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¿Quieren Estados Unidos e Israel un Oriente Próximo sumido en una guerra civil?

Fuentes: The Electronic Initfada

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

La era del Oriente Próximo fuerte, apuntalado por occidente y obediente a la política occidental parece definitiva y verdaderamente terminada. Su poder está siendo reemplazado por el gobierno por medio de la guerra civil, al parecer el modelo favorito del gobierno estadounidense en toda la zona.

Los territorios palestinos ocupados, Líbano e Iraq amenazan con sumirse, o ya lo están, en luchas fraticidas. Siria e Irán podrían ser pronto los próximos, destrozados por ataques que, según se dice, está planeando Israel en nombre de Estados Unidos. Es probable que las repercusiones puedan consumir la zona.

A los políticos occidentales les gusta describir la guerra civil como una consecuencia del fracaso de occidente en intervenir más eficazmente en Oriente Próximo. Si nos hubiéramos comprometido más en el conflicto israelo-palestino, o nos hubiéramos opuesto más agresivamente a las manipulaciones sirias en Líbano, o hubiéramos sido más prácticos en Iraq, se habrían podido evitar las luchas. Lo que subyace a ello, por supuesto, es que sin el benévolo asesoramiento occidental, las sociedades árabes son incapaces de salir por sí mismas de su primario estado de barbarie.

Pero, de hecho, cada uno de estos desmoronamientos de los valores sociales parecen haber sido maquinados ya sea por Estados Unidos o por Israel. En Palestina, Líbano e Iraq la diferencia sectaria es menos importante que un conflicto de ideologías políticas e intereses mientras facciones rivales discrepan acerca de someterse, o resistir, a las interferencias estadounidenses o israelíes. De dónde derivan las facciones sus fondos y su legitimidad -la opción se limita cada vez más a Estados Unidos e Irán- parece determinar su posicionamiento en esta confrontación.

Palestina está conmocionada porque los ciudadanos palestinos están divididos entre su democrático deseo de ver que se opone resistencia a la ocupación israelí -en elecciones libres mostraron que creían que Hamas era el partido mejor situado para llevar a cabo este objetivo- y la necesidad básica de poner comida en la mesa para sus familias. El asedio económico conjunto israelí e internacional al gobierno de Hamas, y a la población palestina, ha hecho inevitable una amarga lucha interna por el control de los recursos.

Líbano se está desmoronando porque los libaneses están divididos: algunos creen que el futuro del país radica en atraer capital occidental y en dar la bienvenida al abrazo de Washington, mientras que otros consideran que los intereses estadounidenses son una tapadera para que Israel realice su antiguo diseño de convertir Líbano en un Estado vasallo, con o sin una ocupación militar. El lado que elijan los libaneses en el actual pulso refleja su opinión acerca de lo plausibles que son las afirmaciones de la benevolencia occidental e israelí.

Y la carnicería en Iraq no es simplemente el resultado de la anarquía -como se suele describir- sino que también tiene que ver con los grupos rivales, los imprecisos «insurgentes», que utilizan diferentes y contradictorias estrategias: tratan de derrocar a los ocupantes anglo-estadounidenses y castigar a los iraquíes sospechosos de colaborar con ellos; obtienen beneficios del régimen títere iraquí y se disputan posiciones influyentes antes de la inevitable salida triunfal de los estadounidenses.

Se podían haber previsto todas estas consecuencias en Palestina, Líbano e Iraq – y casi con seguridad lo fueron. Más aún, cada vez parece más probable que las crecientes tensiones y carnicería fueron planeadas. Más que el problema sea la ausencia de la intervención occidental, parece que el objetivo de la intervención es, precisamente, la violencia y fragmentación de estas sociedades.

En Gran Bretaña han aparecido pruebas que sugieren que ése fue el caso en Iraq. El testimonio ofrecido por un importante alto cargo británico a la comisión de investigación Butler de 2004, que investigó los errores garrafales de la inteligencia durante el periodo previo a la invasión de Iraq, fueron tardíamente publicados esta semana, tras los intentos del Foreign Office de silenciarlo.

Carne Ross, un diplomático que ayudó a negociar varias resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, declaró a la comisión de investigación que los altos cargos británicos y estadounidenses sabían muy bien que Sadam Husein no tenía armas de destrucción masiva, y que derrocarlo llevaría al caos.

«Recuerdo que varias ocasiones el equipo británico formuló con palabras este punto de vista durante nuestras discusiones con Estados Unidos (que estaban de acuerdo)», afirmó, y añadió: «Al mismo tiempo, cuando Estados Unidos sacaba a relucir el asunto, muchas veces argumentábamos que el ‘cambio de régimen’ no era aconsejable, más que nada por la razón de que Iraq se sumiría en el caos».

La pregunta obvia, entonces, es ¿por qué Estados Unidos querría la guerra civil que asola todo Oriente Próximo y que, aparentemente, amenaza intereses estratégicos como el suministro de petróleo y la seguridad de un aliado regional clave, Israel?

