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¿Quién se beneficia del Profeta?

Fuentes: Rebelión

Desde la publicación de las caricaturas representando al profeta Mahoma, muchos artículos se han escrito debatiendo los aspectos de la «libertad de expresión frente al respecto a las creencias». Esta parece ser una nueva manera (no tan nueva en realidad) con la que ciertos grupos, con legitimidad intelectual, evitan los verdaderos elementos que subyacen en […]

Desde la publicación de las caricaturas representando al profeta Mahoma, muchos artículos se han escrito debatiendo los aspectos de la «libertad de expresión frente al respecto a las creencias». Esta parece ser una nueva manera (no tan nueva en realidad) con la que ciertos grupos, con legitimidad intelectual, evitan los verdaderos elementos que subyacen en el problema. Para la mayoría de intelectuales, huir de sus responsabilidades sociales es una estrategia común a la hora de ganarse la simpatía entre las clases dominantes y los grandes medios. Y eso no nos debería sorprender en absoluto ya que es lo que ha ocurrido durante mucho mucho tiempo…

Pero, de qué hablan los grandes medios cuando hablan de «libertad de expresión»? La reiteración en el uso del término resulta casi cómica y difícilmente se puede conseguir que el concepto se valore en toda su profundidad cuando se recurre a él con la facilidad con la que lo hacen los medios y sus súbditos intelectuales, especialmente en Occidente. El uso de la «libertad de expresión» no nos exime de una serie de responsabilidades sociales y, desde luego, no debe ser una carta blanca en beneficio de la ignoracia. En Alemania la exhibición de iconos de ideología nazi están legalmente prohibidos en los campos de fútbol, lo que significa una clara forma de restricción de la «libertad de expresión», tanto colectiva como individual. Cómo entienden en estos casos la «libertad de expresión» aquellos medios que se dedican a alabarla cuando peligra su legitimidad intelectual?

Empecemos diciendo que la «libertad de expresión» es un término demasiado abstracto como para abordar seriamente cualquier conflicto de naturaleza social, política, económica o cultural. Hay mejores herramientas para el análisis, en desarrollo desde hace muchísimo tiempo por analistas e investigadores en la materia. La abstracción es una maravillosa herramienta para la masturbación generalista a la que acostumbran los intelectuales, pero su utilidad en el ámbito político es limitada y tiene sus riesgos. El primero, el más sencillo de entender, se deduce de su falta de concrección. El segundo, el exceso de corrección que invoca. A partir de ahí se pueden concluir los demás, algunos peligrosos, ya que acostumbra a desarrollar relaciones de connivencia con los planteamientos esenciales del poder y sus estructuras dominantes. La prueba más clara de esto es la diferencia de criterio con la que se utilizan términos como «libertad de expresión» dependiendo del contexto.

Y así pues, podríamos preguntarnos otra vez… de qué hablan los grandes medios cuando hablan de «libertad de expresión»? Creo que nadie puede negar que los grandes medios occidentales dependen hoy, más que nunca, de las limitaciones que imponen los intereses empresariales de los propios grupos a los que pertenecen. Un ejemplo conocido en España (para aquel que lo quiera conocer, obviamente): el trato que merece Venezuela para el periódico de mayor tirada nacional (El País) está claramente relacionado con las inversiones que maneja el grupo al que pertenece (Grupo Prisa).

Además, en paralelo a lo expresado aquí y en relación con la cuestión del «respeto religioso», podríamos reflexionar sobre la intervención del Tribunal Europeo de Derechos Humanos en casos que cuestionaban algunos aspectos vinculados a la creencia cristiana (Wingrove vs. The United Kingdom y Giniewski vs. France). Hablamos de casos bien documentados y recientes que pueden ser analizados por cualquiera que tenga un mínimo de interés en el particular (Javier Pérez Royo ha escrito sobre el tema en «No es tan sencillo», El País, 11 de febrero de 2006).

