“La verdadera fortaleza consiste en apoyar a los débiles frente a los poderosos”. (Ambrosio de Milán)
No tenemos la hora exacta, pero se calcula entre las 13:50 y 14:20, quiero hacer resaltar que en esos mismos instantes muere el último de los GAP.
Esta versión es relatada por un joven de 19 años, miembro del famoso GAP, Luis Renato González Córdoba. Había trabajado como camarero en Tomás Moro. Combatió en la Moneda, se salvó gracias los mexicanos. Este es su relato:
“Nos encontramos con un grupo de fascistas al mando del capitán mayor, en los salones cercanos al Cuarto Rojo. El grito: “¡Ríndase, señor Allende!” Nuestro compañero dijo: “Nunca, es mejor morir que rendirse”. Cuando acabó de hablar, se oyó un disparo que venía de los militares. Alcanzó al doctor (Allende). Ellos abrieron fuego de ametralladora y nosotros disparamos contra ellos. Doce de nuestros compañeros cayeron muertos junto al presidente Salvador Allende. Nuestros disparos se intensificaron. El oficial y 6 soldados cayeron. Nos aproximamos al cuerpo del Presidente. Estaba mortalmente herido. Nos dijo: “Un líder puede morir, pero queda su causa. América será libre”. Eran las 1:50 de la tarde cuando nuestro compañero Allende cayó asesinado por las balas de los fascistas y de los traidores. Había sido alcanzado por seis balas, cuatro en el cuello y dos en el tórax.
Cogimos su martirizado cuerpo y lo llevamos a su lugar, el despacho presidencial. Le sentamos en su sillón, le pusimos el emblema presidencial, su ametralladora entre los brazos, y le abrazamos. Encontramos la bandera… y con ella cubrimos su cuerpo (Davis, Nathaniel. Los últimos dos años de Salvador Allende. Pág. 257. Ref. Laurence Birns, ed., The End of Chilean Democracy. Seabury, Nueva York, 1974, p.40).
El premio Nobel de literatura Gabriel Garcia Marquez nos entrega la siguiente versión:
Alrededor de las 4 de la tarde, el general mayor Javier Palacios llegó a la segunda planta junto con su ayudante, el capitán Gallardo y un grupo de oficiales. Allí en medio de las falsas sillas Luis XV, de los jarrones chinos con dragones y las pinturas de Rugendas en el Salón Rojo, les esperaba Salvador Allende. Estaba en mangas de camisa, llevaba un casco de minero y no llevaba corbata, las ropas teñidas de sangre…
Allende conocía bien al general Palacios… un hombre peligroso, estrechamente relacionado con la Embajada norteamericana. En cuanto le vio aparecer en las escaleras, Allende le gritó: “¡Traidor!” y le disparó en la mano.
…Según el relato de un testigo que me pidió que no diese a conocer su nombre, el Presidente murió en un intercambio de disparos con esa banda. Y entonces, los demás oficiales, en un compromiso ritual, dispararon sobre el cuerpo. Finalmente, un suboficial le golpeó la cara con la culata de su fusil… (Davis, Nathaniel. Los últimos dos años de Salvador Allende. Pág. 263. Ref. Gabriel García Marquez. “The Death of Salvador Allende”, Harper´s de marzo de1974, pág. 53). Quiero resaltar un detalle, que Palacios realmente fue herido en una mano.
El libro Interferencia Secreta, escrito por Patricia Verdugo, nos narra en la página 158, que el médico Jirón fue unos de los últimos que salió. Jirón nos explica lo siguiente: “Y como soy alto, siempre quedé atrás, de los últimos, en las filas del colegio. No tengo otra razón para explicar por qué me quedé de los últimos en esa fila de personas…”
Otro detalle importante que Jirón entrega es que él estaba muy cerca del Presidente Allende, pero también se encontraban; el médico Patricio Guijón que se había devuelto a buscar una máscara antigases, el Intendente de Palacio Enrique Huerta, y el detective David Garrido.
