses sectoriales, apoyan la revolución democrática y nacionalista, pero se muestran conservadores frente al manejo del Estado. La mayor parte de su dirigencia confunde el concepto de lo «público» con lo «estatal», dado que por experiencia saben que pueden defender mejor sus derechos laborales frente a una clase política corrupta y débil, que frente a empresas no-estatales que pueden ser comunitarias, solidarias, mutuales, o privadas, con cierta independencia del Estado y con regímenes laborales autónomos.

Estos sectores de trabajadores estatales no han podido, en sus dinámicas, combinar creativamente el interés de las comunidades de obtener servicios de alta calidad a bajos costos con la lucha por sus intereses sectoriales de carácter laboral. En la lucha por la democracia y la independencia nacional se muestran activos y beligerantes, pero frente a los nuevos gobiernos democrático-nacionalistas han asumido actitudes reticentes al comprobar que éstos deben empezar a revisar algunos aspectos de sus condiciones laborales. Ante la necesidad de compartir el poder y la riqueza social con amplios sectores excluidos y marginados, esos gobiernos se ven obligados – no a rebajarles sus ingresos -, pero si a ajustar los regímenes laborales, realizar ajuste de horarios y exigir mayor disciplina y calidad en la prestación del servicio. Es claro que en los gobiernos oligárquicos de carácter burocrático, la debilidad y corrupción de la clase política había generado toda clase de caos, desorden e ineficiencia.

Los campesinos pobres y los pueblos originarios (indios, afros, raizales, mestizos ancestrales) son los sectores más decididamente activos en esta fase de la lucha. La intervención y expansión territorial del gran capital por medio de economías de enclave con carácter extractivo (petróleo, gas, minería, carbón, oro, agua, biodiversidad, agro-combustibles) ha impactado sus intereses más allá de lo económico; han lesionado valores vitales de estos pueblos – de carácter territorial, nacional, cultural, étnico, familiar, ecológico y existencial -. En la lucha democrática actual, ellos son la vanguardia real, por cuanto están interesados en plasmar sus derechos de participación; sus intereses territoriales – como pueblos y naciones -; sus tradiciones, culturas y lenguas; y sus derechos como productores y defensores de riquezas naturales históricas.

A su lado y relativamente «revueltos», en forma dispersa pero activa, están los millones de personas que sobreviven en la llamada economía informal, vendedores ambulantes, desempleados, «moto-taxistas», pequeños negociantes e intermediarios de toda clase de servicios sociales e institucionales que se «rebuscan» la vida de miles de formas, sin estabilidad ni seguridad social, en los campos del transporte, los juegos de azar, los negocios y la intermediación. En algunos países son la mayor parte de la población. Cumplen funciones dispersas en el aparato productivo y podrían, fácilmente asimilarse al grueso del proletariado, como reserva de la fuerza laboral explotada directamente por el gran capital. Estos sectores apoyan la revolución democrático-nacionalista, le huyen a la visión estatista de los trabajadores estatales, a quienes identifican como oportunistas, pero tienden a ser muy espontáneos y «apuraditos», pasan de la movilización beligerante a la pasividad absoluta, por cuanto no cuentan con disciplina organizativa, ni tienen claros sus intereses hacia el futuro.

También se deben tener en cuenta los movimientos «policlasistas» como los movimientos defensores de los derechos humanos, de género, juveniles, ambientalistas, pacifistas, etc., que son claramente democráticos y nacionalistas, y pretenden profundizar a plenitud la democracia participativa.

¿Quién dirige esta revolución?

La puja al interior de la revolución democrática-nacionalista de América Latina es por definir quién la dirige y hacia donde la conduce.

Unos, la quieren dirigir para derrotarla.

Otros, pretenden utilizarla en beneficio de sus intereses sectoriales. Las burguesías «nacionales» tratan de neutralizarla y limarle su «filo popular», a fin de mantener el sistema capitalista neoliberal con pequeñas reformas «democráticas».

Los trabajadores y clases subordinadas empujan por la profundización de la revolución para poder incidir en aspectos esenciales del modelo productivo, económico y político. Equidad y justicia social es su bandera inmediata.