Hasta la presidencia de Bush hijo, la doctrina estadounidense en Oriente Próximo ha sido instalar o apoyar hombres fuertes, mantenerlos o sustituirlos cuando caían en desgracia. Entonces, ¿por qué el dramático y, cuando menos aparentemente, incomprensible cambio de política?

¿Por qué permitir el aislamiento y humillación de Yasser Arafat en los territorios ocupados, seguido por Mahmoud Abbas, cuando ambos podrían haber sido cultivados fácilmente como hombres fuertes si se les hubieran dado las herramientas que implícitamente prometió el proceso de Oslo: un Estado, la pompa del cargo y los medios coercitivos para imponer su voluntad sobre grupos rivales como Hamas? Con escasas concesiones a Israel que mostrar durante años de, ambos les parecían a los palestinos más perritos falderos que rottweilers.

¿Por qué armar un escándalo repentino e innecesario acerca de la interferencia de Siria en Líbano, una interferencia que occidente alentó en un principio como un modo de mantener tapada la violencia sectaria? ¿Por qué desbancar a Damasco de la escena y promover entonces una «Revolución del Cedro» que le hizo el juego a los intereses de una sola sección de la sociedad libanesa y siguió ignorando las inquietudes de la comunidad más grande e insatisfecha, los chiís? ¿Qué podría resultar de esto sino la explosión del resentimiento y la amenaza de la violencia?

¿Y por qué invadir Iraq con el falso pretexto de localizar armas de destrucción masiva y el derrocamiento del dictador, Sadam Husein, que durante décadas había sido armado y apoyado por Estrados Unidos y había mantenido a Iraq unido de manera eficaz aunque despiadada? De nuevo, gracias al testimonio de Carne está claro que nadie en los servicios de inteligencia pensaba que Sadam planteara realmente una amenaza para Occidente. Incluso si había que «contenerlo» o posiblemente reemplazarlo, como parecían creer los predecesores de Bush, ¿por qué el presidente decidió simplemente derrocarlo, dejando un vacío de poder en el corazón de Iraq?

La respuesta parece tener relación con el ascenso de los neocons, que finalmente se hicieron con el poder con la elección del presidente Bush. La página web más popular de Israel, Ynet, observó hace poco acerca de los neocons: «Muchos son judíos que comparten el amor a Israel.»

La visión de los neocons de la supremacía global estadounidense está íntimamente unida a la supremacía regional de Israel, y depende de ella. No se trata tanto de que los neocons elijan promover los intereses de Israel por encima de los de Estados Unidos como de que ellos consideran inseparables e idénticos los intereses de ambas naciones.

Aunque se suelen identificar con la derecha israelí, la alianza política de los neocons con el Likud refleja fundamentalmente su apoyo a adoptar medios beligerantes para alcanzar sus objetivos políticos, más que a los propios objetivos.

El objetivo constante de la política israelí, de izquierda y de derecha, ha sido durante décadas adquirir más territorio a expensas de sus vecinos y consolidar su supremacía regional por medio del «divide y vencerás», particularmente de sus vecinos más débiles, como los palestinos y los libaneses. Siempre ha abominado el nacionalismo árabe, especialmente la variedad baathista en Iraq y Siria, porque parecía inmune a las intrigas israelíes.

Durante muchos años Israel favoreció el mismo enfoque colonial que occidente utilizó en Oriente Próximo, donde Gran Bretaña, Francia y después Estados Unidos apoyaron a dirigentes autocráticos, generalmente de poblaciones minoritarias, para gobernar sobre la mayoría en los nuevos Estados que habían creado, ya fueran cristianos en Líbano, alhuitas Siria, sunniís in Iraq, o hachemitas en Jordania. De este modo las mayorías se debilitaron y las minorías se vieron obligadas a hacerse dependientes de los favores coloniales para mantener su posición privilegiada. Por ejemplo, la invasión israelí de Líbano en 1982 fue diseñada de forma similar para ungir a un hombre fuerte cristiano y títere de Estados Unidos, Bashir Gemayel, como un presidente dócil que estaría de acuerdo con una alianza anti-siria con Israel.

Pero décadas de controlar y oprimir a la población palestina permitieron a Israel desarrollar un enfoque diferente al divide y vencerás, que se puede denominar caos organizado, o el modelo de «discordia», uno que vino a dominar primero sus ideas y luego las de los neocons.

Durante su ocupación de Cisjordania y Gaza, Israel prefirió la discordia a un hombre fuerte, consciente de que el prerrequisito para este último habría sido la creación de un Estado palestino y suministrarle una fuerza de seguridad bien armada. Ninguna de esas opciones fue nunca contemplada seriamente.

Sólo brevemente y bajo presión internacional Israel fue obligado a transigir y a adoptar parcialmente el modelo de hombre fuerte permitiendo la vuelta de Yasser Arafat del exilio. Pero la reticencia de Israel a dar a Arafat los medios para asentar su gobierno y suprimir a sus rivales, como Hamas, llevó inevitablemente al conflicto entre el presidente palestino e Israel, que acabó con la segunda Intifada y la readopción del modelo de discordia.