Algo que me llama la atención es la aclaración que Jirón hace sobre el Presidente Allende: “Nadie lo vio sentarse en el sillón de terciopelo rojo del llamado Salón Independencia.” El médico Jirón agrega: “Que no escuchó el disparo”. Que pudo haberse mezclado con la balacera. El detective David Garrido nos cuenta que el escuchó gritar: “¡Allende no se rinde!” (Verdugo, Patricia. Interferencia Secreta 11 de Septiembre 1973. pág. 158. Editorial Sudamericana, Santiago, Chile. 1998. ISBN 956-262-066-2)
Según cuenta Renato González, que el Presidente Allende fue encañado por un capitán que exigía su rendición, y que el Presidente Allende le respondió: “¡Nunca!”, tras lo cual recibió un disparo y una ráfaga de metralleta. Esta versión se dio a conocer en un discurso de Fidel Castro dado el 28 de septiembre de 1973 en la plaza de la revolución (Periódico El Sol de Cuernavaca http://www.oem.com.mx/oem/notas/n854240.htm).
Estos dos relatos, el del detective David Garrido y de Renato González coinciden en que ambos escucharon gritar al Presidente Allende. Suena extraño que Salvador Allende hubiese gritado sin pretecto antes de suicidarse. Para mi este detalle habla en contra de la tesís del suicidio.
Pero veamos esta otra versión, que es la de Rojas Sandford que la explica en su libro “El asesinato de Allende”. Veremos un extracto:
Seis o siete minutos después de las diez… un comando de la Academia de Infantería de San Bernardo, al mando del capitán Roberto Garrido…avanzó hasta la puerta del Salón Rojo (la Habitación Roja), la sala de recepción del Estado. En el interior, y en medio de una gran humareda… el capitán del comando vio a un grupo de civiles que armados de metralletas, estaban en actitud defensiva. En un gesto instintivo, el capitán Garrido disparó su arma. Una de las balas alcanzó a un civil en el estómago, Un soldado del comando de Garrido imitó a su superior hiriendo al hombre, esta vez en el abdomen. Mientras el hombre se retorcía agonizante en el suelo, Garrido comprendió de pronto que se trataba de Salvador Allende. “¡Nos hemos cargado al Presidente!”, exclamó. Se efectuaron nuevos disparos desde el grupo de Garrido. Allende fue acribillado a balazos.
Rojas nos cuenta que los civiles regresaron al Cuarto Rojo, donde el médico Enrique París examino al Presidente Allende. Agrega que el general Palacios dio la orden de: “Debemos mantener aislada esta habitación… Pone con los cuarteles generales, con el general Pinochet en persona… “
“Misión cumplida”
“¿Como está el cuerpo?” preguntó el comandante en jefe del Ejército de tierra.
“Destrozado”
“No deje que nadie lo vea. Aguarde instrucciones”
Según Nathaniel Davis esta versión es la más aceptada y citada.
(Davis, Nathaniel. Los últimos dos años de Salvador Allende. Páginas 264-265).
Robinson Rojas Sandford cuestiona la versión del médico Patricio Guijón Klein. Se rumorea que los militares conversaron con Guijón para que este cambiara el relato.
Rojas agrega que Guijón fue liberado incondicionalmente en diciembre de 1973, que este fue el pago por su falso testimonio. Rojas afirma que la teoría del suicidio es arreglada (Davis, Nathaniel. Los últimos dos años de Salvador Allende. Pág 254, 256, 257).
El investigador fiscal del Departamento de Justicia norteamericano, Eugene M. Propper y Taylor Branch tiene como fuente al asesor legal norteamericano en Buenos Aires, que trabajó en Chile para el FBI, Robert W. Scherrer. De esta forma nos narran la muerte del Presidente Allende:
Desde su puesto de mando en Peñalolén, el general Pinochet consulta por radio con el general de brigada Ernesto Baeza y el almirante Carvajal. Baeza ordena que las fuerzas de élite del Regimiento de la Academia de Infantería, realicen un nuevo ataque, apoyados por ochos tanques “Sherman”…
Fuerzas de Infantería entran en la Moneda. Pequeños grupos suben escaleras arriba a través del humo, cubriéndose con el fuego de sus armas. Un rubio teniente chileno, René Riveros, se encuentra repentinamente enfrentándose a un civil armado, ataviado con un jersey de cuello alto. Riveros vacía medio cargador en el cuerpo del presidente de Chile, matándole al instante, con una hilera de heridas que van de la ingle a la garganta.
