El historiador español Mario Amorós (Alicante, 1973) ha presentado en los dos últimos días en Santiago y Valparaíso su magnífico libro Compañero Presidente. Salvador Allende, una vida por la democracia y el socialismo (Publicaciones Universidad de Valencia, 2008. 376 págs.). Licenciado y doctor en Historia por la Universidad de Barcelona y periodista egresado de la […]
El historiador español Mario Amorós (Alicante, 1973) ha presentado en los dos últimos días en Santiago y Valparaíso su magnífico libro Compañero Presidente. Salvador Allende, una vida por la democracia y el socialismo (Publicaciones Universidad de Valencia, 2008. 376 págs.). Licenciado y doctor en Historia por la Universidad de Barcelona y periodista egresado de la Complutense de Madrid, Mario Amorós recrea en su libro la trayectoria política de Salvador Allende, con estadísticas inéditas de cada proceso electoral al que postuló y una sólida contribución académica, que convertirán este trabajo en un referente mayor para el análisis fino del período de la Unidad Popular y en suma de la evolución de Chile en el siglo XX.
Autor de Chile, la herida abierta (2001); Después de la lluvia. Chile la memoria herida (2004); Antonio Llidó, un sacerdote revolucionario (2007) y La memoria rebelde (2008), también participó con un ensayo sobre el movimiento Cristianos por el Socialismo en el libro Cuando hicimos historia. La experiencia de la Unidad Popular (LOM, 2005). Amorós es uno de los investigadores españoles con más prestigio y credibilidad sobre la historia reciente del país sudamericano y desde 2003 codirige, junto a Franck Gaudichaud (doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de París) la sección de Chile del diario electrónico rebelion.org
En exclusiva para El Clarín.cl y en homenaje al centenario de Salvador Allende, Mario Amorós conversa sobre la relación Iglesia-Estado; la tenencia de la tierra de la comunidad mapuche en tiempos de la UP; la sediciosa actitud de la derecha (de ayer y hoy); el caso Clarín; un Partido Socialista reciclado y alejado del pensamiento revolucionario de Allende; el sistema electoral binominal y las relaciones entre el compañero Presidente y la Cuba revolucionaria.
MC.- Naciste en 1973 (justo un mes antes del golpe en Chile), tu padre fue militante comunista en los últimos años del franquismo y tu abuelo, comunista y de la UGT, luchó contra el fascismo en la guerra civil y estuvo preso. ¿Tu historia familiar te acercó al pensamiento político de Salvador Allende?
MA.- Mi padre tuvo un gran compromiso político durante una parte importante de su vida. También lo asumieron mi abuelo y mi tío abuelo paterno, ambos comunistas y defensores de la legalidad republicana en la guerra civil. Mi padre fue una persona autodidacta, que se formó a sí mismo con un sinfín de lecturas y en la escuela que en aquellos años era el Partido Comunista de España. Entre los recuerdos de mi infancia en mi pueblo, Novelda (Alicante), surgen siempre el local del Partido, los camaradas, las banderas rojas con la hoz y el martillo… Mi padre me transmitió sus ideales y de su biblioteca tomé, por ejemplo, el programa de la Unidad Popular para las elecciones presidenciales de 1970. Hasta el final de sus días estimuló mi interés por la historia de Chile y fue un lector crítico de mis primeros libros.
MC.- ¿Consideras que el legado político y humanista de Salvador Allende perdurará para los próximos 100 años?
MA.- Creo que el principal legado de Allende es su lucha por unir a la izquierda en torno a un programa que plantee la construcción de un socialismo democrático y revolucionario, con pleno respeto a los derechos humanos y las libertades ciudadanas. En los inicios de este siglo, actualizados a las características de la sociedad global actual, estos ideales tienen completa vigencia.
MC.- Tu tesis doctoral abordó, en parte, la relación Iglesia-Estado de Chile (una síntesis de la misma fue el libro Antonio Llidó, un sacerdote revolucionario, publicado en 2007 por Publicaciones de la Universidad de Valencia). ¿Cómo resumirías la relación entre Salvador Allende y la religión?