En esta etapa se corre el peligro de que cada sector priorice con espíritu estrecho sus exclusivos intereses, se pierda la visión de conjunto y la revolución se debilite. En medio de ese desorden los burócratas y oportunistas de todo tipo hacen su agosto.

Diversas fuerzas políticas aspiran a «dirigirla», «orientarla», «ayudar a desencadenarla», o a «sintonizarse con ella y dinamizarla». Las metas humanas de gran proyección como la conquista de la libertad, la democracia, el progreso social, la equidad y justicia social, la defensa de la vida, la sostenibilidad ambiental, y otras, están propuestas desde hace rato.

Algunos desean acabar con el «modelo», el «sistema explotador», el capitalismo neoliberal, pero las fórmulas para conseguirlo están en plena discusión y trabajo experimental. Fidel dijo, «nadie es experto en socialismo», lo que significa que debemos hacer camino al andar.

¿Qué hacer?

Desde nuestra perspectiva, para poder garantizar la continuidad y el fortalecimiento de la revolución, deberemos tener la capacidad de apoyarnos en los sectores sociales – que por su lugar real y concreto en la sociedad -, estén en capacidad de ser un factor dinamizador del proceso, en cada etapa o fase del proceso.

En teoría la clase obrera debería estar al frente de estas luchas, pero en la realidad, está debilitada, desvalida, desorientada y desorganizada. Hay quienes dicen representarla «ideológicamente», pero no es suficiente. En su nombre y a su sombra, ya se han hecho grandes barbaridades.

Existe, es cierto, disperso por el mundo, lo más avanzado y preparado de esa clase obrera, desperdigado en los núcleos que quedaron como herencia de los partidos de «izquierda estatista» del siglo XX. Estos núcleos están en proceso de evaluación, aclaración, y elaboración teórica, en medio del movimiento y de la lucha, y tienen – sin se compenetran con el conjunto del movimiento – las condiciones para contribuir a diseñar una estrategia que garantice el avance y el fortalecimiento de estas luchas.

El problema consiste en que cada sector se cree el portador de la verdad, el heredero de Marx y Lenin, y no se nota un verdadero espíritu de aprendizaje, apertura mental, crítica y modestia revolucionaria, y disposición seria a «aprender juntos». Cada «gran teórico» mira por encima a los demás y mientras tanto las masas actúan.

Muchos denominan a sus ideas y planteamientos como la teoría del «Socialismo del Siglo XXI»; otros, «Democracia Participativa»; algunos, «Humanismo Social»; y unos más, le llaman «Pacifismo y Anarquismo Libertario». Hay infinidad de nombres. Cada quien coloca énfasis en el aspecto que más le preocupa o ha estudiado. Pero falta más relacionamiento con el movimiento real y más disposición al acuerdo propositivo.

Lo importante es evitar que las clases dominantes dirijan y derroten el proceso. Hay que hacer los máximos esfuerzos porque las clases trabajadoras y subordinadas unifiquen sus objetivos, comprendan las dificultades, actúen con la mayor paciencia democrática, y entiendan que sólo unidas pueden avanzar y triunfar.

Por ello se requiere que lo mas avanzado de los trabajadores del mundo entero identifiquen líneas gruesas de pensamiento y orientación práctica, a fin de ayudar a que los pueblos de América Latina, no solo triunfen y se sostengan, sino que se avance por el camino que la humanidad se merece y que se ha planteado como meta desde los albores mismos del surgimiento de las civilizaciones humanas.

El reino de la libertad debe imponerse sobre la tiranía de la necesidad. La sociedad debe conquistarse a sí misma. América Latina puede hacer un gran aporte en esa dirección.


[1] Denominados «Los populismos Latinoamericanos». Juan Domingo Perón, Getulio Vargas, y otros dirigentes encabezaron ese proceso. En Colombia algunos incluyen a Jorge Eliécer Gaitán, pero otros estudiosos lo ubican en el campo del socialismo.

[2] Esta gran burguesía monopólica ya casi no existe como clase social. Son unas cuantas familias absolutamente integradas al gran capital imperialista.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.