En definitiva, el problema de la «libertad de expresión» no parece lo suficientemente consistente como para abordar el problema que aquí se trata, ya se quiera entender en su vertiente política, económica, social o cultural.

Lo sucedido a partir de la publicación de las caricaturas de Mahoma no se puede analizar sin hacer al menos una pequeña reflexión sobre el entorno político actual al que nos enfrentamos. Las actividades desarrolladas durante los últimos 60 años en torno al conflicto del Medio Oriente y muy especialmente en el caso de Israel y Palestina, han sembrado un terreno político del que Occidente está recogiendo los frutos desde hace mucho tiempo, y que han adoptado una forma peculiar desde la década de los 90. Cómo se ha llegado a esta situación?

Occidente ha apostado claramente por combatir las alternativas progresistas y democráticas de los países musulmanes tanto desde fuera como desde dentro de las propias sociedades. Cabe recordar que, no hace tanto, en el Medio Oriente se concentraban una serie de movimientos políticos de claro corte progresista liderados por intelectuales y políticos, educados en muchos casos en universidades occidentales y con una fuerte influencia de los estudios de corte marxista. Esta fue la clase que lideró políticamente la descolonización de, por ejemplo, Argelia; la misma que está en los orígenes de la visión panarábica del Partido Ba’ath; la misma que está en el nacimiento de la OLP. No es objetivo de este artículo analizar en profundidad estos aspectos, pero parece evidente que la labor en política exterior de Occidente en la zona ha propiciado las condiciones, quizás las únicas posibles, en que los movimientos religiosos extremistas alcanzasen la primeria línea del espectro político. De este modo, el avance que se le presupone a cualquier sociedad civil organizada políticamente entorno a la crítica analítica secular, se ha visto superado por la vinculación entre política y creencias religiosas.

Los motivos de este ascenso de movimientos de marcado carácter teocrático en el terreno político y de su acceso al poder de la región es fácil de entender. Hamás puede ser un buen ejemplo que se puede extrapolar a otros contextos, a pesar de los obvios matices locales. La política de desestabilización de la Autoridad Nacional Palestina orquestada por Israel y EEUU (apoyando entre otros hace algunos años el alumbramiento de movimientos como Hamás), los esfuerzos por desautorizar a una figura con la evidente legitimidad política como Arafat por parte de Occidente, el sabotage contínuo de recursos esenciales para el desarrollo de la sociedad palestina, la represión y humillación contaste a la que se somete a los palestinos, etc., todo esto conduce a la sociedad civil a organizarse entorno a sus limitados recursos y a las organizaciones que muestran mayor capacidad para coordinarlos. Independientemente de su naturaleza ideológica, Hamás se erigió como una organización tremendamente efectiva en la ayuda básica a los sectores populares palestinos, limitada sólo por la voluntad de sus miembros y sin las suspicacias naturales que en la zona despiertan cualquier vínculo institucional. Y en estas circunstancias, cuando llegan unas elecciones democráticas, quién se cree de verdad que se vota realmente de acuerdo a ideologías, tal y como las entendemos en Occidente? Si vives en una sociedad acostumbrada a la represión, el exilio, el exterminio… quién tiene la legitimidad política si no aquel que demuestra una clara capacidad y efectividad real de organización? Y además, quién si no el que muestra un discurso más beligerante hacia aquel que me reprime, exilia o extermina me puede representar mejor? No en vano, la sociedad palestina ha sido conocida durante mucho tiempo por ser una de las comunidades de la región más progresistas y laicas. Cómo se explica entonces la situación? Otros casos, aún manteniendo claras diferencias, generan analogías naturales. Las lista podría ser demasiado larga como para detenerse en este artículo; sin embargo, la moda impera y creo que a cualquiera con algún interés por el panorama le vendrán a la cabeza los casos de Irak, Irán o Afganistán.