MA.- Allende fue socialista, marxista y masón y reivindicó siempre sus convicciones políticas y éticas. A partir de estas convicciones, hondamente arraigadas en su personalidad, fue muy respetuoso con todas las ideas políticas democráticas y con todas las confesiones religiosas. En Chile, cuando asumía un nuevo presidente se celebraba en la catedral de Santiago un te deum. El 3 de noviembre de 1970, Allende pidió que se mantuviera esta ceremonia pero que tuviera un carácter ecuménico, para que reuniera a todas las confesiones cristianas del país. Y el Primero de Mayo de 1971, en la manifestación de la Central Única de Trabajadores, el cardenal Raúl Silva Henríquez se sentó en la tribuna junto a Allende, siempre mantuvieron una relación cordial.
A diferencia de otras experiencias socialistas, tampoco la Iglesia católica chilena fue un ariete de la contrarrevolución, a pesar de que hubo sectores integristas que sí alentaron el golpe. El único momento en el que la máxima jerarquía del catolicisimo se enfrentó al Gobierno fue en marzo de 1973, con motivo de la reforma educativa conocida como Escuela Nacional Unificada.
MC.- Por tu libro desfilan nombres de la derecha como el entonces embajador estadounidense ante las Naciones Unidas, George Bush, exigiéndole a Allende que modifique su discurso ante la ONU (1972) o Agustín Edwards (propietario del diario El Mercurio), que le pidió a Richard Nixon que interviniera en Chile (1970). ¿Ha cambiado la derecha en sus prácticas sediciosas?
MA.- Nada ha cambiado. Lo vemos día tras día en Venezuela o Bolivia. Conozco más la experiencia venezolana que la boliviana: cuando el presidente Chávez y su gobierno empezaron a proponer al país un proyecto socialista, ratificado ampliamente por el pueblo en las urnas votación tras votación (incluido el referéndum revocatorio de agosto de 2004), la derecha, la burguesía, recurrió a todas las posibilidades legales e ilegales para impedirlo, con imágenes que recordaban al Chile de la UP: movilización de los sectores medios y altos de la sociedad, paro sedicioso de los profesionales, propaganda negra de los medios de comunicación de los grandes grupos económicos… En Venezuela también recurrieron al golpe de estado, el 11 de abril de 2002, pero la lealtad de las Fuerzas Armadas al gobierno constitucional revirtió la situación. Sin embargo, la derecha venezolana e internacional no descansará hasta derrocar al presidente Hugo Chávez. Quienes ayer buscaban derrocar a Allende, intentan hoy acabar con Chávez y Evo.
MC.- El entonces ministro de Salubridad Allende recibió en el puerto de Valparaíso a los refugiados españoles del Winnipeg (1939); ahí viajaba, entre otros 2.500 republicanos, Víctor Pey, quien con el tiempo compraría el periódico de mayor circulación del país ¿Qué análisis haces en torno del caso Clarín?
MA.- Cuando el Winnipeg llegó a Valparaíso, en los primeros días de septiembre de 1939, Allende aún era diputado, fue nombrado ministro por el presidente Pedro Aguirre Cerda al mes siguiente. Allende apoyó la lucha de la República Española y condenó siempre la dictadura de Franco. Entre sus amigos más cercanos se contaron pasajeros de aquel buque de refugiados que organizó Neruda, como Víctor Pey o el pintor José Balmes.
El caso Clarín es uno más de los asuntos pendientes de resolución en esta interminable transición a la democracia en Chile. Espero que sus legítimos propietarios sean finalmente indemnizados por el Estado y que el diario circule de nuevo en Chile para que tengamos en los kioscos un gran periódico popular capaz de hacer frente a las manipulaciones y la soberbia de El Mercurio y La Tercera. Esto dejaría en evidencia, además, la complicidad de la Concertación con estos grandes grupos mediáticos y su desprecio por la prensa crítica, desde los cierres de Análisis o Apsi en los inicios de la Transición a la decisión de los sucesivos gobiernos de no incluir a revistas como Punto Final en el reparto de la publicidad estatal.