El general Baeza ordena a los detectives de la Policía entrar en la Moneda y realizar una investigación normal sobre la muerte de Allende. Esta medida provoca la primera controversia entre los nuevos dirigentes militares, la mayor parte de los cuales se opone violentamente a que sea examinado por profesionales. Quieren presentar el fallecimiento de Allende como un suicidio. El general Baeza objeta que es una cobardía y que tal historia no puede mantenerse convincentemente. Al día siguiente dimitirá a causa de esto, y sólo Pinochet será capaz de persuadirle de que permanezca en el Gobierno militar como nuevo jefe de Investigaciones.
Baeza es vencido en la tarde del golpe. En el interior de la Moneda, hay una gran confusión sobre que hacer con el cuerpo de Allende. Finalmente, lo colocan en un ataúd de metal, que es soldado y enviado por avión a Viña del Mar para su entierro. Los carabineros ya han certificado que su muerte fue un suicidio (Davis, Nathaniel. Los últimos dos años de Salvador Allende. Pág. 271. Ref. Taylor Branch y Eugene M. Propper, Labyrinth. Viking, Nueva York, 1982, pág. 65).
Ahora seguiremos con este artículo titulado “Revisión de los hechos del 11 de Septiembre” “Todas las muertes del Presidente Allende”. Publicado en el periódico La Nación, domingo 10 de Septiembre de 2006 en la sección Temas del domingo, escrito por Camilo Taufic.
El artículo empieza entregando la información que la metralleta que Fidel Castro le regaló a Salvador Allende, con la cual se habría suicido, no estaba en la moneda ese día, durante el tiempo que se combatió. Los testigos dicen que oyeron un tiro.
La versión oficial nos entrega la información que el Presidente toma la decisión de terminar con la resistencia armada a las 13:50 y les ordena al resto que se entreguen. Cuando el resto del grupo está bajando al segundo piso, Allende se devuelve al Salón Independencia sin que el resto se dé cuenta. Se sienta en un sofá, pone el fusil AK, regalo de Fidel Castro, entre sus rodillas, apuntando a su mandíbula y salieron dos tiros.
Según Patricio Guijón, él también regreso, pero a buscar un recuerdo para su hijo. Entonces ve al Presidente dispararse en el Salón Independencia desde un pasillo, frente a la puerta entreabierta. Entonces corre hacia el cuerpo, pero ya estaba muerto. La versión oficial nos relata que Guijón se sentó junto al cuerpo del Presidente, toma la metralleta y la puso atravesada sobre las piernas del occiso, sin tomar la precaución de las huellas.
El exministro Edgardo Enríquez no cree que el Presidente Salvador Allende se hubiese suicidado. En la Isla Dawson, había escuchado del propio médico Patricio Gijón, su testimonio sobre la muerte del Mandatario. No quedó convencido. A pesar de que han pasados los años, sigue manteniendo su escepticismo.
– Que me perdone Gijón, pero me contó tres versiones distintas de la muerte de Allende. Por eso dudo.
– Gijón estaba muy amenazado. Hay varios hechos que hacen sospechosa la muerte de Salvador Allende: que hayan participado en su autopsia sólo médicos militares y que no lo haya hecho el médico Alfonso Asenjo, que fue el Hospital Militar y no vio la autopsia.
(González, Ignacio. El día en que murió Allende.2002.)
En la película Acta General de Chile, de Miguel Littin, el médico Oscar Soto nos entrega la siguiente información:
– Al llegar a la calle todos fuimos agrupado en la puerta de Morandé 80 con las manos atrás. La persona que estaba al lado mío en un momento me sorprendió, porque estaba muy emocionada, sollozando. Le pregunté que había pasado y él me comunico que el Presidente estaba muerto. Eso fue después que escuchamos una balacera muy intensa en la segunda planta.
La información entregada por el médico Óscar Soto de la balacera en el segundo piso coincide con los datos que nos entrega el libro de Eugene Popper y Taylor Branch, Laberinto, que sería el teniente de Ejercito René Riveras que había disparado con su metralleta al Presidente Allende, desde el cuello a la ingle, cuando se encontraron los dos en el segundo piso de La Moneda.
Un grupo de militares, con el general Javier Palacios, jefe del asalto a la Moneda, comprobó que la parte superior de la cabeza del Presidente había estallado. El general Palacios observó con atención el cuerpo del Presidente Allende. “El mandatario estaba en el sofá, recostado, con la cabeza inclinada hacia la derecha, algo caída hacia atrás. Había trozos de sesos ensangrentados junto a su pierna izquierda, sobre el sofá. En el suelo, a su izquierda, yacían más restos de masa encefálica, lo mismo que en la muralla, sobre él. Había un casco de acero aprisionado bajo el codo izquierdo del Presidente, un cargador de metralleta descargado”. (González, Ignacio. El día en que murió Allende.2002.)