Bajo esta perspectiva es muy difícil entender que los brotes de violencia surgidos a partir de la publicación de las caricaturas de Mahoma respondan exclusivamente a un problema religioso. A mi entender resulta demasiado fácil excluir (o huir) del problema político que subyace en el conflicto. Recordemos que hablamos de una región que en menos de cinco años ha sufrido la invasión exterior de dos de sus países, sin olvidarnos de los casos que como hemos mencionado antes se repiten desde hace 60 años y la multitud de muestras de miopía política con la que se trata el asunto en Occidente todos los días o las diferencias de criterio con las que se tratan a los gobiernos de la zona según el grado de intereses que domina (los casos de Arabia Saudí o Egipto son claramente sangrantes).

En definitiva, quién ha abonado el terreno para que los mensajes beligerantes y vinculados a la creencia religiosa frente a la crítica racional triunfasen en la masa popular, incluso financiándolos para generar división popular? Y una vez que eso ocurre, quién realmente se cree que se trata de un conflicto de «respeto religioso» cuando el valor de la religión se ha convertido en seña de identidad política y de autoafirmación cultural frente al invasor? Quién recuerda en Occidente la última vez que un elemento «exógeno» invadiese dos países cristianos en cinco años? No sería ese un motivo para reafirmarse cultural y políticamente? Y no es la religión un claro componente de esta afirmación en caso de extrema necesidad?

En estas circunstancias, hasta las preguntas más insospechadas pueden resultar tan reveladoras como legítimas. Al margen de nuestras simpatías políticas, cuando el presidente iraní Ahmadineyad se pregunta porqué los árabes tienen que pagar el precio de la responsabilidad (o irresponsabilidad) del pueblo europeo en la Segunda Guerra Mundial, no sólo expresa una opinión legítima, sino que canaliza el sentir general de una mayoría del pueblo árabe.

Pero volviendo al tema que nos preocupa, resulta evidente que en ese contexto el problema de las caricaturas resulta sustancialmente distinto. No olvidemos que no hablamos de simples dibujos desinteresados. La intención del autor aún siendo cómica, vinculaba a Mahoma con una supuesta amenaza nuclear, es decir, que la creencia islámica está relacionada en su naturaleza con la conducta violenta y destructiva. Vincular a Mahoma con las armas nucleares es tan desacertado como vincular a Jesucristo o a Yahvé. Pero además resulta malintencionado, porque si se quisiese haber hecho una analogía entre creencia religiosa y despliegue militar quizás las dos últimas figuras se ajustasen hoy por hoy mejor a este retrato, ya que es bien sabido que sus súbditos acumulan mayor potencial militar que los de Mahoma.

En definitiva, cuando se está dispuesto a cualquier cosa para ahogar al adversario político hasta el punto de satisfacer las aspiraciones de movimientos religiosos extremistas para usarlos como herramientas de desestabilización, cuando las políticas que se aplican muestran un desprecio constante a los valores esenciales de la dignidad humana ya que se fundamentan en el beneficio económico a gran escala, cuando la historia del trato hacia la región es el ejemplo diario de la burla hacia la ecuanimidad, es sencillo lograr una respuesta enrocada entorno a los valores culturales, religiosos y sociales autóctonos, así como que estos se conviertan en referencia política para la masa popular.

Independientemente de todo lo que haya que reprocharle a la injustificable respuesta violenta que siguió a las publicaciones (que es mucho y no hay porqué callarlo), el problema está ahí. Y los acontecimientos a los que hemos asistido deberían servir para reflexionar con mayor detenimiento sobre el valor de las políticas que se aplican en la región y la necesidad de habilitar otras vías en las relaciones exteriores de Occidente.

*Título del artículo original en inglés. Traducido por el autor.

Alejandro Pedregal es profesor de cine en la Academia de Bellas Artes de Helsinki (Finlandia) y coordinador general del festival de cine Lens Politica de Helsinki.