Este último enfoque explota los fallos de la sociedad palestina para exacerbar las tensiones y la violencia. Israel lo logró inicialmente promoviendo la rivalidad entre dirigentes regionales y de clan que fueron obligados a competir por el patrocinio de Israel. Más tarde, Israel fomentó la emergencia del extremismo islámico, especialmente en la forma de Hamas, como un contrapeso para la creciente popularidad del nacionalismo laico del partido de Arafat, Fatah.

El modelo de discordia de Israel está llegando ahora a su apoteosis: un guerra civil de baja intensidad y permanente entre la vieja guardia de Fatah y los advenedizos de Hamas. Este tipo de luchas internas palestinas agota útilmente las energías de la sociedad y su habilidad para organizarse contra el enemigo real: Israel y su imperecedera ocupación.

Según parece, a los neocons les impresionó este modelo y quisieron exportarlo a otros Estados de Oriente Próximo. Con [el gobierno] Bush lo vendieron a la Casa Blanca como una solución a los problemas de Iraq y Líbano, y últimamente también de Irán y Siria.

No hay duda de que el objetivo del ataque israelí a Líbano de este verano fue provocar una guerra civil. El ataque fracasó, como admiten incluso los israelíes, porque la sociedad libanesa se unión detrás de la impresionante muestra de resistencia de Hizbullah en vez de, como se esperaba, atacar a la milicia chií.

La semana pasada la página web israelí Ynet entrevistó a Meyrav Wurmser, una ciudadana israelí y co-fundadora de MEMRI, un servicio que traduce los discursos de los dirigentes árabes y sobre el que hay fuertes sospechas de que tenga relación con los servicios de seguridad israelíes. También es la mujer de David Wurmser, un importante consejero neocon del vice-presidente Dick Cheney.

Meyrav Wurmser reveló que el gobierno estadounidense había dado largas públicamente al asunto durante el ataque israelí a Líbano porque esperaba que Israel extendiera su ataque a Siria.

«El enfado [en la Casa Blanca] se debía al hecho de que Israel no luchó contra los sirios … Los neocons son responsables de que Israel se tomara mucho tiempo y espacio… Creían que permitiría ganar a Israel. En gran parte se debía la idea de que Israel lucharía contra el enemigo real, el que respalda a Hizbullah. Era obvio que es imposible luchar directamente contra Irán, pero la idea era que se iba a atacar al importante y estratégico aliado [Siria] de Irán».

Wurmser continuó: «Para Irán es difícil exportar su revolución chií sin unirse Siria, que es el último país nacionalista árabe. Si Israel hubiera atacado a Siria, hubiera sido un golpe tan duro para Irán que le hubiera debilitado y cambiado el mapa estratégico de Oriente Próximo».

Los neocons hablan mucho de cambiar el mapa de Oriente Próximo. Igual que Israel está desmembrando los territorios ocupados en ghettos aún más pequeños, Iraq está siendo despiezado en mini-Estados enfrentados. Se espera que la guerra civil desvíe las energías iraquíes de la resistencia a la ocupación estadounidense y hacia consecuencias más negativas.

Parece que a Irán y Siria les esperan destinos similares, al menos si, a pesar de que su influencia está languideciendo, los neocons logran llevar a cabo su visión durante los dos últimos años de [gobierno de] Bush.

La razón es que parece que Israel y sus aliados neocons tienen un enorme interés en un Oriente Próximo caótico y enfrentado, aunque para otros observadores más informados esto sea un desastre. Aquellos creen que todo Oriente Próximo puede ser controlado con éxito de la misma manera que Israel ha controlado a la población palestina dentro de los territorios ocupados, donde se han acentuado las divisiones religiosas y laicas, y dentro del propio Israel, donde durante muchas décadas los ciudadanos árabes fueron «des-palestinizados» y convertidos en musulmanes, cristianos, drusos y beduinos inactivos y faltos de identidad.

Esta conclusión puede parecer insensata, pero también lo es la idea de la Casa Blanca de que está envuelta en un «choque de civilizaciones» que puede ganar con una «guerra contra el terrorismo».

Todos los Estados son capaces de actuar de una manera irracional o auto-destructiva, pero Israel y quienes lo apoyan parecen más vulnerables a este defecto que la mayoría. La razón de ello es que la percepción que tiene Israel de su zona ha sido fuertemente distorsionada por la ideología oficial del Estado, el Sionismo, que es la creencia en el derecho inalienable de Israel a preservarse a sí mismo como un Estado étnico, por sus confusas ideas, extrañas para una ideología laica, acerca de los judíos que retornan a una tierra prometida por Dios, y por su desprecio, y negativa a entender, por todo lo que sea árabe o musulmán.

Más locos somos nosotros si esperamos un comportamiento racional de Israel o de sus aliados neocons.

Jonathan Cook es un escritor y periodista que vive en Nazareth, Israel. Su libro, Blood and Religion: The Unmasking of the Jewish and Democratic State, está publicado por Pluto Press