Lo que a mi me llama la atención y la pregunta que me hago es si una persona que se suicida alcanzaría en ese momento a descargar totalmente un cargador. Lo normal sería que rápidamente después de haber disparado algunos proyectiles debería perder el control del arma.
El general Palacio informa por radio a la comandancia de la guarnición:
– Misión cumplida. Moneda tomada. Presidente muerto.
“Me criticaron después porque di la impresión de que lo habíamos muerto. Les respondí que era para ahorrar frases. ¿Cómo iba poner que se había suicidado? No me constaba que se hubiese suicidado. Estuve bastante momentos convencido de que le habían pegado un tiro. No creía, en un primer instante que se hubiera suicidado (González, Ignacio. El día en que murió Allende.2002). Según el general Brady informa que lo asesinó un GAP.
En una nota aparecida en el Mercurio, Palacio pensó inculpar al doctor por la muerte de Allende, para después cambiar de parecer. Anteriormente se había comunicado con el almirante Carvajal, para que le informara a Pinochet: “Misión cumplida, Moneda tomada, Presidente muerto”.
Según Ascanio Cavallo, en la serie “Las 24 horas que estremecieron a Chile”, publicada en “La Tercera” en 2003, el comunicado con la información de la muerte de Allende sale recién el jueves 13 de septiembre y se mantiene en secreto el lugar de su sepultación.
En el cementerio de Santa Inés de Viña del Mar, es enterrado el día 12, trasladado por un avión FACH hasta Quintero, y de allí en una ambulancia, con fuerte custodia militar. La tapa del féretro, soldada y sellada con remaches de metal.
El 20 de septiembre se hace público un informe sobre la muerte de Allende, en una conferencia de prensa por el general Ernesto Baeza Michelsen que había sido nombrado director de Investigaciones el mismo 11 de septiembre por la tarde. Éste renunció al cargo el día 12, molesto al parecer por los tejemanejes realizados por el Servicio de Inteligencia Militar para adaptar el cadáver y el Salón Independencia a la versión que se difundió luego sobre las circunstancias del suicidio de Allende.
Unos laboratoristas químicos y físicos de la Policía Técnica reemplazan a lo expertos policiales, y firmarán un acta de análisis de las muestras encontradas de una carilla, este es el informe trucado de la BH. Otras tres carillas, que aparecen con numeración distinta y las iniciales de otro mecanógrafo. Esta acta fue publicada por Mónica González, en el libro La conjura: los mil y un días del golpe, publicado el 2000.
El ex embajador estadounidense en Santiago Nathaniel Davis, nos relata en su libro Los dos últimos años de Salvador Allende, que la renuncia de Baeza a la Dirección de Investigaciones, y su rápida reconsideración, tras fuertes presiones de Pinochet, se debe a que el general Baeza ordena a los detectives de la BH entrar en La Moneda y realizar una investigación a fondo sobre la muerte de Allende. Esta decisión provoca la primera confrontación entre los nuevos gobernantes militares, de los cuales se oponen violentamente a que el lugar del acontecimiento sea examinado por profesionales. La intención es presentar el fallecimiento de Allende como un suicidio. El general Baeza argumenta que es una cobardía y que tal historia no puede sostenerse como convincente. Al día siguiente, el 12 de septiembre dimitirá a causa de esto, y solo Pinochet será capaz de persuadirle de que permanezca como nuevo jefe de Investigaciones del Gobierno militar”. Nathaniel Davis cita como fuente a Robert W. Scherrer, el delegado del FBI para el cono sur, con sede en Buenos Aires.
El fiscal estadounidense que investigó en Washington el caso Letelier, Eugene M. Propper, en su libro “Laberinto” (escrito en conjunto con Taylor Branch), también alude al conflicto del general Baeza con la Junta Militar.
La versión de Propper, entrega el nombre del oficial chileno del Ejército que mató al Presidente Allende. Su fuente es el agente Scherrer. Este agente descubrió en 1977 que el capitán René Riveros era un héroe especial para algunos de sus colegas de las FFAA chilenas, debido que él fue quien mató al Presidente Allende en el asalto a La Moneda. René Riveros integró el contingente del general Palacios. Después fue parte de la Dirección de Inteligencia Nacional, DINA, bajo el mando de Manuel Contreras, apodado “el chacal”.