MC.- Detallas en tu libro la fundación del Partido Socialista, pero en la actualidad por sus correligionarios Ricardo Lagos y Michele Bachelet ¿hablaríamos de un PS reciclado?
MA.- El Partido Socialista de Chile actual no tiene nada que ver con el partido de Allende: aquél era un partido revolucionario, marxista, no dogmático e internacionalista. En 1979, el PS se dividió en dos sectores: uno permaneció leal a la historia del socialismo chileno y el otro, cuyas personalidades más notables vivían exiliadas en Europa occidental, iniciaron la «renovación» del partido para llevarlo a las cálidas aguas de la socialdemocracia. Con su participación en la negociación de la salida de la dictadura y posteriormente en los cuatros gobiernos de la Concertación, el PS asumió en la práctica el modelo neoliberal. Y el punto más bajo de esta involución fue la participación de sus militantes José Miguel Insulza y Juan Gabriel Valdés, como cancilleres, en las maniobras para lograr el retorno de Pinochet a Chile, cuando estaba detenido en Londres a petición de la justicia española. Evidentemente, quedan en el PS militantes y dirigentes allendistas, pero son minoritarios. Junto a éstos, algunos sectores sugieren una alianza con el Partido Comunista y la izquierda de cara a las elecciones presidenciales de 2009.
MC.- ¿El sistema binominal se contrapone a la ideología de Allende de una apertura democrática?
MA.- Así es. Allende y el movimiento popular siempre lucharon por construir una amplia democracia en Chile y una sociedad socialista. La ley electoral binominal, impuesta en su día por la dictadura, es una suerte de reedición de la Ley de Defensa Permanente de la Democracia (la «Ley Maldita») que entre 1948 y 1958 ilegalizó el Partido Comunista. Contra esta iniciativa del presidente Gabriel González Videla alzó su voz en el Senado, en junio de 1948, el senador Allende. Hoy la lucha por una auténtica democracia en Chile pasa, entre otras cosas, por romper la exclusión de la izquierda del Congreso Nacional.
MC.- ¿Cambió en algo la percepción historiográfica de la sociedad española con el caso Pinochet? ¿Después del franquismo hubo censura o difamaciones en contra de la memoria de Salvador Allende?
MA.- En primer lugar, hay que decir que ya quisiéramos tener en España un Informe Rettig o un Informe Valech (a pesar de sus carencias), un Monumento del Detenido Desaparecido y del Ejecutado Político como el del Cementerio General, la recuperación de lugares de tortura y exterminio como Villa Grimaldi como centros de memoria. Aunque persiste una gran impunidad, en Chile ha habido avances gracias a la lucha heroica y tenaz del movimiento de derechos humanos y de la izquierda y, hay que reconocerlo, a una predisposición también de los gobiernos de la Concertación a estas iniciativas.
Digo todo esto porque, salvo sectores ultraderechistas, nadie en España duda de que Augusto Pinochet fue un tirano y Salvador Allende, un presidente democrático. Otra cosa bien distinta es el juicio de nuestra sociedad sobre la dictadura franquista o la necesidad de reivindicar la memoria de quienes lo dieron todo en la lucha contra el fascismo en Chile. En este punto somos tan minoritarios como en Chile, con la diferencia de que en España persiste una impunidad absoluta y, en ciudades como Madrid y muchas otras, los nombres de los generales fascistas y asesinos de 1936 aún embrutecen el callejero (¡72 años después!). En España la memoria de Allende vive en centros culturales, colegios, avenidas, calles y en estos días distintas ciudades acogen homenajes a su figura.
MC.- Háblanos de la importancia de Fidel y Che Guevara en la vida política de Allende, recuerdo que en calidad de senador acompañó a los tres sobrevivientes cubanos de la guerrilla boliviana (1968). ¿Cómo repercutió «El Diálogo de las Américas» entre Fidel y Allende en la vía chilena al socialismo? ¿Era diametralmente opuesta al guevarismo?
MA.- Allende visitó por primera vez Cuba en los días victoriosos de enero de 1959. Ya entonces conoció a los máximos dirigentes de la Revolución y entabló amistad con ellos. Con el Che se encontró también en 1961 en Punta del Este (Uruguay). Allende fue un gran defensor de la Revolución Cubana: siempre aseguró que, para conquistar su independencia nacional y avanzar hacia el socialismo, el pueblo cubano no tuvo más camino que la lucha armada. En cambio, creía que en Chile el movimiento popular podía conquistar la presidencia y desde la dirección del gobierno iniciar las transformaciones necesarias para superar el capitalismo sin recurrir a la violencia revolucionaria. A ello consagró su vida. Fidel visitó Chile en noviembre de 1971 y dio todo su apoyo a la «vía chilena al socialismo», aunque también aseguró que no era la opción posible en la mayor parte de los países.
Presentar como vías opuestas las revoluciones de Chile y Cuba me parece una torpeza dogmática. Allende y Fidel son hijos de la historia de sus respectivos países, se formaron como dirigentes revolucionarios en los contextos de sus países y actuaron en función de los mismos. El análisis de la derrota en Chile exige un espacio más amplio que esta respuesta, al igual que las dificultades de la Revolución Cubana en las dos últimas décadas.
MC.- ¿Cómo abordó el gobierno de Salvador Allende la tenencia de la tierra de las comunidades mapuche? ¿Qué proyectos de legislación indígena fueron enviados al Congreso por la UP?
MA.- Al contrario que los gobiernos de la Concertación, que recurren a las leyes represivas de la dictadura para reprimir las legítimas reivindicaciones de los mapuche, el gobierno de la Unidad Popular fue el único periodo de la historia republicana en el que el Estado chileno trató con dignidad a este pueblo originario.
En los inicios de la experiencia socialista, el anhelo de tierras y de justicia social desencadenó un proceso de intensa agitación social en algunas zonas rurales y así, sólo entre septiembre y diciembre de 1970, se produjeron 192 tomas de fundos en demanda de su inmediata expropiación, en especial en la provincia de Cautín, donde estuvieron protagonizadas por los mapuche, que demandaban la recuperación de sus tierras ancestrales saqueadas desde la mal llamada «pacificación» de la Araucanía a finales del siglo XIX. Estas ocupaciones de tierras fueron alentadas por los militantes del Movimiento de Campesinos Revolucionarios (vinculado al MIR), con el lema «Arauco vuelve a la lucha», y por la certeza de que la Unidad Popular no recurriría a la represión. En aquella provincia, la de mayor población indígena de todo el país, la reforma agraria del PDC tan sólo había beneficiado al 1% de los campesinos.
Por ello, en diciembre de 1970, el Presidente Allende asistió a un gran acto convocado por las organizaciones mapuche en Temuco y les prometió que durante unos meses los principales funcionarios del Ministerio de Agricultura, encabezados por Jacques Chonchol, se trasladarían a la zona para atender sus reivindicaciones. Como resultado, se aceleraron las expropiaciones y cuando los funcionarios determinaron que en un predio había tierras usurpadas a las comunidades indígenas se las devolvieron.
En tan sólo sesenta días los mapuches recibieron 100.000 hectáreas de tierras y en 1972 el Gobierno creó el Instituto de Desarrollo Indígena, que por primera vez respetó la profunda concepción comunitaria de este pueblo. Además, aquel año el Parlamento aprobó, a iniciativa de la Unidad Popular, una nueva Ley Indígena elaborada fundamentalmente por las organizaciones mapuches que, a pesar de que la oposición limitó sus potencialidades, entregó instrumentos para una mejora sustancial de sus precarias condiciones de vida.
MC.- ¿Qué perspectivas tienes al regresar a Chile? ¿Haber presentado en España tu libro en compañía del chileno Luis Sepúlveda y del mexicano Paco Taibo II fue un propedéutico de las lecturas que haremos los latinoamericanos de tu libro?
MA.- Es una alegría regresar a Chile después de cuatro años. Espero que Compañero Presidente sea una contribución, entre tantas, a rescatar la trayectoria política de Salvador Allende, su lucha junto al pueblo por un socialismo democrático y revolucionario, su lealtad y su consecuencia hasta el final con estos valores.