El general Baeza informa el 20 de septiembre 1973, según un informe de la Brigada de Homicidios que el cadáver de Allende estaba sentado sobre un diván de terciopelo rojo granate adosado al muro oriental, entre dos ventanas que miran a la calle Morandé, con la cabeza y el tronco levemente inclinados hacia el lado derecho, miembros superiores ligeramente extendidos, extremidades inferiores extendidas y un tanto separadas.
La foto número 1416/73-W, sustraída a fines de 1973 del expediente de Investigaciones, efectivamente tomada el 11 de septiembre (la primera de una serie que va de la A a la Z), que hoy se puede encontrar en diversos sitios de internet, sin indicar procedencia y como de autor anónimo. Muestra la real posición del cuerpo del Presidente muerto, que no está sentado, sino más bien tendido en el sofá, hasta donde al parecer fue arrastrado (de ahí la posición rígida de las piernas), cargado sobre una frazada doblada puesta bajo su espalda.
Pero el 20 de septiembre de 1973, el general Baeza, que ya había olvidado su renuncia, agregaba que los proyectiles suicidas fueron disparados con el arma puesta entre las rodillas y el cañón pegado a la barbilla. y que el arma utilizada: fusil-ametralladora núm. 1.651, de fabricación soviética, en cuya culata se leía la inscripción: ‘A Salvador, de su compañero de armas, Fidel’”.
El doctor Óscar Soto, médico de cabecera del Presidente, también habla sobre la dedicatoria en la culata, una lámina de bronce, en su libro “El último día de Salvador Allende”, y también Tati, Beatriz Allende, la hija mayor, en su discurso en La Habana, en el homenaje masivo a su padre, organizado por Fidel Castro, el 28 de septiembre de 1973, en la Plaza de la Revolución ante un millón de personas.
Pero hay un detalle muy importante que el fusil-ametralladora AK-S que aparece en el croquis número 15.254 de la Policía Técnica de Investigaciones, dibujado ex profeso entre las piernas de Allende muerto, no tiene culata, en el sentido tradicional del término; esto es, culata de madera. Ni el arma estuvo en La Moneda, al menos mientras Allende vivió. Desapareció ese mismo día.
El asesor político de Allende el español Joan Garcés, ha visitado la casona de Tomás Moro como el refugio de El Cañaveral, camino a Farellones, donde Allende pasaba a veces la noche. Le cuenta a su amigo Víctor Pey, dueño del diario el Clarín, que la metralleta nunca dejó El Cañaveral, y que siempre estuvo ahí, expuesta en una pared del living.
Los detectives de la guardia presidencial, que defendieron la vida de Allende en La Moneda, y los doctores del Instituto Médico Legal, que hicieron la autopsia esa misma noche del 11 de septiembre, ante los jefes de Sanidad de cada una de las ramas de las FFAA, coinciden con distintos grados de certeza en que el Presidente murió de un solo balazo. También existe un informe oficial en cual se menciona expresamente un cartucho de bala de pistola, que yacía muy visible a los pies del occiso, ya percutado, y se elude examinar el arma de donde provino.
El Subinspector Julio Navarro y el inspector Pedro Espinoza, de la Brigada de Homicidios del Servicio de Investigaciones fueron llevados hasta el Ministerio de Defensa por un capitán, pero no se acuerdan si es fue al segundo o tercer piso. Los hizo pasar a una oficina. En la habitación había dos generales de pie antes unos mapas, Hermán Brady y Sergio Arellano Stark.
- – ¿Ustedes son de la Brigada de Homicidios? – preguntó Brady.
- – Sí.
- – Bien. El muerto es el ciudadano Salvador Allende. Lo asesinó un GAP.
Brady les informa que el cadáver que van a examinar se encuentra en la Moneda. Hablaron con el general Javier Palacios. En la entrada del Salón Independencia, les recibió el general Palacios.
– Se suicidó. Ustedes pueden verificarlo.
Navarro y Espinoza empezaron a realizar una inspección ocular. A Navarro le llama la atención que el arma del supuesto suicidio estuviese a un lado del cadáver, de una manera que daba a entender que se había puesto cuidadosamente allí.
Tras el cadáver había un abrigo de color beige. Estaba manchado con sangre que había chorreado desde el cráneo del Presidente Allende. También le llamó la atención a Navarro y le causo extrañeza que el Mandatario Allende no llevaba nada en sus bolsillos. ¿Habrían sido ya registrado por los militares? Fue la pregunta que se hizo Navarro.
En el bolsillo superior izquierdo de la chaqueta había un pañuelo de seda azul con lunares rojos, y en el bolsillo izquierdo del pantalón, una llave y un papel con un membrete: “Presidencia de la República. Edecán”.
Los restos del Presidente los introdujeron en una ambulancia que partió rumbo al Hospital Militar. A los bomberos y soldados que ayudaron como angarilleros les preguntaban sus compañeros
– ¿Cómo fue? ¿Cómo murió?
Uno de los bomberos, contrario al gobierno de la Unión Popular, hizo el siguiente comentario:
– Si no se mataba, lo mataban los guerrilleros que estaban dentro, sus mismos compañeros. O a lo mejor lo mataban los militares aquí afuera.(González, Ignacio. El día en que murió Allende.2002).
En la autopsia hecha al Presidente Allende que tenía como finalidad identificar el cadáver y constituir las causas de su muerte, colaboraron:
- – el médico Miguel Versin Castellón, director de Sanidad de la Armada y Presidente del Comité de Directores de Sanidad de las Fuerzas Armadas.
- – el médico Mario Bóquez Montero, general, director de Sanidad de la Fuerza Aérea.
- – José Rodriguez Veliz, general de Sanidad del Ejército
- – Luis Veloso, general de Sanidad de Carabineros
Entraron a una sala donde también se encontraba el médico Tomás Tobar, del Instituto Médico Legal, y un médico joven. El médico Rodríguez no participó, estaba en otra sala. Había sido compañero del Presidente Salvador Allende en la Escuela de Medicina. Optó por no participar en la autopsia. El médico Mario Bórquez Montero había sido investido como general por Salvador Allende, le había dicho “que era un día histórico, por primera vez, un Jefe de Estado médico oficializaba el ascenso de un médico a general”. El Presidente Allende siempre lo saludaba con un:
– Hola, colega.
El médico Miguel Versin hizo el siguiente comentario:
– excelente estado físico de Allende.
La derecha había echado andar el rumor sobre los posibles daños al corazón o al hígado por un supuesto exceso de alcohol. Pero la autopsia demostraba todo lo contrario y que era una mentira barata de la derecha. Los órganos estaban en perfecto estado y completamente sanos. Los médicos investigaron la posible presencia de alcohol en el cuerpo del Mandatario. Se extrajo sangre del corazón y luego líquido del estómago. Los resultados de las muestras al cadáver de Allende que se habían enviado al Instituto Médico Legal dieron el resultado de que no había rastros de alcohol en la sangre ni en el contenido estomacal del presidente (González, Ignacio. El día en que murió Allende.2002).
Estos testimonios y documentos destruyen la tesis sostenida hasta su muerte, en junio pasado, por el general Javier Palacios Ruhman, de que Allende se suicidó utilizando una metralleta AK que disparaba 20 balas en un segundo.
Tampoco los informes posteriores de la Policía Técnica y de autopsia (noche y madrugada del 11 y 12 de septiembre del ’73), indican el calibre de la o las balas que ultimaron a Salvador Allende, hasta el momento no se ha determinado si eran de metralleta o de pistola. Esto si que es muy sospechoso. Este punto lo ha tratado el chileno Hermes Benítez, en su libro “Las muertes de Salvador Allende”, de la Editorial Ril.
Muchos desconocen que en el momento de morir, Allende estaba en presencia de al menos ocho personas, la mayoría de ellos médicos. Según relató del doctor José Quiroga, cirujano que actualmente reside en Los Ángeles (California) y entonces miembro del equipo médico que cuidaba al Primer Mandatario, no sólo el doctor Patricio Gijón vio morir a Salvador Allende, sino también el entonces ministro de Salud, Arturo Jirón, Hernán Ruiz Pulido (cardiólogo), el abogado Arsenio Poupin, subsecretario general de Gobierno, Enrique Huerta, intendente de palacio y el detective David Garrido. El general Palacios liberó horas más tarde a todos los médicos que se manifestaron como tales, salvándose de correr la suerte de los otros defensores de la sede del Gobierno constitucional, algunos de los cuales hasta hoy figuran en las listas de detenidos-torturados-desaparecidos y fusilados.
“Sólo permaneció arriba el doctor Patricio Gijón Klein, junto al cadáver de Allende, como él mismo ha testificado”, concluyó Quiroga.
La Democracia Cristiana hizo una declaración después del golpe que quitaba toda responsabilidad a los militares golpista de perseguir el poder para sus propios intereses. Muchos han defendido el Golpe Militar, uno de ellos fue el democratacristiano y ex Presidente de Chile Eduardo Frei Montalva, a tal punto que le escribió al presidente de la Unión Mundial Demócrata Cristiana, Mariano Rumor, informándole la necesidad de entender lo acontecido en su contexto y que el Golpe Militar era el resultado irremediable de una situación insostenible (Gazmuri,C. Eduardo Frei Montalva 1911-1982, pág 110).
Eduardo Frei Montalva hace la siguiente declaración al diario ABC de Madrid, el 10 de Octubre de 1973: Los militares han salvado a Chile, a todos nosotros… Cuando un gobierno actúa como lo hizo Allende, el derecho al levantamiento se convierte en un deber (Soto, O. 1996. El último día de Salvador Allende, pág 128). Paradojalmente una declaración del general de la FACH, Gustavo Leigh, se contradice con la del golpista Eduardo Frei Montalva. Este uniformado reconoce el 22 de Septiembre de 1973, que el mayor estorbo de su traición y planes golpistas fue el tener que derrocar a un gobierno constitucional (Garcés, J. Allende y la experiencia chilena, pág. 70).
Menos mal que este caballero, Eduardo Frei Montalva era creyente al igual que Pinochet, que nunca comprendieron el mensaje de Jesús, ni los evangelios. Que yo sepa Jesús nunca predicó la violencia, ni atacar a los romanos que en ese tiempo ocupaban a Israel. También Frei se olvidó que a él le hicieron un intento de golpe militar. Se decía llamar amigo de Allende. Señores de la DC cuando van a tener la valentía de reconocer su culpabilidad en el Golpe de Estado. A estos señores creyente tienen mala memoria, como el dicho; la memoria es frágil. Se le ha olvidado la actitud heroica que tuvieron los upelientos cuanto les toco a ellos con el intento golpista de 69 encabezado por el traidor general Roberto Viaux.
Pero no todos los dirigentes de la Democracia Cristiana se arrastraron como culebra, rogando y suplicando a los militares el golpe de estado. Tampoco todos optaron por una actitud golpista, ni de doble juego, cinismo, como; Hamilton, Zaldívar, Moreno, Eduardo Frei, abogado y Presidente de Chile entre 1964 – 1970, Presidente del Senado en 1973, que apoyó y defendió el Golpe Militar, Patricio Alwyin, abogado Presidente del Partido Democracia Cristiana en 1971, se alió con la derecha golpista, Presidente de Chile entre 1990-1994.
La excepción fueron:
- – Radomiro Tomic
- – Bernardo Leighton
- – Renán Fuentealba
- – Ignacio Palma
- – Fernando Sanhueza
- – Claudio Huepe
- – Andrés Aylwin
- – Belisario Velasco
- – Ignacio Balbontín
- – Florencio Ceballos
- – Waldemar Carrasco
- – Mariano Penna
Estos valientes políticos declararon el 13 de septiembre de 1973, que el gobierno de la Unidad Popular y del Presidente Salvador Allende era totalmente constitucional y además desafiaron el destino homenajeando al Presidente electo democráticamente de Chile don Salvador Allende.
A través de la historia siempre ha existido una rivalidad entre la Iglesia Católica y la masonería, usándose como excusa una incompatibilidad entre el dogma católico y el pensamiento filosófico de la masonería, aunque en la realidad las razones son otras, durante la conquista la Iglesia Católica apoyaba a la corona de España y la masonería estaba por la Independencia de América. Pero esta rivalidad no fue impedimento para el bizarro Cardenal Raúl Silva Henríquez que tuvo una posición honrosa y una actitud de gallardía frente a la Junta Militar y defendiera el gobierno del masón Salvador Allende, algo que ni la propia Gran Logia de Chile fue capaz de hacer.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.